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CAPÍTULO DOS

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Alec corrió por el bosque en la oscuridad de la noche con Marco a su lado, tropezando con raíces que salían de la nieve y preguntándose si podría salir con vida. Su corazón lo golpeaba en el pecho mientras corría por su vida tratando de recuperar el aliento, queriendo detenerse pero necesitando seguir el paso de Marco. Volteó por sobre su espalda por la centésima vez y miró como el resplandor de Las Flamas se volvía más débil mientras avanzaban más en el bosque. Pasó algunos árboles gruesos y de repente el resplandor desapareció completamente, introduciéndose en una oscuridad casi completa.

Alec se volteó y retomó su camino pasando entre los árboles con los troncos golpeando sus hombros y las ramas aruñando sus brazos. Miró hacia la negrura enfrente de él que apenas permitía distinguir el sendero, tratando de no escuchar los sonidos exóticos a su alrededor. Ya le habían advertido debidamente sobre estos bosques en los que ningún fugitivo sobrevivía, y sintió un creciente vacío mientras avanzaban. Podía sentir el peligro con criaturas feroces en todos lados, con el bosque tan denso que era difícil navegar y volviéndose cada vez más complicado. Empezaba a preguntarse si hubiera sido mejor quedarse atrás en Las Flamas.

“¡Por aquí!” se escuchó una voz.

Marco lo tomó de los hombros y lo jaló mientras viraba a la derecha pasando entre dos grandes árboles, agachándose bajo sus torcidas ramas. Alec lo siguió resbalándose en la nieve, y de pronto se encontró en un claro en medio del denso bosque, con la luz de la luna brillando y mostrándoles el camino.

Ambos se detuvieron doblándose y poniendo sus manos en las rodillas tratando de recuperar el aliento. Intercambiaron miradas y Alec volteó hacia atrás hacia el bosque. Respiraba con dificultad con sus pulmones y costillas doliéndole por el frío, confundido.

“¿Por qué no nos están siguiendo?” preguntó Alec.

Marco se encogió de hombros.

“Tal vez saben que este bosque hará su trabajo por ellos.”

Alec buscó el sonido de soldados Pandesianos que los persiguieran; pero no hubo ninguno. Pero en vez de eso, Alec pareció escuchar un sonido diferente, como un gruñido bajo y furioso.

“¿Escuchas eso?” preguntó Alec con su vello levantándose detrás de su nuca.

Marco negó con la cabeza.

Alec se quedó ahí escuchando y preguntándose si su mente le jugaba trucos. Entonces, lentamente, empezó a escucharlo de nuevo. Fue un sonido distante, un gruñido apagado y amenazante, algo que Alec nunca había escuchado. Mientras escuchaba, este se volvió más fuerte como acercándose.

Marco ahora lo miraba con preocupación.

“Es por eso que no nos siguieron,” dijo Marco con su voz reconociéndolo.

Alec estaba confundido.

“¿A qué te refieres?” preguntó.

“Wilvox,” respondió con unos ojos llenos de terror. “Los han soltado para que nos persigan.”

La palabra Wilvox aterrorizó a Alec; había escuchado sobre ellos cuando era un niño y se rumoraba que habitaban el Bosque de las Espinas, pero él siempre pensó que sólo eran una leyenda. Se decía que eran las criaturas más letales de la noche; toda una pesadilla.

Los gruñidos se intensificaron como si fueran varios de ellos.

“¡CORRE!” imploró Marco.

Marco se volteó y Alec lo siguió mientras atravesaron el claro y se introdujeron en el bosque. Adrenalina bombeaba por las venas de Alec y podía escuchar su propio palpitar, enmudeciendo el sonido del hielo y nieve debajo de sus botas. Pero pronto pudo escuchar como las criaturas se acercaban detrás de ellos y se dio cuenta que no podrían ser más rápidos que estas bestias.

Alec tropezó con una raíz y chocó contra un árbol; gimió de dolor, lo empujó y siguió corriendo. Buscaba en el bosque algún lugar para escapar dándose cuenta que ya no había tiempo; pero no había ninguno.

Los gruñidos se volvieron más fuertes y, mientras seguía corriendo, Alec volteó hacia atrás deseando no haberlo hecho. Casi encima de ellos estaban cuatro de las criaturas más feroces que él había visto. Con apariencia de lobos, los Wilvox eran el doble del tamaño, con pequeños cuernos afilados que salían de detrás de sus cabezas y un solo y grande ojo rojo en medio de los cuernos. Sus patas eran como de osos con garras largas y puntiagudas, y sus pelajes eran gruesos y tan negros como la noche.

Al verlos tan cerca, Alec supo que era hombre muerto.

