Читать книгу Familias en la modernidad: una mirada desde Villavicencio - Milcíades Vizcaíno Gutiérrez - Страница 12
ОглавлениеIntroducción
Un estudio sobre la familia ha de partir de un concepto claro y preciso sobre su contenido, además de sobre sus denotaciones y connotaciones. Esta aseveración es aceptada, en principio, para direccionar la interpretación que debe guiar el estudio. Sin embargo, apenas se acepta y se reconoce como posible por varias razones. La primera es que durante muchos años se tuvo como referencia dominante la definición de familia nuclear como base de trabajo y, alrededor de ella, otras acepciones como antecedentes, derivaciones o desviaciones de la primera. En la actualidad, el panorama de los estudios sobre familia está enriquecido por la diversidad de la realidad y, desde luego, es mucho más difícil de definir en los términos convencionales. La segunda razón es que se presentan hoy tantas definiciones, que ofrecen más una dispersión de sentidos que una unificación de acepciones. Tal dispersión genera insatisfacción al momento de precisar el contenido del concepto para orientarlo a objetivos teóricos o prácticos.
Algunos estudios muestran las perspectivas desde las cuales se puede estudiar el fenómeno de la familia. Uno de ellos es el desarrollado por White y Klein (2008), quienes ven la familia a partir de perspectivas teóricas diferentes. De esta manera, ellos diferencian claramente su posición tomando como base la orientación funcionalista, el marco del intercambio social y la acción racional, el interaccionismo simbólico, el desarrollo del curso de la vida en familia, la teoría de sistemas, la orientación del conflicto, el marco de análisis feminista, el posestructuralismo y, finalmente, la perspectiva bioecológica. No en vano se hacen estas distinciones, porque ellas se relacionan con aspectos puntuales de los análisis. En el paneo que ellos despliegan aparecen las dimensiones preferenciales de cada orientación, por cuanto cada una tiene su especificidad en relación con los tipos de problemas que interesan a sus análisis.
Sin embargo, hay elementos comunes a todas las miradas teóricas, útiles al momento de establecer comparaciones, como son las tradiciones intelectuales, el enfoque y los supuestos, las proposiciones y las variaciones, aplicaciones empíricas, implicaciones para las intervenciones, críticas, discusiones y algunas conclusiones (White y Klein, 2008). La presentación de White y Klein ofrece un panorama amplio a partir de las corrientes principales usuales en las ciencias sociales; es de gran utilidad como marco para el análisis desde ángulos distintos. La oferta de enfoques obedece a la tradición según la cual el investigador tiene a mano diversas posibilidades para su elección en el momento de definir la orientación que tendrá su trabajo de investigación. Generalmente, se toman estos enfoques como opciones separadas entre sí, de tal manera que la elección de una implica descartar las demás.
Otro estudio más cercano a nuestro medio colombiano y latinoamericano es el que hacen Cecilia Kaluf y Marta Maurás sobre las políticas públicas relacionadas con las familias. En un capítulo inicial, ellas presentan los enfoques disciplinarios usados en América Latina y el Caribe cuando emprenden estudios sobre la familia. Toman como referencia cinco puntos de vista, los cuales pueden ser tomados para un estudio puntual u otro con cobertura más amplia. Estos son el histórico-social, el económico-laboral, el jurídico-legal, el psicológico-educativo, el cultural y el ético-religioso. Finalmente, las autoras llegan a algunas conclusiones que les sirven de puente para plantear el tema central de su trabajo, que es el relacionado con las políticas públicas sobre las familias (Kaluf y Maurás, 1998). Por tanto, el interés de las autoras es conectar los puntos de vista con las políticas públicas.
Los estudios sobre familia
La familia ha sido estudiada en Colombia y en América Latina. El estudio sobre familia en Colombia ha sido un tema recurrente desde la década de 1960, en la literatura sociológica, histórica, antropológica y psicológica. El asunto sigue en la preocupación de los investigadores por cuanto la noción de familia tiende a evaporarse y a adquirir significados nuevos, no necesariamente anclados en las connotaciones de hace apenas unas pocas décadas (Beck-Gernsheim, 2003b; Puyana y Ramírez, 2007). La realidad muestra desarrollos frente a los cuales los conceptos se han rezagado.
Varias investigaciones de cobertura nacional han tomado en cuenta en su trayectoria funciones, transformaciones, problemas y alternativas que han surgido a lo largo de los años, como queda demostrado en la extensa literatura existente (Bernal, 1986; Bonilla, 1981, 1985; Bonilla et al., 1999; Deere y León de Leal, 1982; Echeverri De Ferrufino, 1981, 1984, 1987; Gómez, 1977; Guerrero de Molina, 1977; Gutiérrez de Pineda, 1962, 1968, 1975, 1987, 1988; Icfes, 1983; León de Leal, 1977, 1987; Rico, 1985; Umaña, 1996, 1997, 1998; Viveros, 1993; Zamudio y Rubiano, 1995). Todos estos estudios han permitido acceder a un conocimiento que ha circulado en la literatura de las ciencias sociales en Colombia. Otros trabajos se han centrado en regiones específicas en las cuales han encontrado particularidades respecto de las grandes tendencias nacionales. Sobre este particular también existe literatura producida por científicos sociales (Gutiérrez de Pineda, 1987; Mosquera, 1985; Ogliastri y Camargo, 1995; Urrego, 1997).
Los estudios sobre familia han mostrado dinámicas que corresponden a prioridades distintas. En un periodo de tiempo se consideró a la familia como el núcleo de la sociedad, su célula básica, de la cual dependían las demás organizaciones humanas. La familia era, en consecuencia, la encargada de recibir a las nuevas generaciones, prepararlas para la vida en sociedad y proyectarlas para que asumieran una responsabilidad esperada por las funciones políticas y públicas requeridas, conforme al modelo de funciones ideado para comprender los diferentes sistemas en los cuales se ven involucrados los humanos de acuerdo con la cultura y las organizaciones sociales.
Más adelante, la familia se concibió como una organización en crisis. La enfermedad era tan grave que acarreaba males para el resto del organismo social. Por eso había que pensar en el sustituto para que las funciones esperadas e incumplidas por la familia pudieran ser reemplazadas por otro tipo de institución social que hiciera sus veces, y satisficiera de forma similar, o superior, las expectativas fraguadas por el conjunto social. Si había problemas en la sociedad o malestar en la cultura, la imputación había que llevarla a la institución familiar que pasaba por una crisis irreparable.
A la consideración sobre la crisis de la familia, sobrevino la idea de que la familia solo puede ser sustituida por sí misma. En consecuencia, si la familia tiene problemas, también tiene que buscar sus propias soluciones, porque la sociedad no puede cargar indefinidamente con la zozobra de que su núcleo básico se agote y tampoco puede caer en el vacío. En consecuencia, hay que dar toda la atención y el cuidado a la familia, no solamente para que se recupere, sino para que cumpla las expectativas que se la han confiado.
Con estos antecedentes llegamos a un punto en el cual se valora sustantivamente la familia por cuanto ella es la depositaria de los afectos; es la fundadora del primer capital social de las nuevas generaciones; conforma el primer capital cultural que incidirá en eventos futuros de los individuos y de sus agrupaciones sociales; cimentará las bases de una salud mental sana que permita a los individuos comprenderse a sí mismos y a los demás e intervenir activamente en una democracia abierta, participativa y deliberativa. Si todo esto no se inicia y se consolida en la familia, muchos de los problemas sociales, psicológicos y de convivencia humana se desarrollarán con la ausencia de los elementos básicos para enfrentarlos saludablemente.
Estos cuatro párrafos marcan grandes énfasis que han mostrado los estudios sobre familias y que reflejan, por su parte, las problemáticas que se presentan a los investigadores en cada periodo de la sociedad y de sus avatares cotidianos. Entretanto, la vida sigue y los estudios sobre familia se tropiezan con ambivalencias que es necesario resolver antes de entrar en el meollo de los problemas que aborda esta investigación. Una primera dificultad se refiere al contenido conceptual del término “familia”. Es aceptado que “familia” “[…] incorpora una multiplicidad de formas organizativas, de funciones y de relaciones, de acuerdo con los distintos ciclos vitales, y según la ubicación del grupo familiar dentro de la estructura de clases de la sociedad, su momento histórico y su especificidad cultural” (dane, 1998, p. 23).
Esta consideración implica que: a) presenta diferentes formas de organización que la investigación debe determinar en el caso particular que nos ocupa; b) las funciones son variables; c) también son variables las relaciones entre los miembros que la integran; d) los ciclos vitales inciden en la variabilidad de los aspectos anteriores; e) la posición dentro de la estructura social incide, igualmente, en los cambios que presenta un tipo de familia a otro; f) el momento histórico se presenta como variable que es necesario considerar al momento de los análisis, y g) las culturas específicas hacen que las familias presenten cambios. Estos siete aspectos indican parte de la complejidad que representa el estudio de las familias. Por ello, la afirmación de que el término familia es una realidad concreta, pero que está mediada histórica y socialmente en sus estructuras internas resume las características que la hacen variable de un contexto a otro.
A pesar de los cambios, conforme al comportamiento de las variables mencionadas, hay dos constantes que se presentan en las familias. Una de ellas es la relación de parentesco entre los padres y en relación con los hijos. La conyugalidad hace que los integrantes tengan elementos en común que los atan psicológica, social y culturalmente, y les ofrece modalidades de compactación como estructuras sociales. Estas condiciones aseguran que la especie continúe mediante procesos de reproducción de una generación a otra. Esta es la otra característica constante que se encuentra en las familias.
Obviamente, estamos pensando en un concepto de familia generalizado en Occidente, pero que no agota todas las posibilidades que tienen las evidencias empíricas. Más bien se refieren solo a aquellas formas que se han erigido en el “modelo” que ha servido de referente más promocionado y que se presenta como el ideal cultural. Como este estudio mostrará, las estructuras presentan otras alternativas como las familias incompletas, las familias homoparentales o, incluso, las familias individuales que no están llamadas a cumplir con las expectativas presentadas y que socialmente reclaman el privilegio de ser denominadas familias.
