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La negación: cómo decir lo imposible

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En el día de hoy es imposible no hacer referencia a la catástrofe sufrida en La Plata donde, a diferencia de la inundación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el acontecimiento dramático –de la ciudad de La Plata– tuvo como distinción el haber sido un acontecimiento imprevisto. Si bien había sido anunciada la alerta meteorológica como otras veces, en esta oportunidad desembocó en semejante tragedia. La sorpresa, la mala sorpresa, a muchos no les permitió prevenir y salvar sus vidas.

Es así como podemos definir lo real. Un acontecimiento que marca un antes y un después en la vida de la gente. Igualmente, es válido aclarar que no todos los reales son iguales. Pero los reales que suceden a partir de una catástrofe son absolutamente imprevistos, sorpresivos.

Volviendo a las inundaciones, ninguna donación, ni préstamo ni resarcimiento económico puede volver el tiempo atrás y borrar las marcas que a nivel del psiquismo y del cuerpo dejaron.

La solidaridad, el hombro a hombro, la mano extendida ayuda a velar ese real y hacer que cicatricen esas heridas.

Veía por televisión a la gente barriendo el agua que les llegaba a las rodillas, como si fuera posible. Hay quienes frente a lo real quedan paralizados y otros en cambio, como este caso que les comento, hacen algo en un afán desesperado por remediar lo que ocurrió.

¿Cómo decir este real? No se puede. Porque nada de todo lo que puedan decir quienes vivieron esto puede dar cuenta de lo que efectivamente fue. Solo lo bordean.

No se puede decir lo real, porque tampoco se puede decir la castración. La castración a esta altura no es solo la falta imaginaria en el cuerpo. Hay la castración ligada a lo imposible, a lo real. A eso que cuando irrumpe, raja la malla simbólica, produce un corte en el tiempo. Cuando esto ocurre hay una suspensión del tiempo. Algo sucede que entramos en otra dimensión. Todo parece detenerse y vivimos ese hecho como suspendidos en el tiempo, entramos en otra dimensión. Esa dimensión donde las cosas de la vida, las más triviales, las más comunes se vuelven ajenas.

Esto real que irrumpe cada día más, puesto que el hombre se ha volcado a tratar de manipular la naturaleza, a lo real que habita en ella, y entonces tenemos como respuesta la irrupción con una furia inusitada de eso real que no se deja manipular ni domeñar.

Lo real irrumpe y cuando lo hace, al decir de Eric Laurent, se presenta viva “la angustia desolada de la Cosa”. (1) Esa angustia primera que advino cuando la madre se fue y nos dejó solos.

Por eso es necesario en esos momentos tener desde donde sostenernos. No se trata una vez más solo de la necesidad, sino que los actos de solidaridad, el compartir con amigos, con seres queridos están al servicio de producir amarres que nos permitan continuar con la vida.

Y retomar el hilo, volver a andar, lleva su tiempo.

Eso real que se presentó en el momento mismo de nacer.

Un nacimiento también es un real, porque no solo tiene la dimensión imaginaria y simbólica. Es un real que se viste con los festejos y a veces con las peleas familiares que suelen irrumpir cuando acontece: “Que vinieron muchos a vernos”, “No vino nadie y no nos ayudan”, “Que mi mamá”, “Que mis suegros”, etc., etc., etc. Pero lo cierto es que son argumentos que sirven para velar ese real de la carne. Porque un hijo es un cuerpo, una dimensión hecha carne investida, un grito, un llamado y luego una demanda. Su presencia, en el mejor de los casos, se siente. Cuando esto no ocurre estamos ante la psicosis.

En mis comienzos en el psicoanálisis, inicié mi práctica atendiendo psicosis. Trabajaba en una institución de pacientes autistas. Siempre recuerdo en particular a una paciente porque fue la primera que me derivaron para su atención. Ana –la llamare así– era nombrada por las autoridades de la institución, que no eran psicoanalistas, en diminutivo: “Anita”. Así la traía la madre, como “Anita”, vestida acorde a su nombre, con delantal a cuadritos tipo jardín de infantes y pañales. Pero “Anita” tenía 37 años.

