Читать книгу Entre tiburones y millenials - Noemí Gómez - Страница 8
Оглавление¿Desalentador?
Max tiene que dormirse. Max no puede dormir. Da vueltas en la cama y no lo consigue. El tic tac del reloj se vuelve cada vez más sonoro y molesto. Max se incorpora en su cama. Suspira. No detesta nada tanto como al insomnio.
En unas horas tendrá que ir a trabajar; comenzará la segunda semana en su nuevo puesto y su nerviosismo no deja de crecer. Sabe que debe encontrar una solución para trabajar mejor con su equipo y no sentirse tan alejado de ellos.
Ya que no puede dormir, termina por levantarse y dirigirse a su computadora. Pospuso durante todo el fin de semana la tortuosa tarea de indagar y aprender sobre sus colegas. Ahora tecleará unas breves palabras en el buscador para ingresar a un mundo completamente diferente al suyo. Comienza con esas siglas en inglés que no se le han despegado de la cabeza: TGIM.
Del artículo que encontró al respecto, Max saltó a otro y a otro. A cada clic se impactaba más con cifras. El panorama laboral para los millennials no era muy alentador, y tampoco el social. Por una parte, se contaba con mayor apertura y tolerancia, pero por la otra surgían fenómenos de pérdida de autoestima y confianza.
Después de dos horas de lectura, Max dilucidó que gran parte de la actitud de Andrea y los demás jóvenes del equipo de trabajo se debía a su visión. Especialmente ella era una persona ambiciosa y con metas claras. Aderezaba sus ganas con filosofías tambaleantes, pero que le ayudaban a progresar con positivismo en su día a día. Pensamientos como “si pensamos que podemos, lo lograremos” o “enfocarnos exclusivamente en los obstáculos como aprendizajes” eran los que la ayudaban a mantenerse alegre y victoriosa. Max se preguntó en qué medida creía ella todo lo que decía.
Thank God It's Monday o TGIM era la frase que más influía en el modo de vivir de Andrea. Después de que Max buscó en internet y comprendió las siglas, se quedó con la boca abierta. Ése era otro reto y fenómeno que su generación no vivió: la pretensión de amar tu trabajo y de apasionarte por él como un estilo de vida para los jóvenes.
A medida que Max investigaba, entendió muchos cambios dentro del sector empresarial en los que antes ni siquiera reparaba. Uno de tantos era la decoración de las oficinas; eran más coloridas, iluminadas y “amigables”. Colgaban cuadros con mensajes positivos, para supuestamente inspirar a los observadores.
Las frases eran instrucciones claras para los empleados, como “sigue tu pasión”, “trabaja en ti”, “trabaja desde tu corazón”, etcétera.
Todo este discurso apunta a motivar a los trabajadores. Tazas, muebles, cuadros, letreros… el espacio laboral te impulsa a continuar trabajando.
Nunca antes la ambición y la cultura del esfuerzo se habían convertido en un ritmo y estilo de vida digno de ser difundido, compartido y presumido. Cada vez es más normal escuchar conversaciones de empleados que presumen haberse quedado hasta tarde en el trabajo o cómo no han dormido bien por la excesiva carga laboral. A pesar de que ésta es una característica que se le atribuye más a la generación X (GenX), los millennials hoy empiezan a adoptarla.
Inclusive Max leyó sobre una oficina en Estados Unidos donde colgaron la frase: “No te detengas si estás cansado. Detente sólo hasta que hayas terminado.”
Es una cultura que excluye a quienes no quieren trabajar o a los que entregan lo necesario y nada más. Es una cultura que promulga que el trabajo se extiende fuera de las oficinas, que debes contar con disponibilidad siempre para atender tu puesto, y que es meritorio presentarse con la sonrisa propia de quien apenas comienza a trabajar en determinado lugar. Entregar justo lo que es requerido es considerado como mediocridad.
TGIM afirma que trabajar es la actividad favorita de cada persona, tan predilecta que espera con ansias el término del fin de semana para comenzar de nuevo con las jornadas laborales.