La “familia de residencia”
Los estudios sobre la familia en Colombia se han desenvuelto en tres grandes etapas que marcan un largo camino de vigencia. Una primera etapa fue aquella de las “tipologías” que tenía interés en las estructuras y composición de las familias como una manera de caracterización de las modalidades de esta forma de organización social. La segunda etapa se preocupó por examinar las crisis de las familias, su etiología y las causas y consecuencias de los problemas por los cuales atravesaba en la sociedad colombiana. La tercera etapa presentó un giro hacia los asuntos de la política en las esferas pública y privada; se reconoce el papel fundamental que la familia cumple en el desarrollo de los individuos, en la conservación y reproducción de la especie, y en la urgencia de definir claramente su papel en los servicios colectivos con los cuales está asociada su función en la esfera pública (dane, 1998, p. 15).
Este estudio parte de un reconocimiento. El término familia contiene una “densidad semántica” debida a la “[…] sobredeterminación de afinidades, connotaciones y correspondencias” (Bourdieu, 2000b, p. 20), que se derivan de los diferentes esquemas de pensamiento que se aplican en su análisis. A medida que corren los años y que los estudios avanzan, el término se hace más complejo y, desde luego, más difícil de descifrar, particularmente cuando se refiere a un espacio social y cultural específico.
El mundo de principios del siglo xxi muestra un caleidoscopio rico en colores y perspectivas, en los cuales está implicada la familia. Se encuentran padres tradicionales que cuidan a sus hijos como a su propia vida, que se esfuerzan por darles lo que requieren para tener éxito en una sociedad cada vez más competitiva y que no ahorran esfuerzo por prolongar su existencia en esos hijos. En el mismo escenario están los padres que procrearon hijos y que no hacen vida conyugal porque cada quien ha elegido su camino por cuanto la relación no fue duradera y no aseguró la convivencia de pareja. También están los padres de diferente sexo y las parejas del mismo sexo que aspiran a ser reconocidos socialmente como las demás con el argumento de su decisión y del libre desarrollo de su personalidad como opción personal. Algunos de ellos van hasta apropiarse del concepto de matrimonio, que les daría la posibilidad, no solo de heredar bienes, sino de la adopción y de las consideraciones que envuelven a una “familia” como las demás. Allí están los padres o madres que son “cabeza de hogar”, que velan por sus hijos con la pareja ausente. También se encuentran las uniones consensuadas que se juntan a decisión de sus integrantes en el momento en que lo desean, pero que no conviven “bajo un mismo techo”, sino que cada quien organiza su vida conforme a sus determinaciones.
La realidad de la función de padre o de madre, de cónyuge o de yerno o nuera, de suegro o suegra, de tío, tía, cuñado o cuñada se ha modificado en el trascurso de los años. Los hijos, “los suyos y los nuestros”, cuentan con referentes distintos debido, en gran parte, a las familias constituidas en el pasado. La apelación a funciones complementarias ha sufrido cambios que han roto la direccionalidad convencional. El escenario está enriquecido en la actualidad por las formas y por la intensidad de las relaciones. Al lado de las familias nucleares también se encuentran las familias extensas con las recomposiciones que el tiempo impone. Asimismo, están las familias incompletas, las familias biparentales, las monoparentales, las multiparentales y las homoparentales, que disuelven el concepto conyugal y las relaciones tanto parentales como filiales en una secuencia ascendente o descendente, de orientación o de procreación (Parsons, 1998, pp. 33-34).
La exploración de los ancestros familiares en el continente americano, y en particular en Colombia, cuenta con investigaciones que han tenido amplia divulgación y aceptación, no solo como medios para consolidar el conocimiento sobre el tema, sino como orientación para la acción. Uno de ellos, pionero y orientador, es el de la antropóloga colombiana Virginia Gutiérrez de Pineda (1962). El estudio es una primera publicación de un proyecto mayor realizado en colaboración internacional entre 1958 y 1961 sobre el cambio social y religioso en América Latina, bajo la dirección de François Houtart, con financiación de la Homeland Foundation. En la investigación participaron centros existentes en Latinoamérica, de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Paraguay y europeos, de Bélgica y España. Asimismo, se conformaron grupos de investigación en países como Bolivia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Haití, Honduras, Islas de Martinica y Guadalupe, Jamaica, Nicaragua, Perú, República Dominicana, El Salvador, Uruguay y Venezuela. La cobertura, financiación, concepción y orientación del trabajo investigativo no tienen precedentes ni tampoco han sido replicadas en años posteriores. Fue un trabajo multisitio con un diseño unificado, pero abierto a captar especificidades sociopolíticas y culturales, estas implicaciones hacen de este esfuerzo un hito en la investigación en América Latina. El estudio sobre la familia es una de las expresiones del cambio social y religioso que constituyen el núcleo de la investigación en un país latinoamericano. Su planteamiento original incrusta el tema de la familia en la historia del país, y, desde allí, proyecta hipótesis novedosas que no quedan en este trabajo, sino que abre perspectivas a nuevos esfuerzos de investigación desarrollados posteriormente por la autora (Gutiérrez de Pineda 1962, 1968, 1975) y por otros investigadores.
El anudamiento de tres elementos heterogéneos como son el mundo americano, el español y el africano constituyen la materia de análisis e interpretación. La conclusión va al principio de la obra: la familia colombiana es el resultado de la mestización biológica y cultural que no se manifiesta homogéneamente, sino que presenta variantes diversas de acuerdo con las fuerzas regionales que configuraron los ambientes locales. El estudio pasa una mirada por el legado de cada uno de los mundos, americano, español y africano, para puntualizar la herencia que dejaron en lo que la autora denominó “complejos culturales” (Gutiérrez de Pineda, 1962, pp. 19-46; 1968). Hecha la conclusión de esta manera, queda pendiente dilucidar cómo ocurrió el proceso y cómo operaron los factores sociales y culturales para generar el resultado.
En relación con la región llanera y, específicamente, con la familia en el departamento del Meta, no hay estudios significativos. Solo aparecen menciones fugaces de algunos datos en informes de entidades gubernamentales o en estudios que tienen otros objetivos. Estas investigaciones han sido tomadas como referentes para el desarrollo de este estudio, por cuanto su información resulta de interés para vincularla con otros estudios nacionales o extranjeros.
El mundo social de la vida cotidiana
Los individuos despliegan sus vivencias y pueden referirse a ellas con el conocimiento que la cotidianidad utiliza para compartir el mundo de unos en relación con otros. La realidad social de primer nivel se encuentra en la vida cotidiana como conocimiento de sentido común, de acuerdo con Alfred Schütz (Berger y Luckman, 1998; Schütz, 1972; 1974; Schütz y Luckman, 1977). Desde esa realidad cotidiana se ven los individuos y ellos se entienden también en relación con la sociedad de la cual forman parte, para comprender lo que les sucede en su esfera íntima, en sus experiencias de compartir la vida con otros y en el ámbito más amplio de la sociedad.
Los científicos sociales toman esa realidad de primer nivel y construyen sobre ella conceptos y relaciones que los llevan a una sistematización de segundo nivel en el campo de las teorías y paradigmas. Su pregunta orientadora es “¿qué significa el mundo social para el actor involucrado en ella y que es observado por otros?”. La respuesta del actor directo se plantea a partir del sentido común alimentado por sus percepciones, sus concepciones y sus orientaciones ideológicas. Descubrir este mundo de la vida cotidiana es materia del científico social, que se acerca a la realidad primaria y la asume como base de sus formulaciones. Los trabajos de campo constituyen las oportunidades de establecer contactos e interacciones de los investigadores con los integrantes de las familias para escuchar sus representaciones, experiencias o ideales acerca de esta forma de organización social.
El investigador recoge la información primaria y la analiza como una preinterpretación del mundo cotidiano. Las categorías, modelos o guías de procedimientos usados en las ciencias humanas son construcciones de segundo grado. Alfred Schütz, en un nivel microsocial, construyó cuatro reinos diferentes para diferenciar formas de vinculación a la vida en sociedad. Son abstracciones sociales que se diferencian por la “inmediatez”, es decir, por el grado de alcance que tienen los individuos y por la “determinabilidad”, que significa el poder de control sobre las situaciones en las cuales se ven involucrados. Los cuatro reinos son la realidad social directamente experimentada (umwelt), la realidad social indirectamente experimentada (mitwelt), el reino de los sucesores (folgewelt) y el reino de los predecesores (vorwelt).
Es pertinente aclarar que el sentido común acerca de la vida cotidiana tiene alcance directo sobre las experiencias directas y, en algún grado, sobre las indirectas. Pero en relación con los sucesores y los predecesores no resulta tan obvio extraer de los actores directos información relacionada. Sin embargo, los rasgos están presentes en las construcciones de primer nivel, y corresponde al analista identificarlas mediante su análisis y conocimiento, más allá del sentido común y más allá de los hechos mismos. Para el caso del estudio sobre las familias, las entrevistas en profundidad, las historias de vida y las narraciones directas de las personas contactadas proporcionan una información claramente referida a las experiencias directas de ellas mismas e indirectas, de personas que ellas conocen y que les han contado sus vivencias en la cotidianidad de los contactos entre ellas. Las otras dimensiones, o reinos de Schütz, son una tarea del investigador, y eso precisamente es lo que se ha hecho en este trabajo.
La experiencia directa de los actores sociales, que es privilegiada por Schütz, se da en las relaciones cara a cara, en la cotidianidad. Sin embargo, las tecnologías de las comunicaciones, como la de los celulares o Internet, permiten una relación directa y personalizada; se han encargado de ampliar el rango de las conversaciones y relaciones de persona a persona, y han tomado la denominación de redes sociales. La realidad representada por medios electrónicos forma parte de las vivencias directas de los individuos en su cotidianidad. En uno o en otro caso, el espectro de comunicación se ha expandido en posibilidades para las personas y, al mismo tiempo, se ha extendido el alcance a cualquier lugar del mundo o al universo simbólico construido.
Las tecnologías han acercado a los seres humanos por encima de las distancias geográficas e independientemente de si hay una relación previa o no en las biografías de quienes se conectan para interactuar. El análisis que estamos desarrollando para el estudio de las familias involucra las conversaciones directas y presenciales, cara a cara, pero también aquellas que están mediadas por instrumentos tecnológicos que permiten el intercambio de información, con las consecuencias que se derivan de estos hechos sociales.
El carácter y la intensidad de las relaciones entre las personas puede ir en un continuo, desde los encuentros pasajeros y ocasionales hasta la convivencia permanente, que incluye intimidades entre ellas y que afectan su yo y promueven un nosotros con variable estabilidad y profundidad.