Ella venía así, detenida en el tiempo por su madre, que la sentaba en su casa sobre una alfombra mientras ella hacia girar una y otra vez la taza que tenía en sus manos.

La tarea fue ardua: tratar de introducir algo de lo simbólico, producir en ese cuerpo un corte prefabricado para que pudiera dejar ir sus desechos. Perder los pañales, controlar esfínteres. Dejar esa tacita, y en su lugar poder tomar mate con su analista. Ida y vuelta, el mate iba y venía, como un Fort-Da, implementado con los juegos y maniobras de la analista. De alguna manera, ese Fort-Da era incrustado. Estos juegos de aparición y desaparición llevaron mucho tiempo.

Ana nunca había sido tratada en 37 años, no tenía nada de lenguaje. Utilizar una cuchara para comer o controlar esfínteres fue un trabajo muy difícil que se produjo cuando mínimamente pudo soportar, habilitar, permitir algo de separación entre la comida y su cuerpo. Entre sus desechos, esos restos, y su cuerpo.

La queja materna no se hizo esperar. Ana ya no era un mueble, un bodoque –como la denominaban– que la madre dejaba sobre la alfombrita con su taza girando sin cesar. Ana, que pudo venir con una vestimenta acorde a su edad, buscaba en su casa, por un lado y otro, la yerba para prepararse el mate. No se quedaba quieta, decía la madre a modo de lamento. Hubo que trabajar mucho con los padres para que pudieran alojar a su hija, que si bien nunca se iba a curar al menos mostraba signos más vitales. Aunque sin lenguaje de ningún tipo podía, entre otros signos, esbozar una sonrisa cuando se producía un encuentro.

Porque para que el lenguaje recorte el cuerpo, primitivamente es condición una pérdida. Ausencia del Otro primordial que la inscribe instaurando el deseo.

Debemos ser sostenidos por un Otro, ese el de los primeros cuidados, para advenir como parlêtre. Este Otro en un comienzo no es un cuerpo diferenciado, forma parte del propio cuerpo. La diferenciación se vislumbra cuando ese Otro no está, cuando falta a la cita, cuando con su ausencia produce un corte inaugurando el deseo en el cachorro humano. Va y viene como el carretel freudiano, Fort-Da, ese juego significante que llama la ausencia en la presencia y la presencia en la ausencia. Nunca será un problema que ese Otro se ausente sino todo lo contrario, nos dice Lacan respecto de Juanito: “Lo que teme no es tanto que lo separen de ella -la madre- sino que se lo lleven con ella Dios sabe dónde”. (2)

Esa ausencia, eso que falta, se inscribe en el aparato psíquico, pero bajo la forma de la negación. El deseo tiene en ella la consistencia de una falta. Dice Miller en Sutilezas analíticas: “…el deseo implica una negatividad esencial, a diferencia del goce, justamente, que es una positividad. No implica negatividad, sino solamente lo que marca la expresión plus de gozar: un plus”. (3)

El goce marca lo afirmativo, dado que la pulsión siempre se satisface, aun en la renuncia.

Así dice Freud, en su trabajo sobre “La negación” del año 1925: “Un contenido de representación o de pensamiento reprimido puede irrumpir a la conciencia a condición de que se deje negar”. (4)

La negación, nos sigue diciendo, es un modo de tomar conocimiento de lo reprimido. Pero aquello reprimido míticamente es lo que paradójicamente fue afirmado.

La bejahung, o afirmación primordial, intenta afirmar lo que no hay. Se trata de un juicio y al decir de Freud: “La función del juicio tiene, en lo esencial, dos decisiones que adoptar. Debe atribuir o desatribuir una propiedad a una cosa, y debe admitir o impugnar la existencia de una representación en la realidad. La propiedad sobre la cual se debe decidir pudo haber sido originariamente buena o mala, útil o dañina”. (5)

Esta propiedad al principio es atribuida al Otro materno, quien puede dar o no dar. Este juicio, que es la bejahung, mítica y primordial, inscribe lo que no hay. Se trata de la afirmación de la castración del Otro materno, momento lógico anterior a la operación de la represión primaria, a que opere la verdrängung.

