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LA VIDA SECRETA DE LA CANCIÓN DE AMOR

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West Country Girl

With a crooked smile and a heart-shaped face

Comes from the West Country where the birds

sing bass

She’s got a house-big heart where we all live

And plead and counsel and forgive

Her widow’s peak, her lips I’ve kissed

Her glove of bones at her wrist

That I have held in my hand

Her Spanish fly and her monkey gland

Her Godly body and its fourteen stations

That I have embraced, her palpitations

Her unborn baby crying, ‘Mummy’

Amongst the rubble of her body

Her lovely lidded eyes I’ve sipped

Her fingernails, all pink and chipped

Her accent which I’m told is ‘broad’

That I have heard and has been poured

Into my human heart and filled me

With love, up to the brim, and killed me

And rebuilt me back anew

With something to look forward to

Well, who could ask much more than that?

A West Country girl with a big fat cat

That looks into her eyes of green

And meows, ‘He loves you,’ then meows again

Chica del oeste

Con su sonrisa torva y su faz de corazón

Viene del oeste donde los pájaros trinan graves

Su gran corazón a todos nos hospeda

Allí se implora, perdona y aconseja

Su despejada frente, los labios besados

Su muñeca enguantada de huesos

Que he sostenido en mi mano

Sus afrodisíacos y afeites

El cuerpo divino y su vía crucis

Que recorrí, sus palpitaciones

Su bebé nonato que llora «mami»

Entre los despojos de su cuerpo

Sus ojos-párpados adorables que sorbí

Sus uñas rosas rotas

Su acento «arrastrado» según dicen

Que yo escuché, que se vertió

En mi corazón y me rebosó

De amor, y me mató

Pero me rehízo

Con algo a lo que aspirar

¿Se puede pedir más?

Una chica del oeste con su gato gordo

Que mira sus ojos verdes

Y maúlla, «Te quiere», y maúlla otra vez

Esto que acaban de escuchar es una canción llamada “West Country Girl”. Es una Canción de Amor.

Arrancó, en su más tierna inocencia, como un poema, escrito hará cosa de dos años en Australia, donde siempre brilla el sol. Lo escribí con el corazón abriéndose paso entre mis fauces, consignando, a modo de inventario, el inconmensurable repertorio de matices físicos que me atrajo de una persona en particular... Chica del oeste. Me ayudó a esbozar mis propios criterios estéticos sobre la belleza, mi particular verdad sobre la belleza; pese a cuán oblicua, cruel y empobrecida pudiera antojarse. Una lista de cosas que amaba, y, en verdad, un desacomplejado ejercicio de adulación, urdido para conquistarla. Y, a decir verdad, funcionó y no funcionó. Pero la magia peculiar de la Canción de Amor, si alma tiene para tal propósito, es que perdura hasta donde el objeto de la canción no alcanza. Se adhiere a ti y te acompaña en el tiempo. Pero hace más que eso, porque, así como es tarea nuestra avanzar, desechar nuestro pasado, para cambiar y crecer —en resumen, para perdonarnos a nosotros mismos y al prójimo—, la Canción de Amor atesora en sus entrañas una inteligencia misteriosa que le es propia; y le permite reinventar el pasado y ponerlo a los pies del presente.

“West Country Girl” vino a mí con inocencia y a pleno sol, como un poema sobre una joven. Pero ha conseguido lo que toda canción de amor que se precie debe hacer para sobrevivir, ha reclamado su derecho a existir con identidad propia, su propia vida, su propia verdad. La he visto crecer y mutar con el tiempo. Se presenta ahora como una advertencia con moraleja, una receta con los ingredientes para una pócima de brujas, se lee como la autopsia de un forense, o un mensaje estampado en un letrero de caballete colgante a hombros de un tipo con los ojos desorbitados anunciando: «El fin del mundo está a vuestro alcance». Una voz ronca que en la oscuridad croa, «Cuidado... tengan cuidado... tengan cuidado».

De todos modos, me estoy adelantando. Me llamo Nick Cave y tengo algunas cosas que contarles.