Por ello, el verdadero reto de los millennials consiste en la desconexión, en poder dejar de lado las tareas del trabajo y relajarse, en apagar el celular y no preocuparse por correos electrónicos o llamadas. El reto es poder quitarse el traje o el gafete y auténticamente pausar ese rubro de la vida de la persona.
La cultura excesiva del supuesto amor al trabajo exige la divulgación del gusto por la empresa o el puesto. Con todo, ya que es un mensaje repetido en muchas plataformas y redes sociales, existe el riesgo de que la identidad total de la persona se conforme a partir de este mensaje en particular: “Amo mi trabajo y, por consiguiente, sólo soy un trabajador”.
Una evidencia contundente de cómo la cultura de adoración al trabajo nos obliga a compartir el supuesto amor, es una de las tantas herramientas de la red social LinkedIn. Ésta permite compartir información audiovisual en tiempo real dentro de la plataforma. Es un elemento muy parecido a otros de algunas redes exclusivas de ocio y diversión. Es una forma sencilla de hacer ver que estás en tu trabajo, en la oficina, en el ámbito profesional.
La delgada línea entre disfrutar lo que haces y apasionarte por demostrarlo, deviene en una competencia y en un pesado eufemismo. Posiblemente no sea un gusto exagerado por tus obligaciones laborales, sino la máscara para fingir que simplemente estás sobreviviendo.
En la actualidad, el desagrado a su trabajo por parte del empleado es socialmente inaceptable. Por una parte, se instruye a los empleados a pretender que su trabajo los hace sentir exitosos; por otro lado, es querer demostrar que las condiciones laborales no son tan “deplorables” como las de otros lugares.
Otro aspecto negativo de esta cultura laboral es que el discurso repetido hasta el cansancio que logra que la filosofía funcione —el amor al trabajo— no es implementado por aquellos que trabajan horas extra, que se desvelan y que no saben cómo desconectarse. Lo preocupante es que el discurso es impuesto por aquellos que ni siquiera aparecen en el organigrama, como los dueños o los mayores beneficiados con el trabajo arduo de la fuerza de trabajo… los sujetos que sonríen y agradecen por los lunes.
Este discurso consiste en una especie de explotación consensuada. Por otra parte, a pesar de los colores, las palabras inspiradoras y elementos extra en las oficinas para volverlas atractivas y amigables, no ha habido un incremento de productividad o de creatividad.
Muchos opositores de esta filosofía laboral insisten en que la fusión (casi completa) de la persona con su puesto o su trabajo supone que el valor de cada individuo depende de su productividad y no de su humanidad.
Para muchos trabajadores el aspecto laboral parece ser el más importante dentro de su vida: socializan para conseguir nuevos contactos empresariales o clientes; leen mucho pero siempre sobre aspectos laborales; se sienten culpables cuando sus actividades no están encaminadas al trabajo; posponen o cancelan planes porque creen que interfiere con su desarrollo o crecimiento profesional.
Resulta lógico que una generación marcada por el poco común deseo de formar una familia o adquirir patrimonio (para habitarlo y no sólo para enriquecerse con él) tenga la disponibilidad para volcarse en su trabajo. Si invertirán más de la mitad de sus horas diarias despiertos y trabajando, al menos dirán que están apasionados o enamorados del mismo.
Por más que este discurso laboral dicte la importancia de dedicarnos a lo que nos apasiona, o apasionarnos por lo que nos dedicamos, no podrá cambiar el sistema. Si un trabajador apasionado llegase a faltar o a cambiar de trabajo, siempre habrá alguien detrás de ella o él con la capacidad de mostrar más entusiasmo o pasión. Es decir que el empleado que cree que su pasión lo diferencia del resto no se está percatando de que dicha pasión es el común denominador que la cultura laboral actual intenta implementar para mantener empleados sonrientes.
