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CAPÍTULO SEIS

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La Señorita Obsidiana estaba sentada en su despacho, mirando fijamente el cuenco de las visiones. Lo había estado vigilando de cerca casi de manera constante, ignorando todas las señales de fatiga que había en su interior que le pedían que durmiera, todas las señales de hambre que le decían que comiera. Nada era más importante para ella que encontrar a Oliver Blue y destruirlo de una vez por todas.

Pero el agotamiento ya era difícil de combatir. Había perdido la cuenta de los días. ¿Dos? ¿Posiblemente tres? Su vida se había convertido en mirar fijamente y de manera obsesiva dentro del cuenco de las visiones, escuchando los gritos constantes del Coronel Caín desde fuera de su ventana mientras entrenaba a Christopher Blue en las artes oscuras.

El pensamiento dibujó una retorcida sonrisa en sus labios. Esta vez no había ninguna posibilidad de fracaso. Christopher tenía la magia más peligrosa en su interior. Junto con el mejor entrenamiento que podía ofrecer el ejército oscuro y el incomparable deseo asesino de Chris por matar a Oliver, esta vez lo lograrían.

Solo deseaba que su topo se diera prisa. ¿De qué servía colar a un espía en la Escuela de Videntes de Amatista, para tender una trampa que atrajera a Oliver, si le iba a llevar mucho tiempo llevar a cabo el plan?

Puede que tuviera que hacer aparecer otro, uno que acelerara un poco las cosas. Quizá pudiera encontrar a alguien a quien manipular dentro de la escuela. Añadir algo de viaje en el tiempo por diversión. De hecho, cuanto más pensaba en ello, más cuenta se daba de lo divertido que sería. Tenía que haber un estudiante dentro de la Escuela de Videntes que se sintiera insatisfecho. Moldear una joven mente influenciable –tal como había hecho con Malcolm Malice, y ahora con Christopher Blue- era una de las cosas que más le gustaba hacer.

Sí, embaucaría a uno de los estudiantes para que obedeciera sus órdenes.

En cuanto hubo decidido su nuevo plan, algo parpadeó en su cuenco de las visiones.

La Señorita Obsidiana se alzó de golpe, con la espalda erguida y se inclinó más hacia el cuenco. A través de las oscuras nubes de tormenta que le habían tapado la visión durante días, ahora veía una resplandeciente luz lila que giraba.

Enseguida supo lo que estaba mirando. Era un portal. Oliver Blue estaba en marcha.

La emoción chisporroteaba por sus venas. Observó atentamente mientras la imagen se volvía aún más clara. Entonces el corazón le dio un vuelco en el pecho.

¡Allí estaba! ¡Oliver Blue!

Estaba en una calle muy ornamentada. La Señorita Obsidiana frunció el ceño, intentando identifica la arquitectura.

—¿Roma? —murmuró en voz baja—. ¿Siglo dieciséis?

Continuó observando, las náuseas daban vueltas en la boca de su estómago, mientras Oliver y sus molestos amiguitos se acercaban. Entonces vio a otro chico que los llevaba a toda prisa por las calles.

El grupo llegó a una pared de ladrillos y el chico presionó una serie de ladrillos. La pared se abrió.

La Señorita Obsidiana supo lo que estaba sucediendo de inmediato. ¡El otro chico era un vidente de la ciudad que llevaba a Oliver Blue a su escuela para que estuviera a salvo! ¡En el instante en el que se metieron dentro, ya no pudo verlo más!

La frustración la venció. Dio un golpe con los puños sobre la mesa cuando la rabia se apoderó de ella. De su pecho salió un gruñido de rabia.

—¡No importa donde vaya, ese mocoso siempre consigue ayuda! —gritó furiosa.

Echando humo, se dirigió hacia la ventana y se agarró al alféizar. No soportaría otros tres días mirando fijamente dentro del cuenco de las visiones. Había visto lo suficiente como para averiguar que Oliver Blue estaba en Roma en el siglo dieciséis. Ya tenía ventaja. Y ayuda. No había tiempo que perder.

