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CLARA Y SU NUEVA HABILIDAD

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—Oye, Marisa, ¿te levantaste de la cama ayer por la noche para comer pepinillos en vinagre? —pregunta Clara a su mejor amiga.

Ambas trabajan en la misma agencia de viajes; Clara como redactora de una revista de turismo y Marisa como asistente contable y administrativo. Su amiga la mira con aprensión, pues no hace ni dos días que se ha puesto otra vez a régimen.

— ¿Es que ahora me espías o qué? —espeta. Clara le quita importancia al asunto alegando que lo ha soñado. Pero no se trata de un sueño, sabe el número exacto de pepinillos que Marisa comió, así como el pijama de piratas que vestía y también sabe que, después de los pepinillos, la emprendió con el queso y con el chorizo. Aunque eso prefiere no decírselo. Ha estado en su cocina, por lo menos una parte de ella ya que su cuerpo no ha salido de la cama.

Clara lleva semanas sintiéndose rara. Le ocurren experiencias extrañas. De modo que al salir del trabajo quiere visitar una tienda de minerales para comprarse un brazalete de ónix negro.

Mira a su amiga Marisa que lleva toda la mañana peleándose con unas facturas y procura concentrarse en el trabajo. Últimamente le cuesta mucho hacerlo. Se frota la cara con las manos y suspira. Oye, de lejos, la música de fondo que Marisa siempre se empeña en poner. Multitud de notas que se pierden en el tiempo. Algunas de ellas tan efímeras que el oído apenas puede percibirlas y, no obstante, la música perdura en el recuerdo, piensa Clara mientras se concentra en la melodía que sale del reproductor de audio.

“No importa que escuches una canción una sola vez en la vida, a veces es suficiente para no olvidarla jamás. ¿De qué están hechos los recuerdos? No recuerdo el sabor dulce, sino el bombón que me dieron aquella tarde de cumpleaños. Y no sé lo que es el tacto en sí, sino la caricia de mi hijo, de mi marido o la de mi madre. El recuerdo no es uno, sino un conglomerado de ellos. No es el dulce del bombón lo que recuerdo, también el brillo de la superficie del chocolate, la preciosidad de su estética abombada coronada de crocant de almendra y el sol entrando a raudales por la ventana del comedor. Puedo separar todo eso y quedarme con el recuerdo del sabor del bombón, pero entonces no sabe igual. Sin ese contexto, el chocolate ha perdido ese toque mágico que lo hace tan especial y que mi memoria atesora con ansia”.

Clara parpadea con fuerza y se obliga a acabar el artículo que tiene entre manos. O se da prisa o no podrá ir a la tienda de minerales.

Ahora en su casa, sentada en el rincón de la ventana de su dormitorio, recuerda las palabras que le ha dicho la dependienta mientras le envolvía el brazalete: “No olvide lavarlo con agua nada más llegar a casa, los minerales son mucho más que piedras, son energía en acción. Llévelo siempre puesto, especialmente por la noche, y no deje que nadie se lo toque. No olvide limpiarlo cada vez que lo necesite, una vez por semana estaría bien, y cárguelo con la luna o con tierra, de lo contrario su brazalete dejará de tener fuerza.

Clara se acaricia la muñeca donde lleva los minerales y se mete en la cama. Se suelta la goma que le recoge el pelo y apaga las luces.

Galantus Nivalis

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