Читать книгу Un Canto Fúnebre para Los Príncipes - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 16
CAPÍTULO SIETE
ОглавлениеCatalina estaba sentada en la cubierta del barco mientras este cortaba el agua, el agotamiento no le permitía hacer mucho más. A pesar del tiempo que había pasado desde que había curado la herida de Sofía, parecía que no se había recuperado completamente del esfuerzo.
De vez en cuando, los marineros comprobaban que estuviera bien. El capitán, Borkar, era especialmente atento, comprobándolo con una frecuencia y una deferencia que hubieran resultado graciosos de no ser porque él actuaba de forma completamente sincera.
—¿Está bien, mi señora? —preguntó, por lo que parecía ser la centésima vez—. ¿Solicita alguna cosa?
—Estoy bien —le aseguró Catalina—. Yo no soy la señora de nadie. Solo soy Catalina. ¿Por qué continúas llamándome así?
—No me corresponde decirlo, mi… Catalina —insistió el capitán.
No era solo él. Parecía que todos los marineros pasaban por el lado de Catalina con un nivel de deferencia que rayaba lo servil. No estaba acostumbrada a esto. Su vida había consistido en la brutalidad de la Casa de los Abandonados, seguido de la camaradería de los hombres de Lord Cranston. Y había estado Will, por supuesto…
Esperaba que Will estuviera a salvo. Cuando se fue, no había podido decirle adiós, pues Lord Cranston no le hubiera dejado marcharse de haberlo hecho. Hubiera dado lo que fuera para poder decirlo adecuadamente, o incluso mejor, para llevarse a Will con ella. Probablemente se hubiera reído de los hombres que hacían la reverencia ante ella, sabiendo lo mucho que esa cortesía injustificada le molestaría.
Tal vez eso era algo que Sofía había hecho. Al fin y al cabo, ya había interpretado el papel de noble antes. Tal vez lo explicaría todo una vez se despertara. Si se despertaba. No, Catalina no podía pensar así. Debía tener esperanzas, incluso aunque hubieran pasado más de dos días desde que ella había cerrado la herida en el costado de Sofía.
Catalina entró en el camarote. El gato del bosque de Sofía levantó la cabeza cuando Catalina entró, alzando la vista de manera protectora desde donde estaba a los pies de Sofía como una manta peluda. Para sorpresa de Catalina, el gato apenas se había movido del lado de Sofía durante todo el tiempo en el que el barco había estado viajando. Dejó que Catalina le acariciara las orejas cuando fue hacia el lado de la cama de su hermana.
—Los dos estamos esperando a que despierte, ¿verdad? —dijo ella.
Se sentó al lado de su hermana, observando cómo dormía. Sofía parecía estar muy tranquila ahora, ya no estaba dañada por la herida de estilete en su costado, ya no estaba gris por la palidez de la muerte. Podía haber estado dormida, solo que había estado dormida de esta manera durante tanto tiempo que a Catalina empezaba a preocuparle que pudiera morir de hambre o de sed antes de despertar.
Entonces Catalina vio el ligero parpadeo de los ojos de Sofía, el breve movimiento de sus manos contra las sábanas. Miró fijamente a su hermana, atreviéndose a tener esperanzas.
Sofía abrió los ojos, la miró fijamente y Catalina no pudo resistirse. Se lanzó hacia delante y abrazó a su hermana, sujetándola muy fuerte.
—Estás viva. Sofía, estás viva.
—Estoy viva —la tranquilizó Sofía, sujetándose en Catalina mientras esta la ayudaba a incorporarse. Incluso el gato del bosque parecía alegrarse por ello, yendo hacia allí para lamerles la cara a ambas con una lengua que parecía el raspador de un herrero.
—Tranquila, Sienne —dijo Sofía —. Estoy bien.
—¿Sienne? —preguntó Sofía—. ¿Así se llama?
Vio que Sofía asentía.
—La encontré en el camino hacia Monthys. Es una larga historia.
Catalina imaginó que había un montón de historias que contar. Se apartó de Sofía, deseosa por oírlo todo y Sofía casi cayó de nuevo en la cama.
—¡Sofía!
—No pasa nada —dijo Sofía—. De verdad que estoy bien. Por lo menos, eso creo. Solo estoy cansada. También me iría bien beber un poco.
Catalina le pasó una bota de agua y observó cómo Sofía bebía con ganas. Llamó a los marineros y, ante su sorpresa, el mismo capitán Borkar vino corriendo.
—¿Qué necesita mi señora? —pregunto y, a continuación, miró a Sofía. Para sorpresa de Catalina, se puso sobre una rodilla—. Su alteza, está despierta. Todos estábamos muy preocupados por usted. Debe estar muerta de hambre. ¡Ahora mismo le traigo comida!
Se fue a toda prisa y Catalina notó que la alegría salía de él como humo. Pero ahora ella tenía, por lo menos, otra preocupación.
—¿Su alteza? —dijo, mirando hacia Sofía—. Los marineros me han estado tratando de manera rara desde que descubrieron que era tu hermana, ¿pero esto? ¿Les estás diciendo que eres de la realeza?
Fingir ser de la realeza parecía un peligroso juego al que jugar. ¿Se estaba aprovechando Sofía de su compromiso con Sebastián, o fingiendo ser de la realeza extranjera, o había algo más?
—No es nada de eso —dijo Sofía—. No estoy fingiendo nada. —Agarró a Catalina por el brazo—. ¡Catalina, descubrí quiénes son nuestros padres!
Eso no era algo con lo que Sofía bromearía. Catalina la miró fijamente, sin apenas poder creer las consecuencias de ello. Se sentó en el borde de la cama, deseando comprenderlo todo.
—Cuéntame —dijo, incapaz de contener su conmoción—. ¿Realmente piensas… piensas que nuestros padres tenían algo que ver con la realeza?
Sofía se dispuso a incorporarse. Al moverse con dificultad, Catalina la ayudó.
—Nuestros padres se llamaban Alfredo y Cristina Danse —dijo Sofía—. Vivían, mejor dicho, vivíamos en una finca en Monthys. Nuestra familia habían sido los reyes y reinas antes de que la familia de la Viuda los apartara. La persona que explicó esto dijo que tenían una especie de… conexión con la tierra. No solo la gobernaban; eran parte de ella.
Catalina se quedó helada al escucharlo. Ella había sentido esa conexión. Había sentido que el campo se extendía ante ella. Había ido en busca del poder que había en él. Entonces fue cuando pudo curar a Sofía.
—¿Y esto es real? —dijo—. ¿No se trata de un cuento? ¿No me estoy volviendo loca?
—Yo no inventaría esto —la tranquilizó Sofía—. Yo no te haría eso, Catalina.
—Dijiste que nuestros padres eran esas personas —dijo Catalina—. ¿Ellos están…? ¿Ellos murieron?
Hizo todo lo que pudo por esconder el dolor que la atravesaba ante aquel pensamiento. Ella recordaba el fuego. Recordaba escapar. No podía recordar lo que les había sucedido a sus padres.
—No lo sé —dijo Sofía—. Nadie parece saber lo que les sucedió después de eso. Aparte de esto, el plan es ir hasta nuestro tío, Lars Skyddar, y esperar que él sepa algo.
—¿Lars Skyddar? —Catalina había oído ese nombre. Lord Cranston había hablado de las tierras de Ishjemme y de cómo habían conseguido impedir la entrada a los invasores usando una combinación de astutas estrategias y las defensas naturales de sus fiordos cubiertos de hielo—. ¿Él es nuestro tío?