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CAPÍTULO 3

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TORTURAS SENTIMENTALES

Joe no sabía si regresar a la habitación de Natle era lo correcto, de pie ante su puerta no supo en qué momento se había dejado llevar por sus miedos, intentó en no pensar en cada palabra que Piora le había arrojado sin más, pero la amaba demasiado como para ser su verdugo, la amaba demasiado y tenía que tomar por primera vez una decisión que le arrancaría el corazón mismo.

Su opción era dejarla de la manera más cobarde, sin despedidas, sin llanto, sin reclamos, sin verla llorar ante su ausencia, aunque supo que era un desgraciado por dejarla después de haberla hecho suya por primera vez, después de haberle arrebatado la virginidad, en realidad él no deseó llegar tan lejos pero la necesitaba con una hambre más que feroz, necesitaba de ella.

Pasó el duro nudo que se había formado en su garganta, se llevó las manos a los bolsillos y sin poder resistirse, dejó caer su frente contra la puerta, como saber la verdad si su mundo estaba plagado de mentiras, sus guardianes no eran de fiar y sus decisiones solo lo llevaban a un solo camino, al tener que arrancarle el corazón del pecho y obtener un poder que ninguno de los dos pidió, cerró los ojos con fuerza y endureció su corazón, era la única salida que le quedaba —Lo siento, cariño mío. No sabes cuánto lo siento —sin más, giró sobre sus talones, los escasos rayos de luz iluminaron su rostro, un rostro endurecido, la mandíbula tensa y los ojos perdidos, caminó por los pasillos y salió de Ben Cork para siempre, era mejor de esa manera, era mejor no verla al rostro y romperse, era mejor olvidarla para siempre.

Abandonándola en aquella habitación que fue testigo de un amor sincero, dejándole aun dormida, sin explicación, sin motivo, sin una palabra o un beso de despedida, sin el calor de sus brazos, de sus caricias y besos, cubierta con las sábanas que aun mantenían su sudor y el lodo de sus cuerpos.

Natle jamás le perdonó su ida, jamás le perdonó la manera en cómo la dejó sin explicación, sin motivo y sin un beso de despedida, solo sintió repulsión por ella misma, repulsión ante esa entrega total y creo que yo contribuí con ello en los posteriores días.

Joe había tenido la terrible idea, la estúpida y más absurda idea de dejarla de lado, dejándola un lío, después de haber unido sus pedazos solo para romperlos como todo un maldito campeón, admitiendo una alianza maligna mientras ella aun yacía en la cama desnuda. Condujo a su casa de manera precipitada, acelerando sin importarle ya nada, quizás había perdido parte suya también en aquella habitación al dejarla, endurecido, trasformado en alguien que ni yo mismo llegué a conocer, sin muchas explicaciones estacionó su auto y bajó de él solo para entrar a su casa, subir las escaleras y encerrarse en su habitación. Abrió su closet y sacó su bolso y una maleta, abrió cajones, estantes, y guardó todo como si le faltara manos para llenarlo de sus pertenencias, el ruido que hacía era estrepitoso, cajones que caían, prendas de una lado a otro, con el ceño fruncido, la boca en una línea recta, no quería decir ya nada y no había más que decir.

Entonces su mano tomó instintivamente la última foto que se tomaron, ambos estaban abrazados, besándose, mientras que la luz del sol de ese atardecer brillaba en sus rostros, la cámara logró captar la imagen en su esplendor, logró captar un verdadero amor, pero todo debía acabar y Joe se lo repetía tantas veces como si quisiera convencer a alguien, sin saber que deseaba convencerse a sí mismo de ello —Todo acabo —repitió en voz alta —Todo termino. Nunca más, nada de sueños absurdos, de ideas estúpidas —se reprendió a sí mismo por sus sentimentalismos tontos y después de minutos de tortura mental quiso aceptar que era lo mejor, pero una parte de él se negaba a comprender que quizás ese sacrificio no era necesario —Eres parte de mi pasado.

