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CAPÍTULO CUATRO
ОглавлениеChris estaba en el campo fangoso en la sombra de la Escuela Obsidiana de Videntes. Estaba cubierto de barro hasta la cintura. La lluvia caía sobre él de forma torrencial.
—Otra vez —exigió el Coronel Caín. Sus inquietantes ojos azules destellaban.
Chris apretó los dientes. Estaba agotado. Había estado dando vueltas corriendo durante lo que parecían horas. Pero entonces recordó su misión –matar a Oliver- y su motivación regresó.
Su riguroso entrenamiento para el combate había empezado de inmediato. Y mientras, por una parte, estaba emocionado por ser el único vidente que existía en poseer el poder de la materia oscura, los entrenamientos de buena mañana le estaban destrozando el entusiasmo.
Chris siempre había sido un chico fornido –prefería picotear que hacer deporte- y todas las horas corriendo en el barro y la lluvia mientras le vociferaban órdenes a la cara le estaban agotando. Y, aún así, a pesar de todas las dificultades, su motivación no hacía más que crecer. Mataría a Oliver. En la próxima misión, no lo dejaría escapar.
Empezó a correr de nuevo, su pecho se movía agitadamente. Tenía un fuerte dolor en el costado, pero lo ignoró y continuó. Por el rabillo del ojo veía que el Coronel Caín lo estaba observando, sus ojos azules brillaban incluso a través de la lluvia torrencial.
Justo entonces, avistó una silueta que estaba en una de las ventanas de los dormitorios de la Escuela de los Obsidianos. Supo de inmediato que era Malcolm Malice. Sonrió con satisfacción, lleno de orgullo de que Malcolm le estuviera observando. Sabía que Malcolm estaba celoso de sus poderes y de la atención especial que estaba recibiendo. A Malcolm le hubiera encantado que le entrenara el ejército oscuro. Todavía estaba resentido por su misión fallida y por caer en desgracia a ojos de la Señorita Obsidiana.
Mientras corría, resbalando y patinando sobre la hierba embarrada, Chris recordó de nuevo aquel momento a orillas del Río Támesis en el que tuvo cogido el tobillo de Oliver con la mano durante un instante y, a continuación, lo había perdido de repente y Oliver había desaparecido a través del portal. Chris estaba decidido a no permitir que eso volviera a suceder. La próxima vez que se encontrara cara a cara con Oliver, acabaría con él. Entonces conseguiría todo el prestigio de todos los Obsidianos y Malcolm Malice se quedaría sin nada.
Chris se percató de que el cielo estaba oscureciendo. Giró la esquina y volvió corriendo hacia el Coronel Caín. Había estado entrenando desde el amanecer, sin parar ni para comer. El coronel era como un sargento instructor. Pero no importaba lo duro que fuera el entrenamiento, Chris nunca se quejaba. Incluso ahora, que su respiración consistía en jadeos intensos y roncos, no dejaría que el hombre viera el dolor en su cara. El Coronel Caín era duro, sí, pero era admirable. Chris lo respetaba de un modo que nunca lo había hecho con su padre.
Llegó hasta el Coronel Caín. A través de la túnica oscura del hombre, Chris veía que miraba hacia abajo detenidamente con los ojos sobrenaturales y brillantes de un vidente canalla.
El Coronel Caín apretó el botón de arriba de su cronómetro.
—¿Qué tal lo hice? —preguntó Chris.
—Estás yendo más lento —fue la respuesta del coronel, con una voz imponente y estruendosa.
—Tengo hambre —respondió Chris, colocando las manos sobre sus rollizas caderas—. ¿Cuándo vamos a parar para comer?
El coronel entrecerró sus brillantes ojos azules. Parecía furioso.
—Tienes el poder de la materia oscura en tu interior, Christopher —dijo bruscamente—. No deberías tener ninguna necesidad. El poder que la Señorita Obsidiana te otorgó es la envidia de todo soldado oscuro del universo.
Entre las punzadas de hambre, Chris sintió una ola de orgullo.
—Ven aquí —dijo el Coronel Caín, haciendo un gesto a Chris.
Chris se acercó cauteloso, resbalando un poco sobre la tierra embarrada.
—Levanta las manos —dijo el coronel.
Chris hizo lo que le habían ordenado.
—¿Sabes el poder que contienen? —preguntó el coronel.
Chris asintió.
—Puedo lanzar chorros de ácido con ellas —dijo con orgullo, recordando cómo había destrozado las valiosas obras de arte de Newton en Inglaterra en los años 1690.
—Puedes hacer mucho más que eso —dijo el coronel.
Cogió las manos de Chris por las muñecas. Su agarre era firme. Sus dedos eran como garras, protuberantes y largos, casi inhumanos.