People Ain’t No Good

People just ain’t no good

I think that’s well understood

You can see it everywhere you look

People just ain’t no good

We were married under cherry trees

Under blossom we made our vows

All the blossoms come sailing down

Through the streets and through the playgrounds

The sun would stream on the sheets

Awoken by the morning bird

We’d buy the Sunday newspapers

And never read a single word

People they ain’t no good

People they ain’t no good

People they ain’t no good

Seasons came, seasons went

The winter stripped the blossoms bare

A different tree now lines the streets

Shaking its fists in the air

The winter slammed us like a fist

The windows rattling in the gales

To which she drew the curtains

Made out of her wedding veils

People they ain’t no good

People they ain’t no good

People they ain’t no good

To our love send a dozen white lilies

To our love send a coffin of wood

To our love let all the pink-eyed pigeons coo

That people they just ain’t no good

To our love send back all the letters

To our love a valentine of blood

To our love let all the jilted lovers cry

That people they just ain’t no good

It ain’t that in their hearts they’re bad

They can comfort you, some even try

They nurse you when you’re ill of health

They bury you when you go and die

It ain’t that in their hearts they’re bad

They’d stick by you if they could

But that’s just bullshit, baby

People just ain’t no good

People they ain’t no good

People they ain’t no good

People they ain’t no good

People they ain’t no good

La gente no mola

La gente no mola

Hay poco más que decir

Se ve donde quiera que mires

La gente no mola

Nos casamos bajo los cerezos

Bajo las flores nos prometimos

Y nos llovieron flores a mares

Por las calles y los parques

El sol se vertía en las sábanas

Despiertos por el pájaro de la mañana

Comprábamos los diarios del domingo

Sin leer una palabra

La gente no mola

La gente no mola

La gente no mola

Las estaciones van y vienen

El invierno desnudó las ramas

Y otros árboles bordean las calles

Sacudiendo sus puños al aire

El invierno nos sacudió como un puño

Y los vientos azotaron las ventanas

Ella corrió los visillos

Hechos de sus velos nupciales

La gente no mola

La gente no mola

La gente no mola

A nuestro amor manda doce lirios blancos

A nuestro amor manda un ataúd de madera

Que nuestro amor las palomas de ojo rosa arrullen:

«La gente no mola»

A nuestro amor devuelve todas las cartas

A nuestro amor manda una ofrenda de sangre

Que nuestro amor lloren los amantes dolidos

Lloren la gente no mola

No es que sean malos con ganas

Hasta pueden consolarte, y lo intentan

Te atienden si tu salud se resiente

Te entierran si vas y te mueres

No es que sean malos adrede

Si pudieran te harían compañía

Pero, nena, todo eso son boludeces

La gente no mola

La gente no mola

La gente no mola

La gente no mola

La gente no mola

Di una versión anterior, sin tanta pompa, y con menos medios a mi alcance, de esta misma conferencia en la Academia de Poesía de Viena el año pasado. Fui invitado a desplazarme allí a fin de compartir a un grupo de estudiantes adultos los arcanos rudimentos que, presuntamente, asisten todo el que hace de la composición de canciones su oficio. No sin antes, así expresamente lo requirieron, dar una conferencia. El tema que elegí fue la Canción de Amor, y al hacerlo —es decir, al plantarme frente a una gran audiencia para impartir y compartir cuanto tuviera que revelarles—, me embargó un torbellino de sentimientos encontrados. El más intenso, acaso el más insistente de ellos, me atrevería a afirmar que fue terror en estado puro. Terror porque mi difunto padre era profesor de literatura inglesa en la escuela secundaria a la que asistí en Australia —ya saben, donde siempre brilla el sol—. Conservo muy nítidos recuerdos de cuando contaba unos doce años, sentado, como ustedes ahora, en clase o en una sala de conferencias, contemplando a mi padre, que estaría de pie, aquí arriba, tieso cual servidor, y pensando para mis adentros, sombría y miserablemente —porque, en honor a la verdad, era un chico con una existencia sombría y miserable—. “Realmente poco importa lo que sea que haga con mi vida mientras no termine como mi padre”. Ahora, a los cuarenta y un años, diríase que lo que a buen seguro experimentó durante su cometido como docente no dista mucho de cuanto me dispongo a hacer. A los cuarenta y un años me he convertido en mi padre, y aquí me tienen, damas y caballeros, enseñando.

En retrospectiva, podría alegarse que, a lo largo de estos últimos veinte años, se ha mantenido cierta coherencia en mi discurso. En medio de la locura y el caos, parecería como si hubiera estado aporreando un solo tambor. Puedo constatar, sin ruborizarme, cómo mi vida artística se ha centrado en el afán por articular la crónica de una sensación de pérdida casi palpable que, para colmo, parecía reclamar mi propia vida. La inesperada muerte de mi padre iba a dejar un gran vacío en mi mundo cuando apenas contaba diecinueve años. Lo único que fui capaz de urdir para llenar este agujero, este vacío, fue ponerme a escribir. Mi padre me adiestró a tal efecto como si con ello pretendiera ya para prepararme para su marcha. La escritura fue el salvoconducto para acceder a mi imaginación, a la inspiración y, en última instancia, a Dios. Descubrí que a través del uso del lenguaje estaba dirigiéndome a un Dios de carne y hueso. El lenguaje se convirtió en el manto que arrojé sobre el hombre invisible, lo que le confirió forma y fondo. La transubstanciación de Dios a través de la Canción de Amor sigue siendo mi principal motivación como artista. Caí en la cuenta de que el lenguaje se había convertido en el mejor bálsamo para aliviar el trauma sufrido con la muerte de mi padre. El lenguaje se convirtió en ungüento para la añoranza.