Schütz privilegia la realidad experimentada directamente (umwelt), por cuanto en esta están implicados no solo los actores contactados por los entrevistadores, sino sus “asociados” o personas con quienes establecen relaciones cara a cara. De esta suerte, los entrevistados permiten la entrada a su biografía personal, marcada por sus interacciones con los otros que, a su vez, han entrado en sus vidas.
En este orden de ideas, la riqueza de los entrevistados está en que ellos cuentan no solo su vivencia personal, sino la convivencia con un “nosotros” del cual ellos hacen parte. Es una relación cercana, próxima, que genera impactos positivos o negativos, cuyas huellas están marcadas en la vivencia. No es, por tanto, un “ellos” lejano, separado de sus vidas, carente de sentido directo, con conectores débiles y, a veces, imperceptibles. En cambio, la convivencia asimila e incorpora a los demás como parte integrante de sus vidas. Pero no es solo eso, también existe la posibilidad de confrontar de tal manera la experiencia de la relación con el otro que se pueden comprobar, sopesar, revisar, replantear o modificar los términos de la interacción sostenida. En otras palabras, el sujeto tiene la posibilidad de evaluar para introducir cambios en sus percepciones y en sus vivencias en relación con los más cercanos a su existencia. Cuando el investigador se acerca a esas experiencias, se encuentra con un mundo modificado, alterado, filtrado por el actor que es contactado para una entrevista. Entonces, la entrevista no establece una relación solamente con una persona, sino con el mundo construido con otros en la interacción intersubjetiva.
Un aspecto que está presente y que ha de tenerse en cuenta en la investigación, es que las personas y las acciones no necesariamente están tipificadas. Los filtros que ellas han introducido en sus vidas y en sus experiencias directas dan un carácter particular que no está codificado a priori, sino, para decirlo en términos burdos, es una experiencia “bruta”, de primera mano, que debe pasar al examen del segundo nivel de conocimiento. Esta es la tarea del investigador para pasar del primero al segundo nivel, de la espontaneidad a un análisis racional.
Sobre estos pilares se desenvuelve la argumentación construida a lo largo del estudio sobre las familias. En síntesis, la familia es concebida como una organización social con historia y dentro de ella, e involucrada en un mundo cultural que es precedente respecto de los elementos estrictamente individuales.
La perspectiva del estudio tiene implicaciones directas. La primera es que la investigación tiene un carácter multidimensional. La multidimensionalidad “[…] es la única posición que puede explicar el mundo social de manera total, coherente y satisfactoria” (Alexander, 1995, pp. 299-300). De manera coherente con este planteamiento de Alexander, se asume el enfoque integrado micro-macro, que se produjo en 1980, y que toma como referencia el continuo objetivo-subjetivo. Entonces, el enfoque toma una dimensión en la perspectiva microscópica-macroscópica y en la otra dimensión la perspectiva objetiva-subjetiva (Ritzer, 1993, pp. 461-463, 609-612). Igualmente, se asume la orientación de Karl Mannheim explicada por él como “investigación integradora”, que consiste en “[…] combinar distintos aspectos del mismo problema no tratados previamente sino en compartimientos herméticos […] La familia, por ejemplo, es una unidad, y su análisis biológico, psicológico, económico, legal o educacional es artificial si procede aisladamente” (Mannheim, 1965, pp. 15-16).
En consecuencia, los elementos de cada análisis no se toman de forma aislada, sino que se comprenden dentro del marco descrito, de tal manera que con ello se supera el fraccionamiento y las miradas unilaterales, que difícilmente ayudan a comprender la familia como una institución compleja en medio de los profundos cambios que presentan las sociedades en la actualidad. Parte de la complejidad del estudio sobre la familia se encuentra en las definiciones, o conceptos orientadores, que se emplean para referirse a esta. Por esto resulta pertinente entrar a este mundo de los conceptos que la definen.
Las definiciones de familia
De acuerdo con el criterio de trabajo presentado, es clave comprender el significado que tienen los conceptos y definiciones que circulan sobre la familia en textos relacionados con esta. Las definiciones no solamente se refieren a los conceptos, sino también a las formas como se da en la sociedad este tipo de organización, y cómo se relaciona con las funciones que cumple en esa sociedad. En general, podemos afirmar que las definiciones sobre familia van en alguna de tres direcciones, pero que ninguna de ellas es lo suficientemente abarcadora que permita presentar de forma integrada las tres líneas propuestas como criterio de este estudio. Estas tres líneas son: a) la que está centrada en las relaciones estructurales entre familia, grupo doméstico y parentesco, tal como es concebida, en general, por enfoques antropológicos; b) la que se orienta a la comprensión de la constitución de la familia, del matrimonio y del posterior nacimiento de los hijos, y c) aquella que se refiere a las funciones y actividades de los cónyuges en sí mismos y en las relaciones entre familia y sociedad. En este estudio se tienen en cuenta estos tres aspectos y, por tanto, se los encuentra desarrollados en los diferentes apartados del texto presentado. La razón de acoger estas tres dimensiones es que en ellas se presentan cambios y transformaciones en los años recientes, dado que este es el objeto central del estudio.
Los estudios sobre la familia que se han realizado en América Latina y el Caribe provienen de la década de 1950. En esa época comenzaron a tener aceptación políticas internacionales alrededor del tema de la fecundidad, de la fertilidad humana y de la procreación de la población. Como muchas reformas e innovaciones en la región, el origen de estos estudios es netamente exógeno y se encuentra ligado a los temas del desarrollo, de la industrialización y de la urbanización, fenómenos recurrentes promovidos por organismos internacionales como las Naciones Unidas, el Programa de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (Habitat) y organismos regionales como la Organización de los Estados Americanos (oea). Este impulso inicial toma velocidad y fuerza en los años 1970, motivado por las mismas consideraciones, pero con otras adicionales, como la superpoblación de centros urbanos en relación con los servicios demandados, con la capacidad del Estado para responder a ellos y la potencialidad o limitaciones de disponer de un volumen de población sin empleo frente a las políticas de pleno empleo y de progreso sostenido, para dar el salto al lugar ocupado por los países desarrollados. Directa o indirectamente el tema de la familia estaba presente y había que incorporarlo a los planes de desarrollo de las administraciones gubernamentales de los diferentes países de la región latinoamericana y del Caribe.
Dentro de estas preocupaciones centrales, una definición que ha hecho tradición en Colombia es aquella que está involucrada en sus estudios. Uno de estos, y que se hace periódicamente, es el de los censos de población. Desde mediados del siglo anterior, se ha introducido el concepto de hogares particulares para referirse a las unidades de residencia y de convivencia. Así, por ejemplo, en el censo de 1973 se había definido a estos hogares como conformados “[…] por personas que conviven por razón de consanguinidad, afinidad o interés personal” (dane, 1975, p. 11). Esta definición no tiene implicaciones solamente para efectos estadístico-censales, sino que connota un concepto usado en ciencias sociales, referido a la convivencia en un espacio concertado por relaciones de consanguinidad o afinidad e interés personal. Por lo general, quienes apelan a los datos estadísticos del dane asumen el concepto que está subsumido en ellos.
La Constitución Política colombiana ha declarado que la familia es la institución básica y núcleo fundamental de la sociedad (República de Colombia, Constitución Política, 1991). La definición es vista desde la función que ejerce respecto de la sociedad, no en tanto lo que ella es en sí misma.
Una definición de familia que circula a lo largo de América Latina es aquella que la describe en sus elementos. Estos son:
La familia es un grupo de personas unidas por vínculos de parentesco, ya sea consanguíneo, por matrimonio o adopción que viven juntos por un periodo indefinido de tiempo. Constituye la unidad básica de la sociedad.
En la actualidad, destaca la familia nuclear o conyugal, la cual está integrada por el padre, la madre y los hijos a diferencia de la familia extendida que incluye los abuelos, suegros, tíos, primos, etc.
En este núcleo familiar se satisfacen las necesidades más elementales de las personas, como comer, dormir, alimentarse, etc. Además se prodiga amor, cariño, protección y se prepara a los hijos para la vida adulta, colaborando con su integración en la sociedad.
La unión familiar asegura a sus integrantes estabilidad emocional, social y económica. Es allí donde se aprende tempranamente a dialogar, a escuchar, a conocer y desarrollar sus derechos y deberes como persona humana. (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 2012)
Esta definición descriptiva es relevante porque reúne elementos que hacen un consenso no solo entre analistas, sino que ha sido volcada sobre políticas públicas y se concibe como la “realidad” de la familia. Más que el “hecho” de la familia, la descripción se hace sobre el “deber ser” de esta. Cuando no se diferencian los planos ideal y real, se les puede confundir como si representaran el mismo objeto, lo cual es una rotunda equivocación bastante usual cuando se plantean temas relacionados con la familia. Como una ilustración de este riesgo, se trae la definición presentada.
La pregunta que viene es la siguiente: ¿por qué hemos logrado obtener un consenso sobre la familia en todo el continente latinoamericano y cómo lo hemos hecho? Esto revela que hay circunstancias que nos han llevado a configurar estas representaciones a través de procesos informales, pero eficaces, que tienen repercusiones prácticas. Una de ellas es aceptar que, de hecho, la familia se comporta de acuerdo con los rasgos presentados y, por tanto, cualquier familia debe responder a la función presentada. Lo que es un ideal se ha convertido fácilmente en el supuesto de que así debe ser la realidad. La consecuencia directa es la ruptura entre planos diferentes y la imputación vacía de atribuciones ideadas sobre presupuestos que no ocurren en la vida cotidiana. La familia abstracta se ha cargado de funciones, y por eso viene la insatisfacción frente a la institución o a sus miembros a la hora de no contar con referentes empíricos congruentes.
Los términos cotidianos y superficiales que han presentado el fenómeno son analizados teórica y técnicamente por Pierre Bourdieu. En La dominación masculina, este autor propone hablar de “esquemas prácticos o de disposiciones” a cambio de categorías, cuando ellas designaban, al mismo tiempo, una unidad social y una estructura cognitiva, en conjunto con el vínculo que las une y las pone una al lado de la otra y en relación de necesidad. Cuando se supone, o se plantea implícitamente, la concordancia entre estructuras objetivas y estructuras cognitivas, se pueden olvidar las condiciones sociales de posibilidad. (Bourdieu, 2000b, p. 21)
Igual concordancia se podría suponer entre la conformación del ser y las formas del conocer, entre el curso del mundo y las expectativas que provoca, es decir, en lo que Husserl describía como “actitud natural” o de “experiencia dóxica”. El trasfondo del asunto se encuentra en la reflexión del mismo Bourdieu cuando se refiere a la “densidad semántica” proveniente de “[…] la sobredeterminación de afinidades, connotaciones y correspondencias” (Bourdieu, 2000b, p. 20). El término familia está cargado de significados hasta tal punto que no se diferencian aquellos correspondientes a la abstracción, al ideal, a los procesos del conocer, de aquellos que se espera que ocurran en situaciones reales y de aquellos que efectivamente se dan en procesos sociales concretos y sobre los cuales hay evidencias empíricas.
