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Capítulo 1

Oseas denuncia la corrupción en las Fuerzas Armadas

Introducción: La complejidad del sentimiento bíblico hacia los ejércitos

En este capítulo me ocuparé de la corrupción en las Fuerzas Armadas de Israel, denunciada por el profeta. El tema militar en el Antiguo Testamento es recurrente y además complejo. Por ello, antes de considerar la palabra del profeta, me referiré brevemente a las diversas actitudes registradas en el Antiguo Testamento en cuanto a los ejércitos.

Por la complejidad del tema, el propósito de una sección tan breve como esta necesariamente deberá ser modesto. En primer lugar, notaremos algunos rasgos generales del tema militar en el Antiguo Testamento. Luego, entraremos a la profecía de Oseas contra Jehú, notando la historia, la forma de la denuncia y la aparición del tema militar en la oración. Finalmente, propondré una conclusión con algunas ideas para la reflexión personal y comunitaria. Con esto, pretendo demostrar dos cosas: que la corrupción de las Fuerzas Armadas es tanto grave como inaceptable y que, desde la perspectiva bíblica, es necesario pensar en las causas de los problemas antes que en las soluciones armadas.

A excepción de las iglesias menonitas, los cristianos históricamente han defendido la legitimidad de la existencia de las Fuerzas Armadas, la participación de los cristianos en ellas y el concepto de la guerra justa. Sin embargo, se debe reconocer que esta legitimidad pocas veces se cuestiona y, peor todavía, ha existido entre los cristianos una aprobación casi automática de las guerras que emprenden las Fuerzas Armadas de su país. Si bien el tema es complejo y no lo vamos a resolver aquí, vale la pena resaltar a continuación cinco realidades sobre el tema militar en el Antiguo Testamento. Esto nos servirá de marco general para leer el caso que trata Oseas al inicio de su profecía.

1. Dios es descrito en el Antiguo Testamento como “guerrero” y “Señor de los ejércitos”. El libro del Éxodo celebra la destrucción del ejército egipcio por parte de Dios así: El Señor es un guerrero, su nombre es el Señor (ʼăḏōnāy ʼîš milḥāmâ ʼăḏōnāy šəmô; Éx 15.3). Con estas palabras el texto afirma que el oprimido tiene en Dios quien lo defienda. El lenguaje será metafórico, pero está cargado de una teología que se entiende desde la historia: “A Yahvé se le conoce desde el comienzo como a un Dios comprometido con el establecimiento de una justicia concreta en el ámbito sociopolítico de un mundo donde el poder está masivamente organizado contra ella” (Brueggemann, 2007: 773). No es casualidad entonces que el Éxodo sea uno de los eventos paradigmáticos del Antiguo Testamento para la comprensión de la historia de Israel y de Dios mismo.

2. En consonancia con lo anterior, los reinos de Israel y Judá contaban con ejércitos debidamente constituidos, con sus guerreros, sus rangos y sus guerras (y bueno, también con intrigas, traiciones, golpes de Estado y corrupción). De modo que no es extraño que el texto bíblico celebre cuando David se inicia como guerrero al derrotar a Goliat y se consagra en las artes bélicas cuando conquista Jerusalén.

3. Sin embargo, en el Antiguo Testamento a los militares se les imponen límites claros. Ningún militar tiene licencia para matar según le convenga. Por ello, al David heroico y sin igual se lo condena de manera inequívoca y severa cuando usa su propio ejército para asesinar a Urías, el marido de Betsabé (1S 17.1–58; 2S 5.6–16; 11.1–27). Además, la historia de David muestra la situación debilitada y comprometedora en la que queda el gobernante que ha usado al ejército para cometer actos delictivos. Joab, el general, fue cómplice del gobernante en este asesinato (2S 11) y de ahí en adelante David estuvo a merced de su general (2S 19.1–9).

