Читать книгу El cuerpo en la experiencia psicoanalítica - Noemí Lustgarten de Canteros - Страница 11

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Hoy nos encontramos con un incremento de la así llamada clínica del desamparo, debido a los nuevos desafíos surgidos a raíz de los cambios en el entorno social, que implican cambios discursivos que inciden, sin duda, en la subjetividad contemporánea en la que estamos inmersos pacientes y analistas.

En la época victoriana la idea de sexualidad normal merecía ser interrogada, permitiendo la creación del psicoanálisis y su idea de inconsciente y sexualidad humana. Esta interrogación sigue vigente, reabriéndose frente a los cambios socioculturales en relación a las nuevas sexualidades. En la actualidad surgen también nuevos interrogantes que giran —quizás, a partir de la Shoa como punto de inflexión— a bordear el horror, el pánico, el desamparo, la desensibilización, la desubjetivación. Algo que nos sucede que, al decir de Winnicott, puede llevarnos a sentir que “la vida no valga la pena de ser vivida”, con un incremento de la angustia, el pánico y el sentimiento de futilidad.

Esta situación nos convoca como psicoanalistas a intentar rescatar aquel potencial que, desde nuestra disciplina, se pueda enlazar con otras corrientes del pensamiento contemporáneo, contribuyendo al acompañamiento de estos cambios en la subjetividad actual. Es en este marco, que he retomado el tema de la angustia en un interjuego Freud-Lacan-Winnicott, como perspectiva para pensar tanto la clínica actual como el desamparo sociocultural.

LA ANGUSTIA EN FREUD, LACAN Y WINNICOTT UN INTERJUEGO ENTRE TEORÍAS

Intento en este capítulo reconsiderar el tema de la angustia y transmitir el efecto que en mi quehacer psicoanalítico produjo la multivocidad de “miradas” en torno a este tema. Hay también una segunda intención que trasciende el contenido temático, y que tiene que ver con la pregunta acerca de la posibilidad de intercambio fructífero y de la utilización de diferentes teorías o esquemas referenciales en psicoanálisis2. Una posibilidad para que este intercambio pueda realizarse se logra al recortar un tema común, en este caso la angustia, que, aunque con diferentes conceptualizaciones, es abordado por cada teoría desde el peculiar punto de vista de cada autor y su propia extracción científica cultural e histórica.

Considero que esto permite descubrir que en cierto sentido se está hablando de lo mismo y a la vez de algo diferente. Experiencia que pone de manifiesto la riqueza de matices que puede aportar cada perspectiva. Lo último no implica reducir los diferentes desarrollos y teorías sólo a la diversidad de matices respectos de los mismos temas, sino que simplemente intenta subrayar este aspecto como una interesante vía de intercambio. Winnicott nos habla de la paradoja en que el objeto es “hallado y creado” a la vez. Siguiendo esta idea podríamos decir que los temas son hallados y creados a la vez por cada autor.

Freud, vienés, creador del psicoanálisis a fines del siglo XIX comienzos del XX, nos trae el concepto de trauma, lo que excede la capacidad del aparato psíquico para ser ligado, y la angustia como señal para evitar el trauma. Lacan, francés, con formación psiquiátrica, filosófica, influido por el estructuralismo y la lingüística, nos introduce en su concepción de lo Real, el objeto “a” y su manifestación, la angustia. Winnicott, inglés, pediatra y músico nos habla de las fallas en el sostenimiento del infans y de la emergencia de las angustias inconcebibles ante esas fallas. También, del objeto transicional, que vela la ausencia por donde puede emerger la angustia. Estas referencias en algunos puntos desarrollados por Freud, Lacan y Winnicott pretender ser un mínimo ejemplo de la posibilidad de enriquecimiento.

¿No podemos acaso sostener la paradoja de que hablan de algo semejante y a la vez de algo diferente, creado por cada uno de ellos desde su condición contextual? Y acaso podemos pensar el trauma de la misma manera antes y después de leer estos aportes. Y a la inversa, cada uno de ellos antes y después de conocer los otros es el mismo.

En las páginas siguientes intentaré desarrollar esta idea.

La angustia en Freud

El tema de la angustia en Freud aparece desde los comienzos (1894) vinculada a la idea de incapacidad psíquica para tramitar montantes de excitación, de un psiquismo que se encuentra sin recursos frente a algo que lo sobrepasa. En 1905 afirma que “la angustia neurótica nace de la libido, es un producto de la trasmudación de ésta y mantiene con ésta la relación del vinagre con el vino” (p. 75). En 1916 introduce el tema angustia real, angustia neurótica y con él la angustia como reacción a un peligro, real y exterior en el primer caso, desconocido e interno en el segundo. Desde esta óptica la represión es “la huida del yo frente a la libido sentida como peligrosa y la fobia una atrincheramiento contra el peligro externo que subroga la libido temida” (p. 373). A partir de la angustia real desarrolla la idea de “apronte angustiado”, antecesor al concepto de angustia señal.

En 1920 leemos “El terror parece tener un sentido particular, a saber, poner de resalto el efecto de un peligro que no es recibido con apronte angustiado. Así podría decirse que el hombre se protege del horror mediante la angustia” (p. 360). Un eslabón importante en su pensamiento lo constituye el empezar a considerar la angustia como afecto (1900-1916).

Recordemos que para Freud “el estado afectivo tendría la misma construcción de un ataque histérico y sería como éste la decantación de una reminiscencia. Por lo tanto, el ataque histérico es comparable a un afecto individual neoformado, y el afecto normal a la expresión de una histeria general que se ha hecho hereditaria” (1917, p. 360). ¿A qué reminiscencia nos remite la angustia? Al acto de nacimiento: “Decíamos que es el acto de nacimiento en el que se produce ese agrupamiento de sensaciones displacientes, mociones de descarga y sensaciones corporales que se ha convertido en el modelo para los afectos de un peligro mortal, y desde entonces es repetido por nosotros como estado de angustia” (1916-17, p. 361).

A partir del estudio de las zoofobias, Freud introduce el tema de la angustia de castración como peligro que, si bien dependía de la libido, remitía a una amenaza vivida como externa. En 1920 establece la diferencia entre susto, miedo y angustia. La angustia es expectación ante el peligro y preparación ante el mismo, aunque éste sea desconocido. El susto invade bruscamente, acentúa el factor sorpresa, de ahí que la angustia no puede generar una neurosis traumática. Leemos “el apronte angustiado con su sobreinvestidura de los sistemas recipientes, constituye la última trinchera de la protección antiestímulo” (Freud, 1920, p. 31). Este tema de la angustia como última línea de defensa será retomado por Lacan al referirse a la angustia como presentificación de algo de lo “real”. En la misma época afirma que entre las formas de lo angustioso existe un grupo en el cual se puede reconocer que lo angustioso es algo reprimido que retorna, algo que se tornó extraño mediante el proceso de la represión; sería lo ominoso, algo que debiendo quedar oculto se ha manifestado. Esta idea, creo, debe haber inspirado a Lacan para pensar el tema de lo real y la idea del fantasma poniendo un velo a lo real.

Llegamos a 1926, en este año se consolidan tres aspectos claves de la angustia: 1) la idea del yo como sede de la angustia; 2) la angustia como afecto; 3) la angustia de castración como causa de la represión. “La angustia de la zoofobia es la angustia de castración inmutada, vale decir una angustia realista frente a un peligro considerado real. Aquí la angustia crea la represión y no, como yo opinaba antes, la represión a la angustia” (Freud, 1926, p. 104).

En relación a la angustia de muerte, Freud sostiene que en el inconsciente no hay concepto de anulación de la vida, por lo que la angustia de muerte es análoga a la angustia de castración. Es así cómo comienza a desarrollar el concepto de trauma como el núcleo de la situación de peligro: “Este núcleo es la situación de insatisfacción en que las magnitudes de estímulo alcanzan un nivel displacentero sin que las domine por empleo psíquico y descarga... análogo a la situación de nacimiento” (1926, p. 130). Una vez que definió este núcleo reconsidera a la angustia ante la pérdida de objeto y la angustia de castración como determinadas por el peligro del trauma3.

Vemos en el texto de Freud cómo varían las condiciones de angustia acorde a las condiciones del peligro en función de los progresos del desarrollo: “El peligro del desvalimiento psíquico se adecua al período de inmadurez del yo, así como el peligro a la pérdida de objeto a la falta de autonomía de los primeros años, el peligro de castración a la fase fálica y la angustia frente al superyó, al período de latencia” (1926, p. 134). Freud aclara las razones del viraje en su teoría de la angustia:

La diferencia está en que yo antes creía que la angustia se generaba de manera automática en todos los casos mediante un proceso económico, mientras que la concepción de la angustia que ahora sustento, como una señal deliberada del yo hecha con el propósito de influir sobre la instancia placer-displacer, nos dispensa de esta compulsión económica. (1926, p. 132)

Considera que habría dos modalidades para el origen de la angustia en la vida posterior, una involuntaria, una automática, económicamente justificada en cada caso, cuando se habría producido una situación de peligro análoga al nacimiento; la otra generada por el yo, cuando una situación así amenazaba solamente, y a fin de movilizar su evitación. En este segundo caso, el yo se sometía a la angustia como si fuera una vacuna, a fin de sustraerse, mediante un estallido morigerado de la enfermedad, de un ataque no morigerado.

Otro aspecto a tener en cuenta es la reconsideración de la condición de peligro en la mujer, ligada a la pérdida de amor (Freud, 1926). Además, establece tres relaciones entre condición de angustia y tipo de neurosis: pérdida de amor en la histeria, amenaza de castración en la fobia y angustia frente al superyó en la neurosis obsesiva. Y así, vuelve a reformular su pregunta clave: ¿cuál es el núcleo de la situación de peligro? Y su respuesta es:”

La apreciación de nuestras fuerzas en comparación con su magnitud, la admisión de nuestro desvalimiento frente a él, desvalimiento material en caso de peligro realista y psíquico en el del peligro pulsional […] Llamemos traumática a una situación de desvalimiento vivenciada; tenemos buenas razones para diferenciar situación traumática de situación de peligro. (p. 155).

La angustia es entonces (la angustia señal) por una parte, expectativa del trauma y por la otra, una repetición amenguada de él. Es de acuerdo con el desarrollo de la serie angustia-peligro-desvali-miento en el trauma, que podemos resumir la situación de peligro es la situación de desvalimiento discernida recordada y esperada, “La angustia es la reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma, que más tarde es reproducida como señal de socorro en la situación de peligro” (Freud, 1925, p. 156). En 1932, Freud agrega:

[…] llamamos factor traumático a un estado así en que fracasan los empeños del principio del placer... lo temido, el asunto de la angustia es en cada caso, la emergencia de un factor traumático que no pueda ser tramitado según las normas del principio del placer. (p. 87)

Este nexo entre angustia, desvalimiento ante el trauma y lo no tramitable por el principio del placer, va a ser retomado tanto por Lacan como por Winnicott, cada uno con su estilo, situación que destaco para tomarla como ejemplo del enriquecimiento que pueden aportar diferentes versiones en torno a una cuestión temática.

Encontramos también en Freud (1926) una alusión a la angustia ante la satisfacción masoquista, en la que “el yo retrocede aterrado”, en cuanto que la pulsión de destrucción vuelta hacia la persona propia. Esta idea también puede haber influido en Lacan al relacionar la angustia con el deseo y con el goce (satisfacción masoquista).

Para sintetizar: la última teoría de la angustia en Freud sostiene que la angustia es testimonio del desvalimiento del yo, de su falta de recursos frente a los estímulos, especialmente los pulsionales, así como también el último recurso, que logra ser implementado como señal, para defenderse de esa sobrecarga libidinal (trauma, más allá del principio del placer, tendencia masoquista), poniendo en marcha en ese caso el proceso de la represión.

