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CAPÍTULO TRES
ОглавлениеKyra regresaba despacio pasando las puertas de Argos con los ojos de todos los hombres de su padre posándose sobre ella, y ella hervía con vergüenza. Había malentendido su relación con Theos. Había pensado de manera estúpida que podía controlarlo, y él en cambio se la sacudió enfrente de estos hombres. Era claro a los ojos de todos que ella no tenía ningún poder, ningún dominio sobre el dragón. Era simplemente un guerrero más; y ni siquiera un guerrero, sino sólo una chica adolescente que había llevado a su gente a una guerra que, ahora abandonados por el dragón, no podrían ganar.
Kyra caminó de vuelta en Argos con los ojos sobre ella en un silencio incómodo. ¿Qué pensaban de ella ahora? se preguntaba. Ni siquiera ella sabía qué pensar. ¿No había venido Theos por ella? ¿Había peleado esta pelea con sus propios objetivos? ¿Es que realmente tenía algún poder especial?
Kyra sintió alivio cuando los hombres dejaron de mirarla y volvieron al despojo, todos ocupados recogiendo armas y preparándose para la guerra. Se apuraban de un lado para otro recogiendo todo el botín que habían dejado los Hombres del Señor, llenando carros, guiando caballos y con el sonido del acero siempre presente mientras escudos y armas se amontonaban. Al caer más tiempo y con el cielo oscureciéndose, no tenían tiempo que perder.
“Kyra,” dijo una voz familiar.
Volteó y miró consolada el rostro sonriente de Anvin mientras se acercaba. Él la miraba con respeto, con la bondad y el calor tranquilizador de la figura paterna que siempre había sido. Le puso un brazo de manera afectiva sobre los hombros con una gran sonrisa sobre su barba y puso delante de ella una nueva y brillante espada, con su hoja grabada con símbolos Pandesianos.
“El acero más fino que he sostenido en años,” dijo con una amplia sonrisa. “Gracias a ti, aquí tenemos suficientes armas para iniciar una guerra. Nos has hecho mucho más formidables.”
Kyra halló consuelo en sus palabras como siempre lo hacía; pero aun así no podía dejar sus sentimientos de depresión, de confusión, del rechazo del dragón. Se encogió de hombros.
“Yo no hice todo esto,” respondió. “Theos lo hizo.”
“Pero Theos regresó por ti,” respondió él.
Kyra volteó hacia el cielo gris ahora vacía, y pensaba.
“No estoy tan segura.”
Ambos miraban al cielo en medio de un gran silencio que sólo se interrumpía por el silbido del viento.
“Tu padre te espera,” dijo Anvin finalmente con voz seria.
Kyra se unió a Anvin mientras caminaban con sus botas crujiendo sobre el hielo y nieve, pasando por el patio en medio de toda la actividad. Pasaron por docenas de los hombres de su padre que caminaban por el extenso fuerte de Argos, hombres en todas partes que finalmente se miraban relajados después de mucho tiempo. Los miró reír, beber, y bromear entre ellos mientras juntaban las armas y provisiones. Eran como niños en día festivo.
Docenas más de los hombres de su padre estaban en línea mientras pasaban sacos de grano Pandesiano, pasándolos entre ellos amontonándolos en los carros; a su lado pasó otro carro repleto con escudos que sonaban al chocar entre ellos. Estaba amontonado tan alto que algunos cayeron a los lados, y los soldados se apuraron a volverlos a acomodar. Todo a su alrededor había carros saliendo de la fortaleza, algunos ya de camino a Volis y otros separándose en direcciones diferentes que había designado su padre, todos llenos hasta el tope. Kyra sintió un poco de consuelo al ver esto, sintiéndose menos mal por la guerra que había instigado.
Doblaron una esquina y Kyra pudo ver a su padre rodeado por sus hombres, ocupado inspeccionando espadas y lanzas que ellos sostenían para su aprobación. Él la miró acercarse y les hizo una señal a sus hombres, que al momento se dispersaron y los dejaron solos.
Su padre se volteó y miró a Anvin, y Anvin se quedó parado un momento, inseguro de la mirada callada de su padre pidiéndole claramente que se fuera también. Finalmente Anvin se volteó y se unió a los otros, dejando a Kyra sola con él. Ella también se sorprendió; nunca antes le había pedido a Anvin que se fuera.
Kyra lo miró y él tenía una mirada inescrutable como siempre, portando el rostro público y distante de un líder entre los hombres, y no el rostro íntimo del padre que ella conocía y amaba. Él la miró y ella se puso nerviosa al pasarle muchos pensamientos por la cabeza: ¿Estaba orgulloso de ella? ¿Estaba molesto por haberlos llevado a esta guerra? ¿Estaba decepcionado de que Theos la hubiera rechazado y abandonado a su ejército?