Junto con lo anterior, es necesario hacer por lo menos cinco salvedades con respecto a la existencia del ejército y el uso de la fuerza:

a. El caso de Josué es único e irrepetible. Se debe sospechar de cualquier apropiación de esta historia (¡como se ha hecho tantas veces!) para salir a poseer territorios de otro.

b. Israel no es expansionista.

c. No toda guerra es legítima (Am 1.11).

d. Dios es quien da la victoria a los israelitas desde la debilidad militar (Éx 14.30; Sal 146 y 147).

e. Además de las afirmaciones explícitas, hay suficientes historias de derrotas y de ridiculización de los militares, que delatan una crítica sostenida de lo bélico (2 Crónicas 28; todo el libro de Reyes; p. ej. 2 Reyes 3; 6.22). Es abundante el desjarrete de caballos y la destrucción de carros y jinetes.

4. En los salmos encontramos sentimientos bastante diversos hacia las Fuerzas Armadas: a) Dios contra las guerras (Sal 46.9; 68.30; 76.3–5); b) el guerrero como símbolo positivo, adiestrado por Dios (Sal 127.4; 144.1 [cp. Pr 20.18]); y c) el desprecio de Dios hacia los ejércitos por la falsa seguridad que generan y por los abusos que cometen quienes portan armas (Sal 147.10).

5. En síntesis, el Antiguo Testamento da por sentada la existencia de los ejércitos, cuyas espadas no son de adorno; denuncia el abuso que cometen los militares (cp. El Espectador, 2015); condena la confianza en los ejércitos como forma de idolatría; e invita al pueblo de Dios a aspirar a una vida mejor (Is 2.4; Mi 4.3), es decir, a invertir los recursos de la nación en la promoción de la vida y el bienestar del pueblo. La meta última de la sociedad bíblica es que las armas se conviertan en instrumentos de trabajo, es decir, que la tecnología se use para promover la vida, no para quitarla, y que no haya más guerras (Is 2.2–5; Mi 4.1–5; Os 2.18; Sal 46.8–10).

La denuncia de la corrupción de las Fuerzas Armadas

Detalles generales del libro

Antes de entrar en la denuncia que hace Oseas de las Fuerzas Armadas, es necesario considerar algunos detalles generales sobre el libro de Oseas y los problemas de idolatría e injusticia de su tiempo, mediados del siglo viii antes de Cristo. Los primeros capítulos son una especie de reality show cuyo fin es mostrarle a Israel, entre otros, un aspecto de lo que significa ser Dios. En este reality actúa una familia integrada por personas que tal vez no se habrían juntado por su propia cuenta: un profeta con una prostituta. Los hijos de esta pareja tienen unos nombres carentes de los buenos deseos normales de cualquier padre o madre. Y, para colmo, el mensaje viene empacado en una conducta prohibida por Dios, pero tiene como fin mostrar el amor de Él: amar a una prostituta y formar con ella una familia. Incómodo y todo lo demás, pero aquí radica una parte esencial del mensaje de Oseas: la prostituta puede ser redimida. Tratar a la prostituta como desechable quizá señale que el lector no ha entendido el amor de Dios por la humanidad, tema de una gran claridad en el evangelio.

Por lo anterior, en el libro de Oseas el sentimiento y la emoción son especialmente marcados, tanto de Dios como del profeta que lo representa en un sentido muy real. Ambos se duelen por lo que ven, lo que viven y por lo que viene. Se ha dicho que la emoción indisciplinada y descontrolada de Oseas estropea la poesía; que carece de la “expresión sublime” que se produce en situaciones de “concentración extrema” (Buss, 1969: 37–38). Sin embargo, se podría considerar que ese supuesto descontrol es precisamente parte de lo poético en la medida en que acompaña al sentimiento de despecho que el libro quiere comunicar. Además, aparte de que a la poesía le encanta romper esquemas, tampoco sabemos qué esquema habría roto. Sea como fuere, lo cierto es que los académicos en general reconocen más cohesión en los tres primeros capítulos del libro que en el resto.