«Nunca tendré una familia contigo, tener dos maravillosos hijos. Poder acariciarte cada noche, tenerte a mi lado cada mañana y saciarme de tu olor, embriagarme de tu amor ¿Cómo poder tener esa oferta? Siempre hay luz al final del túnel, pero perderte será el sacrificio más doloroso que he tenido que hacer en toda mi maldita vida.»

Se lo repitió tantas veces convirtiéndolo en su mantra, tantas, que solo le quedó lanzar la fotografía enmarcada contra la pared y ver como se hacía añicos, sin poder más cerró la cremallera de su bolso y de su maleta, encontrándose desesperado por primera vez en años, necesitaba escapar.

Los ruidos provenientes de la habitación contigua, solo alertaron a sus padres de su presencia, levantándose apresurados de la cama, abrieron la puerta de la habitación de su hijo de par en par, solo para encontrarlo a punto de irse —¿Joe? ¿Qué es lo que estás haciendo? —preguntó su padre, aturdido por su extraño comportamiento.

—Creo que es obvio lo que hago, papá —respondió con agresividad.

Su padre consternado por la manera tan agresiva y ruda en la que su hijo respondió, le pareció extraño y fuera de lugar —¡Joseph! Se lo que es obvio, pero merecemos una explicación. Venir y hacer las maletas es indicio de que algo tramas.

—¡No! Mamá, papá. Estoy bien, más bien díganme ¿Cómo está Max? —logró sacar muchas más cosas necesarias para su viaje, no quería tener un motivo para regresar.

—Hijo... Hijo —su madre no lograba entender la prisa de su hijo.

—Max está recuperándose bastante bien, aunque tú —respondió su padre.

Tomó sus bolsos y trató de irse, pero su madre se interpuso —¿A dónde vas? ¿Qué estás haciendo Joseph?

—¡Debo irme! Debo irme de aquí lo más antes posible —apretó la mandíbula como si el simple hecho de pronunciar su nombre le causaba daño, tanto que sentía como su piel se desgarraba —Pero sin Natle.

—¿Qué? ¡Joe! ¿Has perdido la cabeza? ¿Adónde diablos podrías ir? Estás en la universidad. ¡Natle! Natle enloquecerá cuando se entere —su padre trataba de hacerle entrar en razón, mientras que Anna trataba de detener a su hijo.

—Ella estará bien sin mí. Será lo mejor, por la universidad no te preocupes, solo quiero alejarme de ella —las palabras que Joe emitía hizo que su padre lo desconociera.

—No comprendo Joe. Si has tenido una discusión con ella, arréglalo lo más pronto posible, no la puedes dejar sola en estos momentos, se lo que sucedió, Jonathan me llamo, me explicó y eres la única persona que puede mantenerla... —trató de buscar la palabra adecuada.

—¿Mantenerla a régimen? ¿Tranquila? ¿Mantenerlos a todos a salvo? ¿O él único que puede matarle cuando pierda el control? —dio un paso adelante con sus cosas, pero su madre lo detuvo sosteniéndole de los brazos, rogándole no solo que se quedara sino que diera una explicación a su conducta, pero Joe solo veía la forma de salir de allí, no quería escenas, no quería reproches y sobre todo no necesitaba la presencia de Natle en esos momentos, ni ahora, ni nunca —Yo no pedí esa responsabilidad.

—Joseph, cariño. Por favor —rogaba entre lágrimas, lágrimas que a ese hijo no le importaron.

—Mientras yo esté cerca de ella todo acabara más rápido. Necesito tiempo, tiempo para poder salvarla de mí mismo, todos ustedes correrán riesgos. Pueden morir y eso no puedo permitirlo, no puedo dejar que a ustedes les pase algo malo como paso con la familia de Natle o con la familia de Max. Eso jamás me lo perdonaría y no me arriesgaré a que ella los mate —concluyó.

—Hijo, eso se puede solucionar ¿Para qué irte? ¿No puedes acaso hablar? —preguntó su padre —Trata de hablar con Natle. Estás cometiendo una locura.

—Irme es lo mejor, mientras más alejado este, no correrá riesgos a morir por mis manos.

