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CAPÍTULO 1:

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METAMORFOSIS PARADÓJICA.

Quizás la hora era la inadecuada, verla siempre a la sombra de su hermano mayor era lo peor, maldecía el momento en que ella fuese parte de su mundo, de su raza y de esa cultura sin un objetivo o meta clara. Aquellos ojos azules, lo habían cautivado de manera poderosa, pero aun así, ella jamás le pertenecería, por más que ambos se amaran, por más que ellos deseasen estar juntos.

Pero él no lo pensó dos veces aquella noche, era la única manera en la que nadie se la arrebataría, era la única manera de ganarle a su hermano.

Linus. Heredero al trono, futuro rey y guardián del poder de Dios.

Escabulléndose por el palacio, tomó sus vestimentas y salió del palacio, montó a su caballo y fue rumbo a la casa de la bella dama que le había robado el corazón como todo sentido común y cordura, cuando logró ver la pequeña casa, escondió el caballo en uno de los tantos caminos, desplazándose por las calles como una sombra tenebrosa, logró adentrarse a la pequeña y cómoda casa que el Rey había dispuesto para ella.

Recorrió los pasillos hasta encontrar la habitación de esa muchacha, abrió la puerta y encontró a una Triored muy joven, era tan solo una adolescente, bella y ya una mujercita lista para desposarse, lista para ser reina y madre, aunque ella jamás supo que el príncipe solo la había visto a causa de su hermano menor. Nunca supo que Linus se fijó en ella con la intención de arrebatarle lo único que le quedaba a él, su cariño y amor.

Sonrió al verla, recostada, dulce y tranquila, la observó por horas al pie de la cama, hasta que supo que era el momento, no faltaba mucho para que la noche terminara y diera paso a los primeros rayos del sol, se acercó a ella, tomando delicadamente sus manos las llevó encima de su cabeza, despertándola con un beso en los labios —“Hola” —murmuró.

Ella quiso gritar, pero al ver de quien se trataba, pudo respirar tranquila —¿Qué haces aquí? —le preguntó somnolienta y asustada de que la guardia lo viera allí, ya que tenía prohibido recibir visitas sin escolta o carabina. Y estaba prohibido recibir la visita del príncipe Leudaroj.

—Solo quería verte —dijo acongojado —Necesitaba verte.

—No nos hagas esto, por favor. Debes irte, te mataran si te ven aquí —exclamó ella angustiada.

—¡Quiero morir! —exclamó él sin miedo —No puedo aguantar el hecho que tú seas para él y no mía. Él es el primogénito, tiene el reino, tiene el poder. Por qué ha de tener a la chica también y justo tú... Él sabe que te amo y por eso lo hace.

—Son las leyes de nuestro mundo. Las leyes de tu padre, no puedo hacer nada al ser la elegida y prefería del Rey.

—¡Entonces vámonos! Vámonos de aquí, bajemos a la tierra y vivamos como humanos.

Tiored abrió los ojos como platos, viendo miedo y terror en aquella mirada, con las fosas nasales extendiéndose —No podremos sobrevivir ¡Nos perseguirán!

—¡Te amo! ¡Te amo y no quiero dejarte! No con él, todo menos él —se inclinó sobre ella y antes de que pudiera besarla, una luz roja se expandió separándolo de manera brusca de la joven, Leudaroj fue lanzado hacia la pared de la pequeña habitación, no había tenido oportunidad de poder responder al ataque, cayó y cerró los ojos lentamente al ver una borrosa figura masculina acercarse a la joven, tomarla entre sus brazos y sacándola del lugar —¡Triored! —murmuró cerrando los ojos.

En medio de la sala, los grilletes de titanio que lo ataban al suelo no lo dejaban moverse en medio de aquel círculo que había visto por años, aquella marca que reconoció desde el primer momento en que abrió los ojos, el círculo del juicio. Estaba en medio del círculo de Triessag hecho cielo, el joven príncipe trató de erguirse pero el dolor acudió a él, entonces sonrió con cinismo, era típico de su hermano, del recto, el poderoso, el elegido, no era tan bueno como muchos creían.

Levantó la mirada y vio que no estaba solo, estaba en el salón del juicio, aquel salón en donde Hades y Milausky fueron enjuiciados, y quien más podría llevarlo hasta allí, nada más y menos que su adorado y gentil hermano mayor, el muy cínico estaba de pie delante de él mientras que su padre Adrex, el rey y soberano del mundo de los ángeles no decía absolutamente nada, nada por protegerlo del castigo que le sería impuesto.

—Veo que despertaste —la voz plana y sin sentimientos era típica de Adrex.

—Gracias por el pequeño descanso forzado padre —las palabras escaparon de su boca, sin medir las consecuencias, sintiendo el golpe de manera inmediata.

No retrocedió ante la dura mirada que cruzó el rostro de su padre, quien volvió a levantar la mano con la palma aun ardiendo, dispuesto a darle otro golpe y luego otro, pero Leudaroj, le sujetó la muñeca con una mano, mientras la marca rojiza se extendía sobre sus dos mejillas en un contraste con la palidez de su rostro masculino.