Aparte de la metáfora del matrimonio en los capítulos 1 al 3, no se percibe en Oseas la estructura interna que el lector espera encontrar en un libro; tampoco hay abundancia de fórmulas proféticas. El libro se compone de fragmentos pequeños sin conexión evidente. Esta falta de orden aparente se puede leer de dos maneras: criticar lo que nos parece un desorden o aceptar que hasta la fecha no ha sido posible identificar el género literario de Oseas, lo cual no es falsa modestia ni falta de trabajo, sino aprender de la historia de la interpretación de otros libros de la Biblia, como Jueces, p. ej., que en un principio se consideraron faltos de estética y ahora no. La situación es que desconocemos a ciencia cierta cuál es el principio con el que se coleccionaron y organizaron estas profecías. Sin embargo, las partes independientes constituyen unidades literarias alrededor de imágenes y términos que se repiten, con algunas aliteraciones y asonancias. Nos interesa aquí concentrarnos en lo que está claro. Nadie pone en duda la persistencia de la idolatría y la injusticia, por ejemplo.

Idolatría e injusticia

De entre los muchos males que denuncian los profetas del Antiguo Testamento, sobresalen dos grandes que prácticamente abarcan todos los demás males: la idolatría y la injusticia. Se trata de prácticas que afectan la totalidad de la vida y las relaciones. Para poder entender el mensaje de Oseas contra la corrupción en las Fuerzas Armadas, es necesario repasar brevemente algunos detalles de la historia de Israel.

Para poder seguir adelante, es necesario aclarar en este punto algunos asuntos relacionados con el uso de los nombres “Israel” y “Judá” que podría prestarse para confusión. Judá es el reino del sur. Israel es el reino del norte, pero también se refiere a todo Israel antes de la división y a Judá a partir del exilio. La división norte-sur ocurrió por causa de los impuestos exagerados, conocidos en la Biblia como “el yugo pesado” con los que Salomón asfixió a los habitantes del norte (1R 12.4). Su hijo Roboam quiso aumentar el peso del yugo con más impuestos, desestimó la queja de los habitantes del norte, se dio el cisma y quedó Roboam como rey del sur (Judá) y Jeroboán como rey en el norte (Israel, también llamado Efraín). De los dos, el norte siempre fue más grande, más rico, más poblado y más poderoso militarmente. Sin embargo, cayó primero; quizá simplemente por estar en el norte, es decir, primero en el paso de los imperios de Asiria y Babilonia, camino al sur.

Una vez establecida la división en dos reinos, la primera decisión política de Jeroboán fue construir dos sitios de culto en dos puntos extremos de la geografía de Israel (Betel y Dan) con el fin de eliminar para sus súbditos la necesidad de acudir al templo de Jerusalén. Un segundo momento importante de esta historia es la construcción de Samaria como sede del gobierno durante el reinado de Omri (886–875 a. C.). El tercero es la oficialización del culto a Baal durante el reinado de Acab (875–853 a. C.) y su mujer Jezabel, de origen fenicio. Es decir, con la dinastía de Omri-Acab se afianza lo que empezó Jeroboán cuando se dividió Israel. Aunque Jeroboán inicialmente no hubiera tenido la intención de promover la idolatría, como sostienen muchos académicos, sus jugadas político-religiosas a la postre desembocaron en eso.

El libro de Reyes denuncia de manera sistemática la idolatría y la injusticia que cometieron los reyes; presenta estos males como las dos caras de una misma moneda. Los mismos que instituyeron y defendieron el baalismo en Israel (1R 18) son los protagonistas de los casos más graves de injusticia, corrupción y homicidio, como lo muestra el caso de Nabot, en el que se combinan las formas más graves del gobierno corrupto; es decir, la utilización de las instituciones, el poder del rey, y las actividades de culto y fe para asesinar a un individuo del común con el fin de quitarle su tierra (1R 21). Los libros de Reyes, Oseas, y los profetas en general, comunican que Dios se opone tanto a la injusticia como a la idolatría. Y contra ambas cosas hablaron muchas veces de manera airada por la indignación que les producía