—Pero correrá el riego de morir por otras manos que no sean las tuyas —su padre sostuvo su mano con fuerza.

—Sin mí a su lado estará a salvo de todo. Jamás le quitaría la vida, pero tampoco permitiré que otro lo haga, acabo de tomar una decisión que implica que me aleje de ella lo más posible a cambio de su vida —se soltó con brusquedad mostrando su lado tétrico y oscuro —Así que quítate de mi camino —al ver Tom la forma agresiva de su hijo, opto por levantar la mano tratando de darle una bofetada, pero su madre se interpuso en medio de ellos dos.

—¡No! ¡Tom, no lo hagas! ¡Es nuestro hijo! —le rogó.

—¡No lo es! ¡Este no es mi hijo! —dijo con desdén.

—Por favor... Por favor —gritó su madre desesperada —No digan cosas de las cuales se puedan arrepentir después —volvió el rostro hacia su hijo tratando de calmarlo, pero era inútil —¿Estás seguro de ello? Ambos deben calmarse, hijo debes recapacitar, no puedes irte así por así. Natle te necesita, ella te necesita más de lo que tú puedes llegar a creer.

—Madre no hay nada que recapacitar —volvió a su maleta, tomándola finalmente entre sus manos —Debo irme, por bien de todos.

—¡Hijo! ¡Hijo! ¿Dónde iras? ¿Cómo le explicaremos esto a Natle?

Su padre logró obstruir la puerta, evitando que pudiera salir —No te iras de aquí. No lo permitiré —rogó con desesperación, pero ese no era su hijo, estaba absorto de emociones, de sentimientos, no importaba nada más que su bien —¡Mírame a los ojos! Mírame a los ojos cuando de hablo.

—¡Tom! Por favor, debes dejarme ir. Tengo medios, tengo manos y puedo trabajar. Debo irme y no quiero faltarte al respeto por esto —dio un paso, pero su padre lo contuvo con la mano.

—¡No! —rugió —No dejaré que salgas de aquí y no saldrás por esa puerta —su padre estaba haciendo lo posible para poder retenerlo.

—Quiero que le regreses esto a Max —le entregó a su padre el mismo sobre que yo le había entregado la noche anterior —Él es la persona más adecuada para ella, él sabrá que hacer.

—¡No! No lo harás. Joseph Daniel Cooper Greisen ¡No lo harás! —gritó su madre.

—Tom… Anna ¡Lo siento! Son unos maravillosos e increíbles padres, pero no puedo hacerlo —tomando la iniciativa, pasó por entre sus padres, bajó las escaleras con sus cosas en mano y salió por la puerta principal rumbo a su auto. Abrió la maletera y guardó sus cosas lanzándolas con furia, mientras sus padres bajaban con rapidez para poder detenerlo, pero Joe ya había encendido el auto y salió del lugar, escuchando los gritos de sus padres detrás de sí, implorando que regresara, pero Joe hizo caso omiso a los gritos pisando el acelerador perdiéndose en medio de la calle, Tom abrazo a su esposa deseando poner alto a sus gritos, pero era imposible, habían perdido nuevamente a su hijo.

—¡Tom! ¿Por qué? ¿Por qué? —se recriminó la esposa aun en sus brazos, mientras que su llanto la vencía.

—Son las circunstancias de la vida. De nuestra vida cariño mío —ambos vieron a su hijo a la distancia perdiéndose entre la colina y el sol de esa mañana.

Joe tomó el volante con ambas manos, sus nudillos se volvieron blancos ante la presión que ejercía en él, con el corazón martillando y la boca apretada en un gesto hosco, la mirada al frente, sin dejar de parpadear, ya que las lágrimas brillaban rebosantes por salir —¡Oh Dios! ¡Oh dios! —gritó con amargura mientras conducía.

El móvil que yacía en el asiento delantero comenzó a sonar, Joe sin mirarlo, lo tomó y silenció, dejando que la imagen de sus padres resonara una y otra vez, una y otra vez.

