Читать книгу El código del garbanzo - Natalia Gómez del Pozuelo - Страница 9
ОглавлениеPoco más de un año antes Ka, efectivamente, había preguntado:
—¿A París?
Andi miraba fijamente su cara para no perderse ni un gesto; el viento le movía el pelo castaño, los niños dormían. Estaban sentados en la terraza. Sobre la mesita, para preparar el ambiente, Andi había colocado una botella de vino tinto, el sacacorchos y dos copas vacías.
Le había costado mucho comenzar con aquella primera frase, era como estar sobre un trampolín sin decidirse a saltar, pero en cuanto empezó, como siempre que uno se arrojaba en una dirección sin retorno, las palabras salieron a borbotones: «traslado», «oportunidad», «París»...
Tan pendiente estaba de los gestos de Ka que era incapaz de recordar cuál había sido el primero, el más espontáneo, su cara no tenía significado.
Debía dejar que lo asimilara, esperar sin olvidarse de respirar de vez en cuando, pero no fue capaz.
—Sé que es una decisión difícil. Ahora ganas más tú... —Apretó la mandíbula. «Calla la boca, Andi». Se dijo: «Espera, ¡joder!, que lo digiera».
Respiró y siguió la dirección en la que miraba Ka; las estrellas parecían más brillantes que nunca, les superpuso toquecitos plateados y la paz lo inundó todo. No importaba la decisión, la noche estaba en calma y Ka también. Su hogar era cómodo, la terraza daba a un jardín común y a un bosque del que a veces asomaba un ciervo despistado. ¿Por qué le parecía de repente todo más pequeño? Bajo la caldera, en el rincón, seguía su caballete abandonado hacía meses. Tal vez era mejor no aceptar la propuesta.
Ka fue a servir el vino y su mano tropezó con la botella que se estrelló contra el gres de la terraza, un gran charco color sangre rodeó los trozos de cristal verde.
—Esto es una señal, Andi…
—Bah, déjate de tonterías. —Por un momento creyó que Ka, con sus supersticiones, no querría ir a París.
—No es una cuestión de dinero —las palabras de Ka provocaron en Andi un sobresalto; no se había dado cuenta de que ya iba en serio—, es una cuestión poética —el vino se extendía por el suelo y les estaba llegando a los pies, pero Andi no quería interrumpir a Ka—. ¿Qué más da quién gane más? —calló unos pocos segundos y luego continuó con incredulidad en la voz—. A París… ¡Jamás lo habría imaginado!
Andi salió corriendo a la cocina y trajo la escoba, el recogedor y un rollo de papel. Ka despertó del ensueño y se fue a por un cubo y otra botella de vino.
—Blanco, por si las moscas.
Ambos se rieron, aunque Ka no sabía si Andi había pillado su alusión al AMR.
Quitaron los cristales con cuidado. Gastaron buena parte del rollo en limpiar el vino, lo echaron todo dentro del cubo que dejaron en un rincón y se sentaron de nuevo.
Estuvieron un rato callados, escuchando los sonidos de la noche, luego llenaron las copas y brindaron mirándose a los ojos; ocultaban los nervios con una sonrisa.
Andi había dicho:
—Por la decisión.
—Sí —brindó Ka—, siempre es interesante tener que tomar una.
No eran conscientes de que ya lo habían hecho: se iban a París, solo quedaba justificarlo.