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Mona (1)

Mona no ha llevado a las nenas a la escuela. Nunca le pasa, pero esa mañana, apagó el despertador.

Mami, nos traes la leche, escucha.

Las nenas, dice.

Por la ventana de su habitación se ve bosque y a lo lejos el lago. A Mona le encanta ese lugar, esa casa. Ha trabajado mucho en el diseño, junto al arquitecto. Aunque no ha logrado, pese a todos los detalles, que, al mirar la casa cuando llega por el camino serpenteante de la montaña, o cuando se asoma desde la ventana de su cuarto, no se le presente la palabra cárcel. Qué raro, piensa Mona en esas ocasiones, y pone una maceta con flores coloridas en el vestíbulo, o cortinas nuevas en la ventana del cuarto.

Busca las pantuflas abrigadas debajo de la cama. Se viste con la ropa de estar en casa, es decir, sus pantalones de tela de jogging, una remera que ni loca se pondría para salir y una camperita de polar blanca. A Mona le encanta vestirse de blanco.

Entra al antebaño. Un frío propio de la temporada pero también inusual, pues la casa está siempre tibia, le recorre la espalda cuando se mira en el espejo. Mona se lava la cara, los dientes, acomoda el cabello con una coleta, se pinta los labios, y agradece la idea del arquitecto de hacer el antebaño con doble bacha. Ella y él, había dicho el muchacho. No puede evitar el gesto de asco que le provoca la montaña de cosas que se acumulan en el lado él de la mesada. Prefiere salir rápido de allí. Hasta el enjuague bucal le da náuseas.