La angustia en Lacan

Lacan retoma la idea freudiana de que la angustia de castración aparece ante la castración de la madre. A partir de su idea de los tres registros: Simbólico, Imaginario y Real, elabora la idea de falta simbólica, de castración simbólica, como la falta en el Gran Otro representante del orden simbólico. El orden simbólico se instituye a partir de la existencia de una falta. Mientras exista esta marca de una falta, que sería el falo simbólico, está garantizado el deseo y su movimiento de sustitución. Este orden simbólico garante de la falta se correspondería en Freud con el padre de la ley. En Tótem y tabú, Freud nos describe al protopadre, el padre de la horda primitiva, arbitrario y caprichoso, la anti-ley, al cual le sobreviene la muerte en manos de la horda fraterna y la instauración del Tótem, Falo Simbólico, Padre Muerto garante de la ley. De ahora en más, su desmesura, el goce en términos de Lacan, queda interdicto. Hay prohibición del incesto y con esto instauración de la ley y del deseo. El objeto incestuoso debe quedar irremediablemente perdido como objeto de satisfacción pulsional, y el deseo va a estar referido a una falta que va a garantizar su perdurabilidad.

Desde este modelo y tomando elementos del estructuralismo y la lingüística, Lacan reformula el trabajo analítico como el trabajo con el significante, el deseo y su falta: el trabajo con el inconsciente reprimido. Ahora bien, sabemos que en la clínica el “tranquilo” trabajo con la palabra y la asociación muchas veces se interrumpe y es en estas situaciones donde puede emerger la angustia.

Para acceder al enigma de la angustia como fenómeno clínico, Lacan retoma del recorrido freudiano —que ya hemos transitado—, las ideas de Lo Ominoso y de Más allá del principio del placer. La referencia a que algo que debía permanecer oculto, extrañado, se asoma provocando una forma de lo angustioso y lo siniestro, así también la idea de la angustia como testimonio de un más allá del principio del placer.

¿Qué nos dice Lacan? Que ese Gran Otro simbólico, constituido por el deseo ley, el Gran Otro de la falta simbólica, es estructuralmente fallido. Entonces, el motivo de la angustia es que ante la falla —la barradura del Gran Otro simbólico pacificante— vuelve a emerger una amenaza innombrable, representada por la emergencia de lo que Lacan denomina un Deseo en estado puro, sin mediación simbólica. Lacan formula esta amenaza utilizando la expresión “¿qué me quiere?”, donde el me alude a quedar reducido a objeto ante el enigma absoluto del Deseo del Otro.

Por otro lado, Winnicott indica que la conducta intrusiva materna ejemplificaría a la madre que no introduce una falta simbólica, al no ausentarse en un adecuado interjuego presencia-ausencia. Esta hiperpresencia generaría el inquietante “¿qué me quiere?”, el Deseo en estado puro, y la angustia como ese sentirse ser objeto a merced del Deseo del Otro. Esta sería la versión desde Lacan del desvalimiento en el trauma freudiano. Estamos en el más allá del principio del placer, en la emergencia de algo de lo real según Lacan, ante la posibilidad de quedar a merced de la pulsión masoquista según Freud.

Si los padres tienen un deseo de un hijo le otorgan un lugar en lo simbólico. Para Lacan ingresamos como objeto en el campo del Otro, pero ese cuerpo real del recién nacido inmediatamente queda “alojado” en el deseo y comienza a recibir el efecto del significante, de la palabra que lo va tornando sujeto del lenguaje. Se le da un nombre, es alguien para alguien y entra en la cadena significante. Lo siniestro, el asunto de la angustia, es cuando se presentifica ese real alojado en la estructura, al que Lacan llama objeto “a”.

Quiero mencionar un ejemplo clínico que toma Lacan de una paciente de Margaret Little, analista que a su vez fue paciente de Winnicott. La paciente, llamada Frida, era una mujer que no tuvo lugar en el deseo de sus padres, vicisitudes de su historia dejan en ella la huella de no haber significado nada para su padre. Del lado materno, Frida tampoco se siente deseada, más allá del usufructo que la madre puede obtener de ella. Esto la condena a ser ese objeto caído, ese resto, a quedar identificada con el objeto “a”. Usualmente, los padres con su deseo rescatan al hijo de esta posición de quedar identificado al objeto, pero esta operación sólo se produce si a los padres ese hijo les “hace falta”.

Frida, estando en análisis, se entera de la muerte de Ilse y ahí se produce un cambio transferencial, no habla, sólo llora desconsoladamente. Lacan infiere luego que Ilse era alguien en quien Frida sí se debe haber sentido “alojada en su deseo”.4 Little relata sus infructuosos intentos, su utilización de diferentes líneas interpretativas a partir de sus conocimientos sobre el duelo, hasta llegar a su conmovedor relato donde le muestra, de alguna manera, lo dolida e impotente que se siente ante su pesar.

Lacan nos muestra cómo, en este caso, es la analista, Little, la que toca la angustia. Ella también se encuentra en situación de desvalimiento, dado que no le son suficientes sus recursos simbólicos, aquellos que les brindó su formación como psicoanalista. Ella entra en contacto con ese desvalimiento inicial, que sería la verdad última en el ser humano. No importa tanto lo que dice, su formulación desde la palabra, lo que importa es desde dónde lo dice, su posición subjetiva. Es en ese momento que se produce un viraje en la situación transferencial, que es interpretado por Lacan como que a partir de esa angustia del analista, angustia que “no miente”, la paciente registra que hay deseo, deseo en tanto lugar en el Gran Otro, donde ella puede alojar su objeto “a” para dejar de serlo. Se anida en el deseo y recupera su condición de sujeto: la angustia se torna portadora de la autenticidad del deseo.

En sus ideas sobre la angustia encontramos en Lacan desarrollos en torno al acto, al acto analítico, al acting out y pasaje al acto. Estos desarrollos permiten indicar, dentro del quehacer del psicoanalista, algo que va más allá del desciframiento del inconsciente, a partir de poner en relación angustia, capacidad de contactar con el desvalimiento y acto como respuesta singular, irrepetible e inédita ante este contacto. Esta secuencia sería también una aproximación a sus desarrollos en relación a la dirección de la cura.

La angustia en Winnicott

El concepto del desvalimiento del que partimos para observar las perspectivas de cada uno de los autores, adquiere un nuevo sentido en Winnicott si lo relacionamos con su concepción del estado de inmadurez y su lógica consecuencia, la necesidad del medio ambiente facilitador como punto de origen del comienzo y desarrollo de la subjetividad.

Madre medio ambiente, que permite la experiencia de “omnipotencia primaria”, base de la capacidad de ilusionar, crear y de confiar, de sentirse mago y hacedor de su mundo, y de que la vida se torne real y merecedora de ser vivida. Valor estructurante de la omnipotencia que vela la indefensión. Si hay fallos ambientales en estos tiempos fundantes de dependencia absoluta, donde la posibilidad de ser depende de la posibilidad de depender, hay aniquilamiento en vez de integración, y el bebé se ve mandado a reaccionar ante los estímulos externos y pulsionales que se tornan intrusivos y traumáticos. La intrusión, el reaccionar y el aniquilamiento serían a mi entender la reformulación del desvalimiento y el trauma en Winnicott.

En este estado de desvalimiento por fallas primarias de sostenimiento, la idea de trauma se torna emergencia de las angustias inconcebibles: “caer para siempre”, “despedazamiento”, “falta de relación con el cuerpo”, “falta de orientación”. Winnicott nos aporta la perspectiva de lo que el Gran Otro primordial, la madre, puede hacer para velar el desvalimiento y el trauma en los primeros momentos postnatales. Nos brinda así un modo de pensar las condiciones de posibilidad de constitución del velo simbólico-ima-ginario en Lacan. La función estructurante dada por la experiencia de omnipotencia primaria sería un antídoto del desvalimiento y del trauma.

Así como mediante esta capacidad de ilusión, resultado de la adaptación activa de la madre al gesto espontáneo, el infans ingresa al mundo de manera que se “adueña de la situación creándola”, donde el uso del objeto transicional refuerza esta vivencia de ser dueño de su experiencia. Podríamos decir que la transicionalidad posibilita subjetivar la experiencia. Siguiendo a Lacan, permitir esta ilusión funcionaría como un resguardo relativo a quedar en posición de objeto arrojado al goce. Esta experiencia velaría el objeto “a” de Lacan que debe permanecer velado y alojado en el deseo.

La angustia como señal la encontramos en Winnicott cuando ya hay dependencia relativa, conciencia de la dependencia, constitución de un “yo soy”; entonces la angustia emerge como señal y como producto de esta misma conciencia de dependencia. Esto en relación a la clínica, nos brinda valiosos aportes: tener en cuenta la dependencia y su valor en el tratamiento psicoanalítico; la vulnerabilidad del ego para evitar realizar “interpretaciones inteligentes”, pero que tendrían efecto de trauma si el paciente no está en condiciones de “crearlas al hallarlas”; y el uso de los fallos del analista para que emerjan en la transferencia esos traumas tempranos, fallos que pueden ser registrados y hablados por el paciente, dado que ahora él está presente y que en el fallo original fue aniquilado.

Winnicott nos aporta un tercer espacio, el espacio transicional que tiene la originalidad de centrar la mirada en “el entre” y lo que allí se produce como creatividad, juego, metáfora. Creemos que esta idea puede ser pensada también como un aporte epistemológico. La condición esencial para la constitución de la transicionalidad es para Winnicott la posibilidad de “Tolerar la paradoja”. ¿En qué consiste tolerar la paradoja? Para Winnicott es una cuestión de mirada de posicionamiento respecto de la pregunta que no debe formularse en términos de lógica de oposiciones. La propuesta es utilizar este posicionamiento al poner en relación las ideas de: trauma, la emergencia de lo real, aniquilamiento y angustias inconcebibles, como tres versiones de la angustia como testimonio del desvalimiento. Si las abordamos como conceptos, desde una lógica de oposiciones, delimitamos sus diferencias, tarea que es indiscutiblemente fructífera y necesaria.

Propongo otra alternativa no excluyente. Abordarlas en una “puesta en relación”. Si nos preguntamos qué se genera entre trauma, presentificación de lo real, intrusión, reacción y aniquilamiento, podemos pensar que se produce un efecto metafórico, lúdico, una apertura a una multiplicidad de sentidos. El sentido de cada concepto no se pierde, pero sí puede enriquecerse con los matices que le aporta este inter-juego. Adquieren en esta puesta en relación un “espesor metafórico” que considero de valor para el trabajo clínico.

He encontrado en el filósofo contemporáneo Richard Rorty, una perspectiva que considero afín a estas consideraciones. Este pensador propone el cambio de lo que considera viejos léxicos, donde se jerarquizan perspectivas de carácter metafísico tales como el descubrimiento de lo verdadero y lo falso, como el fundamento de la búsqueda del pensamiento, por un nuevo léxico donde las teorías adquieren el carácter de descripciones o de creaciones metafóricas realizadas por una persona a partir de sus determinaciones y contingencias. Encuentro que esta perspectiva desacraliza las teorías para que éstas pasen a configurar “conmovedores intentos humanos de recrear viejos interrogantes”. Desde esta óptica, estas versiones en torno a la angustia se vuelven conmovedores testimonios de cómo cada autor se encuentra, bordea, atraviesa la angustia en su práctica. Nos transmiten más que un saber una sabiduría singular producto de su singular trayectoria.