Después de que Max leyó y asimiló tanta información, se sintió ofuscado. Unos años atrás —cuando él tenía la edad de la mayoría de su equipo de trabajo— el viernes era definitivamente el mejor día de la semana. Significaba descanso, planes con la familia o amigos, y dormir tranquilamente. Eran días donde se respetaba que el escritorio estaba en la oficina. Sin embargo, con el aumento de la tecnología, el celular permitió que los empleados fueran localizados en todo momento. La mayoría de teléfonos inteligentes actuales cuentan con muchas de las funciones de una computadora de escritorio. Los puentes entre empresa y empleado son casi ilusorios.
A Max se le ha dificultado dormir últimamente. Esto se debe al estrés y al nerviosismo. Vive momentos de incertidumbre y de poca confianza en sí mismo. El primer factor que le dificultó dormir fue motivarse para tomar la decisión de renunciar; después su búsqueda de trabajo, y ahora se siente fácilmente reemplazable en su empleo.
Sabe que no es el único. A lo largo de su primera semana se ha enterado de que dentro de su oficina más personas se enfrentan a problemas de salud. Muchos necesitan de pastillas para la ansiedad; otros sufren de problemas intestinales; otro puñado está deprimido, y la mayoría en general se siente muy cansada.
A Max le parece que sus colegas comienzan a experimentar desde edades más tempranas problemas que él también sufre: como mala salud y deudas. Esto es lamentable. A su edad él desconocía la colitis o el insomnio.
Los millennials trabajan mucho. De hecho, según estudios recientes, en México no hay una relación directa entre las horas que se labora y el salario. Los ingresos no dependen de ello. Actualmente casi tres millones de empleados trabajan más de ocho horas al día y perciben un sueldo de 2,650 pesos mensuales. En el otro lado de la moneda, existen 30,000 empleados que ganan 13,500 pesos al mes sólo con tres horas diarias de trabajo.
De un total de 48 millones de trabajadores mexicanos, el 70% trabaja ocho horas o más. Solo un 20% gana más de 7,952 pesos mensuales.
La situación laboral no parece la más satisfactoria para los millennials. Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, las personas que representan el 51% de los desempleados en México son jóvenes millennial. Sólo el 4.4% de los que sí trabajan gana más de 12,000 mil pesos al mes; 13% alcanza sólo hasta esa cantidad mensual, y el 53.2% gana entre 2,401 y 7,203 pesos.
Básicamente, de la población millennial total del país, la mitad vive con muy poco dinero. Esta cantidad es apenas suficiente —y con mucho esfuerzo y apoyo externo— para mantener a una persona. Por otro lado, muchos de los millennials que aspiran a puestos mejor remunerados no son seleccionados por su pobre manejo del inglés o porque no cuentan con conocimientos actualizados.
Ante el panorama mundial, los millennials necesitan invertir más tiempo en aprender sobre manejo de redes sociales, publicidad y marketing online. Éste es por ahora un nicho de oportunidad, aunque no se puede estimar qué tanto durará o cómo evolucionará.
Aunado a la precaria situación laboral, a la cultura empresarial que amenaza con ser casi una religión y ante la incapacidad de ganar mejor, nos encontramos con una crisis pensionaria a nivel mundial. El problema se deriva de que la planificación de la contribución y repartición del dinero para el retiro estaba prevista para una esperanza de vida menor. Es decir, era una estimación para gente que moriría más pronto.
También se esperaba una fuerza laboral más joven capaz de apoyar y sustentar a los retirados. Sin embargo, las pirámides generacionales se están invirtiendo de tal manera que el soporte es mucho más estrecho que la cúspide. Hay países donde hay más personas ancianas que jóvenes.
En Japón, por ejemplo, existen casos de ancianos que cometen delitos con tal de ser llevados a la cárcel y así recibir comida y atención. No cuentan con ninguna de éstas porque ya no pueden trabajar y el dinero de su pensión no es suficiente para alimentación y medicinas.
En México, se estima que la crisis pensionaria alcanzará su auge en el 2050. Esto significa que quienes son jóvenes en la actualidad tendrán que encargarse de los mayores (especialmente de sus familiares) y posteriormente hacer todo lo posible para encargarse de sí mismos. Es necesario que se eduquen financieramente si quieren una jubilación tranquila y feliz.