Kyra esperó, acostumbrada a sus largos silencios antes de hablar pero que ahora la confundían; mucho había cambiado entre ellos y muy rápido. Sentía como si hubiera crecido en una sola noche, mientras que él había cambiado por los eventos recientes; era como si ya no supieran como relacionarse el uno con el otro. ¿Era él el padre que siempre había conocido y amado, que le leía historias hasta muy entrada la noche? ¿O era ahora su comandante?
Él se quedó ahí observado, y ella se dio cuenta de que él no sabía qué decir mientras el silencio se hacía pesado entre ellos, con el único sonido siendo el del viento que pasaba entre ellos y el de antorchas siendo encendidas por los hombres que se preparaban para la noche. Finalmente Kyra no pudo soportar más el silencio.
“¿Vas a llevar todo esto de vuelta a Volis?” le preguntó mientras pasaba un carro lleno de espadas.
Él examinó el carro y pareció al fin salir de su meditación. No le regresó la mirada a Kyra, sino en vez de eso negó con la cabeza mientras miraba el carro.
“Ya no queda nada en Volis para nosotros sino la muerte,” dijo con una voz profunda y definitiva. “Ahora iremos al sur.”
Kyra se sorprendió.
“¿Al sur?” preguntó.
Él asintió.
“Espehus,” dijo él.
El corazón de Kyra se llenó de excitación al imaginarse su viaje a Espehus, la antigua fortaleza que se alzaba sobre el mar, su vecino más grande hacia el sur. Su excitación creció aún más al darse cuenta de que el ir ahí podría significar sólo una cosa: se preparaba para la guerra.
Él asintió como leyendo su mente.
“Ahora no hay marcha atrás,” dijo.
Kyra miraba a su padre con una sensación de orgullo que no había sentido en años. Ya no era más el guerrero complaciente viviendo su vida en la seguridad de un pequeño fuerte, sino ahora el valiente comandante que había conocido dispuesto a arriesgarlo todo por la libertad.
“¿Cuándo nos vamos?” preguntó con el corazón latiéndole anticipando su primer batalla.
Se sorprendió al verlo negar con la cabeza.
“Nosotros no,” la corrigió. “Yo y mis hombre. Tú no.”
Kyra estaba deshecha, con sus palabras como una daga en el corazón.
“¿Me dejarías atrás?” preguntó tartamudeando. “¿Después de todo lo que ha pasado? ¿Qué más debo hacer para probarte lo que soy?”
Él negó con la cabeza firmemente y ella estaba devastada al ver la dureza en sus ojos, mirada que ella sabía significaba que no iba a ceder.
“Tú irás con tu tío,” dijo. Era una orden, no una petición, y con estas palabras ella supo cuál era su posición: ahora ella era su soldado, no su hija. Eso le dolió.
Kyra respiró profundamente dispuesta a no rendirse tan pronto.
“Yo quiero pelear a tu lado,” insistió ella. “Puedo ayudarte.”
“Tú estarás ayudándome,” dijo él, “yendo a donde se te necesita. Necesito que vayas con él.”
Ella frunció el ceño tratando de entender.
“¿Pero por qué?” preguntó.
Él guardó silencio por un momento hasta que finalmente suspiró.
“Tu posees…” inició, “…habilidades que yo no entiendo. Habilidades que necesitaremos para ganar esta guerra. Habilidades que sólo tu tío sabrá cómo fomentar.”
Él extendió la mano y la tomó de los hombros con cariño.
“Si quieres ayudarnos,” añadió, “si quieres ayudar a nuestra gente, ahí es donde se te necesita. No necesito otro soldado, necesito los talentos especiales que tienes para ofrecer; las habilidades que nadie más tiene.”
Ella vio el deseo en sus ojos, y aunque se sintió horrible con la idea de no poder unírsele, sintió cierta tranquilidad en sus palabras junto con una elevada curiosidad. Se preguntaba a qué habilidades se refería y quien sería su tío.
“Ve y aprende lo que no puedo enseñarte,” añadió. “Vuelve más fuerte, y ayúdame a ganar.”
Kyra lo miró a los ojos y sintió como regresaban el respeto y el calor, y se sintió recuperada de nuevo.