Quiero destacar el hecho de que, a partir del inter-juego propuesto, la angustia, afecto, testimonio y reminiscencia del desvalimiento, aparece en estos autores como fundamentación de un quehacer del analista que trasciende su función interpretativa del deseo inconsciente. En Lacan esto último fue llamado clínica de la angustia, clínica de lo real, donde la posición del analista que ha atravesado la angustia es el verdadero operador eficaz en el proceso, según lo acredita el ejemplo de Margaret Little. En Winnicott podemos encontrar esto en sus formulaciones en torno a la capacidad del analista de discernir cuándo interpretar un deseo y cuándo escuchar la necesidad en términos de lo que él llama “necesidades del ego”, en sus conceptos de utilización de los fallos del analista para acceder a los fallos primarios y a las angustias impensables. También, en su idea de sostén y manejo en el tratamiento de la conducta antisocial, tema que considero interesante de pensarlo en relación con los desarrollos de Lacan respecto del acting-out.

Si destacamos en la angustia su carácter de afecto ante la ausencia de recursos, vemos como su inclusión en el proceso de un análisis convoca al desafío para el analista cuando se encuentra sin recursos consabidos, cuando su clínica lo enfrenta al ejercicio de la creatividad, a su posibilidad de jugarse en el inevitable “acto o gesto espontáneo” que todo proceso analítico demanda. Se abre un campo de indeterminación del quehacer psicoanalítico más allá del trabajo con el determinismo inconsciente. Si las teorías, el saber consabido, es utilizado para obturar la angustia en el quehacer clínico, no hay lugar donde, a partir de ésta, cada analista cree su propio acto, recreando el psicoanálisis en su práctica, condición imprescindible de su eficacia y autenticidad.

Concluiremos con una cita de Freud (1926): “Cuando el caminante canta en la oscuridad, desmiente su estado de angustia, mas no por ello ve más claro” (p. 92). La apariencia de contradicción (referido a las teorizaciones) es que tomamos rígidamente unas abstracciones y destacamos de lo que sí es un estado de cosas complejo, ora un aspecto, ora el otro.

FUNCIÓN ANACLÍTICA Y DESTINOS PULSIONALES ANTE LOS DESAFÍOS DE LA CLÍNICA ACTUAL

El psicoanálisis inaugura la idea de inconsciente como un desconocimiento estructural humano. A la idea de desconocimiento y de división subjetiva se agrega la de que el desconocimiento apunta a deseos sexuales perversos polimorfos. La asociación libre configura el dispositivo de acceso a esos deseos reprimidos. Los sueños y actos fallidos son la vía regia de acceso a esa dimensión deseante que es puesta a trabajar en el análisis. En este contexto, psicoanálisis es hacer consciente lo inconsciente, llenar las lagunas mnémicas, adquirir un saber referido a los deseos sexuales inconscientes.

La transferencia y su impronta teórica y clínica viene asociada a la temática de la repetición. Primero como repetición en transferencia de lo olvidado reprimido. Repetición en lugar y como modo de rememoración, conservando el objetivo de rescatar un saber a develar. Por impases teóricos y de la práctica del psicoanálisis, el tema de la repetición se va alejando de la rememoración y del saber, para ir configurando algo que insiste más allá de lo adjetivable por el lenguaje, apareciendo vinculado a cierta tendencia conservadora, inercial. Freud nos habla de las resistencias del Ello, cierta dimensión pulsional no tramitada por el lenguaje, dimensión pulsional que no adviene a deseo.

Si partimos del descubrimiento freudiano en relación a sexualidad e inconsciente, podemos pensar en dos grandes líneas, quizás bajo la incidencia explícita o implícita de Lacan: la del deseo inconsciente y su abordaje por vía de la asociación libre en transferencia, adquisición por esta vía de un saber acerca de los deseos inconscientes reprimidos; y sexualidad y dimensión pulsional, vertiente ligada al concepto de ello a la repetición, a una dimensión pulsional que no advino a deseo. Tema que se viene trabajando desde diferentes líneas y ejes temáticos: dimensión del goce, dimensión de lo traumático, clínica del desamparo, etc.

Considero que puede ser interesante y oportuno en este momento retomar la noción de función anaclítica en Freud (madre nutricia, padre protector) y volver a pensar la pulsión y sus destinos desde esta perspectiva, de igual manera, retomar la noción freudiana de apuntalamiento. Esta línea permite, quizás, algunas convergencias posibles de nuestras teorizaciones y prácticas respecto de desafíos de la clínica actual. Retomar estas nociones nos puede permitir rescatar una perspectiva ligada con desarrollos posteriores. Winnicott fue un pensador que, a mi entender, profundizó esta vertiente freudiana ligada a la función anaclítica y solidaria con la indefensión de la cría humana con su concepto de sostenimiento. Este concepto parte del sostenimiento del infans en los brazos maternos, pero, según el autor, se extiende en círculos concéntricos hasta abarcar las leyes que rigen la sociedad.

Lacan, al trabajar el tema de la angustia, afirma que el humano es primariamente alojado como objeto en el deseo del Otro, condición que queda velada a partir de los revestimientos fálicos, velada su dimensión de desamparo, convirtiéndose el infans en his majesty the baby. Si no es alojado en el deseo, queda identificado al objeto como resto5, uno de los nombres del objeto a, aquello que presentifica el registro de lo real desde Lacan. Es dejado caer “sin morada en lo simbólico”. A la hora actual podemos decir como “homeless de lo simbólico”. En la idea de sostenimiento en Winnicott podemos ver una función simbólica legalizante, así como en el “ser alojado en el deseo, en lo simbólico”, como lo postula Lacan, podemos ver una función de sostenimiento. En ambos encontramos diferentes desarrollos ligados al apuntalamiento necesario de la cría humana para la constitución subjetiva.

Quiero retomar esta idea de sostenimiento como círculos concéntricos que parten de los brazos maternos, continúan con la inclusión del tercero, padre, y que siguen en la familia ampliada y que por último, se extienden en las legalidades que sostienen el funcionamiento social. Es interesante vincular esta idea de sostenimiento con los fallos en la legalidad en el mundo actual. Estos fallos en lo simbólico exponen a situaciones vinculadas al desamparo, a la exposición a la angustia traumática, por déficit de cuidado y protección mínima, por déficit de una legalidad que legitime el cuidado de la indefensión.

Me parece importante pensar acerca de cómo rescatar no sólo el deseo caído bajo la represión, sino la capacidad de desear bajo los efectos arrasadores de la angustia traumática, solidaria de una situación social de desamparo que remeda algo de la situación traumática del nacimiento que nos trae Freud en Inhibición, síntoma y angustia (pensemos en los ataques de pánico hoy, en las enfermedades en el cuerpo, la escisión psicosomática, según Winnicott, como expresiones de angustia traumática), y que coexiste con la angustia neurótica en cada paciente. Estas circunstancias conmocionan los cimientos del dispositivo que nos permite trabajar con el deseo, la asociación libre y la interpretación.

Creo fundamental revalorizar dentro de la función analítica actual el brindar un lugar, un espacio donde el desamparo del paciente pueda sentirse alojado como situación de urgencia. Por eso, sugiero repensar la función de apuntalamiento en Freud, el holding winnicottiano. Saber cuándo trabajar con el deseo inconsciente y cuándo atender a lo que este autor llama necesidades del ego. Atender la dimensión real de la transferencia según Lacan, en relación a la instalación de la transferencia y sus consecuencias en las vicisitudes pulsionales. En la constitución de las condiciones que permiten, a veces, que emerja el deseo inconsciente reprimido, y otras en que éste pueda relanzarse, situación que no ocurre ante la actualidad del trauma.

Creo importante rescatar la dimensión de acting en la clínica actual, como la entiende Lacan, en relación al tema de la angustia, y las elaboraciones de Winnicott sobre conducta antisocial, y sus respectivos aportes acerca del acto analítico y de su manejo, abordajes que brindan elementos para rescatar del desamparo traumático, reinstalando las condiciones que posibilitan el trabajo analítico con la asociación, la palabra y el deseo reprimido. Estos desarrollos permiten pensar una clínica que oferte algo de ese espacio faltante en el entorno social, en su legalidad. Un espacio confiable (función anaclítica), una clínica que sepa de la oportunidad, del momento de sus intervenciones. Que vaya creando las condiciones facilitadoras que posibiliten que el desear se restituya y que el deseo reprimido se relance a partir de la asociación de la palabra, que invite a investir al analista y al psicoanálisis como dispositivo eficaz. Considero que uno de los modos que contribuyen a facilitar estas condiciones radica en la posibilidad de que el analista sepa cuándo intervenir discriminando entre la situación traumática actual epocal y la resignificación individual inconsciente de la misma. Saltear este paso puede incrementar la posición neurótica del paciente. Por el contrario, contribuir en esta discriminación puede constituir muchas veces, una marca inaugural, abrir un espacio confiable que discrimina el fallo del Otro a la vez que considera cómo se posiciona el sujeto ante ese fallo, dependiendo de sus determinaciones inconscientes. Esto lleva a repensar los momentos, los tiempos, los modos de intervención del analista.

Creo que reconsiderar esta perspectiva no nos desvía de la temática ligada al psicoanálisis y la sexualidad, por el contrario, creo que puede tornarnos más sensibles, oportunos y eficaces en su modo de abordaje.

LA ANGUSTIA EN FREUD, LACAN Y WINNICOTT. UN APORTE A LA CLÍNICA DEL DESAMPARO

En el siguiente apartado abordaremos, en una primera instancia, la problemática acerca de la puesta en tensión entre angustias primitivas y angustia de castración. En segunda instancia, nos detendremos en la angustia en la clínica, en un interjuego entre el concepto de acting en Lacan y el de conducta antisocial en Winnicott.

Angustias primitivas y angustia de castración

La interrogante relacionada a los conceptos de angustia primitiva y de castración surge como efecto de los diferentes desarrollos y líneas de pensamiento existentes dentro de nuestra disciplina. Efectos del tiempo transcurrido, entre la creación freudiana y el momento actual del psicoanálisis y del mundo. Plantearnos estas inquietudes es un desafío que nos propone el pluralismo psicoanalítico. ¿Si pensamos en términos de angustias primitivas (Winnicott), cómo pensar la temática de la angustia de castración? ¿Pensar en los fallos en la constitución del narcisismo nos aparta de la temática pulsional?

Recordemos que Freud, en el estudio de la zoofobia introduce el tema de la castración como peligro que, si bien dependía de la libido, remitía a una amenaza: la pérdida del pene vivida como externa. Amenaza ante el deseo incestuoso que pone en marcha el mecanismo de la represión. A partir de 1926, Freud comienza a desarrollar el concepto de trauma como el núcleo de la situación de peligro. Este núcleo “es la situación de insatisfacción en que las magnitudes de estímulo alcanzan un nivel displacentero, sin que se las domine por empleo psíquico y descarga […] análogo a la situación de nacimiento” (1926, p. 130). Una vez que definió este núcleo reconsidera a la angustia ante la pérdida de objeto y a la angustia de castración como determinadas por el peligro del trauma.

Vemos cómo varían las condiciones de angustia acorde a las condiciones del peligro en función de los progresos del desarrollo (Freud, 1926).

El peligro del desvalimiento psíquico se adecua al período de inmadurez del yo, así como el peligro a la pérdida de objeto a la falta de autonomía de los primeros años de la niñez, el peligro de castración a la fase fálica y la angustia frente al súper yo, al período de latencia (p. 134).