Ésta es una necesidad que no tuvieron los baby boomers. Las personas de la generación X la tienen parcialmente. Para la primera generación mencionada, el cuidado de sus mayores quedaba en manos de los hijos e hijas, quienes solían ser un número mayor o igual a tres. Esto facilitaba los gastos. Aparte, los ahorros de su vida eran suficientes para mantenerse.
Para la generación X, muchos todavía aspiran a recibir una jubilación por parte del sistema gubernamental o han logrado hacerse de un patrimonio. También son, por regla general, más miembros en el núcleo familiar que pueden apoyar a los más grandes.
Los millennials y las generaciones posteriores se enfrentan al problema de ahorrar en situaciones muy adversas (salarios menores, mayores gastos, menor valor adquisitivo) y de no contar con estructuras públicas o sociales que se encarguen de ellos. Debido a ello, la industria aseguradora ofrece actualmente más productos como fondos de ahorro o fondos para el retiro. Los jóvenes necesitan prepararse en este sentido.
Como consecuencia a esta preocupación por el futuro, han surgido ciertos movimientos de personas que buscan su libertad financiera lo más rápido posible. La sociedad se percató desde hace un tiempo de que la idea de entrar a una compañía, trabajar treinta años con ellos y jubilarse es hoy una imposibilidad.
El movimiento fire significa Financial Independence Retire Early (Independencia Financiera Retiro Temprano) y surgió en Estados Unidos. Consiste en ahorrar mucho para retirarte pronto.
Por ejemplo, existe un matrimonio que decidió ahorrar alrededor de tres mil dólares al mes y después buscó la manera de hacer crecer ese dinero ahorrado.
Actualmente, y con apenas 45 años, ninguno de los dos trabaja por necesidad, sino por gusto. Ella labora dos meses al año y el tiempo restante lo dedica a su casa, a sus hijos y a sus gustos. Él está al pendiente de sus inversiones y comparte sus consejos y logros a través de un podcast. Alcanzaron su libertad financiera muchísimo antes que la mayoría.
Es un movimiento que ha sido replicado en países primermundistas. Sin embargo, también se le ha tildado de imposible por el excesivo ahorro. Los pioneros de fire insisten en que el secreto es detectar los canales del flujo del dinero y terminar con gastos superfluos como salidas a restaurantes o cines, o la compra de productos y servicios innecesarios. Básicamente es una postura contraria al consumismo y exige mucha disciplina.
Los especialistas en Economía y Finanzas coinciden con esta premisa. Un gran porcentaje de nuestro dinero es gastado de manera sentimental y poco reflexionada. Por otra parte, dejamos el ahorro para el futuro y entendemos muy poco de herramientas financieras.
Los millennials tienen deudas que las otras generaciones no tenían a su edad. Una éstas es la educación. Hay jóvenes graduados que deben cerca de medio millón a sus universidades. Con un sueldo promedio de doce mil pesos, ¿en cuántos años podrán liquidar los préstamos universitarios? ¿Quién podría entregar la totalidad de su sueldo?
Ha incrementado el número de parejas que viven juntos sin casarse. Esto no tiene simplemente un origen axiológico o de “carencia” espiritual. Para un porcentaje grande de jóvenes millennial, la boda y el matrimonio implican una suma de dinero que prefieren destinar a otros pagos o a unas vacaciones. El paradigma del comportamiento de los jóvenes actuales también está impregnado con la rebeldía, pero responde mucho más a una lógica de supervivencia a las deudas y a la pobreza.
Otro fenómeno importante es el que acontece en Estados Unidos. Muchos adultos que habían dejado las casas de sus padres en busca de independencia se ven obligados a regresar porque no pueden solventar sus gastos domésticos y educativos. Es decir que actualmente hay más empleados con preparación académica, pero con menos dinero y capacidad de escaparse de los números rojos.