La pérdida de mi padre dejó en mi vida un vacío, un espacio por el que mis palabras comenzaron a flotar y a compilar y encontrar su propósito. El gran W. H. Auden dijo: «la por muchos llamada experiencia traumática no es un accidente, sino la oportunidad que el niño ha estado aguardando pacientemente; de no haber sido ésta, habría encontrado otra para que su vida se convirtiera en un asunto serio». La muerte de mi padre fue, no cabe duda, la «experiencia traumática» de la que Auden nos habla, la que dejó el vacío que solo Dios podía llenar. Cuán hermosa es la noción de que nosotros mismos alumbramos nuestras propias catástrofes personales y que nuestras propias fuerzas creativas son, a su vez, de instrumental importancia para que así sea. Nuestros impulsos creativos permanecen en los flancos de nuestras vidas, prestos para tendernos una emboscada, dispuestos a asaltarnos y plantar pica en escena perforando nuestra conciencia —abriendo brechas a través de las cuales puede surgir la inspiración—. Cada uno de nosotros tiene la necesidad de crear, y la asimilación del dolor es, en sí misma, un acto creativo.

Aunque la Canción de Amor se manifiesta de muchas y muy variopintas formas —canciones de exaltación y alabanza, de rabia y desesperación, eróticas, de abandono y pérdida— en todas ellas se invoca al Creador, pues es en la embrujadora premisa del anhelo donde la verdadera Canción de Amor habita. Es un aullido en el vacío que clama al cielo amor y consuelo, y pervive en los labios del niño que llora a su madre. Es la canción del amante que se desespera por su ser querido, el delirio del lunático suplicante invocando a su dios. Es el desgarrador lamento del que, encadenado a la tierra, anhela alzar el vuelo, el vuelo hacia la inspiración, la imaginación y la divinidad.

La Canción de Amor sería, por tanto, la materialización de nuestros vanos esfuerzos por convertirnos en seres divinos, para elevarnos por encima de lo terrenal y de lo banal. Creo que la Canción de Amor es, por definición —y por antonomasia—, la canción de la tristeza, el sonido verdadero de la pena.

Todos experimentamos en lo más hondo de nuestro ser lo que los portugueses felizmente dieron en denominar saudade, término que se traduce como una suerte de anhelo inexplicable, la innombrable y enigmática ansia que anida en el alma, y es este sentimiento el que vive en los reinos de la imaginación y la inspiración; y es, a su vez, el caldo de cultivo del que emerge la canción de la tristeza, la Canción de Amor. Saudade es el deseo de ser transportado de la oscuridad a la luz, de ser acariciado por lo que no es de este mundo. La Canción de Amor es la luz divina, desde lo más profundo de nuestras entrañas, estallando a través de nuestras heridas.

En su brillante conferencia titulada Juego y teoría del duende, Federico García Lorca se apresta a esbozar una plausible explicación sobre la extraña e inexplicable tristeza que anida en el corazón de ciertas obras de arte. «Todo lo que tiene sonidos oscuros tiene duende», para, acto seguido, añadir, «ese misterioso poder que todos sienten pero el filósofo no puede explicar». En la música rock contemporánea, inframundo en el que me gano el sustento, la música parece menos inclinada a cobijar en su alma, inquieta y temerosa, la tristeza de la que nos habla Lorca. Emoción, a menudo; ira, no pocas veces, pero la verdadera tristeza escasea. Bob Dylan siempre la padeció. Leonard Cohen se centra, específicamente, en su tratamiento. Persigue a Van Morrison como un perro rabioso y, aunque lo intenta, no puede sustraerse a su sombra. Tom Waits y Neil Young pueden, en ocasiones, invocarla. Mis amigos The Dirty lo cargan a granel pero, a modo de epitafio, podría aventurarse que el duende se antoja demasiado frágil para sobrevivir a la modernidad compulsiva de la industria discográfica. En la tecnocracia histérica de la música moderna, se obliga a la pena a hacinarse en la última fila del aula, donde toma asiento, meándose de terror en sus pantalones. La tristeza o duende necesita espacio para respirar. La melancolía detesta el apremio y flota en silencio. Siento pena por la tristeza, mientras saltamos por todas partes, negándole su voz y tratando de verbalizarla e impulsarla hacia otros confines. No es de extrañar que la tristeza no sonría a menudo. Tampoco es de extrañar que la tristeza siga tan triste.

