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Si se toma como criterio de organización analítica la propuesta de Alexander, a reserva de las críticas que se le han formulado, podremos observar que una parte importante de los trabajos sobre la violencia, desarrollados sobre todo a finales del siglo xix y durante buena parte del xx, estuvieron marcados por distintos esfuerzos por explicarla y hacerla comprensible tanto desde el orden normativo como desde el estructural. Los análisis pioneros enmarcados desde cierta perspectiva de la filosofía social, como los de Georges Sorel, Walter Benjamin y Frantz Fanon, apuntaron a considerar que la violencia en las sociedades modernas tenía un origen estructural —la sociedad capitalista moderna— y normativo —los mitos y las narrativas sobre la violencia sedimentados en sus clases sociales—. Y autores como Émile Durkheim y Max Weber, desde una narrativa sociológica, pensaron la violencia como un fenómeno ligado a las lógicas de la estructura social y sus normas. Para el primero, era indispensable entender las lógicas de los sentimientos colectivos —relacionados en gran parte a las estructuras de solidaridad mecánica y orgánica— a fin de comprender la producción de la violencia. Para el segundo, los sentimientos y referentes simbólicos de las comunidades políticas y el ejercicio del poder eran el punto de partida que explicaba las formas de la violencia en las sociedades tradicionales y en las modernas. En la revisión funcionalista que Talcott Parsons hizo de estos autores, la violencia será vista, en tanto expresión de las lógicas del sistema social, como una reserva estructural y normativa del poder cuando los sistemas sociales se encuentran en crisis. Incluso, para algunas perspectivas críticas dentro del propio funcionalismo, como la de Lewis Coser, la violencia será también un reservorio de orden estructural y normativo que poseen los sistemas para su mantenimiento y reproducción.

Aun cuando las perspectivas filosóficas y sociológicas definieron un orden normativo y otro estructural de la violencia, carecieron de un planteamiento que mostrara cómo se articulaban el uno con el otro. Lo mismo habría de suceder con otros campos de la sociología, pues no será posible, pese a distintos esfuerzos, articular adecuadamente los determinantes subjetivos y objetivos de la acción violenta. Así, los posicionamientos de Sorel, Benjamin y Fanon se harán siempre en un plano filosófico que no es proclive al desarrollo de un aparato analítico cuyo propósito fuera enlazar los planos subjetivos y objetivos de la acción. Por otra parte, la sociología dirigió su interpretación de la violencia hacia la vía unidimensional. Durkheim, por ejemplo, dio mayor peso a la subjetividad colectiva, y Weber no acabará de definir claramente una visión multidimensional. De acuerdo a Alexander (1983), será Parsons el primero que planteará seriamente, como programa de trabajo, la construcción de una perspectiva sociológica multidimensional. Sin embargo, sus esfuerzos no dieron los frutos esperados puesto que terminó por dar un peso mayor a la estructura y al sistema frente a la acción social. A decir de Alexander, el fracaso de la sociología clásica y del propio Parsons se debió a que ninguno pudo reconocer que acción y orden, objetivismo y subjetivismo, libertad y constreñimiento, así como los órdenes normativo y estructural, son esferas autónomas; es decir, que son sistemas que funcionan bajo lógicas distintas y, por consecuencia, no pueden ser suscritas a relaciones de determinación —aunque esto no significa que no establezcan vasos y fronteras de comunicación.

A finales del siglo xx, gracias a las perspectivas centradas en el actor y la interacción, surgieron otras propuestas que reorientaron la discusión sobre la violencia, dando menos peso a los órdenes estructural y normativo y explorando más los procesos de construcción de la violencia en función de sus actores y sus situaciones concretas. La primera de estas perspectivas dará un papel significativo a los procesos de subjetivación y desubjetivación. Michel Wieviorka y Hans Joas son los más representativos de esta corriente centrada en el sujeto. Wieviorka apuesta por entender la violencia como el resultado de un trabajo de los sujetos sobre sí cuando no pueden definirse como actores en una sociedad determinada. En la teoría de Joas, la violencia es el resultado de un proceso de creatividad limitada de los sujetos para hacer frente a situaciones muy definidas. Por otro lado, desde la perspectiva interaccionista, los análisis se enfocan en el peso de las situaciones cuando emerge la violencia. Randall Collins afirmará, como se verá más adelante, que los seres humanos evitan constantemente la violencia y que, en consecuencia, en sus interacciones tienden siempre a crear mecanismos simbólicos para contenerla, y habrá de aparecer cuando los involucrados en la interacción sean incapaces de evitarla. Charles Tilly, por el contrario, advierte que la violencia es una expresión, entre otras, de las formas de protesta política y que se recurre a ella cuando las alternativas pacíficas son estratégicamente inadecuadas.

Como en otros ámbitos de investigación, este giro hacia el actor y la interacción significó, en buena parte, un traslado de las perspectivas de los órdenes normativo y estructural a una esfera de análisis distinto, en la que el actor se transformó, por un lado, en un crisol donde las normas se procesaban, interpretaban y creaban para inhibir o generar la violencia y donde, por otro, las interacciones se transformaron en la microestructura social que era necesario examinar para explicar cómo la sociedad produce la violencia (Alexander, 1998). Se repetía así, aunque en otra escala, la dicotomía orden normativo/orden estructural, a tal grado que la discusión entre una y otra posición también se ha polarizado. Las perspectivas microsociológicas del sujeto y la interacción enfatizarían, entonces, la contingencia del orden social y la centralidad de la negociación individual. Para Alexander (1998), estos dos movimientos teóricos se encuentran limitados porque imponen líneas de trabajo que sustentan de nuevo posiciones centradas en una sola esfera, y que han fracasado porque ambos soslayan que se han construido con distintos referentes de la acción: internos en un caso, externos en el otro. En este sentido, la discusión solo puso al día la oposición entre enfoques individualistas y colectivistas, así como racionales y normativos. De esta forma, las perspectivas centradas en el sujeto igualan el actor con una entidad creativa, reflexiva y rebelde, y la interacción, con un patrón que existe fuera del actor y que de alguna manera le impone sus reglas.

Sociologías de la violencia

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