La respuesta de Dios a la idolatría y la injusticia

La estrategia de Dios para responder a este par de males es también doble. La idolatría se combate con profetas y la injusticia con soldados. En los tiempos de la dinastía de Omri, los profetas son Elías y Eliseo (1R 17–2R 8) y el general es Jehú (2R 9–10; 1Cr 22.7–9). Así parece, pero en realidad los campos de acción de estos personajes no están tan claramente demarcados. Los profetas se inmiscuyen en cuestiones políticas, y los militares, en las religiosas.

Jehú es un individuo cruel y despiadado. Liverani lo llama “integralista” por su “odio implacable” y el “grado de crueldad que excede las estrategias normales del cambio de dinastía en el antiguo oriente” (Liverani, 2005: 110). Mató a Joram, su madre Jezabel fue tirada por una ventana y dejada allí de comida para los perros; los setenta hermanos de Joram fueron igualmente asesinados, y sus cabezas amontonadas en una pila frente a la puerta del palacio real. El resultado de esta intervención divina es que murieron muchos profetas de Baal y que se acabó la dinastía de Omri-Acab, pero el mismo texto bíblico revela que no desaparecieron ni la idolatría ni la injusticia. La denuncia de estos hechos se hace décadas después en Oseas y siglos más tarde cuando se escribió el libro de Reyes, pero se hace de todos modos. Es un tema demasiado importante como para ignorarlo.

La denuncia y el método bíblico para recordarla

Cuando pensamos en el profeta Oseas, normalmente recordamos de inmediato el asunto inusual de su mujer prostituta. Sin embargo, el primer tema del que se ocupa este profeta no es matrimonial, sino militar, y más exactamente de la persona y las acciones del general Jehú. Pero, antes de ocuparnos de Jehú, necesitamos refrescar un poco la historia, ya que Oseas da por sentado que el lector la conoce. Para la comprensión de la denuncia de Oseas los lectores actuales dependemos del libro de Reyes.

Una cosa es predicar un mensaje y otra es que se recuerde el mensaje. La marca fundamental de la literatura que perdura es el arte literario. De ahí que los escritores bíblicos, por su cultura literaria, jamás predicaron de cualquier manera. Notemos cómo aparece en Oseas el arte literario para referirse al tema militar (1.2–4).

En primer lugar, se utiliza una costumbre común en el mundo bíblico según la cual a los hijos se les ponían nombres significativos que tuvieran relación con la historia familiar, las circunstancias del momento o el carácter de la persona. En este caso, la forma como Dios inmortaliza la infamia del general Jehú es pidiéndole a Oseas que le ponga a su primer hijo el nombre Jezreel; es decir, el nombre de ese valle fértil y hermoso en el norte de Israel que Acab y su mujer (los idólatras) y Jehú (el falso ortodoxo) convirtieron en valle de sangre. Esto es como si en Colombia, con el fin de denunciar alguna masacre, a un hijo se le pusiera por nombre Apartadó, Tibú, Gabarra, Barrancabermeja, Fundación, Mapiripán, Escombrera o Bojayá. ¡Qué manera de recordar! Nuestra tendencia es a hacer lo contrario, les cambiamos los nombres a esos lugares y quitamos objetos y edificaciones para olvidar lo que ocurrió. A Oseas le toca ir al extremo de ponerle a su hijo el nombre del lugar de la tragedia.

En segundo lugar, el texto presenta un fenómeno literario, también común en la Biblia, que consiste en una sanción dada en la misma especie del mal cometido. Así, entonces, para poner fin al reino de Israel, que ha idolatrado a su ejército, Dios le quebrará el arco en el valle de Jezreel. Para reforzar esta imagen, aparece en los capítulos 1 al 3 una acumulación de lo que Landy llama “objetos odiosos”: arco, espada, armas de guerra, caballos y jinetes (Landy, 2011: 20). De esta manera, se van acumulando varios elementos en torno al lugar geográfico llamado Jezreel.