—No contesta cariño —le dijo Tom a su esposa que con piernas y manos temblorosas, trataba de no retorcer sus manos que se encontraban en su regazo.

—Quizás el móvil este guardado, está conduciendo.

—Cariño... —dejó el teléfono sobre la mesa, acuclillándose tomó sus manos entre las suyas, besándolas y sintiéndolas frías —No nos engañemos. Joe no quiere hablar, se fue cariño, se fue. Por segunda vez —Anna tan solo rompió en llanto, abrazando a su esposo con todas sus fuerzas, sin decir más, sin mencionar o tratar de considerar las cosas.

Las cosas no son siempre como se suele creer, vi que ese camino era muy largo, cosas que a simple vista estaban incompletas, Joe había elegido excavar en lo profundo para obtener una respuesta, una sola respuesta a la que concluyo como única. No intentó ver desde otra perspectiva, se cerró en una sola dirección, dejando a muchos con el corazón roto y a mí con las ganas de romperle la cara y patear su trasero hasta matarlo. Pero que más decir, muchos tomamos las decisiones correctas e incorrectas, acertadas o no, siempre supimos que tomarlas cambiaría nuestro destino de una u otra manera.

Entre nuestro camino, cruzamos muchos mundos, entre ellos, vimos a la muerte y pudimos ver que era vivir nuevamente, no conocí a mi madre, pero sé que ella me dejó algo aún muy valioso, el poder amar sin recibir nada a cambio, sin embargo, Joe le dio a Natle mucho más que simple amor, le dio la oportunidad de vivir nuevamente, una nueva oportunidad de poder ver la luz del día. Ambos teníamos la misma misión, cuidarla sin importar el costo, sin saber que ambos nos enamoraríamos de ella, algo que nos obligó a tener una odisea sin fin.

Piora tan solo precipitó las cosas, le mostró un pasado, presente y un dolorosos futuro, haciéndonos entender a todos que éramos vulnerables, éramos débiles, pero aun así teníamos las ganas de vivir, aunque el mundo que nos dejaron estaba lleno de decadencia y peligro, de odio y rencor, éramos parte de algo, éramos parte también de su mundo y debíamos defender lo que también nos pertenecía por derecho, debíamos proteger la tierra que nos cobijó cuando nuestro mundo fue cruelmente destruido y devastado por la guerra.

No deseábamos ser simples títeres de Miaka, él solo seguía las reglas de alguien que ya había muerto, de alguien que no entendía muy bien el valor del sacrificio, del amor, la verdad, lealtad y de la libertad. Sin embargo, jamás se nos mencionaron cosas que podrían darnos señales, la manera adecuada de seguir, forzándonos a enterarnos y seguir caminos que creíamos incorrectos, direcciones que parecían lejanas, pero nada era así, todos, todos nosotros no habíamos elegido ser parte de ello, pero aun así decidimos lo mejor.

Natle se había ido del hospital hacer ya mucho, podía sentir su distancia, y de la nada su presencia comenzó a desvanecerse con lentitud, ya no podía sentir sus emociones, sus alegrías, era solo yo y ese vacío me dolió más que las heridas que tenía, por un momento me sentí celoso de Joe, lo odié en su momento ya que yo ansiaba poder tener un pedazo de su corazón, pero luego me di cuenta que sí yo la amaba de verdad debía alegrarme de que ella fuese feliz.

El sonido del reloj podía sentirlo a la distancia, además de goteo del suero caer, los sonidos eran aún más fuertes de lo común, mis sentidos estaban demasiado alerta, demasiado sensibles, lo atribuí ante la ausencia de Natle en mí, fruncí el ceño ante la extraña sensación, pero aun así mis ojos no obedecían mis órdenes, quería despertar, pero no podía. El vacío que inundó mis sentidos, el hueco que sentía en mi cuerpo por su ausencia desapareció de un momento a otro, mientras que mi corazón se hinchó ante su presencia aún conmigo, me pareció raro, ya que sabía que Joe la sacaría de la ciudad para huir lejos, pero sentir su vibra en mi interior me dio la certeza de que Natle estaba aún conmigo.

