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Etapas de carne viva
ОглавлениеSin savia recién salidos del cansancio,
sin preámbulos señalando hacia la alta montaña
de pulpa verde fatigada y rodeada de estacas
apostamos en un territorio vivo de empinado asfalto
la vitalidad, dos a uno, sobre bondadosos augurios;
trepábamos con sonidos de respeto merodeando los helechos
e interrogábamos la redondez de la tierra y sus asuntos
con un dulce aire de triunfo sobre la geografía clamorosa,
sin embargo, con voces tímidas enroscadas en la pasión,
evitábamos las hileras de plumas que cubrían las piedras lamosas;
¿quiénes se sentaban detrás de la imagen perpetua de un ícono?
nadie, porque todo estaba libre de signos y tiempo restituido
como si los viejos tonos del sol curtidos por el júbilo perenne
destemplaran suavemente los aliviados cráneos y su masa gris
después de la purga de vacaciones con aceite de ricino;
alcanzar la senda que nos llevaría hacia nosotros mismos
era la labor y el murmullo de los empequeñecidos esqueletos
que aspiraban a un juguete eterno y dadivoso
o quizás a una nube solitaria abandonada en el horizonte;
todo era sencillo mientras nos habituábamos al calor de las chicas.
¡Oh, sí!, y allí en la alta montaña éramos generosos con el clima
porque intuimos la plataforma del vacío benefactor
el lugar del trepa y baja, donde olvidábamos la larva original
y la sed que nos mostraba un continente de ojos taimados
al paso de las carreras íntimas o de la breve reputación;
no éramos excursionistas, tal vez un poco más gambusinos,
y nada sabíamos del paisaje ni de las motivaciones urbanas
sólo del discreto encanto y de la cruel belleza de la lejanía;
de pronto, algo sobre el postrer ensueño de agobiadas horas
y de las mascarillas de mango, polen atrayente,
cuando nuestros cuerpos se desparramaban sobre los árboles
con la brevedad del espíritu y el sarcasmo del buen salvaje;
pero todo raya en la superstición y en la retaguardia de la sabiduría,
y fue entonces cuando confundimos la felicidad terrena
con la higiene social disfrazada de política y estudio
y minutos después, al modo como un periódico mancilla el honor,
extrajimos la libreta de apuntes para venerar la arrogancia
y ahí estábamos estupefactos ante un futuro de vergüenza
mientras el cielo continuaba su lenta obra de luz y lluvia;
encaramados sobre el galápago del futuro llegó el hambre
hasta que cualquier mediodía, por fuerza de la costumbre,
los arados de la tierra ganaron nuestras almas;
fue feroz como la bruta lujuria hizo su trabajo
y la babosa de la derrota se adhirió a la piel
suplantando la sombra del limonar por un sombrero
y las ruedas de goma y la delgadez y la agilidad
por la cómoda pena de escarbar arroz en la ciudad;
una vez más parecimos simpáticos y educados,
la carne viva se aseguraba en una habitación olvidando el jardín;
cada minuto sería, en adelante, gravitar alrededor de las sillas del hogar,
una disposición para narcotizar follajes y abejas
a cambio de admirar la majestad de los ladrillos
la ácida manzana del amor y los teléfonos silenciosos.
Les digo, de cualquier modo y como lo quieran entender,
que hoy los árboles nos parecen guantes peluqueados,
y las hormigas seres queridos cuyo pánico se agota en la luz;
pero no todo es triste, al menos así lo evidencia el horizonte
que sigue ahí como una pulsera brillante regalada a una mujer.
La cumbre es una escalera de almas entre oscuras cavernas
no sobra decir, en las temibles horas del pordiosero,
que pretendimos alcanzar el primitivo cansancio
aunque el esfuerzo y la lucidez nos llenaron de hijos…
Uno de ellos, con la cara sombreada como una hortaliza,
salva mis noches al preguntar por los misterios mundanos de Buda
y le repito en silencio: “puedes conocer la alta montaña”.