Freud vuelve a reformular la pregunta clave: ¿cuál es el núcleo de la situación de peligro? Y responde,

La apreciación de nuestras fuerzas en comparación con su magnitud, la admisión de nuestro desvalimiento frente a él, desvalimiento material en caso de peligro realista y psíquico en el del peligro pulsional. Llamamos traumática a una situación de desvalimiento vivenciada. Tenemos buenas razones para diferenciar situación traumática de situación de peligro. La situación de peligro es la situación de desvalimiento, discernida, recordada y esperada. (p. 155)

La angustia es la reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma, que más tarde es reproducida como señal de socorro en la situación de peligro. (p. 156)

En 1933 agrega: “Lo temido, el asunto de la angustia es en cada caso, la emergencia de un factor traumático que no pueda ser tramitado según las normas del principio del placer” (p. 87).

En el trabajo Acerca de la angustia en Freud, Lacan y Winnicott (Canteros, 1998), propuse que la angustia como vivencia de desvalimiento en la situación traumática permitía repensar las angustias primitivas en Winnicott, como nuevas versiones de esa situación aportando una mirada enriquecedora, un espesor metafórico al concepto freudiano de gran riqueza para el trabajo clínico. Este sería un primer enlace entre el concepto de angustias primitivas y angustia traumática. Primer enlace con el pensamiento freudiano.

En ese trabajo incluí en el interjuego lo que considero la versión de desvalimiento traumático en Lacan. En mi lectura, Lacan continúa el giro en el pensamiento freudiano que lleva a la formulación de que la verdadera angustia de castración se da ante la castración de la madre. A partir de este giro desarrolla sus ideas acerca de la Castración del Otro simbólico, concepto que en este autor marca el fallo estructural del orden simbólico, y la asechanza también estructural del Más allá del principio del placer. Para decirlo en términos freudianos, el sempiterno acecho del Padre Gozador ante los fallos estructurales del Padre de la Ley de Tótem Tabú.

Volviendo a Freud, en la primera formulación la castración recae sobre el sujeto, pérdida del pene; en la segunda, la castración recae sobre el Otro materno. La castración de la madre remite al encuentro con la madre pulsional. Ahí aparece la angustia. Dentro de la primera acepción distinguimos la angustia de castración, como propia del terreno del complejo de Edipo correspondiente a la etapa fálica, en el que se instituye el superyó. En cambio, en las angustias primitivas de desintegración, de intrusión, de separación corresponderían a los fallos en la constitución del narcisismo, efecto de traumas primarios por falla de sostenimiento previo al estadio edípico, y a la temática de la castración. Si incluimos la segunda acepción de castración, donde la castración se corre del lado del sujeto al lado del Otro, las angustias primitivas ligadas sin duda a la constitución del narcisismo, a sus fallos, no dejan de articularse a la cuestión de la castración y la irrupción de la pulsión como traumática, incluyendo la temática de la intrusión pulsional de la madre por ausencia de mediación simbólica en el psiquismo materno.

Este déficit de castración simbólica en la madre la llevaría a exponer al infans en un encuentro a destiempo con la Castración del

Otro6. Este encuentro incide en la estructuración psíquica, en la constitución del velo simbólico imaginario (Lacan), en la estructuración del narcisismo, generando efectos de escisión, afectando la instauración de la represión primaria (Rousillon) fundante del Inconsciente. Dejo planteado este tema que puede dar lugar a interesantes reflexiones.

Si nos remitimos al entorno social, el discurso social actual coincide con esta figura de la castración del Otro simbólico, de la legalidad y su función de sostenimiento social. Estamos a merced de quedar en posición de objeto ante el goce del Mercado, ante la sobrecarga de estímulos inasimilables, efecto de las nuevas tecnologías, de los medios y de una compleja serie de fenómenos políticos y económicos, frente a los que podemos quedar expuestos a situaciones de desvalimiento traumático7.

Otro aspecto a considerar es la incidencia de los medios en una particular modalidad del tratamiento del dolor humano. Éste es alternativamente exhibido, ocultado y silenciado. Las imágenes del terrorismo y la guerra con Irak son un ejemplo de la “globalización” de este tratamiento del dolor humano, de su manipulación. Nos hallamos ante un vacío de la función de validación empática del dolor8, a la vez que padecemos sus efectos. Esta situación contribuye al incremento de la amenaza de desvalimiento traumático.

La angustia en la clínica

Ante este marco epocal, ¿cómo repensar la cuestión de la angustia en la clínica? ¿Qué hace un analista en su clínica ante la angustia? A veces, nos encontramos con pacientes que sienten intensas angustias. Otras, con la ausencia de angustia como afecto vivenciado por el paciente y el registro de la angustia del lado del analista, soportado a través de la contratransferencia, como sucede en las patologías de escisión, en la obra de Winnicott, y como aparece en el terreno de la psicosomática.

¿Qué hace un analista ante estas situaciones? ¿Interpreta sentidos? ¿Introduce construcciones a través de la palabra? ¿Verbaliza el registro afectivo nominando el afecto? ¿Interviene de otros modos ante este registro, además de verbalizar o, a veces, en lugar de verbalizarlo?

Desde diferentes líneas teóricas dentro del psicoanálisis, entre las que se inscriben Winnicott y Lacan, ante ciertos desafíos clínicos donde aparece la angustia del lado del analista, nos encontramos con un quehacer del analista que puede incluir o no la palabra pero, en tal caso, no en tanto su valor como vehículo de un sentido reprimido o construido. Dentro de esta línea de intervenciones, encontramos las ideas acerca del acting y el acto analítico en Lacan y las de sostén, manejo y confiabilidad del marco en Winnicott, ideas entre las que he trazado un puente en capítulos anteriores.

Recordemos que Winnicott en la conducta antisocial invita a detectar la esperanza contenida en la agresividad o molestia del antisocial, que busca recuperar los cuidados hogareños del sostén arrebatado. Un sostén vivenciado y que fue abruptamente perdido en un momento madurativo en que se esboza la capacidad de registrar la deprivación ambiental. Ante estas situaciones postula el valor del manejo, que consiste en ofertar un sostén firme que sobreviva a los embates de agresividad. Lo esencial es recuperar la confiabilidad del marco a través del manejo adecuado. Esta capacidad de manejo dependerá del modo de tramitación de la angustia del analista ante estos desafíos.

Dentro de su teoría acerca de los tres registros: Simbólico, Imaginario y Real, Lacan entiende el “acting” como un llamado al “Gran Otro de la Ley”, del “Orden Simbólico”, como una interpelación al Otro al sentirse a merced de quedar identificado con el “resto”, el “desecho”, una de las versiones del objeto a, sin morada en lo simbólico. Interpelación que toca el enigma humano acerca del lugar en el Deseo del Otro.

Podemos ver en ambas descripciones, más allá de las diferencias intrateóricas, una amenaza de “exclusión”, de “caída”, de “desalojo”, y un llamado angustioso de sostén. Ante este tipo de cruces interteóricos, podemos plantearnos si no hay un riesgo de caer en un reduccionismo, donde se pierde la riqueza que cada concepto guarda dentro de la coherencia intrateórica. En mi opinión, estas críticas, si bien pueden responder a un deseo de preservar la claridad conceptual, pueden surgir ante un temor al borramiento de las diferencias entre los conceptos, efecto de la utilización de una lógica binaria basada en el principio de no contradicción, profundamente arraigada en nuestra condición de sujetos modernos provenientes de una tradición de pensamiento occidental regida por una lógica identitaria. Por ello, propongo la utilización de una lógica que trascienda el binarismo. Una lógica que “tolere la paradoja al modo winnicottiano” para abordar la intertextualidad dentro de las diferentes teorías vigentes hoy en el psicoanálisis.

En La angustia en Freud, Lacan y Winnicott (1999) sostuve que esta lógica que tolera la paradoja permite que se produzca un interjuego —en este caso Winnicott-Lacan— productor de un plus de significación; un “espesor metafórico” que enriquece nuestro trabajo clínico. Además de marcar diferencias desde la lógica identitaria, con la lógica que rige la transicionalidad, podemos rescatar los matices que aporta cada perspectiva, cada punto de vista. Hablar de matices nos lleva a ir más allá del logos, a establecer puentes entre lo inteligible y lo sensible. Accedemos de este modo a otro pensar, un “sensible pensar” tan necesario en el mundo actual y en la clínica actual.

Creo que de este modo nos inscribimos dentro de corrientes actuales del pensamiento contemporáneo, que nos traen una dimensión lúdica del pensar y una toma de distancia con el pensamiento sistemático regido exclusivamente por la razón y por lógica de la identidad. En el artículo La resistencia del pensar (2006) Cragnolini trae la idea de “razón imaginativa”. Sostiene que la razón busca lo universal, en tanto “La imaginación multiplica perspectivas, recoge sentidos diversos, teniendo en cuenta precisamente las singularidades; lo característico de una idea de razón imaginativa sería la posibilidad de abarcar sin síntesis, sino en estado de tensión constante ambos aspectos, lo universal y lo singular […]”

Y agrega:

Lo propio del perspectivismo […] la generación de perspectivas implica la posibilidad del cambio de las mismas, de acuerdo a las circunstancias y a su valor “al servicio de la vida”. Esa necesidad de los nihilistas decadentes (Nietzsche) de detenerse en los “extremos” es una voluntad de aseguramiento de lo real […] enmascarada en la idea de voluntad de verdad. El carácter provisional de las perspectivas […] no busca seguridades últimas, fundamentos […] opera a partir de un continuo movimiento que genera sentidos como modo de enfrentamiento con lo caótico, pero que recrea esos sentidos en una tarea continua de disgregación de los mismos. (p. 20)

Pensar desde la Shoa significó un llamado a cuestionar ese pensar instituido.

Volviendo a la relación entre acting y conducta antisocial, vemos también en ambos autores una propuesta de un quehacer por parte del analista que va más allá de la labor interpretativa. Así como Winnicott nos habla del manejo y de la confiabilidad del marco, Lacan comienza a desarrollar sus ideas en torno a la angustia del analista y del acto analítico, como modos de ofertar ese sostén en el deseo que muchas veces define un proceso analítico.

Es significativo que Margaret Little, prestigiosa analista paciente de Winnicott, sea tomada por Lacan en el Seminario de la Angustia, como ejemplo de lo que un analista hace cuando puede contactar con la angustia en su clínica, tramitarla y transformarla en acto creativo. Recordemos a Frida, una paciente de Little. Era una mujer que no tuvo lugar en el deseo de sus padres. Estando en análisis, se entera de la muerte de su amiga Ilse y ahí se produce un cambio transferencial, no habla, sólo llorar desconsoladamente.

Little (2017) relata sus infructuosos intentos, su utilización de diferentes líneas interpretativas intentando utilizar todos sus conocimientos sobre el duelo brindados por su formación:

Nada de esto la alcanzaba, estaba totalmente fuera de contacto […] Después de cinco semanas, su vida estaba en peligro, ya sea por riesgo de suicidio o agotamiento, de alguna forma tenía que llegar a ella. Por fin le dije lo muy doloroso que era su angustia, no solo para ella y su familia, sino que para mí. Le dije que nadie podía estar cerca de ella en ese estado, sin verse profundamente afectado. Yo sentía pena con ella y por ella en su pérdida. El efecto fue instantáneo y muy grande. En menos de una hora se tranquilizó, se tendió en el diván y lloró tristemente. (pp. 114-115)

Lacan nos muestra cómo en este caso es la analista la que toca la angustia. Ella también se encuentra en situación de desvalimiento, dado que no le son suficientes sus recursos simbólicos, aquellos que le brindó su formación como psicoanalista. Little entra en contacto con ese desvalimiento inicial, que sería la verdad última en el ser humano. No importa tanto lo que dice, su formulación desde la palabra, lo que importa es desde dónde lo dice. Es a partir de este acto que se produce un viraje en la situación transferencial que es interpretado por Lacan a partir de esa angustia del analista, angustia que “no miente”. La paciente registra que hay deseo, deseo en tanto lugar en el Gran Otro, donde ella puede alojar su objeto “a” para dejar de serlo. Se anida en el deseo y recupera su condición de sujeto. Así, tiene un lugar donde alojar su desvalimiento.

