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CAPÍTULO PRIMERO
ОглавлениеParís, Francia
(Julio de 1789)
Caitlin Paine despertó en medio de la oscuridad.
El aire se sentía pesado, y ella luchaba por respirar mientras trataba de moverse. Estaba tumbada boca arriba sobre una superficie dura. Hacía frío y estaba húmedo, y cuando miró hacia arriba recibió un pequeño haz de la luz en la cara.
Sus hombros estaban muy apretados pero, con esfuerzo, logró extenderse. Levantó sus manos y palpó la superficie superior. Era piedra. Pasó las manos a lo largo de la piedra y sintió las dimensiones, se dio cuenta que estaba atrapada. En un ataúd.
El corazón de Caitlin empezó a latir con fuerza. Odiaba estar en espacios reducidos, y comenzó a respirar con más y más dificultad. Se preguntó si estaba soñando, si estaba atrapada en una especie de limbo terrible, o si realmente había despertado en otra época y en otro lugar.
Acercó de nuevo sus dos manos al borde y con todas sus fuerzas empujó. Logró mover la piedra una fracción de pulgada, lo suficiente para que pudiera introducir un dedo por la grieta. Empujó de nuevo con todas sus fuerzas, y la pesada tapa de piedra se movió un poco más, escuchó el sonido de la piedra raspando contra la piedra.
Introdujo los dedos en la grieta y con todas sus fuerzas empujó. Esta vez, la tapa se desprendió.
Respirando con dificultad, Caitlin se sentó y miró hacia todas partes. Sus pulmones se quedaron sin aire, rápidamente se protegió de la luz llevando las manos a los ojos. ¿Cuánto tiempo había estado en esa oscuridad?, se preguntó.
Mientras estaba allí sentada, protegiéndose los ojos, trató de escuchar, atenta a cualquier ruido, cualquier movimiento. Recordó cuán violento había sido su despertar en el cementerio en Italia y, esta vez, no quería dejar nada librado al azar. Estaba preparada para cualquier cosa, lista para defenderse de los aldeanos, o de los vampiros -o de cualquier otra cosa- que pudiera estar cerca.
Pero esta vez, no se escuchaba nada. Poco a poco, abrió los ojos y vio que estaba sola. Cuando sus ojos se adaptaron, se dio cuenta que la luz no era tan brillante aquí. Estaba en una habitación de piedra, como una caverna, con techos abovedados bajos. Parecía la bóveda de una iglesia. La habitación estaba iluminada sólo por una vela prendida. Se dio cuenta de que era de noche.
Una vez que sus ojos se adaptaron, miró a su alrededor con cuidado. Tenía razón: había estado yaciendo en un sarcófago de piedra que estaba en la esquina de una habitación de piedra, en lo que parecía la cripta de una iglesia. La habitación estaba vacía, a excepción de algunas estatuas de piedra y otros sarcófagos.
Caitlin salió del sarcófago. Se estiró, probando cada uno de sus músculos. Se sentía bien al estar de pie de nuevo. Estaba agradecida por no haber despertado esta vez en el medio de una batalla. Al menos tenía unos momentos de tranquilidad para recomponerse.
Pero seguía desorientada. Sentía su mente pesada, como si hubiera despertado de un sueño de mil años. Inmediatamente, sintió una punzada de hambre.
¿Dónde estaba? se preguntó de nuevo. ¿En qué año?
Y lo más importante, ¿dónde estaba Caleb?
Se sentía abatida porque él no estaba a su lado.
Caitlin examinó la habitación en busca de alguna señal de él. Pero no encontró nada. Los otros sarcófagos estaban todos abiertos y vacíos, y no había ningún otro lugar donde pudiera estar escondido.
"¿Hola?" gritó. "¿Caleb?"
Dio unos pasos vacilantes por la habitación y vio una puerta baja con forma de arco, la única vía de entrada o salida de la habitación. Se dirigió a la entrada y probó el picaporte. Estaba sin cerrojo, la puerta se abrió fácilmente.
Antes de salir de la habitación, se volvió y examinó el cuarto, asegurándose de que no había dejado nada que fuera a necesitar. Palpó su collar que seguía alrededor de su cuello; metió la mano en los bolsillos, y se tranquilizó al sentir su diario, y la llave grande. Era todo lo que tenía en el mundo, y era todo lo que necesitaba.
