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DEMASIADAS BOCAS
En el cuento de Charles Dickens Cuento de Navidad (A Christmas Carol) nos encontramos con el avaro más malhumorado: Ebenezer Scrooge. En la víspera de Navidad, está sentado en su oficina contando su dinero y refunfuñándole a su empleado, quien quiere pasar el día de Navidad con su familia. Dos caballeros entran y le piden unos peniques para comprar carne y bebida para los pobres. Scrooge les frunce el ceño y los echa del despacho. Refiriéndose a los pobres, les dice a los visitantes mientras se van: «Si prefieren morirse, que lo hagan; es lo mejor. Así disminuiría el excedente de población».
Previamente hablamos de un genio financiero y gran economista británico, David Ricardo, y de su buen amigo el clérigo Thomas Malthus. A Malthus no se le daba tan bien ganar dinero como a Ricardo, pero resultó ser tremendamente bueno elaborando teorías económicas que hicieran que las personas se replanteasen las cosas. Fue el primer profesor de Economía de la historia, destinado en 1805 al East India College, que preparaba funcionarios para la Compañía Británica de las Indias Orientales, famosa compañía comercial británica. Las ideas de algunos pensadores no son reconocidas mientras están vivos, pero las de Malthus sin duda lo fueron. Poco antes de que Dickens escribiera su cuento, Malthus alcanzó la fama con una doctrina económica que lo hizo ser considerado el Scrooge de la Economía, el promotor de una teoría en verdaderamente cruel y miserable. Malthus temía el crecimiento continuo de la población: más personas significaban más pobreza, según aseveraba. Lo único que provocaría el crecimiento de la población sería condenar a un número cada vez mayor de personas a una existencia precaria. Además, no había ninguna razón para intentar ayudar a los pobres porque solo empeoraría la situación.
Los pensadores económicos previos no habían compartido el pesimismo de Malthus en cuanto a las consecuencias de la superpoblación. Los mercantilistas, en cambio, estaban a su favor. Creían que las grandes poblaciones ayudaban a las naciones a triunfar ante rivales extranjeros, pues una gran fuerza laboral que trabaja a cambio de salarios bajos permite a los fabricantes producir bienes baratos para vender en el extranjero. Además de que un ejército y una marina grandes hacen posible defender las rutas comerciales.
Después de los mercantilistas, los utopistas —Charles Fourier, Robert Owen y Henri de Saint-Simon— defendieron que las personas no estaban condenadas a la pobreza. Ante todo, creían en el progreso. Consideraban que si las personas se ayudan entre sí, la pobreza y la miseria se podrían erradicar. El padre de Malthus, Daniel, admiraba a los utopistas y creía que sus ideas eran la clave para una mejor sociedad. Malthus estaba en profundo desacuerdo, por lo que padre e hijo pasaban horas discutiendo al respecto. Con el tiempo Malthus plasmó sus ideas en un panfleto que publicó en 1798 y que estableció su prestigio. En su título nombró a algunos de los profetas británicos y franceses del progreso, con los que estaba en desacuerdo. Llevaba por título Ensayo sobre el principio de la población (An Essay on the Principle of Population). El último al que se nombra, el marqués de Condorcet, fue un líder de la Revolución Francesa de 1789, en la que los ciudadanos se levantaron y derrocaron a su rey con la esperanza de crear una sociedad mejor, donde personas comunes tuvieran el poder. La Revolución fue un cometa abrasador, pero ¿conduciría a la victoria de la humanidad sobre la pobreza? Condorcet dijo que así lo haría porque la humanidad marchaba hacia la perfección. La civilización ya había pasado por nueve etapas de mejora, y la décima —igualdad entre todos los pueblos y las naciones— estaba a la vuelta de la esquina.