Esta investigación procura estar vigilante para que las concordancias mencionadas se demuestren, si las hay y, de no contar con ellas, se diferencien los campos, y se introduzcan y desarrollen, sobre todo, argumentos que eviten confusiones y que ayuden a dar claridad a las condiciones objetivas de las familias en contextos socio-histórico-culturales específicos, como el de Villavicencio, que se estudia en esta investigación.
La teoría frente a los datos empíricos
El sociólogo norteamericano Robert King Merton encontró que la investigación de su época, particularmente la investigación en sociología, se caracterizaba por ubicarse en dos puntos de vista, a veces, opuestos. Por un lado, estaban quienes se inclinaban siempre a generalizar sus conocimientos hasta formular leyes sociológicas como su máxima aspiración; por el otro lado, estaban quienes se preocupaban por demostrar sus afirmaciones afinando su objetividad y el no quedarse en la trivialidad de sus observaciones. Estos dos polos creaban tensión y presionaban a los investigadores a definir su lugar en la contienda (Merton, 1980, p. 161).
Para el primer grupo, el lema fundamental es “no sabemos si lo que decimos es verdad, pero por lo menos es importante”. Para el segundo grupo, el lema es “esto es demostrable, pero no podemos demostrar su importancia”. Son lemas contradictorios, pues se tomaron como polos opuestos en algún momento de la tensión en la historia de la sociología, en especial en los Estados Unidos. Sin embargo, el mismo Merton encuentra que no necesariamente son posiciones contradictorias. De hecho, las generalizaciones pueden ser moderadas por observaciones disciplinadas; las observaciones rigurosas y detalladas, y no tienen por qué ser triviales, sobre todo cuando son pertinentes para la teoría.
El argumento concluyente de Merton es que la teoría influye sobre la investigación empírica, pero también esta última también contribuye a los avances en la teoría. La tesis central que defiende es que la investigación empírica va mucho más allá del papel pasivo de verificar y comprobar las teorías: hace más que confirmar o refutar hipótesis. La investigación juega un papel activo: realiza por lo menos cuatro funciones importantes que ayudan a dar forma al desarrollo de la teoría: inicia, formula de nuevo, desvía y clarifica la teoría (Merton, 1980, p. 180). La consecuencia de este planteamiento es que el teórico y el empírico aprenden a “trabajar juntos” (Merton, 1980, pp. 161 y 179). Este, al menos, es un ideal. Sin embargo, no siempre ha sido acogido ni desarrollado con sensatez científica. Tal vez por esta razón es que algunos planteamientos derivados de trabajos importantes han sido objeto de descuido y no han tenido las repercusiones que hubieran podido tener en la investigación.
El estudio sobre la familia ha mostrado diversas orientaciones en cuanto ha explorado múltiples caminos en la generación de conocimiento hoy disponible. A partir de las ciencias sociales, los desarrollos disciplinares y las miradas interdisciplinarias se ha contribuido a solidificar sistemas de interpretación que pueden ser convertidos en política, en formas de acción e intervención y, en todo caso, en una mejor comprensión de esta institución social en los imaginarios sociales y culturales.
El núcleo de este apartado está constituido teóricamente por los sistemas de creencias que se basan en el sentido común y están en conformidad con este. Desde un punto de vista analítico, hay una convergencia de lo que ha tenido desarrollo como representaciones colectivas y sociales, como actitudes, como creencias y sistemas de conocimiento en la cotidianidad, como imaginarios y como construcción de imágenes sociales y culturales traducidas a lenguaje y a comportamientos sociales. El objetivo que tiene esta parte es presentar un marco desde el cual comprender una dimensión de la familia que ha sido poco explorada, como es la construcción de imaginarios arrancados de la cotidianidad de quienes intervienen como sujetos sociales.
El contexto
Cada vez ganan más reconocimiento los estudios sobre la familia entre los investigadores, las instituciones y las políticas de Estado. Una institución que hace cuarenta años se encontraba, según algunos analistas, en su fase de extinción como organización tradicional, en décadas recientes ha ganado protagonismo y ha dado la razón a quienes preveían una “familia posfamiliar” (Beck y Beck-Gernsheim, 2003b; Beck-Gernsheim, 2003b) y como una previsión “[…] después de la familia, la familia” (Del Valle, 2004)1. En algunos países se sintió el desánimo, incluso, de avanzar en la formación de una especialidad disciplinaria como la “sociología de la familia”, por encontrarse con indicadores de su debilidad (Iglesias y Flaquer, 1993), después de seguir con ahínco la tradición europea y norteamericana (Fromm et al., 1998, Gurvitch y Moore, 1970; Odum, 1959).
Solo la familia reemplazaría a una institución que reunía funciones diversas y estaba llamada a servir de soporte social y cultural a las sociedades. Obviamente, la fase emergente no sería igual a la anterior, debido a que aparecerían elementos nuevos que marcarían la diferencia. No solo los hechos empíricos se presentarían como indicadores sólidos, sino que se requerirían teorías con un poder explicativo innovador. Nuevas dimensiones serían objeto de exploración en una mirada siempre abierta y expectante de los hallazgos que sobrevendrían en el paso a una multitud de formas de amar, de vivir y de relacionarse los seres humanos.
Entretanto, una evidencia se abría camino sin regreso: un investigador aislado en su propia búsqueda se encontraba muy pronto con los límites de su propia incapacidad; requería de los “otros” para confrontar el paso a paso de su trabajo de descubrimiento. Pero no solamente servían los demás para corroborar la validez de las pesquisas, sino que ellos se constituían en el núcleo decisorio sobre dicha validez. La dinámica mostraba que las relaciones intersubjetivas se constituían en la base sobre la cual se construía el conocimiento en pequeños grupos, en “comunidades académicas” que se convertirían en “científicas” si los hallazgos demostraban suficiente solidez y fuerza como para sostener alternativas de conocimiento innovador. Al menos en la perspectiva, ese era el camino y el horizonte de la acción que alimentaba los actos de descubrimiento, si usamos la distinción de Alfred Schütz (Schütz, 1974).
Franquear los límites de una institución para pasar a terrenos de la intersección se ha convertido en un objetivo estratégico cada vez más razonable en el mundo académico; de esa manera, se supera el aislamiento y la insularidad en un mundo con mayores conexiones disponibles para el establecimiento de redes.
La familia es un escenario de la cotidianidad
Es un lugar común reconocer que la familia constituye una de las estructuras básicas de la sociedad. Sin esta, los seres humanos no tendríamos medios de subsistencia ni podríamos constituirnos en seres humanos relacionados con los congéneres; sin esta, la vida cultural sería imposible y los bienes económicos no serían accesibles ni la proyección política encontraría canales de expresión; sin esta, el pan y el afecto no estarían a la mano para satisfacer necesidades inaplazables. La familia se hace indispensable en sus actos cotidianos por formar parte de la experiencia inmediata de nacer y vivir con otros seres humanos.
El reconocimiento de que la familia hace parte de la vida cotidiana se fundamenta en que las sociedades descargan atribuciones construidas sobre el papel esperado de esta organización. Muchos cambios se han producido en sus estructuras y en sus funciones a lo largo del tiempo, y también en los diversos escenarios sociales y culturales de la historia humana. A pesar de estos, la familia reclama ser considerada un espacio de relaciones sociales que desarrolla en su interior esquemas de inteligibilidad y escenarios de posibilidad desde los cuales cobran sentido las acciones de sus integrantes y las pautas que dirigen esas actuaciones.
Tales relaciones sociales se cumplen en un escenario de informalidad, de doxa, de sentido común, en el cual se construyen y deconstruyen códigos del universo simbólico, que, a su vez, actúan como canalizadores de “contratos” de interacción con normas plasmadas en acuerdos implícitos y en convenciones aprobadas por las partes, hasta plasmarlos en normas de conducta socialmente reconocidas. Las rutinas del día a día cimentan esas normas erigidas ahora en pautas de comportamiento para el colectivo social.
Un aspecto que se debe subrayar, por el sentido que tiene en este documento, es que la fuerza de los acuerdos y sus implicaciones para la vida en común dependen de las significaciones imaginarias construidas en sus múltiples relaciones de intercambio por quienes tienen participación activa o pasiva. Dar o recibir, actuar o acogerse a la actuación de otros convierten las normas en derivadas funcionales de un universo o magma de significaciones imaginarias sociales desde las cuales los integrantes estructuran sus formas de decir, representar y hacer la institución que les sirve de cobijo y amparo. La familia es imaginada por los sujetos en una relación colectiva, y esos imaginarios fundamentan lo que se dice y lo que se hace a nombre de la institución familiar. El escenario en el cual estas operaciones funcionan es el de la cotidianidad.
Los lenguajes, signos e imágenes se constituyen en medios a través de los cuales los seres humanos proyectan el sentido social y cultural que ellos imprimen como actores. Ese sentido social y cultural es, precisamente, el imaginario como producción del grupo familiar en su contexto inmediato y mediato. Las personas están convocadas a que actúen en obediencia a esos imaginarios, y a que modelen su biografía a las condiciones en que ha sido socialmente construida.
La propuesta sugiere ir a esos imaginarios y explorar los sentidos sociales y culturales que otorgan a sus respectivas familias. La reconstrucción y deconstrucción representan, para los investigadores, un horizonte de búsqueda mediante un aparato teórico fuerte que da cuenta de las significaciones producidas y del papel que estas tienen en la conducción de la vida social.
