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Introducción

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Lo que nos deleita en la belleza visible es lo invisible.

marie von ebner-eschenbach

Me llamo Natalia y esta sería mi ficha técnica: mujer, cincuenta y cinco añazos, felizmente casada desde hace más de treinta y la santa madre de tres bellezas. También soy la creadora de TACHA more than beauty, una empresa de centros de estética basados en el concepto de belleza integral que está pisando fuerte en España.

Como hace la friolera de veinticinco años que cumplo con mi sueño empresarial, el mercado me considera una especialista en todo lo que a belleza se refiere. A propósito de mi trayectoria, en varias ocasiones me habían sugerido que escribiera un libro, pero no terminaba de decidirme. Las teorías de lo que nos ayuda a vernos mejor ya las conocemos todos, son maravillosas y funcionan, doy fe de ello, pero ¿otro libro de belleza? Beber agua, no cenar tarde, hacer ejercicio... incluso mi querida abuela, que falleció hace casi veinte años con noventa y muchos, ya me decía desde muy jovencita: «Natalia, limpia tu piel dos veces al día, mañana y noche; nunca te acuestes sin desmaquillarte». ¿Qué podría decir yo al respecto que no se haya dicho ya? Sin embargo, la idea de escribir me quedó rondando en la cabeza. Ya sabéis lo que se dice: ten un hijo, planta un árbol, escribe un libro... Effectivy Wonder, esto último me faltaba.

La lectura es mi pasión, leer biografías me encanta, me inspira. Soy de la opinión de que los seres humanos somos fabulosos y tenemos una fuerza interior imparable; ¿y si algo de la historia de mi vida pudiera servirle de ayuda a alguien? Así fue como empezaron a perfilarse estas líneas.

«¿Qué es para mí la belleza?», me pregunté. Sé que cada quien irradia a su alrededor una frecuencia imperceptible a los ojos, su propia belleza invisible. Al igual que la vuestra, la mía nace de las experiencias de mi vida como mujer, como madre, como esposa y como empresaria.

Después de dedicarme con tanta entrega al mundo de la belleza exterior, me fascina saber que existe un aura que no percibe el ojo humano y que ilumina todo lo que nos rodea. Ya lo dijo Antoine de Saint-Exupéry: «Lo esencial es invisible a los ojos», y tenía más razón que un santo. Pensaréis: «¿cómo puedes decir precisamente tú que la belleza es invisible, so loca, si vives de ello?».

Pues sí. Vivo comprometida en cuerpo y alma a fomentar que las personas se vean bien usando para ello todos los métodos existentes alrededor del mundo. Viajo constantemente para descubrir los tratamientos más novedosos e infalibles con el objetivo de lograr una piel sin manchas o de borrar la celulitis del mapa; vivo entregada a la caza y captura del último grito que, todo sea dicho, suelo darlo yo, de emoción, cuando veo a mis clientas salir de nuestros centros de tratamiento felices y renovadas. Pero, después de ver infinidad de personas desfilar frente a mis ojos buscando la perfección externa, sé que la belleza es una emoción que nace en los ojos de según quien mire, que hay tantos tipos de belleza como personas existen y que lo que ves en el espejo no es otra cosa que lo que piensa de ti tu corazón.

Tampoco tenemos que volvernos locos persiguiendo cánones de belleza imposibles para la mayoría de los humanos. Entre que ahora parece que todos tenemos que ser altos y delgados, y que todas las imágenes que nos bombardean van desbordadas de Photoshop, tendemos a crearnos problemas graves de autoestima. No compremos las mentiras. Nadie es perfecto y la belleza de cada uno reside en que todos somos diferentes.

Yo soy pequeñita y curvy y eso no me ha supuesto ningún impedimento. ¿De verdad merecería ser menos feliz por eso? ¿Disfrutar menos de la vida? ¿Sentirme menos atractiva? A mí no me importa. Y al que le importe... dice más de sus propias inseguridades que de las mías. ¿Los años? Me consta que he mejorado conforme pasan. Con el tiempo, aprendes a conocerte a ti misma y te sacas mejor partido: conoces la ropa que te queda mejor, el maquillaje que más te favorece, el color que acentúa lo mejor de ti...

