Читать книгу Entre tiburones y millenials - Noemí Gómez - Страница 9
ОглавлениеEnvidia de la buena
Con su taza, Max ya no tendría que beber concienzudamente de otra, tamaño XXL. Toda la semana pasada olvidó meter en su mochila la suya, pero ese lunes todo iba a mejorar. Eso deseaba él. Con la nueva información que tenía sobre sus colaboradores, decidió escribir en un cuaderno qué detectaba él en ellos. Necesitaba saber qué era lo que le estaba costando trabajo.
Ya que fue el primero en arribar, fue testigo del ritual de llegada de cada uno: bostezos, audífonos y vasos con café. Todos seguían el mismo patrón.
El que acababa de ser padre mostraba unas ojeras oscuras y grandes, pero la sonrisa más alegre. La otra chica, Lucía, olía a lavanda y estaba resplandeciente. Había tenido un descansado fin de semana en la casa de campo de sus padres.
Eduardo y Raúl llegaron juntos. Los dos platicaban efusivamente y se mostraban las pantallas de su celular mutuamente.
Max escribió en su cuaderno: “Tecnología, no se pueden separar de sus celulares”; continuó observándolos, no sin antes saludarlos.
—¿Buen fin de semana? —preguntó Max.
—Demasiado —contestó Roberto—. El club de motos al que pertenezco y yo nos fuimos cerca de la playa. Uno se cayó de su moto, pero está bien a pesar de que sí fue algo grave.
Raúl se cubrió la boca, bostezaba.
—Ya, todo lo mejor —dijo Max y luego se dirigió a Raúl—. ¿Y el tuyo?
—Cansado… todavía me siento algo crudo —confesó.
Max le palmeó el hombro y regresó a su lugar. Apuntó en su cuaderno: “Energía, se les pasa la mano y no llegan en un estado favorable para trabajar”.
Max pensó que Andrea no había llegado, pero estaba dentro de una sala de juntas. Salió de ahí con una gigantesca sonrisa. Estaba feliz por una llamada con un socio.
—¡Esto es increíble! —chilló y le dijo a Max.
—Platícame, por favor —pidió él con una sonrisa.
—Sí, mira, es que desde la semana pasada había platicado con mi socio en Japón y él me dio el contacto de otra persona en Holanda, ¿no? Y entonces… ah, no, espera. Es que, uh… debo de enviar algo. Ya vengo.
Max escribió: “Concentración, necesitan técnicas para no distraerse tanto y comunicarse mejor”.
Después de ello abrió su bandeja de entrada y revisó sus correos electrónicos. Uno llamó bastante su atención y lo impactó tanto que lo hizo sentir nervioso. Habría una reunión de generación de sus compañeros de preparatoria.
Un par de años atrás se había llevado a cabo otra, pero Max no asistió. Tragó saliva, no le gustaba la idea de juntarse con tantas personas de las que ya no sabía nada. Para él era un espectáculo donde la mayoría hablaba de sus éxitos, sus trofeos y sus logros (especialmente los GenX). Supuestamente a nadie le había ido mal, pero a espaldas de los demás se comentaban quién ya no tenía pareja, quién estaba quebrado y quién tenía problemas de salud.
Definitivamente no quería ir. Se haría de la vista gorda y no asistiría. Se dijo que tenía mejores cosas que hacer, pero se mintió porque una parte de él tenía curiosidad por ir y reencontrarse con personas que significaron mucho para él.
Fue en ese momento de nerviosismo que Andrea regresó con su monumental taza.
—Perdón, tenía que enviar eso… ¿todo bien? Te ves pálido —le dijo ella.
Max no pensó que su nerviosismo fuera tan obvio.
—Sí, es que... todo bien.
—¿Seguro? —insistió ella.
Por un momento Max se acordó de cómo le molestaba rogarle a su hijo por una respuesta. En una especie de acción respetuosa, le ahorró a Andrea el desagrado.
—Me acabo de enterar de que habrá un reencuentro de mis compañeros de generación de prepa. No estoy seguro de si quiero ir.