Un acercamiento teórico
Un proyecto de investigación que cuente con un aparato teórico sólido asegura que la búsqueda se encamina a alcanzar los objetivos con los medios adecuados. Así no constituya una práctica universal e ineludible en la búsqueda científica, la construcción de un marco teórico no solo es condición sine qua non de la investigación, sino el fundamento posible de su orientación racional. No todos los investigadores aconsejan ni, menos aún, parten de una teoría consolidada en sus trabajos; más bien, prefieren llegar a esta como parte de sus procesos de búsqueda. En este caso, se ha decidido poner un marco teórico como condición previa al trabajo de campo para incorporarlo a la búsqueda de objetivos. Dicha construcción hace un barrido por los grandes aportes realizados desde las ciencias sociales, especialmente desde la sociología, la filosofía y la psicología. El interés se ha centrado en un foco específico: en la cotidianidad se construyen sistemas de creencias, imaginarios, representaciones, sentido común, lenguaje y comunicación, que se expresan en conocimiento elaborado, el cual tiene influencias sobre la comprensión, la orientación y el sentido de realidad que se otorga a la familia como instancia colectiva.
La familia ha sido estudiada desde diversos enfoques, paradigmas, escuelas de pensamiento, métodos y estrategias de investigación (White y Klein, 2008). Las diversas propuestas han presentado supuestos organizados en familias teóricas o marcos referenciales. Como todo trabajo académico, las construcciones se han realizado sobre los hombros de quienes han precedido en el campo de las disciplinas o de los campos de conocimiento. Entre ellos hay un consenso en referirse al marco funcionalista, intercambio social y elección racional, interaccionismo simbólico, desarrollo del curso de la vida familiar, enfoque de sistemas, teorías del conflicto, marco feminista y posestructuralista, enfoque bioecológico y estado de la teoría y del futuro sobre la familia. Cada uno de estos enfoques puede mostrar sus tradiciones intelectuales, conceptos, proposiciones, supuestos, aplicaciones empíricas, implicaciones para la intervención, críticas y discusión y los aportes teóricos específicos. Desde el plano conceptual y teórico, los estudios han arrojado conclusiones diversas que han enriquecido la comprensión que hoy tenemos sobre esta institución social.
Se propone abrir un camino relativamente nuevo en el panorama de la investigación en ciencias sociales que consiste en el análisis de imaginarios y categorías vecinas. Esta decisión obliga a remitirse a los clásicos que han abierto brecha y que han cimentado un camino que ahora podemos utilizar para el trabajo de investigación. Si algún aspecto hay que reivindicar para defensores y para opositores de la familia, y que constituye un elemento común entre ellos, son los imaginarios. Ellos representan un concepto que se constituye en la base de categorías derivadas que se utilizan cuando se tiene en frente a la institución familiar. Sobre esta afirmación cobra sentido remitirse al origen de los imaginarios y dilucidar qué son los imaginarios, cómo se comprenden, cuál es el contenido conceptual que canaliza la polidiscursividad de los relatos y busca coincidencias, y, en ocasiones, también algunas dispersiones.
Desde el momento en que Cornelius Castoriadis dio vida pública al término y al concepto de “imaginarios” no se han detenido las referencias a este y, como consecuencia, la introducción de connotaciones y denotaciones derivadas. Si consultamos la Web, encontramos un total de 1.770.000 documentos por puertas de entrada a imaginarios urbanos, imaginarios sociales, imaginarios culturales e imaginarios colectivos.
Los imaginarios sobre familia parten de la imagen creada para su representación en su dimensión social. Desde esta imagen, la familia es percibida, valorada y resignificada en su comprensión de lo social. En este orden de ideas, las imágenes no solo reproducen la realidad a partir de los sujetos colectivos, sino que se encargan de estructurar esa realidad creada en la medida en que ella orienta las prácticas sociales a través de las cuales proyectan sus ideales como deseos realizables. Los deseos contienen elementos cognitivos y de memoria, dado que ellos no permanecen en el nivel de germinación del pensamiento, sino que van más adelante del mundo simbólico. El proceso no reside en las intenciones originales, sino que se lleva a las intencionalidades sociales que se traducen en discursos, los cuales, a su vez, representan el mundo real tal como es captado por los sujetos. En consecuencia, no se trata de solas percepciones o, incluso, de imaginaciones, sino que proyectan sus efectos en el campo de la realidad social.
De lo anterior se deriva que la noción de imaginario se comprende como un sistema simbólico, en el cual hunde sus raíces, para que funcione, la imaginación a partir de las experiencias que tienen los agentes sociales con sus deseos, aspiraciones e intereses. El imaginario es, entonces, una matriz de conexiones entre los diferentes elementos de la experiencia que tienen los individuos, en cuanto colectivos, para generar redes de ideas, imágenes, sentimientos, creencias y proyectos comunes (Gamero, 2007).
Los ejes de una construcción teórica
El proyecto se alimenta por corrientes que tienen sus fuentes en las representaciones sociales, en el constructivismo social y en la teoría de imaginarios. Estas tres fuentes permiten disponer de un marco lo suficientemente amplio como para dar cuenta de fenómenos diversos en la estructuración del pensamiento que orienta a los actores sociales sobre la familia. Asimismo, es lo suficientemente concreto como para buscar coincidencias y convergencias de tal manera que unos se complementan con los otros.
La investigación no parte de la necesidad de ir a los antecedentes filosóficos o disciplinares de los argumentos que cada enfoque ha desarrollado. Solo se hace una síntesis con aquellos elementos que se consideran pertinentes para el estudio sobre imaginarios de familia y categorías asociadas con sistemas de creencias, representaciones sociales y conocimiento social producidos en la cotidianidad. Avanzar en la búsqueda, conforme al derrotero del proyecto, significará desplazarse hacia una mayor profundización o a incursionar en elementos innovadores para satisfacer los objetivos previstos. En este aspecto concordamos con la posición de Maxwell en relación con la investigación cualitativa en el sentido de que el proyecto encontrará, en su desarrollo, todos los elementos que requiere y que no necesariamente han debido ser previstos desde sus inicios. Una investigación interactiva que vaya hacia adelante y hacia atrás es razonable en un proyecto dinámico (Maxwell, 2005). No siempre los modelos lineales producen los resultados previstos desde un inicio irreversible.
Las representaciones sociales
A partir de un recorrido por la literatura pertinente concluimos que en Francia se ha constituido la cuna del tratamiento de los imaginarios en dos corrientes diferenciadas, una liderada por Gilbert Durand y la otra por Émile Durkheim. Durand se refiere al imaginario como un lugar natural para lo simbólico y para el mito. En cuanto lenguaje, lo simbólico representa un significado que trasciende el mundo sensible; en cuanto mito, otorga significados al mundo social. En ambos casos, lo imaginario se constituye en una experiencia subjetiva a más de sus consideraciones objetivas. Las perspectivas objetiva y subjetiva son dos ángulos reconocidos por complementarios y necesarios (Durand, 1964).
Durkheim, por su parte, en Las formas elementales de la vida religiosa, su estudio sobre las representaciones colectivas, pone el acento en estas representaciones que son constitutivas de la realidad social (Durkheim, 1982). Esta realidad social lo es tal por componerse de representaciones colectivas, como había dejado consignado en su Representaciones individuales y representaciones colectivas (Durkheim, 1898; Farr, 2003; Moscovici y Marková, 2003). Esta misma línea argumental fue parcialmente desarrollada en trabajos sobre educación (Durkheim, 1993).
Lo que otorga especificidad a las representaciones sociales es su caracterización sociológica. Durkheim distinguió entre representaciones mentales y colectivas, y relacionó las primeras con la psicología y las segundas con la sociología. Para él las representaciones colectivas
Son unas realidades que, aunque se encuentran en íntima relación con su sustrato, son, sin embargo, en cierta medida independientes de él […]. [Por consiguiente] es posible únicamente explicar los fenómenos que se producen en el todo sobre la base de las propiedades características del todo, lo complejo a partir de lo complejo, los hechos sociales a partir de la sociedad, los hechos vitales y mentales a partir de las combinaciones sui generis de las que resultan. Este es el único camino que la ciencia puede seguir. (Durkheim, 1898)
Las representaciones colectivas tratan de representaciones institucionalizadas en cuya elaboración no participan activamente las personas en cuanto individuos, sino como participantes de un entorno social. Por ello, la vida colectiva está constituida por representaciones (Durkheim, 1964, p. 13).
Moscovici propuso la transformación del concepto de representación colectiva en representaciones sociales para poner el énfasis en la construcción de realidades sociales. La obra de Durkheim fue relacionada con la perspectiva de William Isaac Thomas y Florian Witold Znaniecki en El campesino polaco en Europa y en América (Thomas y Znaniecki, 2006), en el cual Moscovici encontró una fuente para comprender actitudes sociales muy cercanas a sus representaciones sociales.