En este punto, recordemos fragmentos del valioso testimonio de Little acerca de su análisis con Winnicott, dado que da cuenta de la posición ante la angustia del propio Winnicott como analista. Dice Little:

Me dejaba entrever lo que un análisis como el mío exigía de él. Exigencia que él estaba dispuesto a atender y no sólo bajo la condición de que el análisis resultara exitoso. Él debía soportar la angustia, la culpa, el dolor y la pena, la inseguridad y la impotencia. Él debía soportar lo insoportable. Debía, además, asumir toda la responsabilidad. (2017, p. 63)

¿No es esta una descripción acerca de soportar lo traumático? Y ¿cuál es el núcleo de la angustia en Freud? La situación de desvalimiento ante el trauma. El hallarse sin recursos en situación de desvalimiento ante los estímulos, especialmente los pulsionales. No poder tramitarlos por el principio del placer.

Estos fragmentos dan cuenta de cómo la angustia, lo insoportable a soportar va quedando del lado del analista. Éste genera efectos al poder albergarla en la transferencia y poder transformarla en sensibilidad, capacidad de inquietud, responsabilidad y en acto creativo. Esto llevó a Winnicott, según relata Little, a poder soportar el silencio y el llanto, a quitarle las llaves de su auto; a llamar a una amiga para que la sostenga. Y también lo llevó a internarla. Desde la posición subjetiva de poder estar sin recursos consabidos e ir creando su clínica y sus aportes.

Vemos cómo se abre un campo de indeterminación de nuestro quehacer, más allá del determinismo inconsciente, campo que la clínica de la angustia torna imprescindible. Podemos preguntarnos ¿cuál podría ser un denominador común de este quehacer? ¿Sería un quehacer que “aloja”, le otorga heim, hogar, morada a lo unheimlich, núcleo traumático, objeto a? ¿Dónde lo aloja? En la transferencia, brindando holding, soportando la transferencia, alojando en ella, incluso, la angustia no sentida por el paciente realizando su acto, su gesto creativo en el devenir transferencial.

Este quehacer del analista que brinda un lugar para alojar lo traumático establece una diferencia frente al efecto desubjetivante del entorno epocal, que amenaza con exclusión, desempleo y desalojo. Esta diferencia genera efectos de subjetivación, brindando confianza y credibilidad9.

Creo que este interjuego entre la perspectiva de Winnicott y la perspectiva de Lacan nos permite, en la dirección de la cura, tener en cuenta la importancia de que el encuentro con esa dimensión traumática de la condición humana ligada con la dimensión pulsional se produzca en el punto del proceso, que permita que la angustia dé lugar al nacimiento subjetivo y no a una reiteración traumática en transferencia. Detectar el cuándo y el cómo se da ese encuentro en la clínica define, muchas veces, el destino del proceso analítico. Creo que cuando Winnicott nos habla de holding apunta, precisamente, a poner en primer plano esta cuestión. Sus ideas de ilusión, omnipotencia, estructurantes, el ser femenino y el hacer masculino, el respeto al ritmo del paciente, el valor de la identificación sensible, el valor de tolerar la paradoja, como base de la transicionalidad. La utilización de los fallos del analista como modos de ir subjetivando en transferencia son aportes invalorables que enriquecen este aspecto fundamental del proceso analítico; los modos y efectos del encuentro con lo traumático. Le debemos al pensamiento de Lacan el acento en el carácter estructural del fallo del Orden simbólico, de la legalidad y el inevitable encuentro con “eso” traumático, esa dimensión de objeto que, a veces, pero no siempre, se ubica en el fantasma y que un análisis debe intentar llevar al punto de tornarlo causa de deseo. Creo que Winnicott enriquece esa clínica donde no se logró estructurar el fantasma y donde la amenaza de quedar identificado al objeto se consumó, dejando secuelas de escisión.

¿Podemos pensar que a veces las adhesiones teóricas inclinan unilateralmente la perspectiva hacia el extremo de velar excesivamente lo traumático, con un aporte que abusa del sentido sin considerar el límite de lo historizable, o con un holding mal entendido propiciando un análisis interminable o hacia un exceso opuesto que, pretendiendo generar efectos de corte apure el encuentro con lo traumático, sin el tino y el tacto que requiere la singularidad de cada encuentro? ¿Podemos pensar que los nombres de “angustia primitiva”, de “aniquilación”, de “desintegración”, de “angustia señal” serían los nombres de esa vivencia testimonio de cómo se dio ese encuentro en cada sujeto? Estas ideas nos permiten pensar en la posibilidad de incidir en la constitución de la angustia, señal deficitaria o inexistente en el psiquismo de algunos pacientes, tema preñado de consecuencias en el terreno de la psicosomática, según lo he podido comprobar en la clínica con pacientes que padecen alergia y asma en la que investigo desde 1973.

El contexto epocal nos lleva, hoy más que nunca, a reconsiderar y a revalorizar el incluir en nuestro quehacer ese “alojar en transferencia”, aportando esa dimensión de espera ausente en el discurso social. Incluir esa paciente dimensión de espera que va construyendo un paciente de análisis. Poder estar sin recursos, sin echar mano a los recursos consabidos para obturar la angustia. En ese caso, estos “recursos” pueden obturar nuestra creatividad, e ir creando el modo de intervención oportuno a la singularidad de cada encuentro e, incluso, llevar a reiterar la situación traumática en transferencia. Este es un punto de urgencia de nuestra clínica actual.

Me interesa contribuir con estas reflexiones a la idea de que fortalecer el pensamiento psicoanalítico cursa por poder tomar el aporte de cada perspectiva en una tarea interteórica dentro del psicoanálisis e interdisciplinaria con otras corrientes del pensamiento contemporáneo. Creo que lo que hoy está en juego es la dimensión subjetiva de la condición humana y el motivo es suficientemente fuerte como para que nos escuchemos entre nosotros y escuchemos a otros, que es escucharnos también como otros; marca fundacional de la creación freudiana, comprometidos en un esfuerzo de recreación constante de nuestra teoría abonada por nuestra práctica clínica.

APUNTES ACERCA DEL SUJETO, EL EGO Y EL SELF. PUNTUACIONES PARA PENSAR LA CLÍNICA DESDE DISTINTAS PERSPECTIVAS

La idea de sujeto es solidaria del concepto de Inconsciente.

Es el sujeto de deseos reprimidos, no sabidos pero actuales y activos, el que entra en conflicto con las aspiraciones conscientes, aspiraciones del yo, marcados por el Ideal del Yo o Súper Yo. Lo anterior, subraya la escisión estructural humana, el inconsciente. De ese modo se pone en cuestión la idea de individuo, de coherencia, de autoconocimiento, de psiquismo igual conciencia. De ahí la herida narcisista que representó el descubrimiento del Inconsciente.

En Lacan el inconsciente denota la sujeción al Otro del lenguaje a los significantes que alienan a la vez que constituyen a ese sujeto. Desde la perspectiva estructural, sujeto es un lugar entre S1 y S2, lugar evanescente que se manifiesta en los equívocos del lenguaje y que convalida la utilización de la asociación libre como método en el ejercicio del psicoanálisis. Sujeto barrado como vacilación subjetiva ante la emergencia de esos equívocos; vacilación del desconocimiento yoico en tanto desde “ese yo se cree saber lo que se dice”.

Cuando hablamos de sujeto, hablamos de deseo. Damos por sentado una estructuración psíquica. Un aparato psíquico compuesto por instancias, ya sea que consideremos la primera o la segunda tópica freudiana.

Esta estructuración lleva implícita una legalidad que da cuenta de esa estructuración. Esta legalidad puede ser descripta desde Freud en términos de represión, atravesamiento del Edipo y constitución del Ideal del Yo o Súper Yo. En Lacan, en términos de función simbólica de Nombre del padre y Metáfora paterna. Redescripciones de una legalidad siempre fallida, pero vigente en tanto permite una estructuración psíquica y la existencia del deseo y la represión.

Winnicott nos habla de necesidades del ego, idea aplicable a la extrema inmadurez, al hilflosigkeit freudiano, a la extrema dependencia de la cría humana y al riesgo inminente de trauma ante la ausencia de un Otro primordial que sostenga la inmadurez, la asista. Es una idea aplicable a la asistencia de los estados ligados al trauma, al dolor más que al deseo y al conflicto. Al trauma como factor desestructurante, desubjetivante. En su teorización, necesidades del ego quiere decir necesidades ligadas a la dependencia del Otro, efecto del estado de inmadurez y/o de amenaza de desvalimiento traumático. Aquello que el Otro debe registrar y aportar para la consecución del proceso de subjetivación. Ese aporte Winnicott lo llama sostenimiento. El desarrollo del ego apunta a considerar la dimensión temporal, el proceso que crea las condiciones de subjetivación.

¿Cómo entender su idea de maduración? Esta idea puede asociarse a una maduración preformada, instintual. Desde una perspectiva estructural se puede desestimar la maduración asociándola a esta primera acepción.

La teoría del desarrollo del ego nos lleva a pensar en un cuerpo inmaduro humano, requerido de significaciones en acto. ¿A qué podemos llamar significaciones en acto?, al cuidado corporal, al holding, al handling necesario, imprescindible para cumplir un desarrollo madurativo llamado proceso de integración. La maduración, entonces, se produce en el particular interjuego entre lo que el infans, la nueva subjetividad a construir trae, y lo que el Otro le significa en el modo de asistirlo.

El ego, Yo, alude al carácter de unidad al que conduce la tendencia a la integración. Es aquella parte de la personalidad que logra concebirse como unidad (Winnicott, 1965). El Otro, en los inicios, debe aportar para la consecución del proceso subjetivante la experiencia de ilusión, esa paradigmática experiencia de hallar-crear el objeto. Ese ser uno con la madre que permite velar, desconocer todo registro de diferencia en estado de extrema inmadurez (yo-no yo, interno- externo). Primero, ilusión estructurante, condición de ir subjetivando acompañado de una progresiva desilusión estructurante que permite el registro de diferencias acorde al ritmo madurativo del crecimiento.

El atender las necesidades del ego en la clínica permite considerar si hay un ego que logró diferenciarse, o que no llegó a este estado. No alcanzó el “yo soy”. Tener en cuenta esta diferencia, considero que es fundamental para que las intervenciones sean adecuadas. Permiten distinguir cuándo atender al sujeto y trabajar con el deseo, y cuándo atender las necesidades del ego y sostener ante la emergencia del dolor de lo traumático, ya sea que el trauma esté en relación con injurias tempranas, que llevaron a un déficit en la estructuración, o con fallos en el sostenimiento social que producen efectos traumáticos, amenazando las estructuraciones alcanzadas.

Ideas como integración, unidad, pueden despertar resquemores de retorno a la idea de individuo, dejando de lado la escisión estructural contenida en la idea de inconsciente. Aclaremos que, en este contexto, integración del yo como unidad, implica la posibilidad de delimitación del otro materno con quien se tuvo la ilusión de unidad. Otro materno que supo “jugar” a ser uno con el infans, para velar la indefensión de la inmadurez y llevarlo a ser uno diferente y diferenciado. Ese logro es efecto de un buen sostenimiento que integra la idea de legalidad y sensibilidad en el modo en que esta legalidad se va ejerciendo.