Un calor inundó mi cuerpo, había quedado por un momento profundamente dormido con el sabor de su beso sobre mis labios, hasta que la incesante temperatura había inundado mi cuerpo, el sudor no era frío, cubría mi frente como perlas saladas, pero quemaba, quemaba por dentro, la sensación se expandía hasta quemar aún muy dentro de mí.

Al comienzo pensé gritar, pero la idea no era buena sabiendo que muchas cosas podrían pasar, y de golpe vi algo, era idéntico a los sueños que compartíamos.

Estaba frente a mí, sonriente mientras que la nieve caía sobre ella, tenía los brazos extendidos, dando vueltas y vueltas con los ojos cerrados, disfrutando del momento, de la sensación. Su risa, esa inconfundible risa, entonces sentí que mi piel quemaba, el dolor y el olor a carne sobre fuego, levanté mi brazo derecho y vi que a centímetros arriba de mi muñeca, una nueva marca que se grababa al rojo vivo sobre mi piel, un sol con rayos enredados, una media luna y sobre ella una estrella.

El ardor era insoportable, pero aun así aguante, al levantar la vista vi a Natle, pero ella tenía algo diferente, algo que me hizo sonreír, jamás soñé de esa manera, pero al verla en ese estado supe que era el nacimiento de una nueva era, una era en donde nosotros los ángeles seríamos reconocidos y vistos en la tierra, recordados y admirados, ya no ocultos, sino unidos, sobrevivientes y juntos para luchar por la libertad de no solo un pueblo y una raza, sino por nuestros mundos, incluyendo a todos, sin importar, raza, edad, sexo, condición, todos éramos una misma creación. Seriamos vistos y ya no señalados o perseguidos, y ella era la que iniciaría esa nueva etapa de nuestra vida, ella era el motivo más grande por el cual luchar, era ella parte de mi vida y de mi mundo, era la redención hecha carne.

El calor se hizo insoportable, y las máquinas que daban razón de mis latidos y pulsaciones comenzaron a sonar y pitar, estaba inquieto, pero aun así no deseé despertar, era un bello momento, pero la quemadura era lo que más molestaba, entonces abrí los ojos de golpe, solo para ver a la enfermera asustada de ver esa marca fresca y sangrante en mi muñeca.

Con la respiración entrecortada, supe que todo había llegado a su fin, llevé mi mano libre al pecho y sentí su presencia calándome hasta lo más hondo del corazón, Natle me necesitaba y me necesitaría aún más. Las luces del sol comenzaron a cubrirme, abrí los ojos y sentí un dolor en el pecho, supe entonces que ella me necesitaba, irguiéndome de la cama con cuidado, traté de levantarme, pero la aguja conectada a mi brazo me impidió hacer algún tipo de movimiento brusco, me quité el sensor de latidos, la aguja de mi brazo y vi mis pies, desnudos, moví los dedos y sonreí —Me dieron una nueva oportunidad —miré por la ventana y sentí los rayos en mi rostro, la persiana no lograba ocultarlo, pero mis ojos se notaron aún más, uno verde, otro azul, parte de un pecado y parte de la redención, parte de una condena y de un milagro, parte de un mundo y de otro, era alguien extraño, era Oriolp, era su protector, su guía, era mi vida y era la chica, sería siempre mi chica.

Pisé el suelo y traté de vestirme, pero el dolor de mis costillas y las heridas solo restringían mis movimientos, pero nada me impidió que siguiera excepto el doctor que entró a la habitación y trató de detenerme ante las advertencias de la enfermera —¡Max! Debes descansar, las heridas se abrirán.

—Necesito salir. Necesito estar con Natle —me urgía salir —Ella me necesita.

—¡Max! Por favor, solo lograrás dañarte más. La llamaremos para que venga, la llamaremos, pero recuéstate.

—No puedo esperar más, necesito verla —le exigí con el rostro compungido ante el dolor.