“Es un viaje largo hasta Ur,” añadió. “Una cabalgata de tres días hacia el oeste y norte. Tendrás que cruzar Escalon sola. Tendrás que ser rápida y sigilosa evitando los caminos. La palabra se extenderá rápido sobre lo que ha ocurrido aquí, y los señores Pandesianos estarán furiosos. Los caminos serán peligrosos; permanecerás en los bosques. Cabalga al norte hasta el mar y mantenlo a la vista. Este será tu brújula. Sigue la costa y llegarás a Ur. Mantente alejada de las aldeas y de las personas. No te detengas. No le digas a nadie a dónde vas. No hables con nadie.”
La tomó de los hombros firmemente y sus ojos se oscurecieron con urgencia, asustándola.
“¿Me entiendes?” imploró. “Es una viaje peligroso para cualquier hombre, y mucho más para una chica sola. No puedo hacer que nadie te acompañe. Necesito que seas fuerte para poder hacerlo sola. ¿Lo eres?”
Ella pudo sentir el temor en su voz, el cariño de un padre consternado, y asintió con la cabeza enorgullecida de que le confiara una misión como esta.
“Lo soy, padre,” dijo con orgullo.
Él la observó y finalmente asintió con satisfacción. Lentamente sus ojos se hincharon con lágrimas.
“De todos mis hombres,” dijo, “de todos estos guerrero, tú eres a quien más necesito. No a tus hermanos y ni siquiera a mis confiables soldados. Eres sólo tú, tú eres la única que puede ganar esta guerra.”
Kyra se sintió confundida y abrumada; no podía entender completamente a lo que se refería. Abrió la boca para preguntarle cuando de repente sintió movimiento acercándose.
Se volteó para mirar a Baylor, el maestro de caballos de su padre, acercándose con su característica sonrisa. Un hombre bajo y pesado con cejas espesas y cabello fibroso, acercándose con su habitual jactancia y le dio una sonrisa a ella, y entonces volteó hacia su padre como esperando su aprobación.
Su padre asintió con la cabeza y Kyra se preguntó qué estaba pasando mientras Baylor volvía a voltear hacia ella.
“Escuché que estarás realizando un viaje,” dijo Baylor con su voz nasal. “Para eso, necesitarás un caballo.”
Kyra se encogió confundida.
“Ya tengo un caballo,” respondió mirando al fino caballo que había cabalgado en su batalla contra los Hombres del Señor, atado al otro lado del patio.
Baylor sonrió.
“Eso no es un caballo,” dijo.
Baylor miró a su padre y su padre asintió, y Kyra trató de entender qué estaba pasando.
“Sígueme,” dijo él y, sin esperar, empezó a caminar hacia los establos.
Kyra lo vio irse, confundida, y entonces miró hacia su padre. Este asintió.
“Síguelo,” dijo. “No te arrepentirás.”
*
Kyra cruzó el nevado patio junto con Baylor, y uniéndose Anvin, Arthfael y Vidar, dirigiéndose hacia los bajos establos de piedra en la distancia. Al caminar, Kyra se preguntaba a qué se había referido Baylor y qué clase de caballo tenía en mente. Para ella, en realidad no había mucha diferencia de un caballo a otro.
Al acercarse al establo de piedra de una cien yardas de largo, Baylor volteó hacia ella abriendo los ojos en regocijo.
“La hija de nuestro Señor necesitará un fino caballo para llevarla a donde sea que tenga que ir.”
El corazón de Kyra latió con fuerza; Baylor nunca antes le había dado un caballo, honor que sólo se reservaba para los mejores guerreros. Siempre había soñado con tener uno cuando tuviera la edad y cuando lo mereciera. Era un honor que ni siquiera sus hermanos mayores tenían.
Anvin asintió orgulloso.
“Te lo has ganado,” dijo.
“Si puedes manejar a un dragón,” Arthfael añadió sonriente, “seguramente puedes manejar un excelente caballo.”
Al acercarse a los establos, una multitud empezó a juntarse siguiéndolos en su camino, con los hombres tomando un descanso después de recoger armas y claramente curiosos de ver a dónde la llevaban. Sus dos hermanos mayores, Brandon y Braxton, también se les unieron observando sin palabras a Kyra y con celos en los ojos. Rápidamente voltearon la mirada, demasiado orgullosos para reconocerla y mucho menos para honrarla. Tristemente, ella no esperaba nada más de ellos.
Kyra escuchó pasos y volteó para ver con gusto a su amiga Dierdre uniéndose también.
“Escuché que te vas,” dijo Dierdre poniéndose a su lado.