Andrea no emitió ningún gesto. Solo bebió de su taza y continuó escuchando.
—Me pone algo nervioso ir, y dialogar, y hablar… y escuchar a tantas personas —concluyó Max.
—¿Podrá ser que no quieres escuchar a los demás porque te compararás con ellos?
Max estaba sorprendido con su pregunta.
—Pues sí, es eso. En mi cabeza califico a quién considero exitoso y a quién no. Naturalmente también me calificaré a mí mismo.
—Vaya —dijo Andrea—, pues te daré un consejo que alguna vez me dieron a mí. Tuve una temporada de estarme comparando con los demás y no llevó a nada bueno…
Max pensó a qué se refería ella con una temporada. La consideraba muy joven.
—Pero bueno, el éxito no es quién alcanzó más o gana mejor. Es simplemente quién consiguió lo que se propuso. Ésa es la definición. Entonces sólo puedes definir si eres exitoso porque sólo tú sabes qué metas tenías. Así que no te pongas nervioso. Lo más seguro es que sí habrá mucho chisme en esos eventos. Seguro critican a los que ya se quedaron sin cabello.
Max soltó una risotada. Ella tenía razón en eso; al menos él todavía conservaba su cabellera.
—Pero checa, Max, puedes tener éxito en tu relación de pareja, en tu familia, contigo mismo, en el trabajo, con el dinero y con tus amigos. Si puedes definir tu propio éxito en estas áreas, ya estarás más cerca de ser exitoso. Lo que tienes es por lo que haces, pero lo que haces es por lo que eres.
El celular de Andrea vibró. Ella le dijo con señas que regresaría y se marchó.
Max estaba más sorprendido que nunca. Definitivamente jamás esperó que su segundo lunes en la empresa sería el día en el que una chica de 25 años le entregaría una lección de vida tan importante. El éxito lo definimos cada uno de nosotros, no depende de lo que nos dicen que debe ser. Curiosamente se sintió más tranquilo. Extrajo su celular y le escribió a su esposa. La invitó a la reunión de su generación.
Siguiendo el consejo de Andrea, escribió en otra página de su cuaderno la palabra éxito. Se prometió a sí mismo que se daría el tiempo de definirlo.
Por ahora debía de trabajar con su envidia. No debía seguir aspirando a contar con las habilidades de los miembros de su grupo de trabajo, tampoco debía soñar despierto con que conseguía lo que —él suponía— tenían sus compañeros exitosos de generación. No existe la envidia de la buena porque la envidia es desear que el otro o la otra no tengan algo que yo anhelo.
Si Max de verdad pretendía formar un equipo de trabajo integrado con gran potencial y excelentes resultados, debía de asumir su rol y ofrecer sólo lo mejor de él; sin importar su edad, su cultura laboral o su experiencia.
No iba a permitir que sus quejas e incertidumbre le impidieran ser un increíble líder y guía para sus colaboradores. Junto a su investigación por entender mejor a los millennials tenía que incrementar su propia autoestima. No escribió esto en un tablero de Trello, el organizador de tareas, ni en un documento online. Se lo prometió a sí mismo y con eso fue suficiente.
A los pocos minutos recibió un mensaje y creyó que se trataba de su esposa. Pero el destinatario lo sorprendió. Era su hijo. Le enviaba un link y una simple frase: “Ésta es mi idea.”
El enlace lo dirigió a una tienda de artículos para jugadores profesionales de videojuegos, como sillas, teclados, audífonos y pantallas. Max le respondió con dos puntos y un cierre de paréntesis. También podía hablar ese idioma.
Feliz, se levantó de su asiento y llamó a su equipo para una lluvia de ideas. Llevó su cuaderno consigo. La investigación continuaba.
“Para recuperar la autoestima debes de hacerte fuerte y competente.
Desarrollar tus habilidades.
Haz tu mejor parte y en mayor parte lo que sabes hacer,
para así poder potenciarlas”.
tere díaz