Si la afirmación, esa bejahung, no opera, tenemos la verwerfung; es decir la forclusión, y entonces eso que no fue inscripto, afirmado, retorna bajo la forma de la alucinación.

Este primer momento lógico, el de la bejahung, es anterior al lenguaje, es imperio del yo placer purificado o, para decirlo de otra manera, es el momento de la desmezcla pulsional, puesto que el cuerpo no ha sido recortado, no hay pérdida del objeto allí aún. En un segundo momento lógico, se trata de la ausstossung aus dem Ich, que implica la expulsión fuera del sujeto de todo aquello que no se inscribe. Y es esto lo que constituye lo real, aquello que queda por fuera de toda simbolización. Así, y como producto de esta operación, deviene la Aufhebung, que significa preservar, superar. Dice Di Ciaccia: “El símbolo surge allí donde la Cosa es anulada”. (6) Es que esa afirmación primordial y mítica es la inscripción de esa primera marca significante que produce la pérdida de la Cosa, pero al mismo tiempo inscribe un plus de goce. Pérdida de la Cosa en el lenguaje que es otro nombre de la castración materna. Es decir, separación, distancia y ausencia. Hiancia que permite constituir el aparato psíquico y que la escribimos como la barra significante. No olvidemos que esta época de la enseñanza de Lacan es la que de la mano de los estructuralistas piensa el inconsciente estructurado como un lenguaje.

La negación, Verneinung, viene a nombrar lo que fue ausstossung; es decir, expulsado vía el mecanismo de la Aufhebung, que al mismo tiempo que anula, conserva; y el juicio de existencia, que es lógicamente posterior al juicio de afirmación, se articula con la negación secundariamente para decir lo que soy o no soy. Para decirlo de otro modo, la castración del Otro materno como operación lógica se inscribe para la neurosis vía la afirmación primordial. Esta afirmación es reprimida, pero algo se conserva y algo se anula. Pasa a la estructura del lenguaje mediante la negación; es un paso de sentido.

Así, por ejemplo, cuando el paciente dice: “Ahora usted pensará que quiero decir algo ofensivo, pero realmente no tengo ese propósito”, lo comprendemos: es el rechazo, proyección, de una ocurrencia que acaba de aflojar.

O bien: “Usted pregunta quién puede ser la persona del sueño. Mi madre no es”. Nosotros rectificamos: “Entonces es su madre”. Nos tomamos la libertad, para interpretar, de prescindir de la negación y extraer el contenido puro de la ocurrencia. Es como si el paciente hubiera dicho en realidad: “Con respecto a esa persona se me ocurrió, es cierto, que era mi madre, pero no tengo ninguna gana de considerar esa ocurrencia” (7), agrega.

Traté de transmitir cómo desde la constitución del aparato psíquico hay algo traumático que no tiene inscripción. Agujero en el que se aloja el sentido obturando el acceso al propio goce.

Por otra parte, en lo ominoso también eso real se inmiscuye. Unheimlich designa aquello que debió permanecer oculto y salió a la luz. Lo familiar que es al mismo tiempo extraño. A nivel del lenguaje, el Un introduce la negación, pero conserva en la misma su carácter afirmativo. Dice Freud en su texto “Lo ominoso”, del año 1919: “Si esta es de hecho la naturaleza secreta de lo ominoso, comprendemos que los usos de la lengua hagan pasar lo «Heimlich» {lo «familiar»} a su opuesto, lo «Unheimlich»”, (8) y esto es a través del prefijo Un que es la marca de la represión. Y luego de un largo desarrollo, dirá que lo siniestro tiene que ver con: “… la puerta de acceso al antiguo solar de la criatura, el lugar en que cada quien ha morado al comienzo”. (9) Por eso cuando el soñante dice: “Ya estuve ahí”, la interpretación autorizada es el vientre materno. Esto alude a lo real, eso que acontece en un momento mítico y que puede irrumpir en lo simbólico bajo la forma, por ejemplo, del déjà vu.

El exceso que no pudo ser simbolizado, que no fue atrapado por la represión y en cambio fue Aufhebung, para el neurótico implica uno de los posibles tratamientos de lo real, porque es el modo en que se presenta en lo simbólico. No es lo real puro, podríamos decirlo así.