Después de salir, Caitlin caminó por un largo y arqueado pasillo de piedra. Sólo quería encontrar a Caleb. Seguramente, había regresado con ella esta vez. ¿O no era así?
Y si había regresado con ella, ¿la recordaría esta vez? No quería tener que pasar por todo aquello de nuevo, tener que buscarlo, y luego que no recordara. No. Oró para que esta vez fuera diferente. Estaba vivo, se aseguró a sí misma, y regresaron juntos en el tiempo. Tenía que ser así.
Pero mientras se apresuraba por el pasillo y por un pequeño tramo de escalones de piedra, sintió que es agitaba, era esa sensación de descorazonamiento que conocía al darse cuenta que él no había regresado con ella. Después de todo, no había despertado a su lado tomándole la mano, él no estaba allí para tranquilizarla. ¿Entonces, no había regresado? Su agujero en el estómago se hizo más grande.
Y ¿qué pasó con Sam? Él también había estado allí. ¿Por qué no había ninguna señal de él?
Caitlin finalmente llegó a la cima de la escalera, abrió otra puerta, y se quedó allí, sorprendida por lo que vio. Estaba de pie en la capilla mayor de una iglesia maravillosa. Nunca antes había visto, techos tan altos, tantos vitrales, y un altar tan enorme y tan elaborado. Las filas de bancos se extendían sin fin, y este lugar parecía poder albergar a miles de personas.
Por suerte, estaba vacía. Las velas ardían por todas partes, pero era evidente que era tarde. Se sentía agradecida: lo último que quería era caminar entre una multitud de miles de personas que la miraban directamente a los ojos.
Caitlin se acercó lentamente hasta el centro del pasillo hacia la salida. Buscaba a Caleb, Sam, o incluso un sacerdote. Alguien como el sacerdote en Asís, quien podría darle la bienvenida, y explicarle lo que estaba ocurriendo. ¿Quién podría decirle dónde estaba y cuándo y por qué?
Pero no había nadie. Caitlin parecía estar completamente sola.
Cuando Caitlin llegó a las enormes puertas dobles, se preparó para enfrentar lo que podría estar afuera.
Cuando las abrió, se quedó sin aliento. La noche estaba iluminada por antorchas a lo largo de la calle, y ante ella había una gran multitud de personas. No estaban esperando entrar a la iglesia, sino que estaban caminando alrededor de un gran plaza abierta. Era una noche concurrida y festiva, y cuando Caitlin sintió el calor, supo que era verano. Se sorprendió al ver a toda esa gente, su vestuario era anticuado y formal. Por suerte, nadie pareció darse cuenta de ella. Pero, ella no podía apartar los ojos de esa gente.
Había cientos de personas, la mayoría vestidas formalmente, era claro que se trataba de otro siglo. Entre ellos había caballos, carruajes, vendedores ambulantes, artistas, cantantes. Era una noche de verano llena de gente, y era abrumador. Se preguntó qué año podría ser, y en qué lugar había posiblemente aterrizado. Más importante aún, mientras examinaba todas las caras extrañas y extranjeras, se preguntó si Caleb podría estar esperando entre ellos.
Desesperada, esperanzada, examinó la multitud tratando de convencerse a sí misma de que Caleb, o tal vez Sam, podría estar entre ellos. Miró en todas direcciones, pero después de varios minutos, se dio cuenta de que no estaban allí.
Caitlin dio varios pasos hacia la plaza, y luego se volvió y miró la iglesia, con la esperanza de que, tal vez, podría reconocer su fachada que le daría una pista sobre dónde estaba.
Y así fue. No era experta en arquitectura o en historia, o en iglesias, pero sabía algunas cosas. Algunos lugares eran tan obvios, estaban tan grabados en la conciencia pública, que podía reconocerlos. Y ése era uno de esos.
Ella estaba de pie ante la catedral de Notre Dame.
Estaba en París.
Era un lugar que no podía confundirse con otro. Sus tres enormes puertas del frente, profusamente talladas; las docenas de pequeñas estatuas sobre ellas; su elaborada fachada que ascendía cientos de metros hacia el cielo. Era uno de los lugares sobre la tierra que podía reconocerse más fácilmente. La había visto en línea, muchas veces. No podía creerlo: realmente estaba en París.