Todas las Canciones de Amor tienen que tener duende porque la Canción de Amor nunca es, sencilla y llanamente, felicidad. Primero debe hacer suyo el potencial para expresar el dolor. Esas canciones que hablan de amor, sin tener entre sus versos un lamento o una sola lágrima, no son Canciones de Amor en absoluto, sino más bien Canciones de Odio disfrazadas de Canciones de Amor y no merecen, siquiera, nuestra más mínima atención. Estas canciones nos despojan de nuestra humanidad y de nuestro derecho, por Dios concedido, a estar —y a sentirnos— tristes, y las ondas están infestadas de ellas. La Canción de Amor debe resonar con los susurros de la tristeza y los ecos del dolor. El escritor que se niega a explorar las regiones más oscuras del corazón jamás podrá escribir convincentemente sobre el poder del encantamiento, la magia y la alegría del amor, pues al igual que no puede confiarse en el bien a menos que haya respirado el mismo aire que el mal —la metáfora del Unigénito crucificado entre dos criminales viene aquí a mi mente—, en la estructura de la Canción de Amor, en su melodía, en la letra, debe uno sentir que ha saboreado la capacidad de sufrimiento.

Sad Waters

Down the road I look and there runs Mary

Hair of gold and lips like cherries

We go down to the river where the willows weep

Take a naked root for a lovers’ seat

That rose out of the bitten soil

But bound to the ground by creeping ivy coils

O Mary you have seduced my soul

Forever a hostage of your child’s world

And then I ran my tin-cup heart along

The prison of her ribs

And with a toss of her curls

That little girl goes wading in

Rolling her dress up past her knee

Turning these waters into wine

Then she plaited all the willow vines

Mary in the shallows laughing

Over where the carp dart

Spooked by the new shadows that she cast

Across these sad waters and across my heart

Aguas apenadas

Miro por el camino y ahí va Mary

Cabellos de oro y labios de cereza

Bajamos al río donde los sauces lloran

Una raíz es nuestro sillón de amor

Que emergió de la tierra hollada

Aunque sepulta por yedra enroscada

Ay, Mary, me cautivaste el alma

Eterno rehén de tu mundo infantil

Y luego repaso mi corazón de latón

Por los barrotes de sus costillas

Y agitando sus rizos

La chiquilla vadea el río

Remangándose sobre la rodilla

Convirtiendo estas aguas en vino

Luego trenzando las fibrosas ramas

Mary en el bajío se ríe

Allí donde resbalan las carpas

Asustadas por su mera sombra

Que oscurece mi corazón y estas aguas

Cuando rondaba los veinte, empecé a leer la Biblia, y encontré en la brutal prosa del Antiguo Testamento, en la potencia de sus palabras y de sus imágenes, una fuente inagotable de inspiración; especialmente en la notable serie de Canciones de Amor —o poemas— conocidos como salmos. Di con los salmos que versan directamente sobre la relación entre el hombre y Dios, rebosantes todos de la clamorosa desesperación, el anhelo, la exaltación, la violencia erótica y la brutalidad que podía esperar y hacer mías. Los salmos están impregnados de saudade, repletos de duende y ungidos por la más cruenta violencia. En muchos sentidos, estas canciones se convertirían en el modelo de referencia para muchas de mis Canciones de Amor más sádicas. “Salmo 137”, uno de mis favoritos, catapultado a las listas de éxitos por la banda Boney M, tal vez sea el ejemplo más ilustrativo de lo que trataba de explicarles.

Psalm 137

By the rivers of Babylon, there we sat down, yea,

We wept, when we remembered Zion

We hanged our harps upon the willows in the

midst thereof

For there they that carried us away captive

required

Of us a song; and they that wasted us required

of us

Mirth saying, Sing us one of the songs of Zion.

How shall we sing the Lord’s song in a strange

land?

If I forget thee, O Jerusalem. Let my right hand

Forget her cunning.

If I do not remember thee, let my tongue cleave to

The roof of my mouth: If I prefer not Jerusalem

above my chief joy

Remember, O Lord, the children of Edom in the

Day of Jerusalem; who said Rase it, rase it, even to

The foundation thereof.

Daughter of Babylon, who art to be destroyed;

Happy shall he be, that rewardeth thee as

thou hast Served us.

Happy shall he be, that taketh and dasheth

thy little

Ones against the stones.

Salmo 137

Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos,

Y aún llorábamos, acordándonos de Sion.

Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas.

Y los que allí nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos,

Y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo:

Cantadnos algunos de los himnos de Sión

¿Cómo cantaremos una canción de Jehová en tierra de extraños?

Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, Mi diestra sea olvidada.

Mi lengua se pegue a mi paladar, Si de ti no me acordare;

Si no ensalzare a Jerusalem como preferente asunto de mi alegría.