Si pensamos, desde el marco de la perspectiva estructural, la perspectiva del desarrollo nos permite considerar cómo se va subjetivando esa estructura, tanto en el proceso de constitución subjetiva como en la situación clínica. El self, dice Winnicott, “es el potencial heredado que experimenta una continuidad del ser y adquiere a su propio modo y a su propia velocidad una realidad psíquica y un esquema corporal personales” (1965, p. 59), y que

no es el Yo, es la persona que soy yo y solamente yo, que tiene una totalidad basada en el funcionamiento madurativo. Se halla ubicada en el cuerpo, pero puede disociarse del cuerpo. Se reconoce a sí mismo en los ojos y en la expresión del rostro de la madre como espejo. La vida del self es lo que otorga sentido a la acción y al vivir. (Winnicott, 1991, p. 322)

Entiendo que la idea de self marca una perspectiva que considera que cada subjetividad porta algo único, singular, que debe ser reconocido por el Otro asistente como modo de reconocimiento primario de su alteridad. Reconocimiento en acto, en el trato, en el modo de respetar el ritmo singular, el “gesto espontáneo”.

El rostro materno puede ser el espejo que registra al infans en su singularidad irreductible, o puede no serlo, dado que también puede imponer su propio gesto. Las incidencias clínicas de esta idea permiten ejercitar una escucha sensible, brindar un modo de trato adecuado. En estos niveles, la significación no pasa sólo por la palabra dicha, como con el infans en la etapa pre-subjetiva, sino que en la oportunidad, el tino, el tacto y el modo de sus intervenciones.

EL NACIMIENTO DEL SELF EN LA CLÍNICA. TESTIMONIO DE REIK DE SU ANÁLISIS CON FREUD10

el sentido del self basado en la experiencia de vivir

como una persona aceptada.

(Winnicott, 1991, p. 322)

El buen sostenimiento, la respuesta al gesto espontáneo, y al ritmo personal, brinda la posibilidad de vivir desde el Self, del verdadero self. De sentirse vivo, primer sentido que da sentido a todos los venideros. Da la posibilidad de creer, de confiar y de crear. Los fallos del sostenimiento, el ingreso a la vida desde una posición de sumisión y acatamiento conducen a un vivir desde un ser falso, un reaccionar primario en lugar de un ser y existir, espontáneo, personal. El sentimiento que acompaña este falso self que sucumbió a la defensa de escisión Winnicott lo llama sentimiento de futilidad, escepticismo vital, efecto de no poder creer, de no poder confiar que lleva a sentir que la vida no vale la pena de ser vivida. Sus derivas pueden llevar a las búsquedas vicariantes de sentirse vivo a través del consumo de drogas, de la hiperactividad y de otro tipo de adicciones. También puede llevar a buscar ser atacado y reaccionar, como modo de sentir, de sentirse vivo y real, situación que detectamos en las llamadas patologías actuales. Vemos también el incremento de depresiones, expresión de ese sentimiento de futilidad.

Entorno social y modos de subjetivación

El entorno social y sus cambios geopolíticos, científico-tecnológi-cos, económicos inciden en los modos de darse la subjetividad. Si pensamos con Foucault, en tiempos de la biopolítica, ya no interesamos como individuos a disciplinar como en el Paradigma de la Soberanía sino como integrantes de flujos poblacionales. En tiempos de la soberanía y su versión pater-familia, la amenaza era el castigo ante la trasgresión o indisciplina, en los tiempos actuales la amenaza es ser dejado caer por pertenecer o no pertenecer, a regiones, poblaciones y su relación con las fluctuaciones del mercado y sus necesidades económicas. Bajo esta lógica, la amenaza es el desempleo, la pérdida de competitividad, quedar fuera del sistema, caer en situación de desamparo (Freud), ante la indiferencia del otro del mercado. ¿Qué muestra la subjetividad actual? ¿Que muestra el cuerpo hoy (el cuerpo como sede del Self)?

Hoy escuchamos desesperanza, descreimiento del Otro ante esta situación traumática que en grandes sectores se va naturalizando, y va produciendo efectos de desensibilización, escisión, y refugio en nuevas fantasías epocales de invulnerabilidad. Vemos cierta docilidad patética del self frente a esta amenaza que se manifiesta como una entrega a los excesos de la demanda laboral, incrementados por los efectos de estar permanentemente conectados, efecto de las nuevas tecnologías. Surgen ataques de pánico, depresiones, afecciones en el cuerpo, injuria a las condiciones necesarias para ese sentimiento primario de sentirse vivo y real.

En la actualidad, se complejizan las estrategias en la medida en que se complejizan las relaciones de poder. El poder judicial representante, según Foucault, del paradigma de la Soberanía, donde el soberano castiga la transgresión, hoy retorna y condena, encarcelando a los contrincantes. Nuevos modos de entrecruzamiento entre las estrategias del poder soberano y de la biopolítica. El dejar caer convive con criminalizar al contrincante.

En este contexto, la pregunta que surge es la siguiente: ¿Cómo ejercer hoy el psicoanálisis para atender y responder a este contexto epocal y a sus efectos en la subjetividad? Creo fundamental la plasticidad, la maleabilidad del analista, de su encuadre, como primer modo de respuesta que dice: te escucho tal cual eres y puedes “estar con” y así respondo a tu llamado. Si esperamos al paciente “neurótico clásico” reiteramos otra experiencia donde rige esta lógica del descarte. Creo que es necesario un darse, un brindarse abierto mucho más incierto, un poner el cuerpo como modo de brindar al paciente la experiencia de ser “alojado” en transferencia11, investido. Esta condición, si bien siempre es necesaria, creo que hoy es imprescindible. El paciente de hoy necesita ser escuchado y además necesita ser alojado, condición que lo rescata de la amenazada y los efectos del desamparo contemporáneo.

Debemos abocarnos a revisar la temática del amor en transferencia desde esta perspectiva. El amor como cuidado del otro en el trato singular con cada paciente y en cada momento, pero también, en un “dar lo que no se tiene”, poder estar sin recursos consabidos, pero eso sí, estar, no dejar caer, “sobrevivir”, testimonio de que hay lugar en el deseo. Un más allá de toda posición programática dura. Margaret Little muestra esta temática en su testimonio de su análisis con Winnicott al establecer un paralelo entre el análisis con la señora Sharp, muy adscripta a lo instituido por el psicoanálisis Kleiniano vigente en su época y en su entorno, y el análisis con Winnicott. Lo muestra también en el caso de su paciente Frida. Ella, como analista12.

Si bien el tema del self, solidario de la importancia de la adecuación del otro en Winnicott, surge por su interés por la patología de escisión, creo que es un aporte a tener en cuenta también en el campo de las neurosis. La amenaza de quedar en la situación de desvalimiento traumático forma parte de la vida y siguiendo lo que sostuvimos en relación a la sociedad actual, es una amenaza que también afecta a aquellos pacientes que tienen un funcionamiento a predominio neurótico. Por estas razones me interesa traer el testimonio de Theodore Reik que me parece un verdadero hallazgo.

Una experiencia de hallar- crear el deseo

El testimonio de Reik y su análisis con Freud es a mi modo de ver un ejemplo del ejercicio del análisis que tiene en cuenta la dimensión del self.

Este testimonio de un análisis de Freud por Reik, su paciente, nos permite acceder a un Freud trabajando en los inicios del psicoanálisis, relatado por un analista de la talla de Reik, que participó junto al maestro, en los orígenes del nacimiento del psicoanálisis. Muestra una experiencia psicoanalítica viva. Un Freud creando psicoanálisis. Un Freud real, habitado por su ambivalencia con su vecino vienes Schnitzler, escritor que también incursionaba desde la literatura en la oscuridad del alma humana. Por qué no pensar que es precisamente a partir de conocer su ambivalencia por su autoanálisis que consigue un cierto saber-hacer con ella, a partir del cual capta la ambivalencia de su paciente, sabe del doloroso trabajo de aceptarla y soportarla. Es ese saber que se traduce en la sesión en adecuación y sensibilidad en el modo de aproximar el deseo inconsciente a su paciente.

El self en los comienzos es reunir las condiciones de sentirse vivo. Ese es el primer sentido el que le da sentido a todos los sentidos en la vida. Un sentirse vivo coproducido entre el infans y la madre suficientemente buena, heredero de la adecuación y sensibilidad de la madre. Cada vez que logramos adecuación y sensibilidad estamos dando nacimiento, fuerza, vigor al self del paciente. Cada vez que logramos ejercer el manejo de la transferencia, captando desde una escucha sensible que necesita el paciente, le damos cabida a aquello que no tuvo lugar en los tiempos primordiales del nacimiento del self. Hacemos diferencia en la repetición y generamos una mayor fuerza, intensidad en la capacidad de investir. Dicho en los términos de nuestra convocatoria, facilitamos que el verdadero self se atreva a investir. Vamos construyendo un creer y un confiar que hace que la vida valga la pena de ser vivida.

Reik relata que súbitamente cae enfermo. Le sobrevienen mareos, opresión en el pecho. La más vívida sensación de muerte, se pensó en algo cardíaco. Luego de meses de padecer se lo comenta a Freud, que le dice que no cree que sea una afección cardíaca, era demasiado joven para padecerla. Reik le pide tratamiento a Freud. Hoy pensaríamos en un paciente con un ataque de pánico. A medida que avanza su tratamiento, Reik le cuenta una de sus angustias en relación a su mujer y le confiesa haber conocido a una muchacha que le despierta atracción, y de la ocurrencia de divorciarse para casarse con la joven, afirmando que no se puede divorciar de alguien que está muy enfermo. Le relata que permanece todo el tiempo libre al lado del lecho de su mujer, Freud le dice: “quizás sería mejor quedarse solo un momento, algo así como un cuarto de hora, y luego ir a otra parte, y volver al cabo de un tiempo para permanecer junto a ella solo durante unos instantes”. (Reik, 1956, p. 209)

Podemos pensar que, con esta intervención, Freud le aporta una nueva perspectiva que difiere de la mirada acusatoria del Superyó. Funciona como “aliado”, que le avala poder “faltarle al otro”, ante la emergencia de su deseo y su imposibilidad de alejarse. Es una intervención que ejerce una función de corte y de protección ante la incidencia imperativa del Otro que va afectando y amenazando a Reik con sensaciones vívidas en su cuerpo. Lo protege frente a la posición de acatamiento a un Superyó que afecta el poder sentirse vivo y seguir vivo. Poder poner distancia vital, para continuar su despliegue vital.

Promediando una sesión en que continuó contando sus malestares, dudas, remordimientos y contradicciones, Freud se mantuvo escuchando en silencio, hasta que le plantea la siguiente pregunta: “¿Recuerda usted la novela el asesino de Schnitzler?”, casi al final de la sesión en voz baja pero firme (Reik, 1956, p. 211).

El modo de aproximar el deseo a partir de una pregunta sobre una novela de Schnitzler, es un modo de responder al self de Reik. ¿Por qué? Una pregunta. Apenas una alusión, hecha con tino, con el tacto que surge de la identificación empática de Freud en el modo de aproximar el encuentro con el deseo que, enfrentado de otro modo, hubiera sido negado al producir un efecto traumático por lo inaceptable desde la lógica excluyente del superyó de Reik, reforzada por las características del discurso de su época. El que fuera una novela y el asesino el personaje de una novela, redoblaba el carácter ficcional del asesinato, además de permitirle a Reik la identificación de su deseo con el del asesino de la novela. Lo ficcional, como el jugar, va trazando un puente entre los efectos deseados y temidos de la omnipotencia del deseo y su ejecución real.

