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CAPÍTULO CINCO

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Oliver notó la extraña sensación de que tiraban de su cuerpo al cruzar el portal. No importaba cuántos portales atravesara, nunca se acostumbraría a esa sensación. Parecía que le separaran los átomos y se los volvieran a juntar.

Las parpadeantes luces lilas del portal pasaban zumbando por delante de él, con un brillo cegador, que aumentaba su malestar general. Notaba que las náuseas le revolvían el estómago.

Oliver no podía evitar sentir lástima por sus amigos. Ni Walter ni Hazel habían viajado jamás a través de un portal y este era particularmente salvaje, especialmente teniendo en cuenta que no había ninguna garantía de que consiguieran llegar al otro lado. Solo podía rezar para que fuera capaz de llevarlos a salvo a su destino deseado. Pero si sus intenciones no habían sido lo suficientemente puras, todos serían expulsados al espacio. Contemplar ese pensamiento era demasiado horroroso.

Después de lo que parecieron horas, Oliver oyó un extraño ruido de succión, como agua escurriéndose por un desagüe. A continuación, con un pum como cuando explota un globo, todas las luces intermitentes y las sensaciones de tirón desaparecieron.

Oliver sintió que volaba por los aires como si lo lanzaran con una catapulta. Fue a parar al suelo violentamente y se quejó de dolor.

Por detrás de él se oyeron tres claros golpes secos y Oliver supo que era el ruido de cada uno de sus compañeros al ir a parar al suelo.

Miró hacia atrás. Todos parecían aturdidos y desaliñados. A David se le había deshecho la cola durante el viaje y el moño de Hazel se veía revuelto y torcido. Una vez más, Walter era el que menos se había inmutado. Se levantó de un salto y lanzó un puño al aire.

—¡Ha sido genial!

Oliver se puso de pie con dificultad rápidamente.

—¡Chss! —dijo, corriendo hacia Walter—. No sabemos dónde estamos. ¡No llamemos mucho la atención!

Llegó a Walter a la vez que Hazel y David.

—Lo que lleva a la pregunta —dijo Hazel—. ¿Dónde estamos?

Todos empezaron a mirar alrededor. Estaban rodeados de una serie de edificios que parecían estar en diferentes estados de abandono. Era evidente que en algún momento habían sido iglesias extremadamente decoradas y extravagantes, con escalones de piedra, altas columnas blancas y tejados abovedados, pero algo las había deteriorado. ¿El tiempo? ¿La guerra? Incluso parecía posible que se hubieran llevado los materiales de los edificios. En general, parecía que todo estaba a punto de derrumbarse.

Las calles también estaban sucias. El ganado salvaje deambulaba por ahí, dejando caer excrementos a su paso y algunos zorros entraban y salían a toda prisa de las iglesias.

Oliver se estremeció.

—Algún lugar de Europa. Pero dónde y cuándo exactamente, no tengo ni idea. Vamos a buscar pistas.

Empezaron a pasear por las calles. No había ningún coche, pero sí un montón de estiércol de caballo, lo que les ayudó a restringir la época a antes de la invención del automóvil. Había muy poca gente desperdigada por ahí, principalmente mendigos, lo que hacía que el lugar pareciera un poco una ciudad fantasma.

—Me da la sensación de que la población debe de haberse reducido hace poco —dijo Hazel—. Parece que hay demasiada poca gente para todos estos edificios.

—Así que quizás estemos en algún tipo de ciudad antigua que ha perdido a su gente por alguna razón —sugirió Oliver—. Eso explicaría por qué los edificios parecen tan deteriorados.

—¡Mirad allí! —dijo Hazel, señalando hacia una zona rectangular rodeada por unos grandes edificios que parecían importantes—. Eso parece un foro romano. Solo que está lleno de ganado y mercados —Tenía los ojos muy abiertos por la emoción—. Creo que podríamos estar en Roma. Justo en el umbral del Renacimiento.

—¿De qué? —preguntó Walter.

—El momento en el que Europa marca la transición de la Edad Media a la época moderna —respondió con entusiasmo—. Cuando prosperaron el arte, la arquitectura y la filosofía. ¿No te suena la era de los descubrimientos?

A Walter se le escapó una risa burlona.

—Eres una empollona.

Pero Hazel estaba en racha. Ignoró por completo a Walter y parecía cada vez más emocionada.

—Por eso están cayendo todos los edificios. En el siglo catorce, la economía se desplomó a causa de la guerra y la plaga además de la hambruna por una pequeña edad de hielo. La población se redujo entre un veinticinco y un cincuenta por ciento.

—Así que esto debe ser principios del siglo dieciséis —respondió Oliver.

—Creo que sí —dijo Hazel asintiendo.

Justo entonces, pasaron dos mujeres charlando por delante de ellos. Oliver no entendía el idioma. Pero David estaba escuchando con atención, como sí él tal vez lo entendiera.

Oliver miró a David con las cejas levantadas con esperanza.

—¿Y bien? ¿Las entendiste?

David asintió lentamente.

—Sí. Yo hablo varios idiomas. Quizás esta sea otra razón por la que me envió el Profesor Amatista.

—¿Y? —preguntó Oliver—. ¿Tenemos razón? ¿Estamos en Italia?

David asintió.

—Estamos en Italia.

Oliver no pudo evitar exclamar:

—¡Italia!

Hazel también parecía completamente fascinada por donde habían ido a parar.

—¡Roma! ¡Durante el Renacimiento!

Walter giraba y estiraba la cabeza para internalizar la visión de las altas iglesias derruidas.

—Me alegro de que estéis tan contentos con el sitio al que hemos ido a parar. Yo estoy contento de que no estemos muertos.

