Читать книгу El Don de la Batalla - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 27
CAPÍTULO QUINCE
ОглавлениеErec estaba en la popa de su barco, ocupando la parte trasera de su flota y mirando con ansiedad por encima de su hombro una vez más. Por un lado, se sentía aliviado porque habían conseguido aniquilar la aldea del Imperio y desviarse río arriba hacia Volusia, hacia Gwendolyn; por otro lado, había pagado un precio caro, no solo en hombres perdidos, sino en tiempo perdido -se había quedado sin la ventaja que le llevaba a lo que quedaba de la flota del Imperio. Al mirar hacia atrás vio que los seguían, demasiado cerca, serpenteando río arriba, a pocos cientos de metros, ondeando las banderas negras y doradas del Imperio. Había perdido la ventaja de un día que les llevaba y ahora ellos le seguían enfurecidos, como un avispón persiguiendo a su presa, con sus barcos superiores y mejor dirigidos, acercándose más con cada ráfaga de viento.
Erec se giró y examinó el horizonte. Por sus vigilantes sabía que Volusia estaba en algún lugar más allá de la curva, sin embargo, a la velocidad a la que el Imperio estaba achicando la brecha, se preguntaba si su pequeña flota la alcanzaría a tiempo. Empezaba a darse cuenta de que, si no llegaba a tiempo, tendrían que dar la vuelta y defender su posición y aquella era una posición, para la que estaban ampliamente superados en número, que no podrían ganar.
Erec escuchó un ruido que hizo que se le erizaran los pelos de la nuca y, al darse la vuelta y alzar la vista, vio algo que le dejó helado de miedo: habían soltado una avalancha de flechas del Imperio y ahora surcaban el aire, ennegreciendo el cielo, dirigiéndose en un arco alto hacia su flota. Erec se preparó y observó aliviado que la primera avalancha iba a parar al agua que estaba a su alrededor, a quizás menos de veinte metros de ellos, el ruido de las flechas al golpear el agua sonaba como pesadas gotas de lluvia.
“¡FLECHAS!” exclamó Erec, alertando a sus hombres para que se pusieran a cubierto.
La mayoría de ellos lo hicieron, sin que les sobrara mucho tiempo. Pronto siguió otra avalancha, estas disparadas por ballestas de mayor alcance y Erec observó horrorizado cómo una alcanzaba la cubierta de su barco y uno de sus soldados gritaba. Erec se dio la vuelta y vio cómo salía de su pierna, perforada por una flecha fortuita, la única con un alcance lo suficientemente lejano para llegar hasta él.
Erec sintió una ráfaga de indignación y de urgencia. El Imperio los tenía dentro de su alcance; muy pronto los adelantarían y con la flota de miles de barcos del imperio, simplemente no había forma de que los pudieran derrotar. Erec sabía que tenía que pensar con rapidez.