Después de tanta investigación (pues buscaba algo determinado en internet, pero fue llevado por una y otra noticia), Max definitivamente ya no ve igual a sus colaboradores. Entiende mejor sus problemáticas, ¿pero las entenderán ellos? Piensa en su hijo quien, a pesar de no ser millennial, está más cercano a estas circunstancias que él mismo.
Max ve el reloj y suspira. Es casi su hora de despertar. No se siente tan cansado, de hecho, siente que aprendió demasiado. Sabe que en un par de horas estará somnoliento, pero ya no hay nada que hacer. No agradece —en lo más mínimo— que sea lunes.
Mientras se arregla, le es inevitable pensar en su hijo y en la manera en la que él ve la vida. Decide que intentará hablar con él a pesar de lo difícil que pueda parecer. Quiere ayudarlo en lo que se pueda y orientarlo mejor. Aprovecha el desayuno para hablarle… o conseguir información.
—Buenos días, Emi —comienza su plática.
—Qué onda, pa'.
La mirada de Emiliano está clavada en un cereal integral. Su mamá prepara sándwiches mientras escucha un podcast sobre técnicas de aprendizaje. Max se percata de que apenas y escucha lo que sucede a su alrededor.
—Oye, estaba pensando… bueno, esta noche he estado leyendo mucho al respecto. ¿Qué te enseñan en tu escuela sobre finanzas?
Emiliano eleva su mirada y la clava en él.
—¿A qué te refieres? —pregunta.
—Yo sé que eres adolescente todavía, pero me preguntaba si les hablaban sobre el retiro, inversiones, etcétera. ¿Algo por el estilo?
Emiliano, sorpresivamente, sonríe.
—Pues tenemos una especie de cooperativa en una clase y estamos desarrollando una idea de negocio para conseguir dinero y luego poder utilizar un porcentaje para invertirlo y otro para dedicarlo a una causa social.
Max se quedó con la boca abierta.
—Eso es fantástico. ¿Qué idea de negocio tienen?
—Todavía no exponemos nuestras ideas, no sé…
Max nota que su hijo se muestra tímido. Es decir que muy seguramente sí sabe que quiere hacer, pero le da algo de vergüenza aceptarlo.
—¿Y tú ya tienes algo en mente? —intenta Max.
—Algunas ideas.
Max piensa por un momento que tal vez si le habla de sus ideas, su hijo también se animará a hablar. Sin embargo, cambia de táctica.
—¿Sabes? Si tu idea es muy buena podrías intentar que la financien en crowdfunding, ¿no crees?
Emiliano afirma vehemente con la cabeza. Ni siquiera sospecha que su papá conoció dicho término apenas unas horas atrás.
—Justo algo así es lo que quiero proponer: crowdfunding. Pensé en un producto que creo que se puede mover muy bien en el mercado.
Max le sonríe.
—Pues cuando quieras me lo platicas.
Emiliano también sonríe.
—Ya que lo tenga más claro, sí —Emiliano acaba con su cereal y vuelve a dirigirse a su papá—. Bueno, me lavaré los dientes.
Se marcha y Max se queda con la boca abierta. ¡Había logrado comunicarse con su hijo!, ¡había logrado escuchar muchos enunciados que salieron de su boca! Le dan ganas de saltar, de bailar, de moverse… atina únicamente a abrazar a su esposa y a plantarle un beso en la mejilla.
—¿Qué pasa? —pregunta ella mientras se quita los audífonos— ¿Estás bien?
—Mi amor, te lo perdiste. Logré hablar con Emiliano.
Ella abre los ojos y sonríe con emoción.
—¡Eres el mejor papá! Sólo por eso te mandaré un sándwich extra.
Max ríe y se estira. Grita para que todos escuchen que es hora de irse. Se dice a sí mismo que será un buen día. Al menos empieza positivamente… ¿o no?
Concientizarte sobre tus obstáculos y tus oportunidades te permite trazar un plan de acción efectivo y funcional. Max había logrado hacer a su hijo hablar y eso se debió a que cambió su técnica. Pensó que podría hacer algo similar en su trabajo. Ese día decidirían una estrategia para los siguientes dos meses. Entre todos. Max esperaba lograr buenos resultados siendo paciente y escuchando. Había descubierto que hacer las preguntas correctas resultaba de gran ayuda.