—Concentra tu mente —exigió el coronel—. Accede a tus poderes oscuros. Después usa ese poder para derretir el tejido de las dimensiones.
—Debe de estar gastándome una broma —murmuró Chris.
—Yo no gasto bromas —respondió el coronel.
Chris había descubierto el tejido dimensional cuando la Señorita Obsidiana había llamado al ejército oscuro para que los ayudaran en la última misión. Había usado un sofisticado cuchillo para hacerlo. Pero ¿se esperaba que Chris lo hiciera solo con sus manos?
El coronel lo estaba mirando con insistencia. Chris respiró profundamente y dejó que su mente encontrara aquel lugar meditativo en el que la realidad empezaba a difuminarse.
Cada vez que accedía a sus poderes era emocionante para Chris, pues cada vez que los encontraba en su interior podía ver que habían crecido. Sus poderes estaban situados como una enorme roca volcánica ardiente, justo en el centro de su barriga. Incluso desde el poco tiempo que había estado entrenando con el coronel notaba lo mucho más grandes que eran, lo mucho más que deseaban ser utilizados. Era como si fueran algo extraño para él, un alienígena que residía dentro de su cuerpo, que le daba la clase de poder con el que la gente solo soñaba.
Buscó en su interior y empezó a tirar de sus poderes hasta llevarlos a sus brazos. Sintió que el calor se deslizaba por sus antebrazos extendidos y hasta sus muñecas, que el Coronel Caín todavía agarraba con fuerza. Entonces notó que se filtraba hasta sus manos, calentando su piel hasta una temperatura abrasadora. Finalmente, lo expulsó, proyectando la imagen que había creado en su mente del tejido derritiéndose y convirtiéndolo a la fuerza en una realidad.
Al hacerlo, se dio cuenta de que el ambiente alrededor de sus manos empezaba a cambiar. Empezó a resplandecer.
—Funciona… —tartamudeó Chris.
Alzó la mirada hacia el Coronel Caín. Aunque la capucha del hombre hacía sombra en su rostro, Chris podía ver por sus ojos que ahora sonreía diabólicamente.
Chris sintió que su corazón empezaba a golpearle el pecho.
—Lo estoy haciendo —dijo, sintiendo una ola de victoria.
—Ahora, suelta —ordenó el coronel.
Chris dejó caer las manos. En el lugar donde sus manos habían coincidido con el tejido de la dimensión, ahora había dos agujeros chamuscados.
—Impresionante —murmuró Chris.
—Así es cómo tienes acceso al espacio entre el tiempo —dijo el coronel—. El vacío. El reino donde reside el ejército oscuro —Alargó los brazos hacia delante y, apretando, juntó de nuevo las partes chamuscadas del cielo—. ¿Ves lo valioso que es el poder que hay en tu interior?
Chris asintió.
—Sí.
—Bien. Entonces corre.
Chris sintió un tirón en el pecho.
—¿Correr? ¿Otra vez?
El momento de amabilidad del Coronel Caín se esfumó. Su voz se volvió fría y dura de nuevo.
—He dicho que corras.
Chris no iba a discutir. Volvió a disparársele el corazón, para hacer aún otra vuelta al campo.
Esta vez, cuando alzó la vista hacia la ventana de los dormitorios, vio que Malcolm ahora no estaba.
Al girar y avistar la silueta del Coronel Caín a lo lejos, Chris se percató de que su mentor ya no estaba solo. Había una segunda silueta a su lado. Alguien más pequeño. Un estudiante, se percató Chris.
Al acercarse aún más, se dio cuenta. Malcolm, que había estado observando a Chris entrenando, ahora había bajado a los campos de juego.
Chris tensó la barbilla. No quería que Malcolm interactuara con el Coronel Caín. ¡El coronel era su mentor!
Aceleró aún más el paso, hasta que el dolor de su costado parecía la hoja de un cuchillo. Le dolían los pulmones pero se forzaba a avanzar más y más y más.
Por fin, llegó donde estaba el coronel con un gran estruendo, disparando barro hacia las piernas del pantalón de Malcolm.
El Coronel Caín parecía sorprendido. Paró su cronómetro.
—Esta ha sido tu vuelta más rápida, Christopher —dijo, con la mínima expresión de orgullo en su voz. Miró a Malcolm y, de nuevo, a Chris—. Imagino que un poco de competición es buena para ti.
Chris respiró muy profundamente, los pulmones le dolieron al hacerlo.
—¿Competición? —balbuceó—. ¿Qué quiere decir?
Pero estaba claro que el Coronel Caín había tenido una idea.
—Malcolm me estaba hablando de vuestra última misión. Se ha ofrecido voluntario para ir contigo a la próxima. Iba a decirle que no. Pero ahora que he visto lo rápido que puedes ser para derrotar a un contrincante, he decidido mandarlo a él también.