Sí, la belleza es subjetiva y tiene mucho que ver con el amor y, antes que todo, con el amor a uno mismo: si no te quieres, no encontrarás belleza en ningún lado.

Cuántas veces nos hemos topado con personas que al principio no vemos atractivas y que, al rato de conocerlas, nos parecen las más sexis de la habitación porque su inteligencia, su simpatía, su personalidad o su energía cautivan más allá de lo que ven nuestros ojos. Antes de que podamos darnos cuenta, su presencia física se transforma como por arte de magia y, donde no percibimos belleza en un principio, pronto la encontramos en mil detalles.

La belleza exterior es importante, estamos de acuerdo, pero lo es más por lo que hace en nosotros que por lo que ven los demás. Si nos cuidamos, si nos sentimos bien, nuestra personalidad se transforma, crece, porque afianza nuestro amor propio, porque nos da seguridad, porque nos hace atrevernos con la vida. Una sonrisa sincera es el arma instantánea más poderosa de belleza que existe.

Por supuesto, hay que cuidarse, y cuanto más, mejor, pero sin un equilibrio entre lo que invertimos en nuestro exterior y lo que guardan alma, mente y corazón será muy difícil que la fórmula funcione. De nada te servirá tener unos labios carnosos y bien hidratados si mantienes el gesto de haber chupado un limón; ni unos ojos sin patas de gallo cuando te pasas la vida enojado con el ceño fruncido; ni unos dientes inmaculadamente blancos si no sonríes; ni una manicura maravillosa si tus manos no acarician a nadie...

Hoy en día existen muchos tratamientos de belleza que son casi milagrosos. Cierto. Pero esto es lo que he aprendido gracias a mi experiencia: si el resultado no descansa sobre un corazón alegre, una actitud con mirada optimista, un «vamos adelante a buscar inspiración», un «tenemos que luchar en esta vida que no hay más que una y el tiempo se nos escapa», entonces esa belleza externa no será algo que perdure ni te hará ser una persona más querida, que en el fondo es lo único que buscamos todos cuando perseguimos la belleza: querernos más, que nos quieran más o, simplemente, que nos quieran.

Para Carlos, mi marido, ha sido una tortura:

—Pero Nata, ¡qué vergüenza!, ¿en serio vas a contar esto? —me decía lívido al recorrer estas páginas con sus preciosos ojos verdes.

—Sí, hijo, sí, no pasa nada...

Al igual que me ocurrió a mí al escribir, al recorrer de nuevo nuestra vida juntos, se ha emocionado con los recuerdos. Para rematar, le pedí que me escribiera el prólogo.

—¡Nata! No me hagas esto.

Pero si hay alguien que tenga esa belleza interior que se escapa por los poros es mi querido Charles —así he llamado siempre a mi esposo de forma cariñosa—. Se lo agradezco de corazón, igual que todos estos años que ha caminado a mi vera. Aunque muy a su pesar, vais a llegar a conocerlo muy bien, todo hay que decirlo.

Si os gustan los próximos capítulos, si os sirven, os inspiran, os ayudan, o si queréis usar estas hojas para encender la chimenea, es decisión vuestra. En lo que a mí respecta, si mis palabras ayudan a alguien a perseguir sus sueños, a enamorarse de la vida, a superar sus problemas, a montar una empresa o a quitarse los miedos que tenga por la razón que sea, me doy por satisfecha.

Mi fin último —aunque sé que se os escaparán algunas lagrimillas en alguna parte del relato—, es que os riáis, de ser posible, a carcajadas. No hay nada más hermoso en esta vida que reírse de uno mismo y yo, como veréis en breve, he vaciado mi corazón sin cortarme un pelo. «Natalia», me dicen mis amigas, «tú es que eres un libro abierto...». Pues después de esto, ni digamos.

Espero que este libro sea solo el primero de otros muchos. Ideas no me faltan, pero dependerá de vosotros. Gracias por estar ya aquí conmigo y agárrense los machos, que ahí voy.

Belleza Invisible

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