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III

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El argumento del presente libro se desarrolla mediante el análisis de autores clave para la comprensión, desde una perspectiva sociológica, de la violencia. En consecuencia, se han retomado a los sociólogos que comparten, para usar un concepto de Reed (2011), un sistema de sentido relacionado con la comprensión y explicación de la violencia. Por tal motivo, no se revisa el universo completo de autores que, directa o indirectamente, han tocado el tema, sino solo a aquellos que se han constituido en un campo de discusión y confrontación en dicha disciplina. En los intentos recientes por construir una teoría de la violencia se reconoce, por ejemplo, el peso de las reflexiones de quienes se inscriben en la filosofía social —Georges Sorel, Walter Benjamin, Frantz Fanon—, los cuales establecieron las pautas sobre las que se reflexiona la violencia como un proceso característico de las sociedades modernas y no tanto como una anomalía en su funcionamiento. De igual manera, ya en el ámbito más acotado de la sociología clásica, los trabajos de Émile Durkheim, Max Weber, Talcott Parsons y Lewis Coser, son relevantes porque suscriben la importancia de las condicionantes estructurales y morales para comprender la violencia. Si como sugieren algunos teóricos contemporáneos de la sociología, los componentes del sistema de sentido del discurso de esa disciplina se establecen entre 1890 y 1920, marcando desde entonces las matrices del debate (Alexander, 2005; Joas y Knöbl, 2010; Martuccelli, 1999), podríamos decir que dichos elementos están presentes en la discusión sobre la violencia.[7] Las perspectivas centradas en el sujeto y la interacción, como las que impulsan Michel Wieviorka, Randall Collins, Hans Joas y Charles Tilly, discuten intensamente con los supuestos teóricos de estos clásicos, pero también con los itinerarios de reflexión de la filosofía social.

En este marco, los autores que se abordan en este libro definen un espacio de discusión en el que establecen puntos de acuerdo y tensión (Arteaga, 2007), los cuales se examinan a partir del contexto sociohistórico en el que se producen; una práctica ampliamente aceptada en la sociología. Esta idea sugiere que las teorías no surgen en el vacío, sino que son productos elaborados por personas inmersas en un contexto político, social, cultural y disciplinar específico; y que conforme este se haga explícito, la teoría y el debate que genera a su alrededor adquieren volumen, sustancia y sentido, que por sí mismos no tendrían. Sin embargo, resulta difícil distinguir hasta qué punto un planteamiento teórico debe su emergencia a los marcos referenciales del mundo del sociólogo —por no señalar, además, que la contextualización de las disputas teóricas no explica por qué un mismo contexto histórico produce interpretaciones teóricas distintas y enfrentadas sobre la realidad—. Por tal causa, sería inadecuado recuperar en este ejercicio perspectivas de análisis y tradiciones de pensamiento con las que los autores estudiados no se propusieron interactuar —por acción, omisión o desconocimiento—. Aquello que se desconoce no puede ser un elemento constitutivo del marco de referencia para la reflexión de estos autores. Como sugiere Joas (1990), es imposible analizar y juzgar adecuadamente las construcciones teóricas cuando se les reduce a un reflejo de la realidad, a las dinámicas “en última instancia” de un contexto concreto, o como un diagnóstico de su tiempo. Por el contrario, hay que situarse en el cómo una teoría se produce y transforma a partir de los desafíos y retos que se originan en las estructuras y lógicas del debate teórico. Esto obliga a explorar el modo de plantearse los desafíos teóricos en términos de los supuestos centrales sobre la acción humana y el orden social. Precisamente, este libro construye su argumentación a partir del análisis de dichos supuestos.

Sociologías de la violencia

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