Acuérdate, oh Jehová, de los hijos de Edom en el día de Jerusalem;

Quienes decían: Arrasadla, arrasadla hasta los cimientos.

Hija de Babilonia destruída, bienaventurado el que te diere el pago

De lo que tú nos hiciste.

Bienaventurado el que tomará y estrellará tus niños contra las piedras.

(Traducción de la Biblia Reina-Valera 1909/ Salmos/137)

Aquí, el poeta se encuentra cautivo en «una tierra extraña» y obligado a cantar una canción de Sion. Él declara su amor a su patria y sueña con la venganza. El salmo es espantoso por cuanto se nos revela en tan cruentas ensoñaciones, mientras canta a su Dios por su liberación, y para que puedan ser felizmente lapidados los hijos de sus enemigos. Lo que encontré, una y otra vez, en la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, es que los versos que emanan felicidad, éxtasis y amor pueden contener, a su vez, sentimientos aparentemente opuestos — odio, venganza, violencia extrema, etc.—. Sentimientos que no son mutuamente excluyentes. Esta idea ha dejado una impronta indeleble en la escritura de mis canciones.

La Canción de Amor debe ser llevada al reino de lo irracional, lo absurdo, lo distraído, lo melancólico, lo obsesivo y lo delirante, porque la Canción de Amor es el clamor del propio amor, y el amor es, por supuesto, una forma de locura. Tanto si se trata del amor a Dios o de amor erótico y romántico, estas son manifestaciones de nuestra pulsión por ser liberados de lo racional, para despedirnos de nuestros sentidos, por así decirlo. Las Canciones de Amor presentan innumerables variaciones y se escriben por muy diversas razones, como declaraciones de amor o cánticos que claman venganza; para alabar, herir o halagar. He escrito canciones por todas estas razones, pero en última instancia, la canción de amor existe para llenar, con lenguaje, el silencio que media entre nosotros y Dios, para disminuir la distancia entre lo temporal y lo divino.

Pero en el mundo de la música pop moderna, mundo que ostensiblemente trata sobre la Canción de Amor, la verdadera tristeza no es bienvenida. Por supuesto, hay excepciones, y ocasionalmente aparece una canción que se esconde detrás de su desechable ritmo plástico; una letra de amor de proporciones verdaderamente devastadoras. “Better the Devil You Know”, hilvanada por los creadores de éxitos Stock, Aitken & Waterman, y cantada por la sensacional cantante de pop australiana Kylie Minogue, es una clara muestra de ello. El camuflaje del terror del amor en una pieza de música pop inocente e inocua es una fórmula que me intriga. “Better the Devil You Know” contiene una de las canciones más populares de música pop con, acaso, una de las letras de amor más violentas y angustiantes del género.

Better the Devil You Know

Say you won’t leave me no more

I’ll take you back again

No more excuses, no, no

’Cause I’ve heard them all before

A hundred times or more

I’ll forgive and forget

If you say you’ll never go

’Cause it’s true what they say

Better the devil you know

Our love wasn’t perfect

I know, I think I know, the score

You say you love me, O boy

I can’t ask for more

I’ll come if you should call

I’ll be here every day

Waiting for your love to show

’Cause it’s true what they say

It’s better the devil you know

I’ll take you back

I’ll take you back again

Mejor diablo conocido

Di que no me dejarás más

Te aceptaré de nuevo

No más excusas, no, no

Porque ya las he oído antes

Cien veces o más

Perdonaré y olvidaré

Si dices que nunca te irás

Porque es verdad lo que dicen

Mejor diablo conocido

Nuestro amor no era perfecto

Lo sé, creo que lo sé, el guion

Dices que me amas, oh chico

No puedo pedir más

Vendré si me llamas

Estaré aquí todos los días

Esperando a que aparezca tu amor

Porque es verdad lo que dicen

Mejor diablo conocido

Te aceptaré otra vez

Te aceptaré otra de vez de nuevo

Cuando Kylie Minogue pronuncia estas palabras, me embarga un halo de inocencia que emana de su voz y que hace que el terror que entraña esta escalofriante letra se me antoje aún más convincente. La fatalista convicción desplegada en esta canción —oscura, siniestra y triste—, a saber: que las relaciones amorosas son por naturaleza abusivas, y que esta suerte de abuso, sea físico o psicológico, es bienvenido y, hasta cierto punto, alentado, muestra cómo incluso las canciones de amor más aparentemente inofensivas tienen el privilegio de esconder verdades lapidarias sobre la condición humana. Cual Prometeo encadenado a su roca, pasto del águila que devora su hígado noche tras noche, Kylie se convierte en el cordero sacrificial del Amor, balando una invitación sincera al babeante y voraz lobo, para ofrecerse en sacrificio y ser devorada, una y otra vez; sobre el trasfondo de una textura rítmica propiciada por un pegajoso patrón tecno. «Te aceptaré de nuevo. Te aceptaré de nuevo otra vez». De hecho, aquí la Canción de Amor se convierte en un vehículo para ofrecer un desgarrador retrato de la humanidad, no muy distinto de los que abundan en los salmos del Antiguo Testamento. Ambos son mensajes lanzados al Creador cuyos ecos se pierden en el vacío abismal, en la angustia y el autoodio, con la vana esperanza de alcanzar la liberación.