Siguiendo con su estrategia retórica, aparece en tercer lugar un mensaje con una lógica y un sentido a los cuales no estamos acostumbrados: la destrucción de las armas para poder dormir tranquilo (2.20). Esta realidad nos resulta inimaginable, pues va contra la doctrina común hasta nuestros días de que la seguridad de una nación está en un gran ejército, y también contra la idea de que es mejor dormir con un arma debajo de la almohada. El libro de Oseas pone esa mentalidad en tela de juicio. Está demostrado que las armas pueden servir de protección sólo en algunos casos; nunca protegen del todo, de tal manera que, a fin de cuentas, se halla tan (des)protegido el que tiene armas como el que no las tiene. Esto, obviamente, es muy discutible, pero en realidad no es el punto. El mensaje para Israel es otro y doble. Por un lado, es una invitación a confiar en Dios, no en los ejércitos y sus armas. Por otro, lo conmina a preguntarse de qué le sirve un ejército si las armas que portan terminan siendo usadas contra su propio pueblo.

La cuarta estrategia retórica que reconocemos en Oseas en relación con este tema tiene que ver con la agricultura. La noble tarea de producir alimento se invierte para dejarnos con el “agricultor” perverso que ara maldad, cosecha delitos y come alevosía (Os 10.13–15). De esta manera, denuncia Oseas la corrupción de las Fuerzas Armadas de Israel.

Ley, historia y oración

El problema con Jehú es relativamente sencillo, pero tiene varios componentes. En síntesis, su falta fue no haberse apartado de la idolatría y la injusticia a las que supuestamente estaba combatiendo. No cumplió la ley de Dios, terminó cometiendo los mismos males de los peores reyes de Israel (Jeroboam), perdió una buena parte del territorio de Israel a manos de los sirios (2R 10.25–33) y (un detalle que no registra la Biblia) le pagó tributo a los asirios, como consta en el Obelisco Negro que hoy reposa en el Museo Británico en Londres.

De la muerte de Jehú hasta los tiempos de Oseas han pasado no menos de sesenta años. Es decir, su mensaje sobre Jehú es para una generación que no conoció a éste. Ocurre que, si bien a Jehú no pueden condenarlo en persona por sus delitos, se le hace un juicio histórico y político. Se revive el caso por su importancia histórica, teológica y cultural. Dios y su profeta no han olvidado los delitos de Jehú, quien, por cierto, tenía dos credenciales fuertes a su favor: era comisionado por Dios y la tarea que le encomendaron fue contrarrestar males graves. Pero, según el profeta de Dios, ni lo uno ni lo otro le daba a Jehú licencia para abusar del poder de las armas. Se excedió y quiso mostrar más resultados de los que le habían pedido. En pocas palabras, usó la unción para ensuciarse de sangre.

En la perspectiva bíblica, la comisión legítima de erradicar un mal le impone al militar una ética muy sencilla: abstenerse de cometer el delito que le mandaron a erradicar. Sin embargo, como suele ocurrir, Jehú hizo lo contrario, terminó masacrando otra cantidad de gente que nada tenía que ver en el asunto. Quizá le encontró gusto a eso de matar o pensó que un mayor número de muertos se interpretaría como señal de eficacia y mayor celo por cumplir la ley Dios, sin importarle quiénes fueran las víctimas.