Kyra caminó junto a su nueva amiga consolándose con su presencia. Pensó en su tiempo juntas en la celda del gobernador, el sufrimiento que habían soportado, en su escape, e instantáneamente sintió una conexión con ella. Dierdre había pasado por un infierno mucho peor que ella y, al verla, con anillos negros sobre los ojos y un aura de tristeza y sufrimiento aún sobre ella, se preguntó qué pasaría con ella. Se dio cuenta que no podía simplemente dejarla sola en esta fortaleza. Con el ejército dirigiéndose al sur, Dierdre se quedaría sola.
“Podría utilizar a un compañero de viaje,” dijo Kyra formando una idea mientras decía las palabras.
Dierdre la miró con sorpresa en los ojos y dejó escapar una gran sonrisa, dejando su pesada aura.
“Esperaba que me lo pidieras,” respondió.
Anvin, escuchando, frunció el ceño.
“No sé si tu padre estará de acuerdo,” intercedió. “El trabajo que tienes es asunto serio.”
“No estorbaré,” dijo Dierdre. “Debo cruzar Escalon de todos modos. Voy a regresar con mi padre. Preferiría no viajar sola.”
Anvin se tomó la barba.
“A tu padre no le gustará,” le dijo a Kyra. “Ella puede ser una carga.”
Kyra puso una mano tranquilizadora en la muñeca de Anvin.
“Dierdre es mi amiga,” dijo resolviendo el asunto. “No la abandonaré, tal y como tú no abandonarías a uno de tus hombres. ¿Qué es lo que siempre me has dicho? Nadie se queda atrás.”
Kyra suspiró.
“Puede que haya ayudado a salvar a Dierdre de esa celda,” añadió Kyra, “pero ella también ayudó a salvarme. Le estoy en deuda. Lo siento, pero lo que piense mi padre es inválido. Soy yo la que cruzaré Escalon sola, no él. Ella viene conmigo.”
Dierdre sonrió. Se puso al lado de Kyra y cruzó su brazo con el de ella, con un nuevo orgullo en su paso. Kyra se sintió bien con la idea de tenerla en el viaje, y sabía que había tomado la decisión correcta sin importar lo que pasara.
Kyra notó que sus hermanos caminaban cerca y no pudo evitar sentirse decepcionada de que no fueran más protectores, de que no se ofrecieran a acompañarla también; siempre estaban compitiendo con ella. Le entristecía que esa fuera la naturaleza de su relación, pero ella no podía cambiar a las personas. Se dio cuenta de que era mejor así. Siempre estaban haciéndose los valientes y seguramente harían algo que la metería en problemas.
“Yo también quiero acompañarte,” dijo Anvin con su voz pesada de culpa. “La idea de que cruces Escalon no me agrada del todo.” Suspiró. “Pero tu padre me necesita más que nunca; me ha pedido que me le una en el sur.”
“Y yo,” añadió Arthfael. “También quisiera acompañarte, pero me han asignado unirme a los hombres en el sur.”
“Y a mí que me ocupe de cuidar Volis en su ausencia,” añadió Vidar.
Kyra se consoló con su apoyo.
“No se preocupen,” respondió. “Tengo una cabalgata de sólo tres días. Estaré bien.”
“Lo estarás,” interrumpió Baylor acercándose. “Y tu nuevo caballo se encargará de eso.”
Con eso, Baylor abrió de par en par las puertas del establo, y todos lo siguieron dentro del bajo edificio de piedra con un pesado olor a caballo.
Los ojos de Kyra se ajustaron a la poca luz al entrar, sintiendo el establo húmedo y frío, lleno con el sonido de caballos excitados. Observó las caballerizas delante de ella y vio filas con los más hermosos caballos que jamás había visto; grandes, fuertes, hermosos caballos, negros y marrones, cada uno un campeón. Era un verdadero tesoro.
“Los Hombres del Señor reservaron lo mejor para ellos,” Explicó Baylor mientras pasaban las filas con un aire de arrogancia al sentirse en su mundo. Tocó a uno de los caballos y después acarició a otro, y los animales parecían sentirse vivos en su presencia.
Kyra caminó despacio observando cuidadosamente. Cada caballo era como una obra de arte; más grandes que cualquier caballo que había visto y llenos de belleza y poder.
“Gracias a ti y a tu dragón, estos caballos ahora son nuestros,” dijo Baylor. “Es apropiado que elijas al tuyo. Tu padre me ha ordenado que te deje elegir primero, incluso antes que él.”
Kyra estaba abrumada. Al estudiar el establo, sintió una gran carga de responsabilidad sabiendo que esta era una decisión de una sola vez en la vida.
Caminó despacio acariciando sus melenas, sintiendo lo suaves que eran, su poder, y no podía tomar una decisión.
“¿Cómo debo elegir?” le preguntó Baylor.
