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Macobêba

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En general, tengo un poco de fatiga frente a las apariciones. Creo en ellas y sé que son una provisión continua de sensaciones intensas, pero me cansa la precariedad plástica que tienen. Les falta inventiva de una forma exasperante.

Justo ahora ha surgido en el sur litoraleño de Pernambuco una aparición muy simpática. Es el llamado Macobêba, bicho-hombre en tamaño de rascacielos, al que le gusta mucho beber agua de mar y quemar tierras. Por donde pasa, queda todo chamuscado, repitiendo la trágica obsesión nordestina por las secas, y a causa de la misma obsesión, el Macobêba sediento bebe hasta agua de mar. Y tanta que las mareas están desordenadas allá y a veces el Atlántico baja al punto de que aparecen bajíos donde nunca se ha posado la mirada de un playero.

En el cuerpo, el Macobêba es apenas una exageración. No tiene nada de original. Gigante feo, pero cabeza, tronco y miembros. Pelo parado, cuatro ojos y cola mitad de león, mitad de caballo. Hace lo que en general hacen todas las apariciones de ese género: asusta, mata, perjudica. Sólo tuvo hasta ahora una deliciosa prueba de espíritu: carga siempre una escoba de cerdas duras maravillosamente inútil. No la usa pa nada. Entonces, ¿por qué será que el Macobêba trae una escoba en la mano?

Muy probablemente esa escoba es una reminiscencia de aquellas brujas que las montaban, cuando partían pa las lides del aquelarre. Muy probablemente. Pero la grandeza del Macobêba está en traer la escoba entera y no servirse de ella. En eso reside la simpatía del gran monstruo.

Sólo una vez en mi vida estuve en contacto… objetivo con una aparición. Es verdad que yo era muy chiquilín todavía y pueden argumentar que estaba con miedo. No estaba, no. Mi tía agonizaba en la casa de al lado y a nosotros, niños, niñas y exceso de empleados, nos habían alojado en lo del vecino pa evitar bulla a la llegada en general solemne de la muerte. Era un comedor no muy grande, lleno por nosotros. Nadie tenía ganas de reírse, estábamos sobre todo sorprendidos. De repente, de la puerta de la despensa surgió una tela grande bien blanca. Las empleadas después nos explicaron que era una sábana, porque es muy plausible en la historia de las apariciones, pero ya en aquel momento acepté no sin reluctancia la explicación de las empleadas. Hoy, cuanto más en frío analizo los recuerdos, más me convenzo de que no era una sábana, no. Era una tela. O ni siquiera era una tela, era un ser humano, de eso estoy convencidísimo, aunque desprovisto de forma humana y con la consistencia y el probable aspecto físico de una tela. Surgió en el aire, atravesó a paso de transeúnte el aire de la sala, desapareció en el corredor oscuro. Yo lo vi. Todos lo vimos al mismo tiempo. Nadie exclamó: «¡Vi una aparición!». Nada. Todos estábamos aterrorizados y una empleada, tan sólo un minuto después, dijo: «Fue una sábana». Entonces nos llamaron a llorar.

Diário Nacional, 9 de mayo de 1929

Crónicas de melancolía eufórica

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