El libro de Deuteronomio contiene algunas instrucciones puntuales en lo relacionado con el tamaño y los propósitos del ejército. Aunque breves, estas directrices tienen una gran utilidad en cuanto a la forma como se concibe la existencia y la necesidad de un ejército para Israel. En primer lugar, al rey se le imponen unos límites en lo referido al poderío militar, el cual en la antigüedad lo representaba el caballo: el rey no deberá adquirir gran cantidad de caballos porque es símbolo del poder opresor que Israel sufrió en Egipto (Dt 17.16). Ése es un camino que Israel no debe tomar: el de imponer el orden por la fuerza de las armas. Se podría pensar en dos razones para esta norma: primero, invertir en justicia social hace que no sean tan necesarias las Fuerzas Armadas para usarlas contra los ciudadanos propios, y, en segundo lugar, un ejército poderoso termina convirtiéndose en ídolo, puesto que se convierten en la fuente de seguridad. Sabemos que una fuente de seguridad distinta de Dios se define en la Biblia como idolatría.

A veces la preocupación por los asuntos morales del matrimonio de Oseas con una prostituta distrae al lector a tal punto que no le deja ver el mensaje del profeta contra la corrupción de la nación, lo cual es precisamente el objetivo de este matrimonio, mostrar la corrupción: “Dios convierte la vida del profeta en una alegoría suya”. Lo que para Dios es una metáfora, para el profeta es una realidad. ¿Por qué?, pregunta Landy: “Quizá en este trance un público percibirá, más allá de las palabras, una imagen de sí mismo y un indicio de lo que es ser Dios”. Oseas es único entre los profetas en cuanto a que le toca hacer el papel de Dios (Landy, 2011: 15), lo cual mete a Dios en un lío, pues resulta casado con una prostituta y ha tenido hijos de la prostitución. Una muestra de estos hijos es el general Jehú y el ejército que comandó.

Una de las marcas de la Sagrada Escritura es contar y preservar la historia de Israel de manera autocrítica. Jehú no solamente combatió la idolatría, sino también la injusticia, pues vengó la muerte de Nabot y sus hijos, a quienes Acab y Jezabel habían asesinado para quitarles sus tierras (2R 9.26). El lector de 2 Reyes quizá se alegre de ver que Dios hace justicia y que la muerte de Nabot no ha quedado impune. Jehú tranquilamente pudo haber pasado a la historia como el paladín del culto al Señor, pero no fue así, pues se excedió, se extralimitó y Dios ni los profetas lo olvidaron. Jehú cruzó la raya de las labores militares legítimas y pasó al asesinato. Ésta es la corrupción de las Fuerzas Armadas y del corazón de quienes abusan del uniforme y las armas, y encuentran en ellos la fuente de seguridad y la solución a los problemas sociales.

La conclusión de Arias Trujillo con respecto a la importancia de la historia en el caso colombiano es que

hay una marcada tendencia a olvidar ciertas memorias, ciertos recuerdos: la de los vencidos, la de las víctimas. Pero si el duelo no tiene oportunidad de realizarse, si se oculta la verdad, si los culpables no reciben sanción alguna, es difícil pensar en una verdadera reconciliación. En otras palabras, si la memoria oficial no es una memoria común, colectiva, nacional, en la que las víctimas puedan reconocerse, las cuentas con el pasado constituyen un pesado lastre para encarar el presente y el futuro. (Arias, 2011: 198)

Habiendo visto ya la denuncia del profeta Oseas contra la corrupción en las Fuerzas Armadas, dedicaremos un espacio breve para notar cómo aparece el tema de la corrupción de estas en la oración. Normalmente pensamos en los salmos como hermosas alabanzas a Dios, que está en el cielo entre querubines. Pero, cuando los leemos todos, nos damos cuenta de cuánto y cuántos se ocupan de los temas de la tierra, como la corrupción. Es decir, la piedad bíblica tiene los pies sobre la tierra porque a Dios le interesan esos temas, y mucho. Podríamos decir que algunos salmos promueven una adoración en tono profético.

Parte de lo que dice el texto de Oseas con respecto al tema militar está expresado en forma de oración en el Salmo 147. De éste resaltamos solamente tres aspectos: 1) el Señor sustenta a los humildes, y humilla hasta el polvo a los malvados; sustenta la creación, las plantas y los animales (v. 6); 2) a Dios no le impresiona el brío de los caballos ni estima la agilidad del hombre (v. 10); y 3) Dios tiene en alta estima a quienes le son fieles y confían en su lealtad (v. 11). De esta manera, se pone en evidencia la tentación que tenemos los seres humanos de confiar en el poder engañoso de las armas.