Él sonrió y negó con la cabeza.
“He entrenado caballos toda mi vida,” respondió, “También los he criado. Y si hay algo de lo que estoy seguro, es que no hay dos caballos iguales. Algunos son criados para la velocidad, otros para resistencia; algunos se especializan en fuerza, mientras que otros en llevar una carga. Algunos son muy orgullosos para llevar cualquier carga. Y otros, bueno, otros se crían para las batallas. Algunos prosperan en las justas, otros sólo quieren luchar, y otros más son creados para el maratón de la guerra. Uno puede ser tu mejor amigo, pero otro te rechazará. Tu relación con un caballo es algo mágico. Este te llama a ti y tú a él. Escoge bien y tu caballo siempre estará a tu lado, en tiempos de pelea y en tiempos de guerra. Ningún guerrero está completo sin uno de estos.”
Kyra caminó con el corazón golpeándola en excitación, pasando caballo tras caballo, algunos mirándola y otros volteando hacia otro lado, algunos relinchando y pisando impacientes y otros quedándose quietos. Estaba esperando una conexión, pero no sentía ninguna. Estaba frustrada.
De repente, Kyra sintió un escalofrío en su espalda, como un rayo de electricidad atravesándola. Llegó junto con un sonido agudo que hacía eco en los establos, un sonido que le hizo saber que ese era su caballo. No se escuchó como un caballo común, pues este emitió un sonido mucho más oscuro, más poderoso. Cortó el silencio y se elevó sobre el sonido de los demás, como un león salvaje tratando de liberarse de su jaula. Esto la aterrorizó y la atrajo al mismo tiempo.
Kyra volteó hacia el final del establo desde donde venía y, al hacerlo, se escuchó de repente como algo rompía la madera. Vio los lugares despedazándose con madera volando por todas partes, y entonces hubo una conmoción mientras varios hombres se apresuraban para cerrar la puerta rota de madera. Un caballo seguía golpeándola con sus pezuñas.
Kyra se apuró hacia la conmoción.
“¿A dónde vas?” preguntó Baylor. “Los caballos finos están aquí.”
Pero Kyra lo ignoró y se apresuró, con su corazón latiendo cada vez más rápido. Sabía que la estaba llamando.
Baylor y los otros se apuraron para alcanzarla mientras esta llegaba al borde, y Kyra se detuvo soltando un jadeo al ver lo que había enfrente. Ahí estaba lo que parecía un caballo, aunque el doble del tamaño de los otros y con piernas gruesas como tronco de árbol. Tenía dos cuernos pequeños y afilados, apenas visibles detrás de las orejas. Su pelaje no era negro o café como el de los otros, sino un escarlata profundo; y sus ojos, a diferencia de los otros, brillaban verdes. Los ojos la miraban directamente, y la intensidad la golpeó en el pecho dejándola sin aliento. No podía moverse.
La criatura, elevándose delante de ella, hizo un sonido como de gruñido y reveló sus colmillos.
“¿Qué caballo es este?” le preguntó a Baylor, su voz siendo apenas un suspiro.
El negó con la cabeza en desaprobación.
“Ese no es un caballo,” dijo, “sino una bestia salvaje. Un fenómeno; uno muy raro. Es un Solzor. Fue importado de los rincones más lejanos de Pandesia. El Señor Gobernador debió haberlo tenido para mostrarlo como trofeo. No podía montar a la criatura; nadie puede. Los Solzors son criaturas salvajes indomables. Ven, pierdes tu valioso tiempo. Volvamos a los caballos.”
Pero Kyra se quedó plantada en el piso incapaz de voltear a otra parte. Su corazón latía sabiendo que este estaba destinado para ella.
“Elijo a este,” le dijo a Baylor.
Baylor se sorprendieron y la miraron como si hubiera perdido la cabeza. Un silencio de asombro le siguió.
“Kyra,” empezó Anvin, “tu padre nunca te permitiría – ”
“Es mi elección, ¿o no?” respondió ella.
Él frunció el ceño y puso sus manos en la cadera.
“¡Ese no es un caballo!” insistió. “Es una criatura salvaje.”
“Te matará en cuanto pueda,” añadió Baylor.
Kyra se volteó hacia él.
“¿No fuiste tú el que me dijo que confiara en mis instintos?” preguntó. “Pues aquí es a donde me han llevado. Este animal y yo pertenecemos juntos.”
El Solzor de repente golpeó con sus enormes patas rompiendo otra puerta de madera, mandando pedazos por todas partes mientras los hombres se cubrían. Kyra estaba en shock. Era salvaje e indomable y magnífico, un animal muy grande para este lugar, muy grande para la cautividad, y muy superior a los otros.