Caitlin siempre había querido ir a París, siempre le había rogado a su madre que la llevara. Cuando había tenido un novio una vez en la escuela secundaria, siempre había esperado que él la llevara allí. Era un lugar que siempre había soñado en ir, y se le fue la respiración al darse cuenta de que estaba allí. Y en otro siglo.
Caitlin sintió que la multitud la empujaba; se miró e hizo una evaluación de su ropa. Se sintió mortificada porque todavía estaba vestida con el simple uniforme de prisionero que Kyle le había dado en el Coliseo de Roma. Llevaba una túnica de lienzo, áspera a la piel, toscamente cortada, demasiado grande para ella, atada con un trozo de cuerda sobre su torso y piernas. Su pelo estaba enmarañado, sin lavar, y caía sobre su cara. Parecía un prisionero fugado, o un vagabundo.
Al sentirse más ansiosa, Caitlin volvió a buscar a Caleb, a Sam, a alguna persona que pudiera reconocer, que podría ayudarla. Nunca se había sentido tan sola, y solo quería ver a alguien conocido y saber que no había regresado sola a este lugar y que todo iba a estar bien.
Pero no reconoció a nadie.
Tal vez soy la única, pensó. Tal vez estoy por mi cuenta otra vez.
Esta idea le perforó su estómago como un cuchillo. Quería agacharse, arrastrarse y esconderse en la iglesia, para que la enviaran a algún otro tiempo, a otro lugar -cualquier lugar en el que pudiera despertar y ver que conocía a alguien.
Pero se hizo fuerte. Sabía que no había marcha atrás ni ninguna otra opción más que seguir adelante. Sólo tendría que ser valiente y encontrar su camino en este tiempo y lugar. Simplemente, no tenía otra opción.
*
Caitlin tenía que alejarse de la multitud. Necesitaba estar sola, para descansar y alimentarse, para pensar. Tenía que averiguar dónde ir, dónde buscar a Caleb, y saber si estaba aquí. Igualmente importante, tenía que averiguar por qué estaba en esa ciudad, y en ese tiempo. Ni siquiera sabía qué año era.
Una persona pasó a su lado y, abrumada por el repentino deseo de saber, Caitlin se acercó y la agarró del brazo.
Él se volvió y la miró, sorprendido por haber sido detenido de manera tan abrupta.
"Lo siento," dijo ella, dándose cuenta de lo seca que tenía su garganta y de lo terrible que debía verse, al pronunciar sus primeras palabras, "¿pero qué año es?"
Le dio vergüenza preguntar, dándose cuenta de que debía parecer una loca.
"¿El año?" El hombre confundido le preguntó.
"Um … Lo siento, pero no puede recordar …"
El hombre la miró de arriba abajo, y luego sacudió lentamente la cabeza, como si estuviera imaginando cuál era su problema.
"Es 1789, por supuesto. Y no estamos ni siquiera cerca de Año Nuevo, así que realmente no tienes ninguna excusa ", dijo, sacudiendo la cabeza con sorna mientras se marchaba.
1789. Esos números corrieron por la mente de Caitlin. Recordó que la última vez había estado en 1791. Dos años. No tan atrás en el tiempo.
Sin embargo, ahora estaba en París, un mundo completamente diferente al de Venecia. ¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora?
Se devanó los sesos, tratando desesperadamente de recordar sus clases de historia, de recordar lo que había sucedido en Francia en 1789 Se sintió avergonzada de que no podía. Se enojó consigo misma una vez más por no prestar más atención en clase. Si hubiera sabido en la escuela secundaria que algún día iba a viajar hacia atrás en el tiempo, habría estudiado historia toda la noche, y habría hecho un esfuerzo para memorizar todo.
Eso ya no importaba. Ahora, ella era parte de la historia. Ahora, tenía la oportunidad de cambiarla, y cambiarse a sí misma. El pasado, se dio cuenta, podría cambiar. El hecho de que ciertos acontecimientos habían sucedido en los libros de historia, no significaba que ella, viajando hacia atrás, no podría cambiarlos. En cierto sentido, ya lo había hecho: aparecer allí, en este momento, afectaría todo. Eso, a su vez, podría, en una pequeña escala, cambiar el curso de la historia.
Aún más, tomó conciencia de la importancia de sus acciones . El pasado era suyo y podía crearlo de nuevo.