El Salmo 147 interpela al lector de una manera contundente y lo invita a preguntarse si tiene la capacidad de pensar en las causas de los problemas sociales antes de pensar en las soluciones de éstos por la vía de las armas. Le pregunta también al orante si tiene la capacidad, cuéstele lo que le cueste, para la crítica y para distanciarse de las instituciones legalmente constituidas cuando han cometido abusos y atrocidades, como hizo Jehú, en nombre de la justicia, del orden y de Dios. Las reflexiones a las que nos invita la Sagrada Escritura sobre estos temas podrían costarnos cambios radicales en la forma de pensar, y decisiones que para algunos representarían pérdidas en el plano social y económico. Quizá por eso muchos guardan silencio ante los delitos cometidos por las Fuerzas Armadas.

Conclusión

En continuidad con el Antiguo Testamento, en el Nuevo también se supone la existencia de los ejércitos de los pueblos; tampoco se prohíbe la presencia de creyentes en ellos. Por eso, Juan les dice a unos soldados que responden a su mensaje, que cumplan con su deber y no abusen del poder que dan las armas y los ejércitos (Lc 2.14).

Jesús no tuvo inconveniente alguno en sanar al siervo de un centurión romano que era piadoso, y que por su piedad había construido una sinagoga para los judíos. Más aún, lo exalta por su fe y dice: “… ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande” (Lc 7). También encontramos en el Nuevo Testamento el caso de un guardián de una cárcel quien cree en Jesucristo y se bautiza junto con toda su familia. No se dice que al creer en Jesús haya abandonado su trabajo.

Lo que muestra el caso de Jehú es que toda institución humana es susceptible a la corrupción por el simple hecho de estar compuesta de seres humanos. Las Fuerzas Armadas son especialmente susceptibles a la corrupción por el simple hecho de estar compuesta de seres humanos armados. Es decir, toda sociedad necesitará correctivos permanentes, eficaces y oportunos para que quienes son miembros de las Fuerzas Armadas no se extralimiten en sus funciones. Si bien prestan un servicio a la sociedad y en muchas ocasiones arriesgan sus vidas para poder hacerlo, también es cierto que no lo hacen de gratis y en muchos países tienen privilegios especiales (como la pensión en la mitad del tiempo exigido a los demás, preferencia en aerolíneas, descuentos y demás). Proponemos a continuación cuatro reflexiones a la luz de los textos bíblicos examinados.

Primero que todo, del Antiguo Testamento aprendemos que, aunque la existencia del ejército se da por sentada, no tiene permiso para el abuso. Por ello, el profeta Oseas saca a la luz de manera clara y decisiva los abusos cometidos por el general Jehú, aunque los había cometido sesenta años atrás. El libro de Reyes lo registra en el periodo del exilio, ¡dos siglos después! Cuando las sociedades pasan por alto la corrupción y los abusos que cometen las instituciones armadas, se convierten en lo normal, es decir, llegan a formar parte de la cultura. Y cuando una cultura está marcada por la corrupción, sí que es difícil cambiarla.

El caso de Jehú muestra que no todo vale. Fue condenado por haber violado su cometido, por ir más allá de lo que se le mandó, por excederse. Es cierto que, de entrada, al ungirlo como rey, las instrucciones fueron de acabar con la familia de Acab por completo. ¿Qué más podría haber hecho un guerrero con semejantes instrucciones? Además, las instrucciones son bastante gráficas: “Los perros se comerán a Jezabel en el campo de Jezrel, y nadie le dará sepultura” (2R 9.10).