Abrió la ventana de golpe, ignorando la lluvia torrencial que le caía encima.

—¡Es la hora! —vociferó hacia el cielo oscuro.

Su voz, magnificada, resonó en la noche como una campana descascarillada.

Volvió a la mesa hecha una furia y se dejó caer en su trono. Un instante después, oyó que se abría la puerta. Entraron el Coronel Caín, Christopher Blue y Malcolm Malice, en respuesta a su llamada. Parecían ratas ahogadas, cubiertas de barro, tenían las mejillas muy rojas por el esfuerzo excesivo. Era satisfactorio verlos de ese modo.

—Sentaos —les dijo de forma brusca a todos.

Ellos hicieron lo que les ordenó. Lo que más le gustaba a la Señorita Obsidiana era la obediencia absoluta.

—He localizado a Oliver Blue —anunció—. No hay tiempo que perder. Debéis viajar hacia él de inmediato.

Christopher puso cara de espanto.

—Pero yo he estado entrenando desde el amanecer. Es casi medianoche. Estoy agotado.

La Señorita Obsidiana sintió que el enfado chisporroteaba en su interior. Estos estudiantes eran muy quejicas siempre. Ella les daba la mejor educación, los poderes más oscuros, todas las oportunidades para prosperar y poder apoderarse del universo, y lo único que hacían era quejarse.

—He estado aquí sentada durante tres días esperando esta señal —le dijo la Señorita Obsidiana—. Cuando tú hayas hecho lo mismo, entonces podrás hablarme de estar cansado.

Hizo una pausa. Pensándolo mejor, quizá Christopher tenía razón. Mandar a dos videntes cansados para esta tarea era una pérdida de tiempo. Necesitarían ayuda, al menos hasta que hubieran descansado y hubieran renovado sus fuerzas.

—Cada uno de vosotros puede llevarse a alguien con él —dijo—. Vigilantes que se preocupen de cuándo necesitáis dormir. Pero debéis decidiros rápidamente. ¿A quién os llevaréis?

—A Natasha Armstrong —dijo Malcolm sin perder un segundo.

—Buena elección —respondió la Señorita Obsidiana. Natasha era una de las alumnas que asistía a sus clases para los dotados y los que tenían talento. Sería una buena incorporación a la misión—. ¿Christopher?

Chris se había quedado sin palabras.

—Yo no conozco a nadie. Nunca he tenido la oportunidad de hacer amigos aquí.

—Entonces llévate a alguien que conocieras en tu última misión —le dijo impaciente la Señorita Obsidiana, intentando meterle prisa—. Quien sintieras que más te ayudó.

—Madeleine —dijo Christopher, encogiendo los hombros.

La Señorita Obsidiana se mofó.

—¿Madeleine? La pelo de zanahoria a quien le cerré la boca con cremallera el otro día? Muy bien. Es tu decisión.

Accedió a sus poderes de vidente, buscando en su interior el arranque de energía que necesitaba para mover átomos. Conocía todos los rincones y recovecos de su adorada escuela y para su mente era fácil captar los lugares exactos done Madeleine y Natasha estaban durmiendo. Sería un despertar muy brusco para ellas.

Usando su espléndido talento, la Señorita Obsidiana agarró sus átomos, los movió y tiró de ellos hasta su despacho. Los recolocó de nuevo hasta que las dos chicas se materializaron delante de ella.

Ambas parpadeaban, parecían sobresaltadas, se sonrojaron al darse cuenta de que estaban en camisón en pleno despacho de la directora.

—Madeleine. Natasha —anunció la Señorita Obsidiana—, hoy es vuestro día de suerte. Hoy vais a ir a una misión muy importante, una que tendrá como consecuencia la aniquilación de Amatista de una vez por todas. Hoy vais a ir a Roma. Hoy mataréis a Oliver Blue.

Los Obsidianos

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