Читать книгу Rita y los ladrones de tumbas - Mikel Valverde Tejedor - Страница 6
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EL SEÑOR KARLSSON, la señorita Paponet y Salim la esperaban sentados a la única mesa dispuesta en el comedor. El cocinero había preparado una cena con kushari, ensalada, hummus y kefta. De postre había dulces de dátil y un sinfín de pastelitos.
Rita tenía el estómago vacío y comió con apetito.
–Profesora, veo que le ha gustado la cena –observó Karlsson cuando terminaron.
De nuevo la estaban llamando «profesora». Aquello era maravilloso: comida rica y palabras halagüeñas. Alguien que la trataba de ese modo no podía ser mala persona.
–Sí, todo estaba delicioso. La verdad es que la egiptología da mucha hambre –respondió la niña–. Por cierto, esos postres tienen muy buena pinta.
–Oh, discúlpeme –dijo el hombre con una sonrisa, a la vez que le acercaba dos bandejas de pastelitos.
Sus acompañantes tomaron un té y esperaron mientras ella daba cuenta de varios dulces. Cuando parecía que había terminado, el señor Karlsson tomó la palabra.
–Bueno, creo que ya es momento de hablar del asunto que nos ha traído hasta aquí –dijo–. Gracias a nuestros informadores, sabemos que un catedrático de la Universidad de El Cairo que colabora con el Museo Egipcio, el profesor Hawas, está trabajando en la excavación de una tumba descubierta recientemente.
«¡El profesor Hawas! Ese es uno de los nombres que ha citado el tío Daniel por teléfono. Es uno de sus amigos egipcios», recordó Rita, antes de indicar al camarero que no retirara las bandejas de la mesa.
Karlsson continuó:
–Hawas, además de contar con su equipo habitual, está recibiendo la ayuda de un profesor extranjero. Se trata de un antropólogo europeo que tiene conocimientos de arqueología. Se apellida Bengoa. Deben de haber encontrado algo muy importante y valioso, ya que a nuestros contactos les ha sido imposible averiguar el lugar de la excavación. Es un secreto absoluto. Nuestro objetivo es localizar el sitio exacto y llegar hasta allí.
Rita escuchaba mientras masticaba dos pastelitos que se había metido a la vez en la boca. El dulce sabor la sumía en una sensación placentera. Cuando los terminó, agradecida por aquellos sabrosos momentos, dijo:
–El antropólogo europeo que ha venido a ayudar al profesor Hawas se llama Daniel Bengoa, y el señor Karlsson tiene razón: en la tumba que han descubierto están encontrando muchas cosas.
Sus acompañantes la miraron sorprendidos.
De repente, Rita recordó que su tío le había advertido que no debía revelar a nadie la información que le había dado acerca del lugar en el que estaban trabajando. Sin embargo, era muy difícil resistirse a compartir una agradable charla con aquellas personas que la llamaban «profesora» y la invitaban a esos dulces tan ricos.
El señor Karlsson, al ver que la niña había terminado con una de las bandejas de dulces, le acercó con amabilidad la que quedaba. Ella tomó un pastelito de dátil y añadió complacida:
–El señor Hawas y su equipo han encontrado esculturas de gran valor y piezas de oro.
–¡Oooooohhhhh! –exclamaron asombrados Salim, el señor Karlsson y la señorita Paponet, a la vez que abrían mucho los ojos.
–Díganos, profesora –intervino la señorita Paponet–, ¿sabe a qué período de la historia de Egipto pertenece ese hallazgo?
–¿Qué?–preguntó Rita, bastante despistada.
–Mi compañera se refiere a la época aproximada de la construcción de la tumba. Si es del período arcaico o si pertenece a la época de los imperios –dijo Karlsson.
Por decir algo, Rita respondió:
–Es de la época de los imperios.
–Sí, profesora, pero... ¿pertenece al período del Imperio Nuevo, del Imperio Medio o del Imperio Antiguo? –insistió Paponet con mucho interés.
«¡Qué mujer más quisquillosa!», pensó Rita, antes de decir al buen tuntún:
–Es del Imperio Nuevo.
–Es importantísimo averiguar cuanto antes dónde se encuentra esa excavación –dijo Karlsson con gesto reconcentrado.
