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Los monstruos del hombre I

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Ahora al cine le dio por crear monstruos, y, después de unos monos y otras invenciones sumamente idiotas, precarias como monstruosidades, risibles de verdad, volvió a aquella orientación más legítima de Lon Chaney, que creaba con su propio cuerpo seres monstruosos. Filosóficamente, eso me lleva a reparar que si Dios, al crear a su imagen y semejanza, hizo el alma, el hombre, cuando crea a su imagen y semejanza, hace monstruos. Pero dejémonos de filosofía y cavilemos sobre los monstruos de la pantalla.

También fui a ver Frankenstein, que sigue la orientación de Lon Chaney, y aunque considere a Boris Karloff superior como artista en Sed de escándalo, confieso que su creación en Frankenstein por momentos me atormentó bien. Llega a ser lo que llamamos en general «horroroso». Hay momentos en la película en que nos estremecemos en serio, y no podemos reprimir ciertos movimientos reflejos. Además, la propia facilidad pa la burla, la hilaridad fácil ruidosamente demostrada sin razón por el público, demuestra bien que todos estaban en un malestar jodido.

Es gracioso verificar que pa crear monstruos que estremezcan de verdad al espectador, el cine y el teatro…, son mucho más eficaces que la literatura. Pero eso, en mayor parte, se debe a una confusión curiosa, proveniente lógicamente de que aquellas son artes representativas, visuales, objetivas, por así decirlo. No estoy hablando de gestos, de acciones que nos causen horror, porque en eso la literatura se equipara a las otras dos artes citadas, lo digo por el poder de crear una entidad tan contrastante con lo normal que podemos llamarla «monstruo».

Generalmente imaginamos que el monstruo nos produce un sentimiento de horror. En lo conceptual, eso puede ser cierto, pero si verificamos con exactitud el sentimiento que nos causan los monstruos de la pantalla y del teatro, enseguida nos damos cuenta de que lo que sentimos no es horror propiamente, sino asco. En eso está el secreto del problema. Lo que estamos mirando nos causa un sentimiento violentísimo, que por su propia violencia permite la confusión entre horror y asco. La repugnancia es tan intensa que quedamos… horrorizados.

Obsérvese, por ejemplo, el caso de la cucaracha. El monstruo y la cucaracha son igualmente asquerosos. Cualquier persona que sienta por la cucaracha la repugnancia que yo siento habrá de comprender muy bien lo que estoy diciendo. Frente a una cucaracha, todo mi ser se retuerce en una revuelta, en una huida indiscutible que me deja literalmente horrorizado. La cucaracha es el único acontecimiento de este mundo que casi que me fuerza a darle la razón a William James, cuando afirma que los sentimientos son puros reflejos del cuerpo.

Bien, el teatro y el cine, al servirse de la visión en movimiento, son de hecho las únicas artes que logran despertarnos asco por alguna entidad monstruosa. Y, consecuentemente, la noción de horror. Cuando el escritor busca tornar repugnante un monstruo descrito o ideado por él y se sirve de elementos asquerosos en la descripción, ya que no vemos al monstruo, sino a la… literatura; el escritor es quien se torna asqueroso y horrible, no el monstruo que describió. Volviendo al caso de la cucaracha, lo que pasa es que nosotros, a pesar de horrorizarnos con el posiblemente ingenuo bichito, hacemos un gesto que es de legítimo heroísmo: lo matamos. Todo se calma, y logramos razonar que la cucaracha no es tan horrible. Pues la misma decepción que la cucaracha nos da cuando la razonamos, también nos la dan los monstruos de la pantalla. Nos damos cuenta de que esperábamos más, y que no son tan horribles. Hasta escuché, a la salida de frankenstein, a un individuo asegurándole a su familia que había imaginado al monstruo más monstruoso.

En efecto, todos los monstruos creados voluntariamente por el hombre son muy decepcionantes. Solamente son de veras horribles los monstruos que el hombre crea en sueños, o mejor, en pesadillas. Eso es curioso. Pero ¿serán estos monstruos de pesadillas verdaderamente horribles? No, en absoluto. Cuando nos despertamos de una pesadilla, ya sea con monstruos o no, ya sea el monstruo alguna deformación monstruosa de la vida, nos percibimos inundados de terror. La cosa nos aterrorizó y punto. Pero si todavía estamos a tiempo de evocar la figura o el caso que nos aterrorizó tanto en pesadillas, nos damos cuenta de que hasta en la vida real ya pasamos por cosas más terribles, más repugnantes, y no sentimos el mismo horror. Es que la causa de la pesadilla no es el asunto del sueño, y sí la angustia fisiológica en que estamos. El monstruo, el fenómeno aparecido en la pesadilla, no son la causa de la angustia; la angustia es la que produce las monstruosidades soñadas, las cuales provocan en nosotros un sentimiento de terror. Al fin de cuentas: la pesadilla es algo aterrorizante por sí mismo; es la predisposición al terror la que hace horribles a los monstruos de una pesadilla. En realidad, ninguna de las entidades creadas líricamente por el hombre, sea en el arte, sea en el sueño, es de hecho monstruosa, y por eso horrible. Sólo la vida real, los actos practicados por el hombre en la realización de sus intereses, nos proporcionan el verdadero horror.

Diário Nacional, 15 de mayo de 1932

Crónicas de melancolía eufórica

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