Dice Reik: “la interpretación indirecta efectuada mediante la mención de la novela de Schnitzler me acercó a la solución, pero al hacerlo me produjo la impresión de que yo mismo había encontrado la fuente secreta de mi conducta. Reconocí mi propia imagen en el espejo de la novela de Schnitzler” (1956, p. 224) ¿No es esta una sorprendente descripción de la experiencia de “hallar-crear” el objeto, “hallar-crear” su deseo, permitiendo que la experiencia sea personal, desde el self y no reactiva?

Winnicott dice que el Self se sostiene en el rostro y la mirada de la madre. Reik dice:

Reconocí mi propia imagen en el espejo de la novela, pero comprendí sólo unos pocos segundos más tarde que se trataba de una imagen distorsionada, comparable a las que uno ve en los espejos cóncavos y convexos, en los que las manos y los pies aparecen grotescamente agrandados. Allí me topé cara a cara conmigo mismo, pero al mismo tiempo supe con certeza que no se trataba de mi rostro real, sino uno que imaginaba o temía tener. Ese no era yo, sino la forma en que me había concebido inconscientemente como un implacable asesino. Esta interpretación indirecta me permitió identificarme con Alfredo (el personaje de la novela). Lo vi como una potencialidad mía, pero también tome consciencia de la distancia que me separaba de él (…) Después de haber sentido cuán cerca estaba de Alfredo en mi imaginación, reconocí cuán lejos me encontraba de él en los hechos. (1956, p. 225)

Freud, sabe devolverle una nueva imagen. Lo que Reik ve en el decir de Freud es lo que Freud ve en él. Lo ve teniendo deseos asesinos pero no por eso siendo un asesino, le brinda la experiencia de ser amado tal cual es, sin condiciones, aceptando todos sus deseos y sus contradicciones, situación que en los inicios permite el despliegue del self, de su dimensión pulsional, incluida su agresividad primaria13, su fuerza vital. Este modo de aproximación al deseo le permitió a Reik su apropiación acorde a su ritmo, a sus posibilidades. Logró también evitar el efecto de comprensión intelectual ligado a la actividad mental escindida del psique-soma (Dadas las ideas obsesivas de Reik, es interesante tomar este testimonio para el abordaje de la clínica de la neurosis obsesiva). Este ejemplo clínico lo podemos entender como un modo adecuado a la singularidad de Reik, modo creativo de interpretar el deseo que permitió la experiencia de apropiación personal, que es la que da nacimiento al self.

Bien podemos afirmar que Freud con sus intervenciones lo rescato del pánico. Pánico ante ese Súperyó que lo condena a morir y que compromete su cuerpo, no le da tregua. Escuchemos el relato del alivio y de la sensación de un volver a vivir. Dice Reik

Después de despedirme de Freud, salí a la calle en esa tarde de verano y caminé sin rumbo fijo durante varias horas por las calles semirurales de los suburbios vieneses. Me sentía extrañamente tranquilizado y alentado. No sólo había establecido una distancia con respecto a mi propia experiencia, sino que también comenzaba a aceptarme a mí mismo. Era un sentimiento edificante, como sólo había experimentado después de algún logro. Pero esta sensación de fortaleza y de nuevo coraje no era el resultado de ningún logro, sino del alivio con respecto a la presión de los sentimientos de culpa inconscientes. Mientras caminaba por las calles familiares, y por las colinas de Doebling y Grinzing, comprendí que me había convertido en la víctima de esos terribles ataques, y tuve la certeza de que no volverían. Nunca se repitieron. (1956, p. 225)

Creo que este material es un interesante testimonio para seguir pensando la clínica del Superyó. Encontramos en Freud conceptos como la resistencia del ello, la resistencia del Superyó, viscosidad de la libido. Estos conceptos surgen frente a los obstáculos, los impases de la clínica creada a partir de la neurosis de transferencia. Creo que ideas como las que aquí presento a partir de la clínica en Freud, la idea de que el analista pueda brindar la posibilidad de hallar-crear el deseo, parafraseando a Winnicott, a partir de su modo de intervención, pueden contribuir a franquear esos topes.

EL DIAGNÓSTICO EN WINNICOTT, UN INTER-JUEGO CON LACAN: APUNTES

Intentaré abordar los siguientes interrogantes:

1) ¿Cuáles son los parámetros desde los cuales Winnicott establece sus criterios diagnósticos? ¿Cuál es su postura en relación al tema y su incidencia en la cura y en el quehacer psicoanalista?

2) ¿Cómo correlacionar las ideas de Winnicott con la concepción en Lacan de estructuras diagnósticas: psicosis, perversión, neurosis?

3) ¿Cuál es, a mi modo de ver, una posibilidad de enriquecimientos a partir del inter-juego entre ambos abordajes?

Parámetros y criterios en Winnicott

Ubiquemos a Winnicott como un autor que retoma la idea freudiana de desamparo inicial, Hilflosigkeit, y la reformula a partir de su teoría del desarrollo y de la maduración de tendencias heredadas y posibilitadas por la provisión ambiental, por la dependencia y sostenimiento del medio ambiente facilitador.

El criterio diagnóstico en Winnicott se basa en el tipo de defensa correlativo al grado de maduración alcanzado. Estos criterios, solidarios de su teoría del desarrollo, se acompañan de algunos indicadores clínicos. Cuando el infans se encuentra a merced de las angustias “inconcebibles”: “caer para siempre”, “deshacerse”, “no tener relación con el cuerpo”, “carecer de orientación” por fallos en la etapa de dependencia absoluta, intervienen las defensas primarias. Si éstas gobiernan el proceso, en lugar de “integración” y “personalización” como consecuencia de un buen “sostenimiento” que brinde la posibilidad de vivir la experiencia de “ilusión”, tenemos la despersonalización, la desintegración y la disociación. “Defensas primarias” organizadas activamente frente a las agonías primitivas por estar expuesto ante lo imprevisible en estado de extrema inmadurez. Psicosis remite a la existencia de este tipo de defensas primarias.

La disociación, como defensa primaria, puede dar cuenta de una psicosis esquizofrénica como también de la existencia de cuadros esquizoides subyacentes a una neurosis. Sin embargo, para Winnicott la delimitación diagnóstica no es absoluta, ya que considera que muchas veces la diagnosis se va aclarando, sufre alteraciones. En la clínica, un indicador diagnóstico de estos estados esquizoides es el “sentimiento de futilidad e irrealidad. En el caso del esquizoide la disociación lo aparta de la dependencia y sus vicisitudes y lo deja en su mundo de “objetos subjetivos”, lo que no le permite el “sentirse real”.

En cambio, en el falso self la “disociación” es la defensa ante lo imprevisible de un sostenimiento alternativamente bueno y malo. No hubo respuesta al “gesto espontáneo”. Pudo haber sostenimiento, pero a costa de “acatamiento”. Este fallo impide la ilusión y daña, fundamentalmente, la confianza y la creatividad. Un indicador diagnóstico de falso self es el “sentimiento de futilidad” por imposibilidad de un vivir creador y la ausencia de espontaneidad.

¿Cómo piensa Winnicott la neurosis? Nos hallamos ante la subjetividad que logró un grado de desarrollo que le permite albergar los conflictos inherentes al Complejo de Edipo personal y la angustia de castración descripta por Freud. Ha podido implementar la represión como defensa frente a esta angustia y va a “poder confiar”, instalando una “transferencia” y poseyendo las condiciones para “jugar” en el sentido winnicottiano el “sofisticado juego del siglo XX que es el psicoanálisis”.

Según Winnicott, en las variedades más normales de depresión también estamos ante una subjetividad que logró un desarrollo del ego que le permite albergar conflictos vinculados, en este caso, con la integración, de impulsos destructivos e impulsos amorosos. La madre “medio ambiente”, la de los buenos cuidados, con la “madre objeto” de satisfacción pulsional. Esta es su reformulación de la posición depresiva en Klein. Cabe diferenciar este tipo de depresión, en la que el autor destaca “el valor de la depresión” como índice de un desarrollo logrado, de la “ depresión esquizoide” acompañada de futilidad en la que subyace la disociación.

Diferencias diagnósticas y el quehacer del analista

En los cuadros esquizoides así como en el falso self, hay un asunto que interesa en primera instancia y que se corresponde con el sufrimiento de los fallos primarios y sus defensas. Ese sufrimiento no corresponde a pensamientos inconscientes, no se puede desplegar en el juego asociativo. Lo esencial es la “ausencia de confianza” en la dependencia, la falta de creatividad, de espontaneidad y el sentimiento de futilidad. Desde su perspectiva, en estos cuadros lo esencial no es la interpretación de los conflictos sino otorgar la confiabilidad del marco. Advierte del riesgo de “interpretaciones inteligentes” que pueden tener efecto de violación, pues lo importante es la confiabilidad del marco que tiene en cuenta la debilidad del ego. Se trata de un “saber hacer” sensible que sabe del dolor, del trauma y que sabe cuándo introducir los conflictos vinculados al deseo, cuándo atender a lo que Winnicott llama la necesidad.

La detección diagnóstica de rasgos esquizoides y de falso self permite que el analista evite reiterar la falla primaria, imponer el propio gesto, en este caso el de la técnica analítica aplicable a la de la neurosis clásica. El falso self responde reiterando su acatamiento, pero se refuerza su desesperanza y su sentimiento de futilidad.

Para el abordaje de la patología correspondiente a fallos y defensas primarias, la propuesta de Winnicott apunta a: 1) confiabilidad del marco que permita regresión a la dependencia y deponer la defensa primaria. A partir de los fallos del analista, trabajar los fallos primarios. ¿De qué modo? En transferencia el paciente puede reaccionar ante los fallos del analista, y de este modo hacer que entren bajo el dominio de la omnipotencia. Puede adueñarse de ellos en lugar de quedar a merced de fallos que lo aniquilan.

Otro aporte de Winnicott lo constituye su clasificación de conducta antisocial. Esta clasificación no admite comparación directa con otro tipo de diagnósticos como neurosis y psicosis, ya que no depende del tipo de organización defensiva. Se lo puede encontrar en diferentes cuadros cuando se lo “depriva” de ciertas características esenciales de la vida hogareña, cuidado y protección, si esto sucede cuando ya hay un suficiente desarrollo del ego que permite tener conciencia de la dependencia. Las manifestaciones sintomáticas cuyo denominador común es el “valor de la molestia” aluden a un elemento de esperanza con relación al reconocimiento y resarcimiento de la deprivación. Lo esencial ante un paciente con conducta antisocial es el manejo adecuado. Crear las condiciones que permiten soportar y sostener los embates de agresividad y molestia sin respuesta retaliativa. Aquí, resulta interesante la relación entre esta descripción en Winnicott y el concepto de acting según Lacan.

El diagnóstico en Lacan

Lacan nos aporta un modelo estructural, a partir del estructuralismo y la lingüística intenta una redescripción de los postulados freudianos. Así, retoma la idea freudiana acerca de que la angustia de castración es ante la castración materna, pero en desarrollos posteriores llegará a la idea de castración simbólica o falta simbólica.

Esta teorización se inscribe dentro de su teoría de los tres registros: Simbólico, Imaginario y Real. El orden simbólico se instituye a partir de la existencia de una falta. La marca de esa falta es el “falo simbólico” que garantiza el deseo y su movimiento de sustitución. La función que instituye el orden simbólico es el “Nombre del Padre” a través de la operación que llama Lacan la “Metáfora paterna”.

El “Nombre del Padre”, que instituye el sistema simbólico, se correspondería con el padre de la ley, el padre muerto de Tótem y Tabú. En ese sentido es pacificador, instala la prohibición del incesto y protege del exceso, del goce y su sufrimiento. Nos dirá Lacan que, tras la “falta simbólica” pacificante se encuentra el objeto “a”, algo de lo real. Esta función simbólica pacíficamente se ejerce de modo fallido. Esto no es contingente, es condición estructural. Lacan planteará entonces que el “Gran Otro”, el “Orden simbólico” es estructuralmente fallido.

