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INTRODUCCIÓN
ОглавлениеLa clínica psicoanalítica de las psicosis ha extraído sus enseñanzas más importantes de las producciones escritas del sujeto psicótico. El caso del presidente Schreber, cuyas Memorias de un Neurópata fueron para Freud el origen de su análisis inaugural del sistema delirante, sigue siendo todavía hoy un paradigma de esta enseñanza que está en el principio del tratamiento posible de la psicosis. Jacques Lacan retomó su lectura detallada para hacer de ella la brújula de su Seminario de los años 1955-1956, consagrado al estudio de la estructura de las psicosis y sus fenómenos clínicos. La lectura que llevará a cabo, veinte años más tarde, en su Seminario de los años 1975-1976, de la obra de James Joyce para deducir la estructura del «sinthome» como el Nombre que el sujeto se construye en el artificio de su obra, es el ejemplo a seguir cuando se trata de dejarse enseñar por la producción escrita del sujeto en el proceso psicótico.
Queremos extraer aquí una enseñanza clínica de la lectura del texto de Ramon Llull, el insigne filósofo y escritor catalán medieval. Nuestra hipótesis de partida, enunciada siguiendo la enseñanza de Jacques Lacan en la década de 1950, ha sido la siguiente: la obra de Ramon Llull sólo nos entrega su verdadera dimensión subjetiva si la leemos, en su conjunto, como la restitución de un significante faltante en la estructura simbólica del sujeto, el significante del Nombre del Padre. Hemos podido situar este significante forcluido de lo simbólico en la historia del sujeto en un significante fundamental —Amat— que retornará como una presencia irreductible, presencia que será nombrada por el sujeto con este mismo significante. Dicho significante adquiere así un sentido totalmente nuevo, incluso neológico, en el uso que hace Llull de él a lo largo de su obra. Y es en el desarrollo de esta obra como el sujeto se hará, él mismo, un nombre, el nombre que había sido borrado de lo simbólico de las generaciones, un nombre que tendrá la función de restitución de su relación con el Otro del lenguaje, un nombre que vendrá a nombrar también su ser de goce.
Para formular nuestra hipótesis en una sola frase: el verdadero nombre de Llull es Amat. Y el psicoanálisis hace posible leer esta contingencia del significante como una necesidad de la estructura. El nombre de Amat es, en efecto, el que nombra al ser del sujeto en su experiencia de goce. El Amado (Amat), en su alteridad irreductible, vendrá así a ocupar el lugar del Otro de la palabra y del Uno del goce para dirigirse al sujeto en tres vertientes fundamentales:
1. En los signos del amor que se despliegan en una forma erotomaníaca de la relación con el goce del Otro. En esta dimensión, los signos del amor estarán en la base de lo que Ramon Llull designa con el término, neológico, de Amancia.
2. En lo real de una experiencia de la palabra de la que el sujeto se hace receptor. En esta dimensión, la aparición del significante en lo real está en la base de lo que Ramon Llull designa con el término, neológico también, de Affatus.
3. En la letra que cifra el goce del Otro, goce del que el sujeto se verá afectado como objeto en toda su experiencia de lenguaje. En esta dimensión, la letra (lettre) como escritura del ser (l’être) estará en la base de lo que Ramon Llull construye en el famoso sistema de su Ars.
El nombre y la figura del Amat (Amado), único y último interlocutor de la obra de Ramon Llull, vendrá así a situarse en el centro de su construcción como la cuarta «A» que se añade a las tres vertientes de su experiencia subjetiva. Y se añade a ellas para dar una consistencia de nudo a estas tres vertientes, indicando el lugar del Amado como cuarto elemento indispensable para anudar las tres «cuerdas»—el término tiene todo su lugar en la obra luliana—, las tres dimensiones del amor (Amancia), de la palabra (Affatus) y de la letra (Ars). La experiencia de Ramon Llull ante la realidad del Amat será la experiencia del Uno absoluto que se dirige al sujeto para reducirlo a la nada, en una posición cercana en muchos momentos a la aniquilación melancólica. El Otro de Llull es, como veremos, el Uno que se impone como un goce absoluto. La respuesta del sujeto a esta suerte de «empuje a lo Uno» (pousse-à-l’Un) se construirá en el nudo del amor, de la palabra y de la letra, nudo en el que intentará restablecer la dualidad del Amigo y el Amado.
Hemos extraído una enseñanza del estudio de este anudamiento, siguiendo la experiencia del sujeto psicótico en su relación con la estructura del lenguaje y con el goce del cuerpo.
Veamos el plan de nuestra exposición.
En el primer capítulo, argumentamos el sentido y la razón de nuestra tesis como una interpretación de Ramon Llull que intenta situar al sujeto en su texto. Esta interpretación se revela entonces como la interpretación que Ramon Llull mismo construye como respuesta a un real de la lengua y del goce. La clínica resultante es una «clínica irónica», según la expresión de Jacques-Alain Miller, es decir, una clínica fundada en la inexistencia del Otro. La enseñanza de Lacan sobre la clínica de las psicosis va, siguiendo esta orientación, mucho más allá de un saber aplicado al texto del sujeto psicótico. En esta lectura es finalmente el propio Ramon Llull quien nos enseña a leer el texto del sujeto psicótico en su estructura, como una formación que el término de «sinthoma» designa en la última parte de la enseñanza de Lacan. La paradoja es que en este «sinthoma», Llull, como fue también el caso para Joyce, se convierte en un «desabonado del inconsciente», es decir, en un texto que escapa a cualquier interpretación de su sentido realizada desde un lugar supuestamente exterior.