Malthus lo rebatió. Partió de ideas en apariencia inocuas. Primero, los humanos necesitan comida para sobrevivir; segundo, deben tener relaciones sexuales para reproducirse. Más aún, les gusta tener sexo y siguen haciéndolo. En un par de décadas, los niños de hoy tendrán un par de niños que a su vez tendrán un par de niños más, y así seguirá. La población se expande geométricamente conforme pasa el tiempo. Malthus explica que, si no se controla, la población tiende a duplicarse con cada generación, por lo que después de dos generaciones una población de mil crece a 4.000, y pasadas seis generaciones a 64.000. ¿Qué hay de la comida necesaria para la población extra? Sin duda se puede incrementar un poco la producción de comida, pero de ninguna forma tan rápido como la duplicación poblacional. Por un lado, no se puede duplicar el área de tierra. Malthus dijo que la producción de alimento crece una cantidad determinada con cada generación, mucho más baja que la de la población. La población supera rápidamente el suministro de alimentos. Pronto habrá demasiadas bocas devorando muy poca comida.
Entonces ¿qué es lo que ocurre? Los controles poblacionales sirven para volver a poner a las personas a la par del suministro de comida. Primero, las hambrunas y las enfermedades las matan. Segundo, tienen menos hijos. El problema es que no los tienen de manera pecaminosa: el asesinato de un recién nacido, la práctica de abortos o uso de anticonceptivos, actos que la mayoría de las personas consideraban pecado en esa época. El resultado, por consiguiente, es la miseria y el vicio: mayor número de muertes como resultado de la enfermedad y el hambre, menos nacimientos como resultado de los pecados de los seres humanos.
Supongamos que el país se hace con una nueva fuente de riqueza. Quizá tierra conquistada durante una guerra, que permite alimentar a más personas. En un inicio habrá más comida; y al ser más ricas, las personas tendrán más hijos y al estar más sanas menos morirán. Conforme crece la población, habrá más bocas devorando el suministro alimentario con menos alimento disponible por cabeza. Con el paso del tiempo, la sociedad terminará en donde empezó. La población sencillamente se habrá reproducido hasta alcanzar un estándar de vida tan bajo como el que tenían antes de que se descubriera la nueva tierra. La creencia de que las personas suelen mantenerse en un estándar de vida de subsistencia —apenas lo suficiente para sobrevivir— la compartían otros economistas del siglo XIX como David Ricardo. Implicaba que los salarios de los obreros solo llegaban a cubrir lo esencial, y llegó a conocerse como la ley de hierro de los sueldos. Con sus tasas de comida y población, Malthus mostró la lógica nefasta de esta ley.
La aritmética de Malthus tenía otra implicación sombría. Durante siglos, las áreas locales de Gran Bretaña habían apoyado a los pobres y a los enfermos. En su época, se daban pagos a los pobres para que pudiesen comprar comida. Malthus criticó esto. Dichos pagos simplemente recompensaban la pereza: si no se ayudaba a las personas, era más probable que se ayudaran a sí mismas. De acuerdo con su principio de población, colaborar con la pobreza es como encontrar una nueva tierra: estimula la demografía, pero luego produce más miseria y pecado, lo que pone a la población nuevamente al nivel de la producción de alimento. La caridad no ayuda a los pobres ni a la sociedad en general, simplemente crea un mayor número de mendigos inmorales y miserables. El matrimonio y el sexo son algunos de los grandes placeres de la vida, pero con el tiempo conducen a la miseria. ¡Hasta aquí el progreso humano que alababan los utopistas! Sin embargo, había un rayo de esperanza: los hombres y las mujeres pueden decidir restringir su impulso sexual y reducir así su contribución a la carga de una población más grande. Malthus alentaba a postergar el matrimonio, y siguió su propio consejo esperando para casarse hasta la segunda mitad de sus treinta. No obstante, para algunos eso podía significar no casarse nunca.
No resulta sorprendente que los escritos de Malthus provocaran clamores de desaprobación. Lo atacaron por ser un gruñón aguafiestas o, peor aún, un hombre desalmado que condenaba a los pobres de la tierra. Karl Marx calificó las ideas de Malthus como «una injuria contra la raza humana». El filósofo e historiador victoriano Thomas Carlyle las llamó tristes y deprimentes, y dio a la Economía el sobrenombre de «ciencia lúgubre».