Como les referí antes, mi vida artística se ha centrado en el deseo o, más concretamente, en el afán por articular la crónica de los diversos sentimientos de pérdida y los nunca saciados anhelos que han ululado a través de mis huesos y hervido también en mi sangre a lo largo de toda mi vida. En el decurso de ese trovadoresco tránsito habré escrito alrededor de 200 canciones, la mayor parte de las cuales diría que son Canciones de Amor. Canciones de Amor y, por lo tanto, según mi definición, canciones inspiradas en —y por— la tristeza. De esta considerable masa de material, un puñado de ellas destacan sobre el resto en lo relativo a todo lo que les he compartido acerca de lo que me llevó a escribirlas. “Sad Waters”, “Black Hair”, “I Let Love In”, “Deanna”, “From Her to Eternity”, “Nobody’s Baby Now”, “Into My Arms”, “Lime Tree Arbor”, “Lucy”, “Straight To You”. Estoy orgulloso de estas canciones. Son mis sombrías y violentas criaturas de ojos oscuros. Tienen vida propia y apenas se relacionan con las otras canciones. La mayor parte de ellas proviene de complicadas gestaciones y de partos difíciles y dolorosos. La mayoría de ellas hunde sus raíces en la experiencia personal directa y fueron concebidas por un sinfín de muy variadas razones, pero estas Canciones de Amor son, en última instancia, lo mismo: destellos de vida proyectados al firmamento a discreción por un hombre ahogándose.

He aquí, damas y caballeros, un ejemplo más.

