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CAPÍTULO TERCERO

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Sam abrió los ojos con un sobresalto. Estaba mirando hacia el cielo, el tronco de un roble enorme. Parpadeó varias veces, preguntándose dónde estaba.

Sintió algo suave en la espalda que se sentía muy cómodo; cuando miró, se dio cuenta de que yacía sobre un montón de musgo en el piso de un bosque. Miró hacia arriba y hacia atrás y vio a docenas de árboles altos balanceándose en el viento. Oyó un sonido de gorgoteo, y vio un arroyo correr a pocos metros de su cabeza.

Sam se sentó y miró a su alrededor en todas direcciones, asimilándolo todo. Estaba en lo profundo del bosque, solo, la luz se filtraba por entre las ramas de los árboles. Se examinó y vio que estaba vestido con el mismo equipo de batalla que había usado en el Coliseo. El ruido de la corriente, las aves y algunos animales distantes lo tranquilizó.

Con alivio, Sam se dio cuenta de que el viaje en el tiempo había funcionado. Era evidente que estaba en otro lugar y en otra época -a pesar de que no tenía ni idea dónde estaba y qué época era.

Sam examinó lentamente su cuerpo: no había sufrido lesiones importantes y estaba entero. Sintió un hambre terrible roer su estómago, pero podía soportarlo. En primer lugar, tenía que averiguar dónde estaba.

Se palpó para saber si cargaba algún armamento.

Por desgracia, nada de eso había viajado con él. Estaba solo de nuevo, librado a lo que sus propias manos podrían ayudarlo.

Se preguntó si conservaba el poder de un vampiro. Pudo sentir la fuerza sobrenatural correr por sus venas, y sintió que aun lo tenía. Pero, no podría estar seguro hasta que llegara el momento para probarlo.

Y ese momento llegó antes de lo esperado.

Sam oyó el chasquido de una rama y se volvió para ver a un gran oso descomunal dirigiéndose lentamente hacia él, dispuesto a agredirlo. Se quedó paralizado. El oso lo fulminó con la mirada, levantó sus colmillos y gruñó.

Un segundo después, se lanzó velozmente hacia él.

A Sam no le dio tiempo para correr y no había ningún lugar donde pudiera ir. No tenía otra opción más que enfrentar este animal.

Pero por extraño que pareciera, en lugar de dejarse vencer por el miedo, Sam sintió la rabia correr a través de él. Estaba furioso con el animal. Le molestaba ser atacado, especialmente antes de tener la oportunidad de orientarse. Así que, sin pensarlo, Sam se lanzó también preparándose para unirse con el oso en la batalla, de la misma manera que lo hubiera hecho con un humano.

Sam y el oso se encontraron en el centro. El oso se abalanzó sobre él y Sam se lanzó enseguida. Sam sintió el poder correr por sus venas, haciéndolo sentir invencible.

Cuando se encontró con el oso en el aire, se dio cuenta de que tenía razón. Atrapó al oso por los hombros, lo agarró, lo hizo girar y lo lanzó en el aire. El oso salió volando hacia atrás por el bosque, a decenas de pies se golpeó con fuerza contra un árbol.

Sam se quedó allí y rugió de nuevo al oso, era un rugido feroz, aún más fuerte que el del animal. Sintió cómo los músculos y venas se le abultaban.

Lentamente, el tambaleante oso se puso de pie y miró a Sam con algo de sorpresa. Ahora cojeaba al caminar y, después de dar unos pasos, bajó la cabeza, dio media vuelta y salió corriendo.

Pero Sam no iba a dejarlo escapar tan fácilmente. Estaba enfurecido y sentía como si nada en el mundo podría disminuir su ira. Y tenía hambre. El oso tendría que pagar.

Sam arrancó a correr y le alegró ver que era más rápido que ese animal. En unos momentos, lo alcanzó y, de un solo salto, aterrizó sobre su espalda. Se echó hacia atrás y hundió sus colmillos profundamente en el cuello del animal.

El oso aulló de agonía, dando sacudidas salvajemente, pero Sam lo disfrutaba. Hundió sus colmillos más profundamente y, en unos instantes, el oso cayó de rodillas debajo de él. Finalmente, el animal dejó de moverse.

Sam se posó encima, bebiendo, sintiendo la fuerza de la vida correr por sus venas.

Finalmente, Sam se echó hacia atrás y se lamió los labios que chorreaban sangre. Nunca se había sentido tan renovado. Era exactamente la comida que necesitaba.

Sam se estaba levantando cuando oyó el chasquido de otra ramita.

Miró y allí de pie, en un claro del bosque, había una chica joven, de tal vez 17 años, vestida con una telita delgada, completamente blanca. Estaba allí, sosteniendo una cesta, y le devolvió la mirada en estado de shock. Su piel era de color blanco translúcido y su largo cabello castaño enmarcaba sus grandes ojos azules. Era hermosa.

Le devolvió la mirada a Sam, quien estaba igualmente paralizado.

Se dio cuenta de que ella debía tenerle miedo al creer que tal vez él podría atacarla; verlo sobre el oso con sangre en la boca, le debió parecer un espectáculo horrible. No quería asustarla.

Así que se bajó de un salto del animal y dio varios pasos hacia ella.

Para su sorpresa, ella no se inmutó, ni trató de alejarse. Más bien, sólo lo siguió mirando fijamente, sin miedo.

"No te preocupes", dijo. "No voy a hacerte daño."

Ella sonrió. Eso lo sorprendió. No sólo era hermosa, pero no tenía miedo. ¿Cómo podía ser posible?

"Por supuesto que no," dijo ella. "Eres uno de los míos."

Le tocó a Sam sorprenderse. Al segundo que lo dijo, él supo que era verdad. Había sentido algo cuando la vio por primera vez, y ahora se daba cuenta por qué. Ella era uno de los suyos. Un vampiro. Por eso no tenía miedo.

"Linda abatida", dijo, haciendo un gesto hacia el oso. "Un poco caótica, ¿no te parece? ¿Por qué no atrapaste un ciervo?"

Sam sonrió. No sólo era bonita – también era divertida.

"Quizás la próxima vez lo haré", respondió.

Ella sonrió.

"¿Te importaría decirme qué año es?", preguntó. "O siglo, por lo menos?"

Ella sólo sonrió y negó con la cabeza.

"Voy a dejar que lo descubras por ti mismo. Si te lo dijera, arruinaría toda la diversión, ¿no?"

A Sam le gustó la chica. Era valiente. Y se sentía a gusto con ella como si la conociera de toda la vida.

Ella dio un paso hacia adelante y extendió su mano. Sam la tomó y le encantó la sensación de su piel suave y translúcida.

"Yo soy Sam", dijo, sacudiendo la mano, sosteniéndola durante demasiado tiempo.

Ella sonrió alegremente.

"Lo sé", dijo.

Sam estaba desconcertado. ¿Cómo podía saberlo? ¿La había visto antes? No lograba recordarla.

"Me enviaron por ti", añadió.

De repente, ella se dio vuelta y se dirigió a un camino del bosque.

Sam se apresuró para alcanzarla, suponiendo que ella quería que la siguiera. Sin ver cuidadosamente por donde iba, se sintió avergonzado al verse atrapado en una rama; escuchó su risa.

"¿Y?" le preguntó. "¿No vas a decirme tu nombre?"

Ella se rió de nuevo.

"Bueno, tengo un nombre formal, pero rara vez lo uso", dijo.

Luego se volvió y lo miro mientras esperaba que él la alcanzara.

"Si quieres saberlo, todo el mundo me llama Polly."

Deseada

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