—Entonces, el portal nos llevó a la Italia del siglo dieciséis —dijo Hazel, que todavía parecía impresionada a pesar de su intento por volver al trabajo—. ¿Por qué iba a estar la cura para Ester precisamente aquí?

Al mencionar el nombre de Ester, a Oliver le dio un vuelco el estómago. No había tiempo para quedarse embelesado con el entorno, para sorprenderse por haber llegado a la Italia del siglo dieciséis, pues cada segundo que pasaba era un segundo desperdiciado.

—Tenemos que averiguar dónde vamos a ir ahora —dijo apresuradamente.

Oliver sacó su brújula. Pero, para su sorpresa, mientras la manecilla de oro principal señalaba a un vial -que seguramente representaba la medicina- todas las demás manecillas más pequeñas señalaban al mismo símbolo. No les daba ninguna otra pista.

Oliver dejó caer los hombros. Se sentía derrotado.

—Es… Esto no funciona —tartamudeó, con gesto de impotencia.

—¿Y ahora qué? ¡Estaban en Roma durante el Renacimiento sin tener ni idea de adónde ir o qué hacer a continuación! Cada momento que estaban allí vacilando era otro momento en el que Ester iba hacia la muerte.

—Ehhh… Oliver… —dijo David con voz de alarma.

Oliver apartó la mirada de su brújula inútil. Para su sorpresa, un niño venía corriendo hacia ellos. Parecía desesperadamente preocupado.

Oliver sintió que el terror crecía en su interior. ¿Quién era el chico y por qué se dirigía hacia ellos de esa manera, con una mirada de pura ansiedad?

Llegó corriendo hasta ellos y empezó a hablar en italiano de manera urgente y rápida. Oliver miró a Oliver y Hazel, que parecían igual de perdidos que lo que estaba él, con gesto de impotencia.

David tomó la iniciativa. Dio un paso adelante y asentía mientras el chico hablaba.

Cuando el chico de piel tostada por fin terminó, David miró por encima del hombro a Oliver.

—Es un vidente —dijo.

Oliver arrugó las cejas.

—¿Un vidente? ¿Cómo nos encontró?

—Dice que cuando activamos el portal, este mandó una luz de alarma a su escuela. Dice que debemos seguirle. Estar aquí es demasiado peligroso.

—Pero ¿por qué? —preguntó Hazel—. ¿Qué tiene de peligroso estar inocentemente en las calles?

—Quieres decir aparte del ganado que deambula y de los mendigos —bromeó Walter.

David le tradujo su pregunta al chico. Este negó con la cabeza, parecía estar cada vez más exasperado. Hablaba de un modo rápido y exagerado, moviendo los brazos de forma melodramática.

—¿Y bien? —preguntó Oliver, cada vez más nervioso a cada segundo que pasaba.

—La luz —dijo David con la voz entrecortada, transmitiendo el mensaje a los demás. Clavó su mirada en Oliver, cuya expresión ahora era de profunda preocupación—. No solo manda una señal de alarma a la escuela. Todos los videntes pueden captarla.

Hazel soltó un grito ahogado.

—Te refieres a…

—Los canallas —terminó David por ella—. Les hemos mandado una señal de que estamos aquí.

Oliver sintió que el calor desaparecía de su cara. Por fin entendía por qué el chico vidente italiano estaba tan frenético. ¡Prácticamente, habían mandado una señal para que viniera cualquier vidente canalla a complicar la historia!

—¡Rápido! —les dijo Oliver a sus amigos—. Salgamos de aquí.

Hazel le cogió del brazo.

—¿Estás seguro de que podemos fiarnos de este chico?

—Se arriesgó mucho solo para venir a buscarnos aquí —dijo Walter.

Pero Oliver no estaba tan seguro.

—David, ¿puedes preguntarle más sobre él? ¿Y enterarte de si existe alguna manera de probar lo que nos está diciendo? —preguntó.

David giró la vista hacia el chico y le preguntó algo en italiano.

—Se llama Gianni —les transmitió a los demás—. Dice que puede demostrar que es de confianza.

El chico, Gianni, dio un paso adelante y se sacó una llave de bronce del bolsillo. Se la pasó a Oliver y la apretó contra su mano.

Preguntándose por qué parecía que Gianni quería que la tuviera él, Oliver cogió la llave, con el ceño fruncido y la giró en sus manos. Entonces lo comprendió.

En la parte de atrás había un símbolo conocido. Un anillo con tres ojos separados uniformemente. El símbolo de la Escuela de Videntes.

Oliver sintió que se formaba una sonrisa en sus labios. Aquel símbolo le hacía sentir como en casa.

Se lo mostró a los demás. Walter asintió, satisfecho, pero Hazel cruzó los brazos.

—Todavía no lo sé —dijo.

Su escepticismo le recordaba a Oliver cómo él se había sentido respecto a David. Pero David había demostrado su valía en el portal y ahora confiaba plenamente en David. Su guardaespaldas no los conduciría al peligro.

—Si David dice que podemos fiarnos de Gianni, entonces creo que podemos confiar en él —le dijo.

Una mirada de orgullo apareció en la cara de David.

—Te lo prometo, Hazel. Gianni es exactamente quien dice ser. Un vidente. Un amigo al que han mandado a buscarnos.

Hazel se mordió el labio como si reflexionara. Pero, finalmente, asintió.

—Supongo que, estadísticamente hablando, es más probable que nos pillen los videntes canallas si nos quedamos aquí que si vamos con él. Contad conmigo.

Walter giró los ojos.

—¡Confiemos en la decisión que ha tomado Hazel basada en estadísticas!

Guiados por Gianni, el chico vidente de la era del Renacimiento en Roma, los amigos empezaron a correr.

Los Obsidianos

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