Love Letter

I hold this letter in my hand

A plea, a petition, a kind of prayer

I hope it does as I have planned

Losing her again is more than I can bear

I kiss the cold, white envelope

I press my lips against her name

Two hundred words. We live in hope

The sky hangs heavy with rain

Love Letter Love Letter

Go get her Go get her

Love Letter Love Letter

Go tell her Go tell her

A wicked wind whips up the hill

A handful of hopeful words

I love her and I always will

The sky is ready to burst

Said something I did not mean to say

Said something I did not mean to say

Said something I did not mean to say

It all came out the wrong way

Love Letter Love Letter

Go get her Go get her

Love Letter Love Letter

Go tell her Go tell her

Rain your kisses down upon me

Rain your kisses down in storms

And for all who’ll come before me

In your slowly fading forms

I’m going out of my mind

Will leave me standing in

The rain with a letter and a prayer

Whispered on the wind

Come back to me

Come back to me

O baby please come back to me

Carta de amor

Sostengo esta carta en la mano

Una súplica, una petición, como un rezo

Ojalá cumpla con mis deseos

No podría soportar perderla una vez más

Beso el sobre frío y blanco

Presiono los labios sobre su nombre

Doscientas palabras. Vivimos de esperanza

Se cierne el cielo, cargado de lluvia

Carta de amor, Carta de Amor

Ve a por ella, ve a por ella

Carta de Amor Carta de Amor

Ve y cuéntale, ve y cuéntale

Un viento avieso azota la loma

Un puñado de palabras esperanzadas

La quiero y siempre la querré

El cielo está por estallar

Dije algo sin querer

Dije algo sin querer

Dije algo sin querer

Y salió todo del revés

Carta de Amor, Carta de Amor

Ve a por ella, ve a por ella

Carta de Amor, Carta de Amor

Ve y cuéntale, ve y cuéntale

Lluéveme besos encima

Lluéveme besos a cántaros

Y por todas las que vendrán ante mí

En tus formas evanescentes

Se me está yendo la cabeza

Me quedaré de pie, parado

En la lluvia con la carta y el rezo

Susurrado en el viento

Vuelve conmigo

Vuelve conmigo

Oh, nena, vuelve por favor

Las razones por las que me siento obligado a escribir Canciones de Amor pueden contarse por legiones. Algunas de estas devinieron más evidentes cuando me senté con un buen amigo a quien, a fin de preservar su anonimato, llamaré “G”. “G” y yo nos confesamos mutuamente, el uno al otro, que ambos padecemos del trastorno psicológico conocido como erotografomanía. La erotografomanía se diagnostica cuando el sujeto en cuestión padece un deseo obsesivo por escribir cartas de amor. “G” me confesó que había escrito y enviado, en los últimos cinco años, más de 7.000 Cartas de Amor a su esposa. Mi amigo parecía exhausto y su vergüenza era casi palpable. Platicamos largo y tendido sobre el poder de la Carta de Amor y descubrí su gran semejanza, debo decir que sin que apenas me sorprendiera, con la Canción de Amor. Diríase que ambas sirven a un fin común: dar rienda suelta a las meditaciones sobre la persona amada. Ambas sirven para acortar la distancia entre el escritor y el destinatario. Ambas preservan una perdurabilidad y, por consiguiente, una fuente de poder que la palabra hablada no alcanza a poseer. Ambas son ejercicios eróticos en sí mismos. Ambas tienen el potencial de reinventar, a través de las palabras, como Pigmalión con su amante de piedra, al ser amado. Pero añadiría más, tienen ambas el insidioso poder de aprisionar a la persona amada, de atar sus manos con versos amorosos, de amordazarlas, cegarlas, pues las palabras devienen el parámetro definitorio para preservar la imagen del ser querido, presa de un régimen de esclavitud que impone el arrebato poético. «He tomado posesión de usted», la Carta de Amor y la Canción de Amor, susurran a un tiempo, «para siempre». Almas robadas que abandonamos a la deriva, como astronautas perdidos flotando por eternidad a través de las estratosferas de lo divino. Nunca confío en una mujer que escribe cartas, porque sé que no se puede confiar en mí. Las palabras perduran, la carne no. El poeta siempre jugará con ventaja. Yo soy un cazador de almas para Dios. Aquí vengo con mi red de mariposas tejida con palabras. Aquí doy caza a la crisálida. Aquí insuflo la vida en cuerpos y los arrojo revoloteando a las estrellas y al cuidado del Altísimo. Me gustaría, para concluir, mostrarles una canción que escribí para el álbum The Boatman’s Call. Lleva por título “Far From Me”, y quisiera compartirles algunas cosas al respecto.

Far From Me

For you, dear, I was born

For you I was raised up

For you I’ve lived and for you I will die

For you I am dying now

You were my mad little lover

In a world where everybody fucks everybody

else over

You who are so

Far from me

So far from me

Way across some cold neurotic sea

Far from me

I would talk to you of all manner of things

With a smile you would reply

Then the sun would leave your pretty face

And you’d retreat from the front of your eyes

I keep hearing that you’re doing your best

I hope your heart beats happy in your infant

breast

You are so far from me

Far from me

Far from me

There is no knowledge but I know it

There’s nothing to learn from that vacant voice

That sails to me across the line

From the ridiculous to the sublime

It’s good to hear you’re doing so well

But really, can’t you find somebody else that

you can ring and tell?

Did you ever care for me?

Were you ever there for me?

So far from me

You told me you’d stick by me

Through the thick and through the thin

Those were your very words

My fair-weather friend

You were my brave-hearted lover

At the first taste of trouble went running back

to mother

So far from me

Far from me

Suspended in your bleak and fishless sea

Far from me

Far from me

Lejos de mí

Por ti, querida, yo nací

Por ti, me sobrepuse

Por ti viví y voy a morir por ti

Por ti ya estoy muriendo

Eras mi amante loquita

En un mundo donde todos joden al prójimo

Tú que estás

Tan lejos de mí

Tan lejos de mí

En la otra orilla de algún mar frío y neurótico

Lejos de mí

Contigo hablaba de todas las cosas

Respondías con una sonrisa

Luego el sol se retiraba de tu cara bonita

Y te escondías tras tu mirada

Oigo decir que las cosas van bien

Espero que palpite feliz tu pecho infantil

Estás tan lejos de mí

Lejos de mí

Lejos de mí

Sin saberlo yo ya sé

Nada se aprende de esa voz vacía

Que navega hasta mí por la línea

Que va de lo ridículo a lo sublime

Es bueno saber que todo va bien

Pero, ¿no tienes a nadie más a quien llamar y contarle?

¿De verdad te importe alguna vez?

¿Alguna vez te ocupaste de mí?