La historia refutaría muchas de las ideas de Malthus. La población comenzó a crecer rápidamente y los obstáculos que suponían la enfermedad y la hambruna dejaron de serlo. En el siglo XIX, mejores medicamentos y ciudades más limpias incrementaron la esperanza de vida; las hambrunas y las enfermedades dejaron de liquidar la población. Malthus dijo que cuando las personas se vuelven más ricas tienen más hijos, pero lo opuesto ocurrió durante los siglos XIX y XX, cuando en muchos países disminuyó el crecimiento poblacional. Se inventaron anticonceptivos más fiables, era más fácil acceder a ellos y se dejó de creer que estaba mal usarlos. Incluso la masa miserable de pobres de Malthus comenzó a tener menos hijos porque nuevas formas de trabajo (en fábricas y oficinas) ofrecían mejores ganancias que labrar los campos. Con menos niños que alimentar podían pasar más tiempo educándolos para que pudieran acceder a nuevos trabajos.
A lo largo del siglo XIX ocurrió algo más que ni Malthus ni los profetas del progreso previeron. Nuevas tecnologías elevaron los estándares de vida de tal forma que se podía ganar de manera permanente más que el mínimo necesario para sobrevivir. Gran Bretaña fue uno de los primeros países en incrementar la productividad de sus granjas para poder alimentar a más bocas. Posteriormente, una vez que los efectos del vapor, el hierro y las líneas de ferrocarril se unieron en la Revolución Industrial, otros elementos necesarios para la vida se produjeron de forma más barata y para un mayor número de personas. Si se trazan gráficas de la población y del ingreso promedio en Europa desde el inicio de nuestra historia hasta el presente, se puede apreciar cómo las dos líneas suben y bajan ligeramente a lo largo de los siglos, pero se mantienen más o menos planas durante la mayor parte del tiempo. Pasado el siglo XIX, las líneas se elevan extraordinariamente y siguen subiendo: había muchas más personas con ingresos cada vez mejores. Consideremos lo que los británicos tenían a mediados del siglo XX (bastante comida, ropa, quizá un automóvil) en comparación con lo que tenían en el siglo XVIII, cuando tenían que comer sobras y caminar por el lodo durante horas para llegar a cualquier lado. ¡A mediados del siglo XX ya había seis veces más! Por primera vez, las economías de Europa y de Estados Unidos mantuvieron a las grandes ciudades y a una población que crecía de modo constante. Esta fue una de las transformaciones más extraordinarias de la historia humana, sin duda la transformación económica más notoria. Después de una larga batalla de la humanidad contra la adversidad, el progreso material se había acelerado dramáticamente.
Sin embargo, antes de tal despegue, las economías eran muy parecidas a lo que había descrito Malthus. Los ingresos nunca crecían tanto y los campesinos solían luchar por sobrevivir. En ocasiones, parientes o la Iglesia los ayudaban en los tiempos de dificultad, pero una mala cosecha o el brote de una enfermedad podían desatar inanición y muerte. Muchas madres morían al dar a luz y muchos niños nunca sobrevivían más allá de la infancia. Si las ideas de Malthus eran tristes y lúgubres, también lo eran las condiciones en que las personas tenían que vivir. Él mostraba con una claridad sombría las restricciones a las que se enfrentaban las personas que vivían en esas sociedades incipientes. En nuestra época, este sigue siendo el destino de muchos de los países más pobres.
Actualmente, cuando se habla de una «explosión poblacional» se suelen tomar prestadas las ideas de Malthus. Muchos creen que simplemente hay demasiadas personas y que el mundo se está superpoblando incómodamente. No obstante, en algunas partes de sus escritos (las cuales se suelen olvidar) Malthus aclaraba que en ningún sentido estaba en contra de la población, y que creía que el hecho de que hubiera muchas personas era algo positivo mientras la sociedad tuviera los medios para alimentarlas. Quizá no se parecía tanto a Scrooge después de todo. Sus amigos lo recordaban como un hombre cálido y amigable, en absoluto cruel o avaro. Muchos economistas que actualmente estudian el crecimiento de la economía a largo plazo piensan que las grandes poblaciones se llevan bien con las economías eficaces. Los recursos se agotan, pero también se crean otros nuevos: más personas significan más cerebros y por consiguiente, mayor número de nuevas ideas en torno a cómo producir la riqueza de la sociedad.