La fuente está en la representación colectiva durkheimiana interpretada como “[…] la forma en que el grupo piensa en relación con los objetos que lo afectan” (Durkheim, 1964, p. 20). El mismo Durkheim introdujo la diferencia entre hechos individuales y hechos sociales:
Los hechos sociales no difieren solo en calidad de los hechos psíquicos; tienen otro sustrato, no evolucionan en el mismo medio ni dependen de las mismas condiciones. Esto no significa que no sean también psíquicos de alguna manera, ya que todos consisten en formas de pensar o de obrar. Pero los estados de la conciencia colectiva son de naturaleza distinta que los estados de conciencia individual; son representaciones de otro tipo: tiene sus leyes propias. (Durkheim, 1964, pp. 19-20)
Moscovici desarrolló esta diferencia:
En el sentido clásico, las representaciones colectivas son un mecanismo explicativo, y se refieren a una clase general de ideas o creencias (ciencia, mito, religión, etc.), para nosotros son fenómenos que necesitan ser descritos y explicados. Fenómenos específicos que se relacionan con una manera particular de entender y comunicar —manera que crea la realidad y el sentido común—. Para enfatizar esta distinción, utilizo el término “social” en vez de “colectivo”. (Moscovici, citado en Perera, 1999)
Luego, en otra publicación, da una mayor explicación:
La representación social es una modalidad particular del conocimiento, cuya función es la elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos. Es un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social, se integran en un grupo o en una relación cotidiana de intercambios, liberan los poderes de su imaginación [...] son sistemas de valores, nociones y prácticas que proporciona a los individuos los medios para orientarse en el contexto social y material, para dominarlo. Es una organización de imágenes y de lenguaje. Toda representación social está compuesta de figuras y expresiones socializadas. Es una organización de imágenes y de lenguaje porque recorta y simboliza actos y situaciones que son o se convierten en comunes. Implica un reentramado de las estructuras, un remodelado de los elementos, una verdadera reconstrucción de lo dado en el contexto de los valores, las nociones y las reglas, que en lo sucesivo, se solidariza. Una representación social, habla, muestra, comunica, produce determinados comportamientos. Un conjunto de proposiciones, de reacciones y de evaluaciones referentes a puntos particulares, emitidos en una u otra parte, durante una encuesta o una conversación, por el “coro” colectivo, del cual cada uno quiéralo o no forma parte. Estas proposiciones, reacciones o evaluaciones están organizadas de maneras sumamente diversas según las clases, las culturas o los grupos y constituyen tantos universos de opiniones como clases, culturas o grupos existen. Cada universo tiene tres dimensiones: la actitud, la información y el campo de la representación. (Moscovici, 1979)
En un periodo posterior, Moscovici se refería a la misma cuestión de las representaciones sociales así:
Representación social es un conjunto de conceptos, enunciados y explicaciones originados en la vida diaria, en el curso de las comunicaciones interindividuales. En nuestra sociedad se corresponden con los mitos y los sistemas de creencias de las sociedades tradicionales; incluso se podría decir que son la versión contemporánea del sentido común [...] constructos cognitivos compartidos en la interacción social cotidiana que proveen a los individuos de un entendimiento de sentido común, ligadas con una forma especial de adquirir y comunicar el conocimiento, una forma que crea realidades y sentido común. Un sistema de valores, de nociones y de prácticas relativas a objetos, aspectos o dimensiones del medio social, que permite, no solamente la estabilización del marco de vida de los individuos y de los grupos, sino que constituye también un instrumento de orientación de la percepción de situaciones y de la elaboración de respuestas. (Moscovici, 1979)
El paso adelante, sin embargo, ha de ser tomado con reservas por cuanto no se puede afirmar del todo que Moscovici haya desbordado a su precedente, Durkheim. Analistas recientes han sugerido la necesidad de partir de Durkheim, seguir a Moscovici, pero volver nuevamente a Durkheim, en una ida y vuelta (Farr, 2003). Queda claro, en todo caso, que un consenso establece que las representaciones sociales son prácticas de grupos sociales que se respaldan en productos socioculturales (Gutiérrez, 1998; Morant, 1998). Con este paso se supera lo que ha sido dado por supuesto para pasar a las realidades construidas en la relación social de la vida cotidiana (Berger y Luckamnn, 1997, 1998). La sociedad es el telón de fondo de cómo las creencias compartidas y prácticas sociales diferencian grupos y colectividades, mientras que el lenguaje es esencialmente constitutivo de la realidad institucional (Searle, 1997, p. 75).
El concepto de representación social supone la existencia y configuración social diversa en posibilidades de expresión de las realidades construidas. Es el resultado del encuentro de diversas perspectivas en ciencias sociales, concretamente, de la sociología de Durkheim, el constructivismo, los enfoques socioconstruccionistas en sus distintas versiones y los estudios sobre comunicación y cultura. El trabajo de Moscovici recoge contribuciones importantes de la psicología de Piaget con respecto a lo esencial de la interacción y del lenguaje en la conformación del pensamiento representativo. También toma en cuenta aportes de la psicología de Lev S. Vygotski sobre el papel de los aspectos históricos y culturales en el desarrollo de procesos mentales. De alguna manera, el estudio de las representaciones sociales retoma de Piaget el desarrollo ontogenético y de Vygotski la importancia de la historia y de la cultura.
Las representaciones sociales se construyen en la vida cotidiana en relaciones intersubjetivas y a través del lenguaje (Searle, 1997, p. 75). Una de esas realidades son las instituciones sociales que son construidas y reconstruidas mediante el lenguaje, y una de esas instituciones es, precisamente, la familia. Los signos representan objetivaciones como facticidades externas, y tienden puentes entre zonas de la realidad de la vida cotidiana y las integra en un todo significativo.
El lenguaje también trasciende la vida cotidiana y acerca experiencias de zonas limitadas de significado, además abarca zonas aisladas de la realidad cotidiana que no necesariamente están presentes en la relación cara a cara. Este es el caso del lenguaje simbólico que separa la vida cotidiana para construir esquemas tipificadores que encarnan grados de anonimia, no solo respecto de contemporáneos, sino también de predecesores (Berger y Luckmann, 1998, pp. 52-65). El mundo cotidiano es un subtexto del tejido de acciones sociales (Gastron, Vujosevich, Andrés y Oddone., 2012)2, que está sometido a ser develado y extraído de su contexto inmediato para trasladarlo a un escenario analítico, en lo que Popper denomina “mundo 3” (Popper, 1994).
La representación se concibe fundamentalmente como la posibilidad de evocar objetos ausentes, es decir, en la capacidad que tiene el individuo de alejarse de la percepción inmediata y ubicar el objeto en una nueva realidad, producto de la cognición. Pero el pensamiento representativo solo es posible mediante la socialización; es un tipo de pensamiento netamente social que requiere para su desarrollo del lenguaje, de la interacción y de la comunicación. En este sentido una representación social es una realidad construida socialmente (Parales y Vizcaíno, 2003), en la cual el lenguaje no es solo un medio de comunicación, sino también un medio persuasivo sobre las conductas, opiniones y valores de otros (Perelman y Olbrechts, 1989, p. 216; Perelman, 1997).
Un constructivismo social
Un segundo enfoque en el que se basa la investigación es el constructivismo social. Valga, sin embargo, aclarar que el estudio no retoma toda la riqueza de formulaciones que llevan la denominación de constructivistas, sino, en específico, de aquellas que estrictamente son catalogadas como constructivismo social. En este sentido, el enfoque teórico de la investigación otorga sentido a las preguntas y a las respuestas implicadas en el proyecto de investigación. En términos de Hall:
Los cambios en una problemática transforman significativamente la naturaleza de los interrogantes que son formulados, las formas en que ellos son planteados y la manera en que pueden ser adecuadamente respondidos. Semejantes cambios de perspectiva no reflejan solo los resultados de una labor intelectual interna, sino también la manera como desarrollos históricos y transformaciones reales son apropiados por el pensamiento, y como proporcionan al pensamiento, no una garantía de “corrección”, sino sus orientaciones fundamentales, sus condiciones de existencia. (Hall, 1994, p. 28)
Plantear un avance en el conocimiento existente es la pretensión de toda investigación. El marco teórico elegido para desarrollar la investigación tiene tres componentes. En primer lugar, la socialización y sus efectos en la vida social; en segundo lugar, la realidad construida por los actores sociales, que es una y múltiple en sus significados; y, en tercer lugar, la presentación de los sujetos en la relación social. Estos tres elementos provienen de orientaciones teóricas desarrolladas, por un lado, por Berger y Luckmann (1998) y, por el otro, por Erving Goffman (1971; 1979). Esto no descarta, sino que supone e integra, toda la argumentación tanto de ellos como de sus antecesores, contemporáneos y sucesores pertenecientes al paradigma del constructivismo social y fenomenológico pertinente a sus propuestas teóricas y metodológicas.
A partir de Durkheim, la tradición sociológica ha incorporado en sus análisis la relación individuo-sociedad, no como elementos polares, sino integrados en procesos institucionales. Como Habermas lo reconoce, “[…] lo que antaño fue accidental se ha convertido mientras tanto en esencia, el individualismo mismo se ha convertido en una institución más” (Habermas, 1990, pp. 190, 209, 239). El mismo Habermas encuentra que fue George Herbert Mead quien presentó la única tentativa prometedora de brindar el pleno significado de la individualización social. En efecto, fue él “[…] el primero en pensar a fondo este modelo intersubjetivo del yo producido socialmente […] solo Mead logra sacarnos de ellas (las aporías de Fichte) por la vía del análisis de la interacción” (Habermas, 1990). No es el objetivo de este estudio seguir los trazos del desarrollo de este pensamiento constructivista, sino utilizar esa lente para leer el fenómeno objeto del análisis en esta investigación.
Los componentes enunciados son los ejes sobre los cuales se articula la argumentación en relación con la información empírica derivada de los actores que intervienen en el estudio. Los tres ejes del análisis teórico son la socialización, las realidades múltiples y la presentación de los actores en situaciones sociales y, en particular, en relación con la familia.
Socialización
Como establecía el sociólogo francés Émile Durkheim, un hecho social tiene respuesta en las relaciones sociales. En sus palabras, “[…] un hecho social solo puede ser explicado por otro hecho social […] señalando el medio social interno como el motor principal de la evolución colectiva” (Durkheim, 1964, p. 155). Sin embargo, estas relaciones sociales no corresponden a la primera naturaleza, sino a la segunda, al ser social fruto de la socialización (Durkheim, 1976). El mismo Durkheim dejó claro que:
Toda vida social está constituida por un sistema de hechos que derivan de relaciones positivas y duraderas establecidas entre una pluralidad de individuos […] los individuos son más bien un producto de la vida común que determinantes de ella. Si de cada uno de los individuos se retira todo lo que es debido a la acción de la sociedad, el residuo que se obtiene, aparte de reducirse a muy poca cosa, no es susceptible de ofrecer una gran variedad. (Durkheim, 2001, pp. 399-400)
La variabilidad no proviene de los individuos, pues ellos se definen por las conexiones que tienen con su medio social en virtud de su proximidad material y moral, es decir, en el volumen y en la densidad de la sociedad. La división del trabajo progresa a medida que los individuos adquieren mayores contactos entre ellos, y actúan y reaccionan los unos sobre los otros. Esto se denomina densidad dinámica o moral que se incrementa al mismo tiempo que la densidad material, entendida como el incremento numérico de la población, como dos procesos “inseparables” (Durkheim, 2001). La intensificación de las relaciones sociales es lo que constituye la civilización.
Los individuos se relacionan entre ellos mediante un proceso de socialización y esquemas tipificadores. El acopio social de conocimiento fluye a los individuos mediante formas creadas en la misma relación social entre ellos. El origen de esta socialización está vinculado a las formas institucionales, sean ellas de carácter primario o secundario (Berger y Luckmann, 1998). Mientras el contenido de conocimiento destinado a ser interiorizado por cada uno de los individuos circula mediante formas ligadas a la afectividad de las instituciones primarias, lo hace reforzado por técnicas pedagógicas específicas en la socialización secundaria. El grado y el carácter de esas técnicas pedagógicas varían de acuerdo con las motivaciones que lleven los individuos cuando se orientan a la adquisición de nuevos conocimientos.