Lo traumático en el ser hablante está determinado por ser sexuado y mortal, ahí su soledad más radical. Frente a esta soledad, como decía Laurent, viene el objeto transicional winnicottiano, el osito de peluche, o para decirlo en términos de Lacan viene eso que se agrega, que es el objeto a. Se agrega y queda enmascarado por el Otro. Y es por eso por lo que solemos culpar al Otro de nuestro goce. Como digo siempre, esto no quiere decir que en más de una ocasión los otros tengan que ver en lo que nos pasa. Pero siempre tras esa inculpación, se aloja el propio goce.

Solo de lo real no hay responsables. Porque lo real irrumpe y el parlêtre queda indemne frente a ese real. Y vaya paradoja, porque justamente muchas veces frente a esto real, del que el sujeto nada tuvo que ver, escuchamos en el consultorio cómo se culpan o se reprochan el no haber hecho las cosas de otro modo, pensando que podrían haberlo evitado. Como si se tuviera el poder de detener lo real cuando aparece.

No se puede detener, pero está el oso de peluche que puede ser lo que cada uno encuentre para vestir eso real.

Las ceremonias, las fiestas o los rituales mortuorios vienen a vestir eso. Es así porque el hombre muere, pero no es solo un hecho biológico. Como dice G. Agamben en El lenguaje y la muerte. Un seminario sobre el lugar de la negatividad, con relación al concepto de Dasein heideggeriano: “El Dasein es, en su estructura misma, un ser-para-el-fin; es decir, para la muerte, y, como tal, está siempre en relación con ésta. –Y cita a Heidegger– «Siendo para la propia muerte, este muere ficticia y constantemente hasta que llega a su deceso. La muerte así concebida, no es, obviamente, la del animal; es decir, que no es simplemente un hecho biológico. El animal, el solo-viviente no muere, sino que cesa de vivir»”. (10)

La muerte en el hombre alude más a lo simbólico. Es la lápida, la escritura de su nombre en la tumba que indica que alguna vez vivió. La muerte biológica en cambio es el cesar de vivir.

Por eso el drama de Antígona: cuando muere su hermano da la vida para que Creonte le dé sepultura. Ella abogaba por las leyes de los dioses y en cambio despreciaba las leyes de los hombres, y es de acuerdo con las leyes de los dioses que se ve compelida a enterrar a su hermano, para que su alma no quede vagando. Así habla Antígona casi al final de la tragedia de Sófocles: “En cuanto a ti, Polinices, por observar el respeto debido a tu cuerpo, he aquí lo que obtuve... Las personas prudentes no censuraron mis cuidados, no, porque, ni se hubiese tenido hijos ni si mi marido hubiera estado consumiéndose de muerte, nunca contra la voluntad del pueblo hubiera sumido este doloroso papel. ¿Que en virtud de qué ley digo esto? Marido, muerto el uno, otro habría podido tener, y hasta un hijo del otro nacido, de haber perdido el mío. Pero, muertos mi padre, ya, y mi madre, en el Hades los dos, no hay hermano que pueda haber nacido. Por esta ley, hermano, te honré a ti más que a nadie (…) El caso es que mi piedad me ha ganado el título de impía, y si el título es válido para los dioses, entonces yo, que de ello soy tildada, reconoceré mi error; pero si son los demás que van errados, que los males que sufro no sean mayores que los que me imponen, contra toda justicia”. (11)

Como Antígona, en este país madres y abuelas buscando a sus nietos desaparecidos. Sus hijos fueron arrebatados de la segunda muerte, esa que paradójicamente inscribe lo que alguien fue en vida.

Leía a propósito de lo imposible de decir el tercer libro de la trilogía de Primo Levi. Para los que no saben, fue un escritor italiano de origen judío sefardí. Resistió al fascismo y sobrevivió al Holocausto. Es conocido sobre todo por las obras que dedicó a dar testimonio sobre dicho Holocausto, particularmente el relato de los diez meses que estuvo prisionero en el campo de concentración de Monowice. Escribió relatos, poemas y novelas. La última trilogía fue: Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados. Luego se suicidó en 1987, tenía 67 años.