Sus cabellos negros como el ébano, sus ojos verdes jade, la mandíbula apretada, puños apretados a sus costados, había cometido una falta grave a su corta edad —¿Cómo pudiste atreverte? —dijo tensamente Adrex, mientras sus manos avejentadas aun temblaban por la ira contenida.

—¿¡Atreverme!? ¿Atreverme? Ella era mía, yo le amo. Yo le amo y tú sabías eso, pero aun así decidiste que era para Linus —le recriminó a su padre —Que su vida perteneciera a Linus.

—Esas son las reglas —espetó —La protegida del Rey, la elegida por el pueblo debe desposarse con el primogénito, pudiste escoger a otra mujer, pero eres obcecado y terco.

—¡Son tus reglas! Tú lo decidiste, tú elegiste a mi hermano mayor sobre mí. Él tiene el trono, la herencia y el poder, porque ha de tenerla a ella también. Pero ahora tienes las consecuencias, un hijo que no solo ha perdido tu respeto, sino que te odia hasta lo más profundo de sus entrañas —sonrió con cinismo, para luego sentir nuevamente otra bofetada pero aún más fuerte que las dos primeras.

Sacó la lengua tomando los hilos de sangre que sobresalían de la comisura de sus labios, solo para escupirlos a los pies de su padre —Tú hiciste tu elección esta noche. Solo apresuré más las cosas, desde un inicio fui el hijo repudiado —quiso hacer frente, mostrarse duro, pero el dolor era evidente en su voz.

—Eres solo el hijo maligno que me dio el señor —recriminó amargamente el Rey.

—No hables de Dios, como si él no supiera bien como son las cosas en este mundo, acaso crees que no sé cómo es la tierra, acaso no saben todos aquí que pisas la tierra una vez al año por que estás enamorado de una mujer humana.

—¡CALLA! —le advirtió rojo de ira, mientras que sus ojos negros se iluminaron.

—¡NO! Esa es la verdad —apretó los dientes sin borrar la sonrisa de su rostro —Por qué ocultarla. Cuando no eres tan perfecto como los demás creen.

Un joven Linus quiso acercarse solo para romperle los dientes a ese ángel condenado, pero Miaka lo detuvo —No te metas, debes dejar que tu hermano escarmiente.

—Pero como puedes estar así de tranquilo, cuando mi propio hermano ha roto sus propias reglas, es un delito que no puede permitirse en nuestra casa, eso es típico de los demonios y sus pecados, pero nosotros no podemos ser corrompidos con ese tipo de acciones —espetó el joven, asqueado de lo que escuchaba de ese ser que no era de su especie.

—Sabes bien que ella es mía. Y tú no podrás evitarlo —soltó una risa bisoña y ronca, pero aun así disfrutaba del momento —Yo nací para gobernar —sus ojos verdes brillaron con malicia mientras el brillo de su mirada y su poder resplandeció —Pero aun así decidí apartarme, mientras la tuviera a ella, nada importaba.

—¡CALLA! —su padre elevó nuevamente la mano.

—Podrás golpearme nuevamente, una y otra vez pero Triored será mía y ni tú ni nadie podrá detenerme. En ésta o en otra vida, ella será siempre mía.

Linus desobedeciendo a su guardián, se acercó a su hermano deteniéndose frente a él, y antes de que pudiera reaccionar lo tomó del cuello, cortándole la respiración —La ira del gran Linus ¡Sucesor del trono! ¡Sucesor de una mierda! —despotricó.

—¡Cállate! —bramó con seguridad.

—Tú no eres mi Rey —espetó Leudaroj.

—En eso tienes razón. Yo no seré tu rey —Adrex no pudo detener a su hijo, ya que antes de que pudiera hacerlo, Linus formó un campo de protección rodeándoles para que nadie interfiriera en lo trataba de hacer —Pero tampoco serás un príncipe.

Golpeándolo nuevamente, Leudaroj cayó de rodillas, antes de atacarle extendió las alas para poder luchar, pero su hermano se apoderó de ellas arrancándoselas sin compasión, el ángel condenado gritó ante la sensación de ardor, de dolor mientras que éstas eran arrancadas lentamente de su espalda.

Sin que nada pudiera detenerlo, el balance de su mundo se había visto amenazado, la tierra que ese ser nuevo sin alas pisaba comenzó a caer a pedazos mostrando el fuego del infierno —No llegaras a ser nada. Solo un esclavo condenado por querer tener algo que jamás será tuyo —dijo el mayor de los hermanos con fría autoridad.

Pero esa alma condenada no se amilanó, tomó el pie de su verdugo asegurándole algo —Tú te arrodillaras ante mí, te quitaré lo que más ames en la vida. Nos veremos en otra vida ¡Hermano! —y se soltó cayendo a las profundidades de un mundo que nunca le perteneció.

La caída fue dura, la sensación de ardor, de frío, hizo que su cuerpo no solo cambiara, sino que le hizo aún más débil de lo que solía ser, lo habían arrojado de su tierra, de aquella tierra que le pertenecía por derecho, le habían arrebatado lo que él consideraba suyo. Cansado por el agotador viaje, quedó en el suelo por horas, solo para despertar siendo diferente y ver que pertenecía a un mundo oscuro, un mundo al que siempre vio como un mundo destruido por un Dios que nunca supo comprender.

Sello de Sangre

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