La socialización tiene por objeto aprendizajes de valores, pautas de comportamiento, actitudes, representaciones, conocimientos e ideas. Si la socialización es exitosa, la incorporación de estas dimensiones tiene profunda influencia en la vida social de la cual forma parte el yo social. En el terreno de las ideas, estas juegan un papel importante en la determinación de la acción social (Parsons, 1967, pp. 21-22). Si se acepta esta aserción, igualmente se reconoce que el enunciado tiene “significado científico”. En consecuencia, las ideas son una variable esencial en un sistema de teoría que funciona para hacer inteligible un cuerpo complejo de fenómenos, entre los cuales la familia ocupa el eje central de esta investigación.
En este punto se ubican las ideas en un plano real de la vida cotidiana de seres sociales en relación de unos a otros, lo que descarta su ubicación metafísica o especulativa por más razonable que ella sea, porque está concebida desde perspectivas diferentes a la escogida para adelantar esta investigación. Esta es una razón más para justificar el enfoque constructivista social adoptado, es decir, en un medio social determinado y con actores identificados.
Por otra parte, estas ideas varían de unos grupos a otros, de una posición ideológica o política a otra, de un género a otro, de una clase a otra, de una región a otra, de un contexto social a otro. En nuestro estudio, la fuente principal son las intersubjetividades de estudiantes universitarios en los procesos de construcción de hechos sociales en el ambiente familiar.
Realidades múltiples/esquemas tipificadores múltiples
La concentración del interés en la significación social supone explorar los actores que la generan, lo que implica, por otra parte, el reconocimiento de “realidades múltiples”, es decir, posibilidades de mirar un mismo fenómeno o hecho social desde perspectivas variadas, como “subuniversos” con contenidos de significación atribuidos a actores múltiples. Esas maneras diversas de comprender y de experimentar la realidad deben ser develadas por el científico social. En todo caso, ni la lógica formal, ni el acuerdo de la mayoría, ni la victoria militar logran colmar el abismo que separa los subuniversos (Schütz, 1964).
Lo anterior lleva a un planeamiento derivado precisamente del constructivismo. Se trata de descubrir los fundamentos del conocimiento en la vida cotidiana (Berger y Luckmann, 1998). La realidad se presenta de forma directa al sentido común de los actores, que componen el conjunto social dentro del cual se establecen significados que respaldan su intersubjetividad. La vida cotidiana, por su parte, se presenta a los actores como una realidad interpretada por seres humanos con las significaciones que ellos atribuyen a los hechos y a sus relaciones en una forma coherente. Esta es una realidad que se ofrece asimismo al analista como un mundo que puede ser analizado con los recursos teóricos y metodológicos disponibles.
La realidad que se ofrece al analista es la de la vida cotidiana, la ordenada; realidad del “aquí” y del “ahora”; realidad intersubjetiva compartida por muchos sujetos, con zonas de significado enclavadas en los subuniversos que exigen esquemas tipificadores para descifrar los marcos de interpretación recíprocos dentro de los cuales ocurre la presentación de la persona frente a los demás, sean ellos contemporáneos, antecesores o sucesores.
Presentación y representación de los sujetos en la relación social
Los individuos que interactúan entre sí no solamente generan intercambios, sino que definen la situación en la cual se establecen sus relaciones sociales (Goffman, 1971). En la situación creada, los individuos pueden aparecer como seguros de sus propios actos, convencidos de lo que están haciendo en función de objetivos, o ser escépticos frente a estos, y aparentar tenerlos definidos y ordenar su comportamiento como si lo estuvieran. En todo caso, el papel que desempeñan es una parte de la segunda naturaleza durkheimiana y, por tanto, hace parte de la personalidad de los individuos.
Desde la segunda mitad del siglo xix reconocemos que llegamos al mundo como individuos y, en la interacción social, nos trasformamos en personas, es decir, hacemos parte del juego intersubjetivo con otros actuantes. La Escuela de Chicago, en cabeza de Robert Park, lo había establecido como un hallazgo a mediados de la década de 1950, y coincidía perfectamente con las afirmaciones durkheimianas en este aspecto. Cada actuante pone, sin embargo, su sello personal, los rasgos que identifican su modo, la intensidad, la orientación y los procesos de las interacciones; a todo esto denominamos, con Goffman, la “fachada personal” (Goffman, 1971, p. 35). Este rasgo de identificación evoca posibilidades de agrupación dentro de un conjunto de actuantes y de diferenciación con otros pertenecientes a otro u otros tipos.
El trato entre sujetos ocurre en un marco de identificación mutua en el cual se expresan los rasgos propios de cada uno de los actuantes. Ahora bien, estos rasgos pueden ser netamente individuales o referirse a aspectos sociales. Los primeros muestran los aspectos orgánicos únicos que se imputan a individuos, propios de su biografía; los segundos, en cambio, remiten a grandes categorías sociales a las que puede pertenecer el individuo, como son los grupos de edades, género, clase, organización, intereses, entre otras variables clasificatorias (Goffman, 1979, p. 195). Estas condiciones son las que permiten organizar tipos que pueden ser comparados en este estudio. Construir estos tipos es un subproducto de esta investigación.
En relación con los aspectos morales es preciso dejar sentado que, en su calidad de actuantes, las personas se interesan por mantener la impresión de que actúan conforme a las normas vigentes y por las cuales son juzgados ellos y sus productos. Ningún individuo reconoce abiertamente que infringe normas, que pretende hacerlo o que de forma hipotética podría desembocar en hechos de infracción; más bien, si está inclinado a hacerlo o sabe que lo podría hacer, prefiere dejar la apariencia de su rectitud y de su sana orientación. En caso de ser reconocido como infractor, hace los esfuerzos necesarios para elaborar una justificación que le permita lavar su imagen ante los demás. A los individuos no les interesa tanto que se vea el cumplimiento de la norma como un deber moral, sino más bien pretenden manifestar la impresión de que se encuentran ubicados claramente dentro de tales normas. Para lograrlo, orientan su conducta para “[…] construir la impresión convincente de que satisfacen dichas normas” (Goffman, 1971, p. 267). Los individuos hacen todos los esfuerzos necesarios para lograr una identidad tanto social como personal limpia y libre de sospechas por parte de los demás, es decir, evitar el estigma que pueda interponerse en una relación social (Goffman, 1968).
Desde el punto de vista de la apertura de las relaciones sociales, se pueden distinguir dos tipos: unas son las relaciones “ancladas” o “fijadas”, y otras son las relaciones “anónimas”. Las primeras identifican a los actores en forma personal o “cara a cara”, por cuanto han establecido en el pasado un marco de conocimiento mutuo que retiene, organiza y aplica experiencias que unos conservan respecto de otros. En caso de desactualizarse la relación y de reducir la frecuencia de actuación intersubjetiva, no es posible regresar a un cero de conocimiento o de antecedentes que implique dejar en tábula rasa el conocimiento previo. Más bien, será conservada esa relación en los archivos de las biografías personales, de tal manera que, en alguna circunstancia, puedan actualizarse los registros personales cuando se requiera reavivar la relación social.
Las segundas, las relaciones “anónimas”, se encuentran organizadas conforme a la identidad social, lo que equivale a decir que son reconocidas por su función y que esta es la que permite evocar su presencia. La relación personal, directa, cara a cara, se esconde detrás de rasgos sociales que diferencian funciones dentro de la familia. La movilidad de funciones dentro de la familia, así como de los sujetos de esas funciones, es testigo excepcional de la historia familiar a lo largo del tiempo. Esta historia puede representarse caso a caso por genogramas que hacen visibles procesos en el tiempo. Uno de los subproductos está constituido por el análisis de esos genogramas con sus redes de relación dinámica.
Los imaginarios sociales y culturales
Las referencias a las representaciones colectivas de Émile Durkheim, a las de Moscovici y al constructivismo social han puesto algunas bases de la orientación teórica del proyecto de investigación. El compromiso consiste en avanzar e incorporar los imaginarios en el corazón del proyecto. En este orden de ideas, se toman como fuentes algunos planteamientos de Cornelius Castoriadis. La referencia básica que se tiene al frente es La institución imaginaria de la sociedad, publicado inicialmente en 1975 (Castoriadis, 1985). Esta obra fue el germen de desarrollos posteriores durante los siguientes 25 años. Todo este recorrido tiene sentido por el propósito de buscar la convergencia en la construcción de categorías asociadas, como se planteó arriba, a sistemas de creencias, representaciones, conocimiento social, prácticas y lenguajes cotidianos.
En un paneo rápido se presentan ideas básicas que constituyen la estructura del pensamiento. Castoriadis introduce el término de “imaginarios”. Su uso ha sido trasladado a escenarios que lo hacen equivalente a “mentalidad”, “conciencia colectiva” o “ideología” o, incluso, para referirse a “representaciones sociales”. Su valor se encuentra en el potencial que tiene el concepto para lograr inteligibilidad de fenómenos sociales e históricos colectivamente construidos. Dos aspectos centrales se derivan de esta postura. Por un lado, se trata de una construcción en cuanto seres humanos en relación mutua de un producto sui géneris, debido a que no es posible su homologación con productos de otros entes. Por el otro, el imaginario se refiere a un mundo singular que tiene características únicas en una sociedad dada.
Dos consecuencias prácticas se deducen inmediatamente de las consideraciones anteriores. Una derivación consiste en que los imaginarios construidos en la microsociedad, tienen el poder de regular el decir y de orientar la acción de quienes hacen parte de esa microsociedad. La otra consecuencia es que los imaginarios tienen la potencialidad de determinar maneras de sentir, de desear y de pensar cuanto ocurra en esta microsociedad. Para el proyecto, la familia constituye ese escenario en que los actuantes se desempeñan como sujetos en relación.
Un aporte específico de Castoriadis en relación con la sociedad y con la institución familiar es precisamente la personificación de los imaginarios. En sus palabras: “[…] concretamente, la sociedad no es más que una mediación de encarnación y de incorporación, fragmentaria y complementaria, de su institución y de sus significaciones imaginarias, por los individuos vivos, que hablan y se mueven” (Castoriadis, 1988, p. 1). La familia es el terreno en el cual las significaciones ocurren como creación propia y como mediación de la gran sociedad. En términos de Berger y Luckmann, podríamos considerar a la familia específica, particular, singular, no como género ni como abstracción, sino como una “institución intermedia” (Berger y Luckmann, 1997).
La imaginación constituye una creación humana indeterminada que evoca cambio, movimiento y dinámica. De ahí el elemento definitorio, esencial al concepto, de historicidad que supone continuidades, pero también discontinuidades graduales o radicales, con motivaciones explícitas o implícitas. El resultado es que las sociedades construyen sus propios imaginarios: instituciones, leyes, tradiciones, creencias y comportamientos.