“¿Por qué debe ella tenerlo?” preguntó Brandon acercándose y empujando a otros al pasar. “Después de todo yo soy mayor. Yo lo quiero.”
Antes de que pudiera responder, Brandon se acercó para reclamarlo. Trató de saltar a su espalda y al hacerlo, el Solzor se sacudió salvajemente y se lo quitó de encima. Voló a través de los establos e impactó en una de las paredes.
Braxton entonces se acercó como para reclamarlo también, y mientras lo hacía, este giró su cabeza y rasguñó uno de los brazos de Braxton con sus colmillos.
Sangrando, Braxton gimió y corrió fuera de los establos tomándose el brazo. Brandon se puso de pie y le siguió los pasos, con el Solzor apenas errando cuando trató de morderlo al pasar.
Kyra se quedó impactada pero de algún modo sin miedo. Sabía que con ella sería diferente. Sentía una conexión con esta bestia de la misma manera que la había sentido con Theos.
Kyra de repente se acercó con valentía y se puso delante de él, al alcance de sus letales colmillos. Quería mostrarle al Solzor que confiaba en él.
“¡Kyra!” gritó Anvin con preocupación en su voz. “¡Aléjate!”
Pero Kyra lo ignoró. Se quedó de pie mirando a la bestia a los ojos.
La bestia le regresó la mirada con un suave gruñido emanando de su garganta, como si debatiera qué hacer. Kyra tembló de terror pero no permitiría que los otros lo vieran.
Se obligó a ser valiente. Levantó una mano despacio, se acercó, y tocó su pelaje escarlata. Este gruñó con más fuerza mostrando sus colmillos, y ella podía sentir su furia y frustración.
“Quítenle las cadenas,” les ordenó a los otros.
“¿¡Qué!?” gritó uno de ellos.
“Eso no sería sabio,” dijo Baylor con temor en su voz.
“¡Hagan lo que digo!” insistió ella sintiendo una fuerza creciendo en su interior, como si la voluntad de la bestia fluyera en su interior.
Detrás de ella, los soldados se acercaron con las llaves y soltaron las cadenas. En todo este tiempo la bestia no dejó de mirarla, gruñendo, como si la evaluara, como si la retara.
Tan pronto como cayeron las cadenas, la bestia pisó con sus patas como anunciando un ataque.
Pero, extrañamente, no lo hizo. En vez de eso, fijó sus ojos en Kyra, lentamente cambiando su mirada de furia ahora por una de tolerancia. Quizá hasta de gratitud.
Aunque muy despacio, pareció inclinar su cabeza; fue un gesto sutil, casi imperceptible, pero uno que ella podía descifrar.
Kyra se acercó, tomó su melena y, en un solo movimiento, lo montó.
Un gemido llenó el lugar.
Al principio la bestia se estremeció y empezó a pelear. Pero Kyra sintió que sólo quería montar un espectáculo. En realidad no quería derribarla; tan sólo quería establecer un punto de desafío, de quién estaba en control, para mantenerla a raya. Quería hacerle saber que era una criatura salvaje, una que nadie podía domar.
Yo no deseo domarte, le dijo ella en su mente. Sólo quiero ser tu compañera de batalla.
El Solzor se calmó, aun relinchando pero no tan salvajemente, como si la escuchara. Pronto dejó de moverse y se quedó perfectamente quieto, gruñéndoles a los otros como si la protegiera.
Kyra, sentada encima del Solzor ahora en calma, miraba a los otros. Un mar de rostros impactados la miraban de vuelta con la boca abierta.
Kyra sonrió ampliamente con una gran sensación de triunfo.
“Esta,” dijo ella, “es mi elección. Y su nombre es Andor.”
*
Kyra cabalgó a Andor a hasta el centro del patio de Argos, y todos los hombres de su padre, hombres experimentados, la miraban con asombro. Estaba claro que nunca habían visto algo como esto.
Kyra acariciaba su melena gentilmente tratando de calmarlo mientras les gruñía a los hombres, observándolos como si deseara venganza por haber sido enjaulado. Kyra ajustó su equilibrio después de que Baylor pusiera una nueva montura de cuero en él y trató de acostumbrarse a la altura. Se sintió más poderosa sobre esta bestia de lo que nunca se había sentido.
A su lado, Dierdre cabalgaba un hermoso corcel que Baylor había elegido para ella, y ambas avanzaron por la nieve hasta que Kyra miró a su padre a lo lejos al lado de la puerta, esperándola. Estaba de pie junto a sus hombres quienes, de igual manera, la observaban con admiración y temor al verla cabalgar esta bestia. Ella vio la admiración en sus ojos y esto le dio valentía para el viaje que tenía enfrente. Si Theos no regresaba con ella, al menos tenía esta magnífica criatura a su lado.
