Читать книгу Bicicleta de lluvia - Nayib Camacho O. - Страница 7
Viento de costado
ОглавлениеA veces, desconsolados, tratamos de hacer amigos
pensamos en las formas sencillas de cumplir con la humanidad
al saber que por dignidad nadie osará ser sombrío en la persuasión
si reconocemos que la conciencia vale tanto como la verdad.
He visto los jardines y en ellos los árboles abrigando el pensamiento
pero también he notado sus etiquetas y rótulos como en Auschwitz,
por fortuna los tallos descomunales y las taimadas ramas dan sombra,
y dan fruto y sosiego estos hijos de la tierra con la mutación de los años.
Entre el follaje, atrae y seduce la hospitalidad cantarina del cardenal y
el azulejo
cansados de su hedonismo que ya no es parte de la belleza sino de la ecología.
Veo cruzar debajo de ellos y privados de ánimo a los eruditos y sus discípulos,
y hasta las muchachas de labios de mandarina hacen sus comentarios.
Todo es bello y a excepción de las ficciones, la materia orgánica es lo
que cuenta;
en ello y por ello, la pulcritud de los árboles también merece su estética,
y como las hijas de Sion, sus hojas y sus nidos son mutilados
y sus raíces holladas en beneficio de las alcantarillas.
Toda pretensión es un antojo, un deleite para concebir un mundo creado
por arquitectos de galpones y galleras que dibujan espacios “adecuados”;
donde dan lo mismo el sueño y la utilidad, pero no los leños y el parásito,
en suave contradicción de armonía y muerte o selección espontánea,
según diría el griego, refiriéndose al curso de las cosas.
Allí, junto al árbol mutilado crece la tecnología en punta
a riesgo de la herencia y la savia que serán piedra y sostén de puertas,
allí, deja el hombre la huella de su altruismo perverso,
mojón inútil, desgastado, cuyo verde conserva arraigado al suelo.
No bastan la ciencia o la propensión al bienestar para estar curados,
el sol de la tarde afirma generosamente la muerte sobre el tronco;
no basta con ser un árbol de la selva para estar en un catálogo,
la luna de la noche no detendrá su luz sobre los retoños antojadizos.
Ninguno, ni el parapléjico, ni el mutilado árbol, quieren justificar su destino
porque es poco lo que satisface el rumbo de la simpatía y el decoro;
nadie, ni el tullido, ni el castrado árbol anhelan la potencia del movimiento
porque es mucho quedarse alelado ante el firmamento y los vitrales.
Por el tamiz de la compasión se animan las gentes graves a diagnosticar
y llevados por el contraste los hombres ingenian guerras y terapias;
tal vez se trata de compendiar las pérdidas y los gusanos que vendrán
o quizás del fluir voluntarioso para estar fuera de sí.
Dicen los que observan de lejos al mojón que brilla en el cristal
“¡miren a los peripatéticos!”, dan vueltas alrededor del muerto
como en un sucio manicomio de Estambul…
“¡miren a las muchachas!”, aferradas al erecto falo
como en genuino zoco de Bagdag…
Me digo: nada de lo que puede ser vil es impersonal
y la memoria de lo que fue no se consuela con epitafios
sabiendo que el excluido del paisaje no cojea sino que permanece.
Árbol feo y estático, vestido de hongos para las mujeres lindas,
pálido musgo donde serpean las hormigas solitarias y perezosas;
hay que ver el perfecto esfuerzo de quien desdeña la utilidad
la coetánea expresión de la resistencia en la línea verde oscura.
Los anémicos no se detendrán en tus virtudes ociosas…
está dicho que tampoco el instinto ayuda mucho a perdurar;
manco venido a menos por testimonio de criminales natos,
genio rico dispuesto con rigidez para que las muchachas bailen
y coloquen sobre tu cuello el olor de las flores íntimas.
La niña inocente recoge colillas del húmedo barro que te alimenta,
las abejas olvidan su enjambre y el polen para lamer insectos,
y mis conocidos serán mis amigos porque dejaron el rastro de sus manos allí
como frágil estampa en Hollywood, en las catedrales y la universidad.
El milenio no te desvela ni tampoco el trabajo sobre mármoles
y dices: basta con ser naturales para conciliar la soledad y el absoluto.
De lejos, una estrella acomete tu perímetro con la discreción del guiño,
de cerca, el hastío y la voluntad nos hacen igual de enfermos,
esta es la herida y el desplome de las delicias veraneras
y es también el libre albedrío y la apariencia vegetal;
en cuanto a ser equitativo te mantienes a distancia
como una nube que busca la amistad en Dios.
Sobre ti cae el terror de las tempestades y la indiferencia;
por ti, la costumbre de almorzar desborda los hábitos y la brusquedad;
alrededor de ti, el ditirambo del saber y la desheredad pesimista;
a ti, árbol tullido, tipo superior arraigado en el menester incólume de ser
en esta tarde monacal que te revive con aguacero y viento de costado.