Mientras se sumergía en el paisaje tan elegante, Caitlin empezó a relajarse un poco, e incluso a sentirse un poco animada. Al menos había aterrizado en un lugar hermoso, en una hermosa ciudad, y en una época también hermosa. No era la edad de piedra, después de todo, y no era como si hubiera aparecido en medio de la nada. Todo a su alrededor lucía inmaculado, y la gente se vestía muy bien, y las calles empedradas brillaban bajo la luz de las antorchas. Y lo único que se acordaba de París en el siglo 18 era que se trataba de una época de lujo para Francia, una época de gran riqueza, cuando aún gobernaban reyes y reinas.
Caitlin se dio cuenta de que Notre Dame estaba en una pequeña isla, y sintió la necesidad de irse. Estaba demasiado lleno de gente allí, y necesitaba un poco de paz. Vio varios puentes peatonales, y se dirigió a uno. Tenía la esperanza de que la presencia de Caleb la estuviera dirigiendo en una dirección en particular.
Mientras caminaba sobre el río, notó lo hermosa que era la noche en París, iluminada por la luz de las antorchas a lo largo del río y la luna llena. Pensó en Caleb y deseó que estuviera a su lado para disfrutar de la vista.
Cuando miró hacia el agua, se llenó de recuerdos. Pensó en Pollepel, en el río Hudson por la noche, cómo la luna lo iluminaba. Tuvo un repentino impulso de saltar del puente para probar sus alas y ver si podía volar y elevarse.
Pero, se sentía débil, y con hambre, y cuando se hizo hacia atrás, ni siquiera pudo sentir la presencia de sus alas. Le preocupó que el viaje en el tiempo hubiera afectado sus habilidades, sus poderes. No se sentía tan fuerte como antes. De hecho, se sentía casi humana. Fragil. Vulnerable. No le gustaba esa sensación.
Después de cruzar el río, caminó por las calles laterales, vagando durante horas, irremediablemente perdida. Caminó por calles que daban muchas vueltas y se alejaban más y más del río, hacia el norte. Le sorprendió la ciudad. En algunos aspectos, parecía similar a Venecia y Florencia en 1791. Al igual que esas ciudades, París seguía siendo la misma, incluso se veía igual que en el siglo 21. Nunca había estado allí, pero había visto fotos, y se sorprendió al reconocer muchos edificios y monumentos.
Las calles aquí también, en su mayoría, eran de adoquines, estaban llenas de caballos y carruajes, o de vez en cuando se veían caballos con un jinete. La gente, vistiendo trajes elaborados, paseaba tranquilamente, con todo el tiempo del mundo. No había cañerías aquí tampoco, y Caitlin no pudo evitar notar la basura en las calles y retrocedió ante el horrible hedor aumentado por el calor del verano. Deseó tener una de esas pequeñas bolsas de popurrí que Polly le había dado en Venecia.
Pero a diferencia de esas otras ciudades, París era un mundo en sí mismo. Las calles eran más anchas, los edificios eran más bajos y estaban más bellamente diseñados. La ciudad se sentía más vieja, más preciosa, más hermosa. También había menos gente: cuanto más se alejaba de la catedral de Notre Dame, menos personas veía. Tal vez era porque era tarde en la noche, las calles estaban casi vacías.
Caminó y caminó, hasta que se le cansaron las piernas y los pies, buscando en cada esquina alguna señal de Caleb, alguna pista que la condujera en una dirección especial. No vio nada.
Cada veinte cuadras, más o menos, el barrio cambiaba, y la sensación cambiaba, también. Yendo más y más hacia el norte, subió una colina, allí encontró un barrio nuevo, esta vez con callejones estrechos, y varios bares. Al pasar por un bar en una esquina, vio a un hombre tirado contra la pared, estaba borracho e inconsciente. La calle estaba completamente vacía y, por un momento, Caitlin sintió la peor punzada de hambre. Sentía como si su estómago se le estuviera desgarrando por la mitad.
El hombre yacía inconsciente, ella acercó su mirada a su cuello y vio la sangre latir en su interior. En ese momento, más que cualquier otra cosa, quiso descender sobre él para alimentarse. La sensación era más que un deseo – era una orden. Su cuerpo le gritaba que tenía que hacerlo.
Le tomó hasta la última gota de su voluntad obligarse a mirar hacia otro lado. Prefería morir de hambre a herir a un ser humano.
Miró a su alrededor y se preguntó si habría un bosque cerca de allí, un lugar donde pudiera cazar. Había visto algunos caminos de tierra y parques de la ciudad, pero no había visto nada como un bosque.