Castoriadis precisa sus conceptos básicos. La institución es tal, porque ha pasado por procesos que la llevan a ser “instituida”, lo que significa que no es un fenómeno “natural”, sino producto de la acción humana con intencionalidad en cuya inteligibilidad intervienen, más que causas, razones o motivos. Nuevamente aparece la referencia a los motivos porque y a los motivos para que evocan a Alfred Schütz (1964).
El “imaginario” significa un fenómeno del espíritu, aunque no necesariamente racional o no exclusivamente racional. La razón es que ese imaginario puede referirse a aspectos intangibles, internos o externos, afectos, valores, sentimientos, disposiciones, actitudes, no solo individuales, sino sociales, en el sentido de que el imaginario social presenta significaciones y valores a la psique, y a los individuos, los medios para usarlos en la comunicación con sus congéneres en espacios determinados. Así funciona el imaginario; no, a la inversa.
Una conclusión de los planteamientos anteriores, para Castoriadis, es que el imaginario es anterior a lo simbólico. Su producto, que son las significaciones, no está “ahí”, por fuera de los sujetos e independientes de ellos, sino que son parte de su yo social, de su personalidad social y de la sociedad y de las historias colectivas. Son, en sentido hegeliano, espíritu objetivo. El imaginario social de Castoriadis, como expresión de manifestaciones sociales e históricas, pone en primer plano aspectos que fueron pasados por alto, desde Durkheim hasta Lévi-Strauss, por haber puesto el acento de manera determinante sobre lo simbólico. Castoriadis restablece la función positiva y constructiva que tiene la imaginación desde la tradición aristotélica y kantiana en el terreno epistemológico y en los estudios históricos de Jean Batista Vico y los románticos. Su crítica, en el terreno teórico, tiene un blanco: la exclusiva perspectiva racional y, por esta vía, el principio de determinación, ya que entiende la realidad humana como algo no completamente determinado, en la medida en que se juega entre lo racional y lo imaginario.
Las definiciones no empatan con la diversidad
Las definiciones tradicionales de familia ya no empatan con la diversidad de las formas que ella presenta en la actualidad (Beck-Gernsheim, 2003b). De una forma predominante como familia nuclear, las sociedades han experimentado alternativas emergentes que buscan espacio en los neologismos, con sus connotaciones y denotaciones para referirse a realidades que se abren camino en los repertorios de la vida social familiar. El mismo concepto de familia no está cargado con los mismos referentes que en décadas anteriores, tampoco el de matrimonio, ni el de la pareja, ni el de novio, ni el de compañero, soltero o casado. La terminología lleva una carga conceptual incierta y resbaladiza que se mueve entre significaciones variables cargadas de ambigüedad sin control.
Algunos conceptos asociados a los anteriores son, igualmente, presa fácil de la extensión de referentes. Entre ellos, por ejemplo, se encuentra el de estabilidad: ¿qué es una familia o una pareja estable?, ¿significa “unión para toda la vida”, “hasta que la pareja decida”, “hasta que el amor resista” o está asociada solo al “vivir juntos”?, ¿qué contenido de significación encarna?, ¿puede asociarse con pareja con convivencia o sin ella, con paternidad o con maternidad?, ¿igual consideración se puede tener con el vocablo fidelidad?, ¿cuál es el contenido del concepto y cuáles son las apelaciones que evoca? La experiencia terminológica muestra significados no controlados por consensos, sino, más bien, dispersos por los disensos.
Cuando la familia está relacionada con el concepto de hijos el panorama se hace más complejo. Madre connota hijo, pero no necesariamente matrimonio, pareja estable o convivencia permanente. Los casos desviados del modelo estándar han crecido de tal forma que atentan contra el carácter excepcional o marginal que se les ha otorgado en la literatura y en las estadísticas. De esta misma forma, el modelo de familia nuclear ha sufrido quiebres y fracturas no solo en la realidad de la vida social, sino en los conceptos que evocan esa realidad. Aquí se presenta una dificultad que se refiere, en el contexto explicado arriba, al tránsito del primer nivel de significación en la cotidianidad al segundo nivel de los conceptos otorgados por el investigador.
Relacionado con los conceptos anteriores se encuentra, por ejemplo, el de madre soltera. Hace cincuenta años, o antes, el término estaba asociado a la idea de una madre no casada, con padre ausente en la relación y en la convivencia. En algunos contextos se le cargaba de atribuciones de mala conducta, de reprochable reputación, de vergüenza para la mujer y su familia (sus padres y hermanos), y era, por tanto, objeto de sanción social, de estigma y de separación del núcleo de convivencia (Goffman, 1980). En la actualidad, la idea de madre soltera se vincula con la noción de familia monoparental, con orígenes diversos, como madre casada pero separada, madre no casada pero con hijo o hijos, con viudez, con desaparición de su compañero, con uso de tecnologías médicas, con inseminación artificial, con opciones por fuera del matrimonio tradicional. También se encuentran casos de monoparentalidad encubierta por razones económicas, sociales, políticas o culturales, las cuales, en todo caso, no hacen visible el registro oficial ante el Estado ni la legitimación traslúcida ante la sociedad. La familia es una de esas instituciones que se inscriben dentro de la sociedad líquida, con un mundo líquido y un amor líquido, alimentados por una modernidad líquida (Bauman, 2001b; 2003a; 2005a).
La realidad social es proveedora de un abanico de variantes que muestran una diferenciación de formas de convivencia ricas en decorados diversos. Las implicaciones de esta diferenciación conceptual y de relaciones entre seres humanos se extienden hasta el Estado, que debe responder con políticas públicas y con servicios tanto eficientes como eficaces ante la complejidad de las variantes. Desde la función de llevar el registro estadístico sobre la dinámica de la estructura y la organización familiar, salta a la vista la exigencia de reacomodación de los conceptos para adecuarlos a las manifestaciones de la realidad. Todavía nos encontramos en una fase de transición en la cual se debe forzar lo nuevo para que encaje en los moldes viejos.
En conclusión, hay necesidad de abrir el abanico de conceptos para capturar la variedad de formas que ha tomado la familia. Tanto las entidades encargadas de las estadísticas de familia como aquellas que diseñan o ponen en ejecución políticas públicas y las que evalúan los procesos sociales han de estar vigilantes a los cambios que la realidad de primer nivel ofrece para los análisis de segundo nivel. De esta forma, las ciencias sociales lograrán un sentido de realidad más definido y útil, no solo para alcanzar un conocimiento coherente con la realidad, sino aplicable en la dinámica de los cambios.
Conclusiones
Los elementos que estructuran el marco teórico propuesto producen convergencia alrededor de lo que se ha elaborado como sistemas de creencias; representaciones colectivas y sociales; imaginarios; conocimiento cotidiano; sentido común; lenguaje, y prácticas sociales construidos por sujetos ubicados en un contexto determinado histórico, social y culturalmente. Esta convergencia ha de ser tomada con precaución. Si se adopta una perspectiva estructural, el análisis permite la integración de actitudes y representaciones sociales con las categorías mencionadas por estar vinculadas a sistemas de valores que mueven comportamientos y dan fuerza a las relaciones entre sujetos (Parales y Vizcaíno, 2007). Esto es lo que permite contar con una dinámica en instituciones como la familia, que es el objeto de estudio.
Sin embargo, no se puede ser tan absoluto, debido a que se restringen otras perspectivas. Por ejemplo, si se conciben las actitudes y las representaciones sociales a partir de esquemas, habría que abordar implicaciones epistemológicas, como aquella que plantea que al centrar el análisis en un paradigma mentalista de la cognición social, se podría desconocer el papel que juega la historia y la cultura, que son los acentos de otros modos de acceder al conocimiento.
Las representaciones sociales, y por esta vía las categorías vecinas, pueden llevarse a un núcleo central como esquemas cognitivos muy similares a los esquemas propuestos en la psicología social. Queda claro, en este punto, que en la concepción de esquema las representaciones sociales son vistas como una organización de elementos cognitivos que orientan el comportamiento. Entretanto, en la perspectiva de la cognición social, tanto actitudes como las representaciones sociales comparten principios de la psicología de la Gestalt, por sustentarse en mecanismos cognitivos convencionales. Si se conciben las representaciones sociales y las actitudes como esquemas con historia, las actitudes pueden considerarse componentes de las representaciones sociales. La estructura que ellas presentan es la de una creación colectiva y no una organización mental. Así se comprenden como estructuración de creencias en el contexto en que ellas se producen (Parales y Vizcaíno, 2007). Esta es la dirección analítica que se propone para desarrollar el proyecto de investigación.
Sin embargo, esta es una aspiración no siempre fácil de alcanzar porque la familia se desenvuelve en un entorno tormentoso, fruto de las transformaciones que la modernidad globalizada produce en este momento de la historia. El capítulo siguiente presenta un panorama de los cambios más significativos que afectan a las familias.
1 Las voces negativas sobre el papel de la familia vienen de un pasado remoto, desde Platón pasando por Auguste Comte y John Watson hasta Bertrand Russel. En los Estados Unidos, en el siglo pasado, los análisis de William Ogburn, Pitirim Sorokin, Barrington Moore y Urie Bronfenbrenner fueron una continuidad. Algunos pusieron fecha para el final de la familia: para Amitai Etzioni sería en 1993. Con reservas fundadas se manifestaron Alain Touraine, Gilles Lipovetski y Pierre Bourdieu. Frente a los pesimistas, hubo voces optimistas, entre ellas las de Alice Rosis y la de Edward Klain, y las de Ulrich Beck y Elisabeth BeckGernsheim. En la España contemporánea, la sociología tiene sus representantes optimistas en Luis Flaquer, Julio Iglesias de Ussel y Salustiano del Campo Urbano. En América Latina, Elisabeth Jelin, Bernardo Kliksberg, Mayra Buvinic, Irma Arriagada. En Colombia, algunos pocos ejemplos son los de Virginia Gutiérrez de Pineda, Elssy Bonilla, Guiomar Dueñas, Yolanda Puyana, Magdala Velásquez, Suzy Bermúdez, Rosa Bernal y Luz Gabriela Arango.
2 Se refiere la autora al constructivismo de Berger y Lukmann, a la etnometodología de Harold Garfinkel y a los trabajos de Sachs, Schegloff y Jefferson sobre el saber conversacional.