–Creo que sé dónde está –dijo Rita.
Las caras de sus compañeros se volvieron hacia ella con expresión expectante.
–¿Puedo comer algún pastelito más? –preguntó la niña, que había terminado con todos los postres.
–Claro, claro –respondió Salim, al tiempo que apremiaba a uno de sus hombres para que sirviera una nueva bandeja.
Rita comió tres dulces más ante la atenta mirada de sus compañeros de mesa, y continuó:
–La excavación donde trabaja el profesor Hawas está en un lugar que se llama oasis de Falafa o algo así.
–¡El oasis de Farafra! –exclamó Salim.
–Sí, ese mismo –se apresuró a decir ella sin pensarlo dos veces.
–Hemos de prepararlo todo e ir allí cuanto antes –indicó el señor Karlsson, muy serio.
–¡Traeré un mapa y mi ordenador portátil y veremos cuál es la ruta más adecuada! –dijo Salim antes de levantarse de la mesa con gesto decidido.
Una repentina actividad inundó el comedor. Los empleados del hostal recogieron las bandejas, la tetera y las tazas que quedaban en la mesa. Mientras tanto, el señor Karlsson hablaba en tono animado con la señorita Paponet.
Ajena a aquel ajetreo, Rita sintió que un pesado sueño se apoderaba de ella por la gran cantidad de pastelitos que había comido.
–Perdonen –dijo–. Estoy muy cansada, me gustaría irme a dormir.
–No se preocupe, vaya a descansar. Nosotros nos encargaremos de planificar el viaje al oasis de Farafra y de prepararlo todo –le dijo de modo amable el señor Karlsson.
Además del ordenador, Salim había desplegado un gran mapa sobre la mesa.
–Profesora –llamó su atención la señorita Paponet cuando se disponía a dirigirse a su habitación–. Nos ha sorprendido la información tan detallada que tiene usted sobre la tumba en la que está trabajando el señor Hawas.
–Es que Daniel Bengoa, el profesor que le está ayudando, es mi tío –respondió ella con naturalidad.
El señor Karlsson y la señorita Paponet la contemplaron una vez más con admiración mientras ascendía las escaleras que conducían a su habitación.
Adormilada, se metió en la cama. Junto a la puerta del cuarto se abría una pequeña ventana cubierta por una celosía de madera. A través de ella, tuvo la oportunidad de escuchar la conversación que se iniciaba en el comedor.
–¿Habéis oído lo que ha dicho? –dijo admirada la señorita Paponet–. ¡Daniel Bengoa es su tío!
–Sí, la profesora es una niña muy valiente –intervino el señor Karlsson.
–No había conocido nunca a nadie tan audaz –afirmó la mujer.
–¡Ya lo creo! A pesar de su juventud, tiene valor para unirse a nuestra banda para ayudarnos a robar lo que su tío y Hawas están descubriendo en la excavación de Farafra.
–Eso que llaman ustedes valentía, yo lo llamo falta de escrúpulos –señaló Salim, receloso–. No debemos confiar en ella: igual que ha traicionado a su tío, puede hacer lo mismo con nosotros.
–Salim, entiendo que pueda parecer algo extraño que la dirección de la organización haya enviado a una egiptóloga tan joven –respondió Karlsson–. Pero estoy seguro de que si lo han decidido así es porque hay buenas razones para ello. La organización lleva varios años saqueando hallazgos arqueológicos y robando en museos, y hasta ahora no se ha cometido ningún fallo ni se han producido casos de traición.
–La profesora Rita ha contestado a mis preguntas con gran seguridad. Yo al menos no dudo de su competencia –añadió la señorita Paponet.
–Sí, y además dispone de información detallada y muy valiosa. Creo que podemos confiar plenamente en ella –concluyó Karlsson, que era el líder del grupo.
–De acuerdo, ustedes mandan –aceptó Salim sin cambiar la torva expresión de su rostro.
Concluido el debate, el trío comenzó a hacer planes para el viaje.
Por desgracia para Rita, el sueño la había vencido muy pronto y tan solo había escuchado las dos primeras frases de la conversación. Así, sumida en un dulce sueño con sabor a dátil, ignoraba que se había integrado en una temible banda de ladrones de tumbas.