Paradójicamente, Primo Levi testimonia lo imposible de testimoniar. Dirá que los sobrevivientes no son los verdaderos testigos, porque según sus propias palabras son los que no han tocado fondo. Quien ha visto a la Gorgona, dice, no ha vuelto para contarlo (Medusa era una de las Gorgonas). Él dice que los que han visto a los hundidos pueden contarlo pero que lo que digan siempre será una narración por cuenta de un tercero. Y agrega: “La demolición terminada, la obra cumplida, no hay nadie que la haya contado, como no hay nadie que haya vuelto para contar su muerte”. (12)

Esta imposibilidad de testimoniar será su tormento; ni los hundidos, según él, podrían haber escrito su testimonio, puesto que su muerte había comenzado mucho antes de dejar de vivir.

Se trata de un libro muy difícil de leer, muy duro, pero se los recomiendo.

Leyéndolo recordé un relato de Margarite Duras, publicado en La vida material; se titula “Figon Georges”. Duras escribe en primera persona, y cuenta sobre el destino de su amigo Figon Georges. Había estado preso y le ocurre que cuando es puesto en libertad no puede soportarlo. Nada de lo que diga podrá dar cuenta del infierno pasado allí, en Fresnes, la cárcel. Si bien no se trata del horror del Holocausto, como Primo Levi, por no haber podido testimoniar sobre lo que significa la cárcel. Había escrito un libro que según él iba a cambiar el mundo. Pero nada de lo que escribió pudo dar cuenta de eso real vivido. No sirvió, nos dice Duras, que Figon conociera minuciosamente a todo el personal de todas las cárceles en las que había vivido. Cuenta Duras que ella y sus amigos lo escuchaban durante horas, pero finalmente quedaban exhaustos. Dice Duras: “…sin duda, entre el que ha vivido la cosa contada y el que la escucha hacen falta lugares comunes de la existencia, por ejemplo, el trabajo, el oficio, la moral, la pertenencia política. Entre la cárcel y la vida libre, por relativa que sea, no hay nada común, ninguna similitud, ni siquiera lejana. Hasta el sueño es diferente, la lectura es diferente”. (13)

Y finalmente Duras plantea una salida, porque según ella, este mal vino porque Figon estaba pegado a la veracidad de los hechos, el cenagal de lo real. Y sigue diciendo: “Si Figon hubiera olvidado, luego reinventado y, sobre todo, despersonalizado su experiencia, tal vez no habría muerto desesperado”. (14)

1- Laurent, E., “El tao del psicoanalista”, El Caldero de la Escuela, Nº 74, diciembre de 1999.

2- Lacan, J., El Seminario, Libro 4, La relación de objeto, Paidós, Buenos Aires, 2005, p. 328.

3- Miller, J.-A., Sutilezas Analíticas, Paidós, Buenos Aires, 2011, p. 235.

4- Freud, S., “La negación” (1925), op. cit., p. 253.

5- Freud, S., “La negación” (1925), Obras Completas, t. XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 2003, p.254.

6- Di Ciaccia, A., “Sujeto y plus de gozar”, Consecuencias, Revista digital de Psicoanálisis, Arte y Pensamiento, Revista digital del Departamento de Psicoanálisis y Filosofía - Pensamiento contemporáneo del CIICBA, Instituto del Campo Freudiano, Edición N° 8, Buenos Aires, abril 2012.

7- Freud, S., “La negación” (1925), op. cit., p. 253.

8- Freud, S., “Lo ominoso” (1919), Obras Completas, t. XVII, Amorrortu, Buenos Aires, 1999, p. 241.

9- Ibíd., p. 244.

10- Agamben, G., El lenguaje y la muerte. Un seminario sobre el lugar de la negatividad, Pre-Textos, Valencia, 2003, p. 13.

11- Sófocles, Antígona, espanol.free-ebooks.net/ebook/Antigona/pdf/view‎, p. 9.

12- Levi, P., Los hundidos y los salvados, Península, Barcelona, 2014, p.78.

13- Duras, M., La vida material, Plaza&Janes, Barcelona, 1988, p. 111.

14- Ibíd.

Sexualidad y muerte: Dos estigmas clínicos

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