Tan lejos de mí

Dijiste que estarías junto a mí

A las duras y a las maduras

Esas fueron tus palabras exactas

Amiga en los tiempos propicios

Fuiste mi intrépida amante

Y cuando el viento cambió te volviste ya con tu madre

Tan lejos de mí

Lejos de mí

Suspendida en tu mar inhóspito, muerto

Lejos de mí

Lejos de mí

Cuatro meses me llevó escribir “Far From Me”, que fue lo que duró la relación que describe. El primer verso lo escribí durante la primera semana del amorío y despliega, sin tapujos, el drama heroico que nace siempre con el nuevo amor, describiendo la intensidad de lo sentido, al tiempo que prefigurando el dolor que, en paralelo, acompaña a esta experiencia —«Por ti estoy muriendo ahora»—. Confronta a los dos héroes amantes con un mundo indiferente —«En un mundo donde todos joden al prójimo»— y trae a colación la noción de la distancia física recogida en el título. Verso primero, y sin novedad en el jardín. Pero lo cierto es que «Lejos de mí» tenía su propia agenda y no estaba dispuesta a permitir que nadie la dictara cuál era su propósito. La canción, como si aguardara el inevitable advenimiento de la «experiencia traumática», simplemente se negó a admitir que tal propósito había sido alcanzado hasta que tuvo lugar la catástrofe. Las canciones de esta naturaleza presentan ciertas complicaciones, y es preciso, por ello, mantener tu ingenio al acecho cuando te enfrentas a ellas. Con no poca frecuencia, observo que las canciones que escribo parecen saber más sobre lo que acontece en mi vida que un servidor. Tengo páginas y páginas con versos finales para esta canción, compuesta mientras la relación seguía navegando felizmente. Uno de dichos versos rezaba:

La camelia, la magnolia

Ten una flor tan hermosa

Y la campana de Santa María

Nos anuncia la hora

Palabras bonitas, inocentes, que difícilmente podían anunciar, siquiera advertir, que algún día todo podía desplomarse y resolverse con tan trágico desenlace. Mientras escribía el último verso de “Far From Me” quedó bien claro que mi vida estaba siendo dictada, en gran medida, por la naturaleza destructiva de la propia canción, cuya fatídica singladura vital había sido decidida ya por ésta, y sobre la cual no tenía control alguno. De hecho, mi propia contribución no era más que una aportación tardía, extemporánea; me había convertido un actor de reparto cuya astucia se antojaba ya, a estas alturas, del todo irrelevante, con una visión manipuladora, saboteadora y maliciosa de cómo tenía que ser el mundo.

Las Canciones de Amor que se unen a la experiencia real, tamizadas por la poética de acontecimientos vividos, desprenden una belleza singular. Se mantienen vivas de la misma manera que los recuerdos y, precisamente por ello, crecen y sufren cambios y evolucionan. Si la canción es demasiado débil para soportar esos cambios, si no le asisten la fuerza y la voluntad de sobrevivirse a sí misma, lamentablemente, no lo conseguirá. Volverás a casa un día y la hallarás exangüe y hecha trizas en el fondo de su jaula. Su alma habrá sido reclamada y todo lo que quedará de ella no será más que un montón de palabras inútiles. Una Canción de Amor como “Far From Me” requería una personalidad que trascendía la que originalmente le conferí, y otorgósele, a tal efecto, un poder a fin de que pudiera influir en mis propios sentimientos, e incluso en mis pensamientos sobre lo allí narrado. Las canciones que yo he escrito sobre relaciones pasadas se han convertido en relaciones en sí mismas, mutando heroicamente con el tiempo y tornando en materia mitopoyética los acontecimientos ordinarios de mi vida; extirpándolos del plano temporal y catapultándolos rumbo a las estrellas. Conforme la relación con la canción se derrumba, gimiendo de agotamiento, ésta se libera del yugo del compositor y alza, por fin, el vuelo para asaltar los cielos. Así se vive el más bello y anhelado momento que le haya sido dado a uno presenciar en este oficio. Veinte años de composición llevo ya a cuestas, y el vacío no deja de multiplicarse por doquier; presa aún de una inexplicable tristeza, del duende, la saudade, el descontento divino, todo ello persiste inasequible al paso del tiempo, y puede que así sea hasta que me sea dado plantarme ante el Altísimo. Pero cuando Moisés quiso ver el rostro de Dios, se le respondió que tal vez no pudiera soportarlo, que ningún hombre podía ver el rostro de Dios y sobrevivir a la experiencia. Debo decir que esa contingencia no me quita el sueño. Me complace tanta tristeza, pues, al fin y al cabo, lo que queda de esta incesante búsqueda, las propias canciones, mi malvada camada de niños de ojos tristes, se reúnen y, a su manera, me protegen, me consuelan y me mantienen con vida. Son los compañeros del alma que la conducen hasta las puertas del exilio, que sacian el irreprimible anhelo por lo que no es de este mundo. La imaginación pide un mundo alternativo y a través de la escritura de la Canción de Amor uno toma asiento y comparte mantel con la pérdida y el anhelo, la locura y la melancolía, el éxtasis, la magia y la alegría, sin distinción que valga y con el respeto y la gratitud debidos a todos los comensales.

«La vida secreta de la canción de amor» se presentó, a modo de conferencia, en el South Bank Centre, Londres, en 1999.

Nick Cave: Letras

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