Nada de eso lo podemos negar. Sin embargo, en la Biblia, hasta este tipo de misiones tienen límites. Oseas y el mismo libro de Reyes condenan a Jehú por dos motivos: por extralimitarse y por practicar el mismo mal que tan decididamente combatió. Jehú representa el caso típico del que mata inocentes para demostrar su compromiso con la erradicación de los violentos. Tales individuos todavía existen.

En segundo lugar, está claro que todos los seres humanos desearíamos vivir seguros y tranquilos. La Biblia tiene imágenes abundantes que apuntan en esa dirección. Sin embargo, debemos preguntarnos qué precio estamos dispuestos a pagar por la seguridad y la tranquilidad. Ese precio será expresión de nuestra teología. En la teología del Antiguo Testamento, la confianza en los ejércitos es denunciada como forma de idolatría. Es más, significa ser como los egipcios, que utilizaron el poder militar para subyugar a los israelitas y someterlos a trabajos forzados. Poner la confianza en el ejército es, pues, “volver a Egipto” (Dt 17.14–21).

Desde Oseas se vislumbra una sociedad donde la meta no es el armamentismo: … aquel día haré en tu favor un pacto con los animales del campo, con las aves de los cielos y con los reptiles de la tierra. Eliminaré del país arcos, espadas y guerra, para que todos duerman seguros (Os 2.18). Hoy diríamos “fusiles, tanques y aviones”. Ésta es la seguridad y el sueño tranquilo, sin armas: En paz me acostaré y asimismo dormiré, porque tú, Señor, me haces vivir confiado (Sal 4.8). Los discípulos de Jesús, como muchos cristianos hasta el día de hoy, enfrentaron la pregunta sobre el precio y la forma en que una sociedad puede alcanzar la paz y la libertad. El final de Oseas 1 abre la esperanza a la conversión, lo cual vemos en los discípulos después de la resurrección.

En tercer lugar, la Sagrada Escritura en realidad no exige el desmantelamiento de los ejércitos, pero sí invita a los creyentes a aspirar a una vida mejor, una vida en la cual las armas se conviertan en herramientas para trabajar el campo, para dar vida (Is 2.4; Mi 4.3). Siendo un poco creativos, quienes no tengan armas de metal, podrían pensar en las digitales, en la energía física, los talentos, los años de vida, todo lo que se pueda usar para promover la vida, especialmente la de los demás.

Finalmente, el caso de Jehú se da en el marco de la lucha de la fe en el Señor, Dios de Israel, contra el baalismo, como lo muestra claramente el ministerio de Elías. Los muertos de Jehú no son profetas, sino los patrocinadores de los profetas: la familia real de Israel, los miembros de la dinastía Omri-Acab en el reino del norte.

La visión escatológica de Oseas contempla un mundo en el cual la seguridad se obtiene con la destrucción de las armas (Os 2.18; 1.7). Jehú, y quienes piensan como él, no creen que tal mundo es posible. Por ello, textos como éste y tantos otros del Antiguo Testamento se pronuncian inequívocamente contra el armamentismo sugiriendo que Israel ha puesto su confianza en los ejércitos como fuente de seguridad y solución a sus problemas. Aun a la mayoría de los cristianos, que tanto hablamos de reconciliación, nos resulta impensable, por la falta de imaginación moral (diría Lederach) y de comprensión del evangelio del reino de Dios (diría yo), la posibilidad de un mundo sin armas. Es un asunto de gran importancia: “Si la iglesia considera que la promesa de (Oseas) 2.14–23 [2.16–25] han sido inauguradas de alguna manera con la venida de Cristo, entonces necesita celebrar no solamente la invitación de Dios a una relación íntima de amor, sino también la visión ecológica y no militarista de Dios para el mundo” (Lim y Castelo, 2015: 76). El llamado para los creyentes es a poner la confianza en Dios por medio de la práctica de la justicia y no en las armas: “La justicia erradica la guerra y la justicia crea futuro” (Martínez, 1990: 70).

El mensaje del profeta Oseas

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