—Prometo que la traeremos aquí, pero tú debes descansar, descansa —me detuvo y forzó a recostarme nuevamente, conectaron las máquinas, y me obligaron a tranquilizarme con ayuda de un sedante que solo me arrancó de la realidad, empujándome hacia más sueños, sueños con ella y de ella.

Luego de charlas, de sentimientos olvidados, entre noches de pasión, caricias, discusiones, y despedidas, esa vida que Natle deseó, se había esfumado como vapor, sueños que se convirtieron en pesadillas, en dolor y sobre todo en desesperación, llevándola a un abismo al cual Piora la había sometido mes tras mes, logrando verla derrumbada y sin nadie, había cumplido su cometido, que Natle se quedara sola, tan sola que no tuviese a quien acudir.

Haciéndola vulnerable.

Ella aun yacía en su cama, con las sábanas enredadas a su cuerpo desnudo, con sus besos aún cálidos en su piel. Entre cortas imágenes, saltaba entre ellas, aparecían y desaparecían de inmediato sin darle oportunidad a grabar alguna. La vi entonces, estaba como siempre bella, con un vestido de seda blanco y largo, sus cabellos sueltos y ondulados, mientras que ese jardín estaba repleto de flores, las estatuas parecían tener movimiento propio, ese vestido lograba captar su inocencia, y yo reconocí ese lugar, pero no le di importancia, la llamé en la distancia —¡Natle!¡Natle!

Ella volvió el rostro y me sonrió, iba a acercarme a ella, pero un gran espejo se interpuso entre nosotros, el espejo de Tuyuned, su presencia manchó su esencia, cambiando su apariencia, traté de golpear el espejo, de sacarla, pero estaba atrapada dentro de él —Resiste... Resiste —grité.

—¡Max! ¡Ayúdame!

Su apariencia cambio a la más oscura, la más tétrica y opaca, un ser que consumía su interior, era aquella que soñé tantas veces, entonces giré y vi detrás de mí, todo en ruinas, destruido por el fuego, no estábamos solos, vi a demonios y ángeles luchando con todas sus fuerzas, pero de la nada, todos se detuvieron dejando caer sus armas al suelo al notar la presencia de Natle abrirse paso entre ellos.

Quedando inmóviles, logré ver como Piora no trató de conservar su lugar, acercándose a Natle con tanta furia y desesperación con las mismas intenciones de quitarla de su camino —¡Natle cuidado! —grité, pero ante de que pudiera dañarle, Joe se interpuso recibiendo la puñalada que Piora le tenía reservada, viéndole caer al suelo lentamente, Natle reaccionó sosteniendo su cabeza antes de que el frío suelo pueda dañarle aún más su frágil y herido cuerpo.

Él trató de hablarle, trató de decirle algo pero no podía, su voz y la sangre interferían, levanté la vista y logre ver a Piora, él estaba de pie ante ellos, no podía moverse, su rostro tenía tanta desesperación que optó por desaparecer de allí.

Yo estaba tan cerca, pero no podía interferir, era yo el que estaba atrapado en medio del espejo —¡NO!

Levanté la vista y vi una intensa luz bajar del cielo, acompañada de fuertes truenos, entonces lo vi, un ser extraño a nuestros ojos, su rostro no era definido, su mirada no se notaba más que un brillo dorado, su cuerpo vestido de blanco. Dando un paso hacia ellos, le mostró nuevamente con su mano que debía volver la vista a su adorado Joe, acatando sus señales, pudo verse ella misma entre sus brazos, era ella quien yacía herida y casi moribunda en el suelo.

Grité, sin saber que me erguí tan deprisa por la sensación de dolor que cubría mi cuerpo —¡NATLE! —la llamé solo para verme prisionero en una habitación de hospital, con la respiración entrecortada y las manos temblorosas, me recosté de nuevo, tenía que verla, necesitaba verla.

Natle se irguió enseguida, cubriendo su desnudes con las sábanas, mientras que un sudor fino cubrió su frente, ese nefasto sueño que había consumido su poca felicidad en esos instantes, sonrió ante el exquisito dolor de su cuerpo, había disfrutado de la noche, de su noche, observó por la ventana de su habitación, el sol radiante, el canto de las aves era el mismo, a diferencia que estaba sola en esa habitación.