Alec se abalanzó con lo último que le quedaba de velocidad, con sus manos sudando incluso en el frio y su aliento congelándose en el aire frente a él. Los Wilvox estaban a sólo veinte pies de distancia y sabía por la desesperación en sus ojos, por la saliva que caía de sus bocas, que lo harían pedazos. No veía manera de escapar. Miró hacia Marco esperando que tuviera algún plan, pero Marco tenía la misma mirada de desesperanza. Claramente tampoco sabía qué hacer.

Alec cerró los ojos e hizo algo que nunca antes había hecho: oró. El ver su vida pasar por delante de sus ojos lo cambió de alguna manera, lo hizo darse cuenta de lo mucho que apreciaba la vida, y lo hizo sentir una desesperación que nunca antes había tenido.

Por favor Dios sálvame de esta. Después de lo que hice por mi hermano, no permitas que muera aquí. No en este lugar y no por estas criaturas. Haré lo que sea.

Alec abrió los ojos mirando hacia arriba y, al hacerlo, miró un árbol que era un poco diferente a los demás. Sus ramas estaban más retorcidas y cercanas al piso, lo suficiente para que pudiera tomar una con un salto corriendo. No tenía idea si los Wilvox podrían subir, pero no tenía opción.

“¡Esa rama!” le gritó Alec a Marco apuntando.

Corrieron juntos hacia el árbol y, con los Wilvox a sólo unos pies de distancia y sin detenerse, saltaron tomando la rama y subiendo.

La mano de Alec se resbaló con la nieve pero pudo sostenerse y logró elevarse hasta poder tomar la siguiente rama a varios pies del piso. Inmediatamente saltó a la siguiente rama a tres pies más alto con Marco a su lado. Nunca había escalado tan rápido en su vida.

Los Wilvox los alcanzaron gruñendo salvajemente, saltando y arañando a sus pies. Alec sintió su aliento caliente en el talón antes de que pudiera subirlo más, con los colmillos quedándose a sólo una pulgada. Los dos siguieron subiendo impulsados por la adrenalina hasta que estaban a quince pies del piso y más seguros de lo que necesitaban.

Alec finalmente se detuvo agarrándose a una rama con todas sus fuerzas, recuperando el aliento y con sudor cayéndole en los ojos. Miró hacia abajo orando por que los Wilvox no pudieran escalar también.

Para su inmenso alivio aún estaban en el suelo, saltando y rasguñando contra el árbol tratando de subir pero sin poder lograrlo. Atacaron el tronco con locura pero sin ningún resultado.

Se quedaron sentados en la rama y, al darse cuenta de que estaban a salvo, suspiraron con alivio. Para la sorpresa de Alec, Marco se echó a reír. Era una risa de loco, una risa de alivio, una risa de alguien que acababa de escapar de la muerte de la manera más inusual.

Alec, dándose cuenta de lo cerca que había estado, no pudo evitar reírse también. Sabía que aún no estaban seguros, que probablemente nunca podrían dejar este lugar y que seguramente morirían aquí. Pero al menos por ahora estaban seguros.

“Parece que te debo una,” dijo Marco.

Alec negó con la cabeza.

“No me agradezcas todavía,” dijo Alec.

Los Wilvox gruñían ferozmente y esto hacía que se estremecieran, con Alec mirando hacia arriba del árbol con manos temblorosas deseando alejarse aún más y preguntándose qué tan alto podrían subir, si sería posible escapar de aquí.

De repente, Alec se paralizó. Al mirar hacia arriba se estremeció, atacado por un terror como el que nunca había sentido. Ahí, en las ramas y mirando hacia abajo, estaba la criatura más horrible que jamás había visto. Ocho pies de largo, con el cuerpo de una serpiente pero con seis pares de patas todas con largas garras, cabeza de anguila, y con unos ojos rasgados y amarillos que se enfocaron en Alec. A sólo unos pies de distancia, dobló su espalda, siseo y abrió la boca. Alec, impactado, no podía creer cuánto podía abrirla, lo suficiente para tragárselo entero. Y sabía por la forma en que movía su cola que estaba a punto de atacar y matarlos a ambos.

Su boca se abalanzó apuntando hacia la garganta de Alec y él reaccionó involuntariamente. Gritó y saltó hacia atrás perdiendo su agarre, con Marco a su lado, pensando sólo en alejarse de esos letales colmillos y gran boca; una muerte segura.

Ni siquiera pensó en lo que estaba debajo. Mientras volaba hacia atrás en el aire, se dio cuenta, aunque demasiado tarde, de que estaba pasando de unos colmillos dirigiéndose a otros. Miró y observó a los Wilvox salivando, abriendo sus mandíbulas y sin nada que pudiera hacer salvo prepararse para el descenso.

Había cambiado una muerte por otra.

El Despertar Del Valiente

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