Kyra desmontó al llegar con su padre, guiando a Andor por la melena y observando un reflejo de preocupación en los ojos de su padre. No supo si esto se debía a la bestia o al viaje que estaba a punto de hacer. Su mirada de preocupación le dio confianza, le hizo saber que no estaba sola al sentir temor por lo que vendría, y le confirmó su cariño por ella. Por el más mínimo momento él bajó la guardia y le dio una mirada que sólo ella podía reconocer: el amor de un padre. Se dio cuenta que era difícil para él enviarla en esta misión.
Se detuvo a unos pies de distancia frente a él y todos los hombres guardaron silencio esperando la despedida.
Ella le sonrió.
“No te preocupes, padre,” dijo. “Tú me enseñaste a ser fuerte.”
Él asintió con la cabeza pretendiendo estar confiado, aunque ella sabía que no era así. Después de todo, él principalmente era su padre.
Él volteó hacia arriba examinando el cielo.
“Si tan sólo tu dragón viniera por ti ahora,” dijo. “Podrías cruzar Escalon en tan sólo unos minutos. O mejor aún, podría unirse a tu misión e incinerar a cualquiera que se pusiera en tu camino.”
Kyra sonrió con tristeza.
“Theos se ha ido, padre.”
Él la miró y sus ojos se llenaron de curiosidad
“¿Para siempre?” le preguntó, con el sentimiento de un general que lleva a sus hombres a la batalla, necesitando saber pero con miedo a preguntar.
Kyra cerró los ojos y trató de obtener una respuesta. Esperaba que Theos le respondiera.
Pero sólo hubo un total silencio. Le hizo preguntarse si en algún momento realmente había tenido una conexión con Theos, o si sólo había sido su imaginación.
“No lo sé, padre,” respondió con honestidad.
El asintió con aceptación, con la mirada de un hombre que ha aceptado su situación y decidido a contar sólo con sí mismo.
“Recuerdas lo que – ” empezó su padre.
“¡KYRA!” se escuchó un grito cortando el aire.
Kyra volteó mientras los hombres abrían camino, y su corazón se elevó al ver a Aidan corriendo por las puertas de la ciudad, con Leo a su lado, bajando de un carro que guiaban los hombres de su padre. Él corrió hacia ella tropezando por la nieve con Leo corriendo más rápido y muy adelante de él, y apresurándose a saltar a los brazos de Kyra.
Kyra rio mientras Leo la derribaba y se paraba sobre su pecho con las cuatro patas lamiéndola una y otra vez. Detrás de ella, Andor gruñía de manera protectora y Leo se puso enfrente gruñendo también. Eran dos criaturas intrépidas e igual de protectoras y Kyra se sintió honrada.
Saltó y se puso en medio de los dos deteniendo a Leo.
“Está bien, Leo,” le dijo. “Andor es mi amigo. Y Andor,” dijo volteándose, “Leo es mi amigo también.”
Leo retrocedió a regañadientes, mientras que Andor continuó gruñendo aunque de forma más calmada.
“¡Kyra!”
Kyra volteó mientras Aidan corría hacia sus brazos. Ella lo tomó y lo abrazó fuertemente mientras él hacía lo mismo. Se sintió muy bien al abrazar a su hermano pequeño después de haber pensado que nunca lo volvería a ver. Era lo único que le quedaba de su vida normal después del remolino en que se había convertido su vida, lo único que no había cambiado.
“Escuché que estabas aquí,” dejo apresurado, “y pude hacer que me trajeran. Estoy muy feliz de que estés de vuelta.”
Ella sonrió con tristeza.
“Me temo que no por mucho, mi hermano,” dijo.
Una mirada de preocupación cruzó por su rostro.
“¿Te vas?” le preguntó cabizbajo.
Su padre intercedió.
“Se va a ver a su tío,” explicó. “Tienes que dejarla ir.”
Kyra notó que su padre dijo a su tío y no a tú tío, y se preguntó por qué.
“¡Entonces yo iré con ella!” Aidan insistió orgulloso.
Su padre negó con la cabeza.
“No lo harás,” respondió.
Kyra le sonrió a su hermano pequeño, tan valiente como siempre.
“Nuestro padre te necesita en otra parte,” le dijo.
“¿En el frente?” preguntó Aidan volteando hacia su padre con esperanza. “Tú te irás a Esephus,” añadió de prisa. “¡Lo he escuchado! ¡También quiero unirme!”