En un impulso buscó a Joe con su mano libre, notando su ausencia, su lado frío y las sábanas revueltas, con un nudo en la garganta no pudo articular palabra, pero su nombre salió en un hilo de voz que se perdió con los sonidos de la mañana —¿Joe? —levantándose de inmediato, caminó hacia su baño encontrándolo vacío —¿Joe? —volvió a llamar, pero él no estaba, volviendo el rostro hacia la cama, notó algo en su almohada. Dio unos pasos lentos, solo para darse cuenta que era el medallón de Joe, lo tomó entre sus manos y se dio cuenta que la había dejado, se dio cuenta que él se había ido pero para no volver jamás, una pequeña risa histérica escapó de sus labios temblorosos, no podía moverse, era incapaz de mover tan solo un musculo.

Sus ojos se llenaron de ardientes lágrimas que amenazaron con rebosar, sintiéndose culpable, sintiéndose engañada —¡NO! ¡Joe, tú no! —sacudió la cabeza, negando con furia.

Las intensas preguntas sobre su estancia tan corta abrumaban con desatar una intensa cadena de lágrimas y berrinche sin control, sabía que ese medallón en su cama no era una buena noticia, no era una buena señal, no había nada de bueno en su ausencia después de aquella noche que pasaron juntos, aquella noche en la que le entregó su amor puro, su deseo de estar con él sin importar que el mundo se viviera de cabeza a causa de ese amor que estaba destrozándole en esos momentos. Después de quedar unos minutos en blanco, reaccionó —Debe estar en casa... eso es... Debe estar en su casa —vaciló por un momento pero opto por vestirse con unos pantalones y una camiseta, haciéndose una coleta alta, optando ir a casa de Joe y tener información o encontrarlo en casa.

Tele trasportándose a la habitación de su amado Joe, notó que sus cajones estaban abiertos y vacíos, la habitación estaba revuelta y esa era un clara señal que él se había ido de allí, dio un paso adelante pisando el cuadro enmarcado con su foto que ella le regalo, miró hacia el suelo tomando entre sus manos la foto rota —¿Acaso tan solo es un mal chiste? —llevándose una mano hacia la boca trató de no gritar, no tenía sentido calmar su agitado corazón.

Caminó hacia la puerta, la abrió con brusquedad, solo para salir del pasillo y buscar a los padres de Joe, al verlos sentados en la cocina, no saludo, ni pidió dirección, simplemente preguntó atropelladamente —¿Dónde está Joe? No… No sé dónde está ¿Dónde está? —tartamudeaba, mientras que un nudo en su garganta se formaba haciéndole tambalear entre sus propias palabras y llanto.

Tom cerró los ojos y negó con la cabeza, eso no era buena señal —Lo siento, Natle… En verdad lo siento —quiso acercarse pero Natle evadió sus brazos.

—¡NO! ¿Dónde está? —gritó desesperada.

—Lo lamentamos Natle —trató de clamarla, pero ella no deseaba compasión.

—¡No! ¡Dios no! —su pequeño rostro estaba rojo ante las lágrimas, mientras que intentaba no gritar y salir de control, miró al suelo con tensión.

—Él solo se fue, tan solo se fue sin explicación alguna. Solo nos pidió que cuidáramos de ti, no sé qué ha pasado, pero sé que cuando se calme, volverá.

—¡No lo hará! Él no regresará —sacudió la cabeza negándolo, cerró los ojos, tratando de tomar más fuerza de la necesaria, estaba completamente sola, frustrada, con miedo, temía regresar a Ben Cork, tenía tanto miedo de vivir —Regresaré a casa —titubeó.

—Sabes que si necesitas algo, no dudes en llamarnos —exclamó Anna.

—Lo haré. Lo haré —respondió automáticamente, destrozada, giró sobre sus talones y desapareciendo de la casa que una vez fue de Joe.

Sello de Sangre

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