Después de dejar a Emiliano en la escuela, habló con su esposa sobre lo que había leído en internet con respecto a los millennials. A ella le pareció muy interesante, ya que tenía que lidiar con jóvenes estudiantes.
—Ahora que lo mencionas, conozco a muchos alumnos así— dijo ella.
—¿Cómo?
—Sí, por ejemplo, el otro día un chico se acercó a platicar con nosotras en las oficinas. Yo sé que está en un diplomado de Administración de Empresas y, créeme, el chico es un visionario. Estaba hablando con otra colega mía sobre ciertas ideas que tiene para crear unas empresas. Son muy buenas ideas, y él estaba muy feliz contándolo y casi, casi, gritándolo.
Max interrumpió:
—¿No le dijeron algo?
—Claro que sí —contestó ella—. Le recomendamos que no estuviera difundiéndolo tanto. Le estaba pidiendo consejo a esta maestra, lo cual es muy válido, pero ella sí le dijo que debía de ser más cuidadoso con respecto a quien se lo contaba.
Max asintió.
—Él es todavía muy noble, ¿no?
—Sí, es muy joven.
—¿Cuántos años tendrá, unos veinticuatro?
—¡No, no! Tiene diecinueve.
Max la volteó a ver.
—Pero dijiste que estudia un diplomado…
—A la par de su carrera.
Max se sorprendió. Ese era un chico ambicioso. Su esposa le explicó que su padre tenía muchos negocios y que el hijo sentía la urgencia de responsabilizarse debidamente de lo que le correspondía. También le dijo que era muy propositivo y que, en efecto, ya le había sucedido que alguien hurtara una de sus ideas empresariales.
—Eso es muy común —agregó Max.
—Sí, fue su propio tío. Comenzó a producir algo que el joven tenía en mente.
Max se encogió de hombros. Las buenas ideas deben de resguardarse bajo llave. Pensó en millonarios que consiguieron sus fortunas con un solo producto o servicio. Mark Zuckerberg, por ejemplo, se volvió multimillonario a sus 22 años gracias a la creación de una plataforma social, Facebook.
—Me da gusto por ese chico. Es bueno que sea joven y energético —dijo Max.
—Sí, parece que no pudiera esperar. Necesita el conocimiento ya. Lo escuché decir eso. Es como si el mundo se fuera a acabar si él no consigue hacer crecer el negocio.
Lo que Sofía y Max no saben es que la parte prefrontal del cerebro, donde está el área dedicada al juicio, termina de desarrollarse en las mujeres a los 21 años, y en los hombres a los 24. Es decir que, en efecto, pueden resultar más vehementes conforme a ciertos aspectos. Por ejemplo, una ruptura sentimental es devastadora para ellos porque todavía no perciben lo que sigue o lo que puede suceder en la posteridad. Esa sensación tan propia de la juventud, ese ahínco por comerse el mundo es porque, simplemente, no han racionalizado a cabalidad que el presente es ahora pero que no terminará. La vida, los hechos y las oportunidades continúan.
—Pues va deprisa, cielo —dijo Max—, a un joven así lo haría mi socio.
—¿Socio de qué? —preguntó ella, interesada.
—No sé, pero cada vez me parece más claro que debemos de entender a los chavos no sólo por nobleza y humanidad… también por conveniencia. Tienen una manera de ver la vida que nosotros no, y eso es muy enriquecedor.
Sofía se quedó callada y reflexiva. Después tomó la mano de su marido y le sonrió. Se sentía orgullosa de él.
Cuando Max dejó a Sofía fuera de su oficina, reprodujo la música que más le gustaba a él. Estaba convencido de que era un buen día. Estacionó su carro y observó a aquella parvada amarilla que una semana antes le había dado la bienvenida a su nuevo puesto.
“Gracias a Dios que es lunes y que me acordé de traer mi propia taza”—, pensó.