—¡No! —gritó Chris. Lo último que quería era que Malcolm le robara su prestigio, le quitara el protagonismo—. Yo soy el único en el que la Señorita Obsidiana confía para esto. Malcolm ya ha fracasado. Me toca liderar a mí.
Pero el coronel no estaba escuchando. Había ido hacia un lateral del campo donde había dispuesto equipamiento de pelea y guantes de boxeo. Cogió un par de guantes rojos.
—Toma —dijo, ofreciéndoselos a Chris. Le pasó otro par a Malcolm—. Veamos cómo os batís en duelo.
Chris no podía creerlo. ¡Se suponía que este era su momento para brillar! Ahora Malcolm se había abierto camino a empujones. La rata estúpida había sido la mitad del problema en la última misión. ¡Llevárselo a esta era una idea horrible! Tendría que dejarlo inconsciente y causarle una conmoción tan grande que no hubiera modo de que pudiera venir.
Fulminando con la mirada a Malcolm, se fijó los guantes. La fría lluvia caía con fuerza pero él ya no la sentía. Toda su atención estaba en Malcolm. En darle una buena paliza.
Malcolm se puso los guantes y chocó sus puños de una forma amenazadora. Hizo su horrible sonrisa de comadreja. Chris estrechó aún más los ojos.
—El último que quede de pie —anunció el Coronel Caín—. ¡Vamos!
Malcolm no perdió el tiempo. Fue a toda velocidad hacia Chris como si hubiera estado esperando esta oportunidad toda su vida.
Chris adoptó su posición de defensa. Podía utilizar el arrebato de Malcolm contra él. El chico estaba lleno de rabia, no pensaba. Lo único que tenía que hacer Chris era agotarlo antes de darle un golpe certero.
Malcolm lanzó un puñetazo. Chris alzó los brazos y lo bloqueó fácilmente. Este había sido un primer intento chapucero.
Malcolm lo intentó de nuevo, probando con un gancho de izquierda. Pero Chris ya lo había previsto. Lo volvió a parar. Esta vez, contraatacó con un golpe en el lado descubierto de Malcolm.
—¡Uff! —susurró Malcolm mientras se tambaleaba.
El barro era resbaladizo y tropezó. Chris se dio cuenta enseguida de que allí tenía una oportunidad. Había estado entrenando durante horas sobre el barro resbaladizo y se mantenía más estable de pie, pero Malcolm no y apenas podía mantenerse.
Chris sabía que debía aprovechar este momento en el que Malcolm había bajado su defensa.
Dio dos grandes pasos hacia delante y se concentró en el hombro descubierto de Malcolm y, a continuación, puso todo el peso de su cuerpo en estrellar su puño derecho contra él.
Pero Malcolm de repente se irguió y se agachó en el último instante. En lugar de darle una paliza en el hombro, la mano de Chris pasó rápidamente por delante de él, llevándose todo el cuerpo con ella.
Se tambaleó. Había cometido un gran error. Un error de cálculo.
Un fuerte golpe repentino le impactó detrás de la oreja derecha. El dolor creció rápidamente hacia la mandíbula, el cuello y la mejilla. Las orejas empezaron a zumbarle.
Desorientado, Chris dio una vuelta, intentando echarle el ojo a Malcolm. Pero Malcolm debía de haberse puesto a toda prisa detrás de él, pues lo único que pudo ver Chris era el campo embarrado y la lluvia torrencial.
Se le metían las gotas en los ojos, lo que dificultaba más la visión. Entonces sintió que otro horrible golpe le impactaba detrás de la cabeza. Este fue tan fuerte que le repiquetearon los dientes. Unas estrellas negras bailaban en sus ojos.
Empezó a intentar golpear, intentando encontrar a Malcolm desesperadamente, para intentar acertar con cualquiera de sus golpes. Pero fallaba. Solo estaba sacudiendo brazos y piernas. La vergüenza se apoderó de él.
Llegó un tercer golpe. Este le alcanzó en la garganta. El dolor fue tan horrible que Chris sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
Respirando entrecortadamente, cayó de rodillas sobre el suelo empapado. Después se desplomó hacia el lado, sin poder ya sostener su cuerpo, que estaba debilitado por una tos angustiosa. Su cara impactó contra el suelo. Mientras jadeaba, probó el sabor del barro.
Los pies de Malcolm aparecieron a su lado. Cuando alzó la mirada hacia su silueta enmarcada por gotas de agua, el chico sonrió diabólicamente.
Después el Coronel Caín dio un paso adelante y miró hacia abajo a Chris.
—Sí —dijo el Coronel Caín, asintiendo con la cabeza—. Creo que vosotros dos haréis un buen equipo.