El segundo capítulo está dedicado a la lectura de los testimonios de Ramon Llull sobre su posición de sujeto ante la Revelación y sobre las consecuencias de este encuentro en su vida y en su obra. El término de «momentos fecundos», retomado por Jacques Lacan de la clínica clásica, designa estos momentos de encuentro con un real irreductible del que el sujeto se hace testimonio. La hipótesis es aquí que el sujeto se ha constituido como una respuesta a este real, una respuesta que se iguala a la triple misión que gobernará su vida y su obra, de modo implacable y riguroso, para hacer frente a los efectos devastadores de tal encuentro. Por otra parte, la identificación del sujeto con su perseguidor —encarnado en la figura del musulmán— será un punto de referencia para comprender la relación, siempre enigmática, de Llull con ese Otro radical que significó para él la cultura islámica.
El tercer capítulo aborda la experiencia luliana del amor que, en el marco de la teoría medieval, lleva al límite lo que se ha denominado el «amor extático». La dualidad del amigo y del Amado se convierte aquí en condición necesaria de un amor que se igualaría al goce del Otro. La lógica del amor luliano añade a esta pareja dos nuevos términos, el Amor y el Amar, para hacer consistente la primera dualidad y mantenerla como una pareja irreductible. Nuestra hipótesis es que la Amancia —la ciencia del amor luliano— es la respuesta del sujeto a la primacía del Uno del goce que le viene impuesta. Se trata así de una experiencia erotomaníaca en el sentido que este término tiene en la clínica de las psicosis: es el Otro quien en primer lugar ama al sujeto y hace signos de su amor para tomarlo como objeto de su goce.
El cuarto capítulo analiza la relación del sujeto con la estructura de la palabra tal como Ramon Llull mismo la teorizará designándola con el término, también neológico, de Affatus. Se trata de un encuentro del sujeto con lo real de la lengua que tendrá efectos de verdad mucho más allá de la consistencia de su teoría. La experiencia del Affatus es la experiencia del sentido y del goce del cuerpo, pero es una experiencia que se desarrolla por entero en su dimensión de voz. Nuestra hipótesis es que se trata de una voz que se impone al sujeto y que ordena su universo como una realidad que debe ser siempre interpretada, como una realidad que habla al sujeto exigiéndole una respuesta. Esta estructura de voz es la misma que encontramos en la alucinación del significante en lo real, tal como el sujeto Llull la experimenta en ciertos momentos de su vida de los que nos da amplio testimonio.
El quinto capítulo se propone estudiar el tercer término del nudo luliano, la letra. En un uso que la convierte casi en matema, la letra de Llull es el soporte material de la construcción de su Ars. Nuestra hipótesis es que esta letra se convierte también en el soporte material de la realidad del sujeto en su relación con el Otro del lenguaje y con el Uno del goce. En esta relación, la letra hace del significante un objeto en lo real, y ello inventando un uso que —como ha sido subrayado con frecuencia— anticipa el uso que la ciencia hará de la escritura lógica y matemática varios siglos después. La escritura luliana del Ars, tan prometida al infinito y asintótica como su diálogo imposible de concluir con el musulmán, llega a cumplir la función de «sinthoma» para el sujeto, dándole el Nombre que le faltaba en lo simbólico. Es aquí donde el Ars, y con él el conjunto de la obra de Llull, funciona como un anudamiento de las tres «cuerdas» —el amor, la palabra y la letra—, en su relación atormentada con el Otro, un anudamiento que le ofrecerá la posibilidad de construirse un Nombre como Amat (Amado).
El sexto capítulo aislará finalmente esta función del «sinthoma» en el Ars y en el conjunto de la obra de Ramon Llull. El término de «sinthoma», tal como Lacan lo situó en su lectura de James Joyce al final de su enseñanza, nos indica la función restitutoria de la obra en la relación del sujeto con el conjunto del lenguaje.
No ignoramos la distancia que el lector de hoy mantiene necesariamente con el texto de Ramon Llull. Es una distancia acrecentada, como se suele observar, tanto por el contexto medieval en el que tiene lugar como por su condición autorreferencial que la aísla de ese mismo contexto. Es una distancia que compartimos con los muchos estudiosos y eruditos a los que aquí nos referiremos. Pensamos, sin embargo, como Jacques Lacan enseñaba a propósito de las psicosis, que el análisis preciso de la hoja puede librarnos la clave de la estructura de la planta entera, a condición de seguir la lógica rigurosa que el significante imprime a lo real. Y en este punto, debemos decir que la obra de Ramon Llull, una vez leída a la letra, se nos ha revelado más cercana cuanto más ajena al sentido común. Tal vez puedan estas páginas contribuir así a su lectura renovada.1