Justo en ese momento, la puerta del bar se abrió y un hombre salió tropezándose – lo estaban echando, en realidad- empujado por uno de los camareros. Él los maldijo y les gritó, estaba claramente borracho.
Luego se volvió y miró a Caitlin.
Tenía un cuerpo grande y miró a Caitlin con malas intenciones.
Se puso nerviosa. Se preguntó de nuevo, desesperadamente, dónde habían ido sus poderes.
Se dio la vuelta y se alejó, caminando rápidamente; el hombre la seguía.
Antes de que pudiera girar, él la agarró por detrás, en un abrazo de oso. Él era más rápido y más fuerte de lo que había imaginado, y podía oler su aliento horrible por encima de su hombro.
Pero el hombre también estaba borracho. Tropezó, incluso mientras la sostenía, y Caitlin se concentró, recordó lo que había aprendido, lo esquivó y lo lanzó en el aire, utilizando una de las técnicas de lucha que Aiden le había enseñado en Pollepel. El hombre salió volando y aterrizó sobre su espalda.
Caitlin tuvo un flashback a Roma, al Coliseo, a la lucha en la pista del estadio cuando varios combatientes se lanzaron sobre ella. Era tan vívido que por un momento se olvidó dónde estaba.
Regresó al tiempo presente justo a tiempo. El hombre borracho se levantó, tropezó, y se lanzó sobre ella de nuevo. Caitlin esperó hasta el último segundo, luego lo esquivó, y él salió volando, cayendo sobre su rostro.
Estaba aturdido y, antes de que pudiera levantarse de nuevo, Caitlin se apresuró a alejarse. Se alegró de que había logrado librarse de él pero el incidente la había sacudido. Le preocupó que todavía tuviera flashbacks de Roma. Tampoco había sentido su fuerza sobrenatural. Todavía se sentía tan frágil como un ser humano. Esa idea, más que cualquier otra cosa, la asustaba. Realmente, tenía que arreglárselas por su cuenta.
Caitlin miró a su alrededor y empezó a sentirse desesperada por no saber dónde ir ni qué hacer. Sus piernas le quemaban por la caminata, y estaba cansada.
Fue entonces cuando la vio. Al levantar la vista, vio ante ella una enorme colina. Además, había una gran abadía medieval. Por alguna razón que no podía explicar, se sintió atraída hacia allí. La colina era desalentadora, pero no tenía otra opción.
Caitlin subió hasta la cima de la colina, más cansada de lo que nunca había estado en su vida y deseó poder volar.
Finalmente, llegó a las puertas de entrada de la abadía, y miró sus enormes puertas de roble. Este lugar tenía un aspecto antiguo. Se maravilló ante el hecho de que, aunque era 1789, esta iglesia había sido construida miles de años antes.
No sabía por qué, pero ese lugar la atraía. Al no tener otro lugar a donde ir, se llenó de coraje, y llamó suavemente.
No hubo ninguna respuesta.
Caitlin probó el picaporte y se sorprendió cuando la puerta se abrió. Y entró.
La antigua puerta se abrió lentamente, y los ojos de Caitlin tardaron un momento en acostumbrarse a la iglesia que estaba oscura como una caverna. Mientras la examinaba, le impresionó la magnitud y la solemnidad del lugar. Todavía era de noche, y esta sencilla y austera iglesia, hecha enteramente de piedra, adornada con vitrales, estaba iluminada por velas grandes con pequeñas flamas que estaban en todas partes. En su extremo más alejado había un altar sencillo, a su alrededor había decenas de más velas.
Sin embargo, parecía no haber nadie.
Caitlin se preguntó qué estaba haciendo allí. ¿Había alguna razón especial? ¿O su mente solo le estado jugando una mala pasada?
De repente, una puerta lateral se abrió y Caitlin es dio vuelta.
Caitlin se sorprendió al ver a una monja -bajita y frágil, vestida con túnicas blancas y una capucha blanca, caminando hacia ella. Se acercó lentamente hasta Caitlin.
La monja se echó la capucha hacia atrás, la miró y sonrió. Tenía grandes y brillantes ojos azules, se veía demasiado joven para ser una monja. Cuando sonrió, Caitlin pudo sentir su calor. También notó que era de las suyas: era un vampiro.
"Hermana Paine," la monja dijo en voz baja. "Es un honor tenerla aquí."