Pero él negó con su cabeza.
“Tú te quedarás en Volis,” respondió su padre. “Te quedarás ahí protegido por los hombres que deje atrás. El frente no es un lugar para ti ahora. Ya llegará el día.”
Aidan se enrojeció decepcionado.
“¡Pero padre, yo quiero pelear!” protestó. “¡No necesito quedarme escondido en una fortaleza vacía con mujeres y niños!”
Los hombres se rieron pero su padre se miraba serio.
“Mi decisión está hecha,” respondió cortante.
Aidan frunció el ceño.
“Si no puedo ir con Kyra y no puedo ir contigo,” dijo sin querer rendirse, “¿entonces para qué he aprendido sobre las batallas y sobre cómo usar armas? ¿Para qué ha sido todo mi entrenamiento?”
“Que te crezca vello en el pecho primero, hermanito,” Braxton rio acercándose con Brandon a su lado.
Se escuchó risa entre los hombres y Aidan enrojeció, claramente avergonzado frente a los otros.
Kyra, sintiéndose mal, se arrodilló y lo miró poniéndole una mano en la mejilla.
“Tú serás un mejor guerrero que todos ellos,” le aseguró suavemente para que sólo él pudiera escuchar. “Be paciente. Por lo pronto, cuida a Volis. También te necesita. Hazme orgullosa. Prometo que regresaré y un día pelearemos grandes batallas juntos.”
Aidan pareció consolarse un poco y se acercó y la abrazó de nuevo.
“No quiero que te vayas,” dijo en voz baja. “Tuve un sueño sobre ti. Soñé…” La miró pensativo y con ojos llenos de mied. “…que tu ibas a morir ahí afuera.”
Kyra sintió un impacto por sus palabras, especialmente al ver la mirada en sus ojos. La mortificó. No supo qué decir.
Anvin se acercó y le puso sobre los hombros unas pieles pesadas y gruesas que la calentaron; se levantó y se sintió 10 libras más pesada, pero esto eliminó el golpe del viento y los escalofríos en su espalda. Él le dio una sonrisa.
“Tus noches serán largas y las fogatas estarán lejos,” le dijo dándole un breve abrazo.
Su padre se acercó también y la abrazó, con el fuerte abrazo de un comandante. Ella también lo abrazó perdiéndose en sus músculos, sintiéndose segura.
“Tú eres mi hija,” dijo firmemente, “no lo olvides.” Entonces bajó la voz para que los otros no pudieran oír y dijo: “Te amo.”
Ella estaba abrumada con las emociones; pero antes de que pudiera responder, él se volteó y se apresuró a irse, y en el mismo momento Leo gimió y saltó hacia ella hundiéndole la nariz en el pecho.
“Él quiere ir contigo,” dijo Aidan. “Tómalo; lo necesitarás más que yo simplemente escondido en Volis. Él es tuyo de todos modos.”
Kyra abrazó a Leo sin poder rehusarse ya que no quería irse de su lado. Se sintió consolada con la idea de que se les uniera después de extrañarlo mucho. También podría utilizar otro par de ojos y oídos, y no había nadie más leal que Leo.
Lista, Kyra montó a Andor mientras los hombres de su padre habrían camino. Sostenía antorchas en señal de respeto para ella por todo el puente, alejando la noche y mostrándole el camino. Ella miró hacia el horizonte y vio un cielo que se oscurecía con el campo abierto frente a ella. Sintió excitación, miedo y, sobre todo, un sentido del deber, de propósito. Delante de ella estaba la misión más importante de su vida, una en la que estaba en juego no sólo su identidad, sino también el destino de Escalon. Los riesgos no podrían ser mayores.
Acomodó su bastón en uno de sus hombros y su arco en el otro, y con Leo y Dierdre a su lado, Andor debajo de ella, y los hombres de su padre observando, Kyra empezó a salir por las puertas de la ciudad. Primero fue despacio pasando las antorchas y los hombres, sintiendo como si caminara en un sueño, como si caminara hacia su destino. No volteó hacia atrás para no perder determinación. Uno de los hombres de su padre hizo sonar un cuerno, un cuerno de despedida, un sonido de respeto.
Se preparó para darle a Andor un pequeño golpe pero este se anticipó. Empezó a correr, primero trotando y después galopando.
En tan sólo unos momentos, Kyra ya estaba corriendo en la nieve pasando las puertas de Argos, por encima del puente y en campo abierto, con el viento frío en su cabello y nada delante de ella más que un largo camino, criaturas salvajes y la creciente oscuridad de la noche.