Diremos con Freud, detrás del padre de la ley subyace siempre su prehistoria, el padre gozador. Esta idea Lacan la formaliza planteando que el “Gran Otro” simbólico, el “Gran Otro” de la Ley, deviene un “Gran Otro” Barrado. A su vez, el “Gran Otro” Barrado puede emerger como “Gran Otro” deseante (-A-). La emergencia del “Gran Otro” deseante, del inquietante “Deseo en estado puro” se presentifica a través de la angustia. Aquella angustia que en Freud nos remite a lo siniestro, a cuando lo heimlich deja de serlo.

Bajo mi percepción, una manera de ejemplificar esta idea es con la “madre intrusiva” que describe Winnicott. La madre que no introduce su falta, un adecuado inter-juego presencia-ausencia; que no va creando ese hueco necesario para la constitución del deseo. Ese exceso de presencia materna generaría el inquietante “Que voi”, “que me quiere”, emergencia del “Deseo del Otro”, amenaza innombrable donde la heimlich madre medio ambiente, que supuestamente reconoce al otro como semejante, se torna umheimlich, enigma absoluto, amenaza de quedar en posición de objeto de satisfacción pulsional, a merced de ese Gran Otro y su goce.

Volviendo al tema diagnóstico, Lacan diferencia tres estructuras como modos de respuesta posible ante ese “Deseo del Otro”. Represión en la neurosis, desmentida en la perversión, y forclusión del “Nombre del Padre” en la psicosis. Diferentes intentos de cubrir la falla simbólica, la falla del “Nombre del Padre”.

El neurótico, dice Lacan, pone la castración de su lado. Él se siente en falta y de esa manera la castración queda velada del lado del “Gran Otro” simbólico. El obsesivo tapa la falta ofreciéndose como garante. La histeria tapa la falta ofreciendo su impotencia. El neurótico cede ante su deseo, no adviene al suyo y se ofrece como objeto, en el fantasma del Otro. Es a través de su posición de objeto en el fantasma que “vela” la falta del “Gran Otro”. En tanto, el perverso le “da de gozar al Otro”, y de esa manera lo restituye como “Gran Otro”, completo. El psicótico es el que sabe, tiene certeza de la castración del “Gran Otro” (-A-).

Tanto en la neurosis como en la perversión hay “Nombre del Padre”. La falla del Gran Otro, como decíamos, se recubre de un “velo” fantasmático “simbólico imaginario”, “velo” que protege, acota el goce y permite que rija el principio del placer. La forclusión del “Nombre del Padre” apunta a un agujero en lo simbólico que padece el psicótico y que lo deja a merced del goce, de las angustias innombrables, diríamos con Winnicott.

Podemos pensar que la “ilusión”, la experiencia de omnipotencia primaria, el “ser uno con la madre”, y la “transicionalidad” dadas por la identificación sensible con el estado de desvalimiento, son condiciones estructurantes que posibilitarían subjetivar la experiencia. Con Lacan, sería lo que otorga la construcción fantasmática como antídoto relativo a caer en la posición de objeto de goce y su sufrimiento. Antídoto frente a la posición de desamparo en el trauma según Freud.

Correlaciones y diferencias

Podemos decir que entre ambos autores hay diferentes lógicas y diferentes acentos. En Winnicott encontramos una teoría del desarrollo, mientras que en Lacan una teoría estructural. Winnicott resalta el valor estructurante de la ilusión para evitar el trauma en situación de desamparo como condición de salud mental, en tanto Lacan acentúa el carácter estructural del fallo. Winnicott nos habla de ilusión fundacional como protección ante lo imprevisible y del proceso de “desilusión paulatina”. Por su lado, Lacan nos habla del “fantasma” como “velo” protector frente a lo “real”, lo traumático, lo que arroja al más allá del principio del placer. En la dirección de la cura postula llevar al paciente a atravesar el fantasma, a saber de la falla estructural de lo simbólico. Winnicott, con sus ideas acerca del “gesto espontáneo”, verdadero self, tendencias heredadas, subraya el respeto a lo que la criatura humana trae en su encuentro con el otro. Retomando, a mi entender, el concepto de series complementarias freudiana. Mientras que Lacan enfatiza el efecto del “Gran Otro”, del “Orden simbólico”, su precedencia y su incidencia sobre la cría humana al constituirlo como sujeto del lenguaje. Esta posición corresponde a una etapa de su enseñanza, la etapa que privilegió el registro simbólico. A lo largo de su recorrido, fue reconsiderando el tema de los tres registros, Simbólico, Imaginario y Real, y modificando el modo de enlace de estos registros, reconsiderando el peso tanto de lo imaginario como de lo real.

Si volvemos a destacar los criterios de ambos autores para establecer el diagnóstico, podemos decir que Winnicott toma en consideración el tipo de defensa correlativo al grado de maduración del ego, distinguiendo entre defensas ante los fallos en la dependencia y defensas ante los conflictos personales, que implicarían otros grados de maduración, de constitución del yo. Mientras que para Lacan se establece en base al tipo de respuesta ante el fallo estructural del orden simbólico.

El diálogo entre esquemas referenciales. Una propuesta

Winnicott nos aporta un “tercer espacio”, el espacio transicional, que tiene la originalidad de centrar la mirada en el “entre” y lo que allí se produce como creatividad, juego, metáfora. Recordemos que es la “mirada que tolera la paradoja” la que permite que se produzca ese plus de “significación lúdica”.

En un trabajo anterior propuse jugar con esta idea en un sentido epistemológico. Poner en relación algunas ideas de diferentes autores, en este caso Winnicott y Lacan, y preguntarnos qué se genera en ese inter-juego desde la “mirada que tolera la paradoja”. A mi entender se produce una apertura, un efecto de significación nuevo. El sentido de cada concepto no se pierde, pero si puede enriquecerse con los matices que le ilumina esta puesta en relación.

Sostenimiento y registro simbólico

El concepto de sostenimiento aparece descripto inicialmente como función materna. Es cierto que desde lo fenoménico es la madre la que predominantemente lo ejerce, pero la perspectiva estructural que tiende a formalizar funciones, nos puede permitir reflexionar acerca del sostenimiento como una actividad que implica los dos elementos constitutivos de la función anaclítica en Freud: madre nutricia y padre protector. Subrayo lo de protector dado que creo que encierra un rasgo esencial de la función paterna o en la formalización de Lacan del registro Simbólico. El falo simbólico, garante de la falta y del deseo, sería el elemento protector en la perspectiva estructural.

Estructuralmente hablando, la madre suficientemente buena de Winnicott no es una “madre completa”, es “sujeto deseante” desde el inicio. Por esa razón, puede permitir la ilusión y seguir siendo “ella misma”, puede adecuarse al ritmo del infans, puede responder a su gesto espontáneo y desilusionarlo adaptativamente. La “madre intrusiva”, la que “viola las necesidades del ego”, sería la que busca completarse en el hijo, manteniendo la relación dual e impidiendo la inclusión del tercero.

La idea de sostenimiento en Winnicott parte del sostenimiento físico del infans en brazos maternos, pero continúa en círculos concéntricos que, pasando por el padre, la familia y la sociedad, llega a las leyes que rigen y sostienen el funcionamiento social. Subrayemos esta vinculación entre sostenimiento y legalidad. Vimos cómo el orden simbólico en Lacan instaura el deseo-ley, esto puede resultar en una interesante intersección entre sostenimiento, legalidad y orden simbólico como protección frente al exceso, ante lo inasimilable, como protección antiestímulo al decir de Freud. Desde esta lectura, podemos establecer un inter-juego entre Winnicott y Lacan con relación a la psicosis. Fallas primarias del sostenimiento y caída en angustias impensables dice Winnicott. Forclusión del “Nombre del Padre”, agujero en lo simbólico y caída en la posición de objeto de goce para Lacan. A mi modo de ver, en este inter-juego ambas formulaciones se enriquecen sin por eso perder la coherencia que tiene cada una de ellas dentro del contexto de cada teoría.

Con respecto a la conducta antisocial en Winnicott y el acting en Lacan, podemos decir que ambas son conceptualizadas como categorías disímiles a la clasificación diagnóstica neurosis, psicosis. En la conducta antisocial Winnicott nos invita a detectar la esperanza contenida en la agresividad o molestia del antisocial, que busca recuperar los cuidados hogareños del sostén arrebatado. En tanto, Lacan entiende el acting como un llamado al “Gran Otro” de la Ley, al “Orden simbólico” ante el peligro de quedar identificado con “el resto”, “el desecho”, una de las versiones del objeto “a”.

Podemos ver en ambas descripciones una amenaza de caída y un llamado angustioso de sostén. Vemos también en ambos autores, ante estos cuadros, la propuesta de un quehacer por parte del analista que va más allá de la labor interpretativa. Winnicott nos habla de la importancia del “manejo” de la “confiabilidad del marco”, Lacan del “acto analítico” y en este punto, de la operatividad de la “angustia del analista” como testimonio de que hay un lugar de deseo. Distintas formas de ofertar ese sostén en el deseo, que muchas veces define un proceso analítico.

Hablar de fallas del sostenimiento o fallas del “Orden simbólico” es también una manera de aproximarnos a comprender el mundo actual. Lo “imprevisible”, el inquietante “que voi”, el “que me quiere”, emergencia del Deseo del Otro (Lacan), el pánico, la crisis de confianza, también se actualizan desde el entorno social. En este contexto, subrayar ese quehacer del analista que apunta a “no dejar caer al paciente”, detectar la problemática de “la confianza en la situación clínica”, con el enriquecimiento y la “resonancia metafórica” que adquieren estas ideas a partir de los aportes de Winnicott y Lacan se torna, a mi entender, un punto de urgencia para la clínica psicoanalítica actual.

2 Este tema referido a las diferentes corrientes dentro del pensamiento psicoanalítico, creo que puede quedar incluido en una temática más abarcativa: el encuentro con las diferencias y sus posibles vicisitudes.

3 “Con la experiencia de que un objeto exterior aprehensible por vía de percepción puede poner término a la situación peligrosa que recuerda el nacimiento, el contenido del peligro se desplaza de la situación económica a su condición la pérdida del objeto”. “Como fenómeno automático y como señal de socorro, la angustia demuestra ser producto del desvalimiento psíquico del lactante. Respecto de la angustia de castración en la etapa fálica, la explica condensando que la privación del miembro, implica quedar expuesto de nuevo, sin valimiento alguno, a una tensión de necesidad, la de la libido genital” (Freud, 1926).

4 Este ejemplo denota cómo las situaciones de duelo introducen, según Lacan, la cuestión del objeto, objeto “a”, de ese resto que somos más allá de las significaciones que nos permiten el reconocimiento simbólico imaginario.

5 Uno de los nombres del objeto a, aquello que presentifica lo real desde Lacan.

6 Desde una perspectiva lacaniana, el encuentro a destiempo con la castración del Otro implica el encuentro con la madre pulsional en tiempos pre subjetivos si pensando con Winnicott aludimos a los tiempos de la dependencia absoluta en los inicios de la constitución subjetiva.

7 Dentro del pensamiento filosófico contemporáneo Agamben aborda el tema de la vigencia del “estado de excepción”, como estado permanente en la sociedad actual. El paradigma del “estado de excepción” fueron los campos de exterminio nazis como lugar donde este “estado de excepción” autorizaba el horror permanente. La vigencia actual de ese “estado de excepción” nos dejaría a merced del terror. Este entorno no puede dejar de tener efectos en los modos de defensa, en la subjetividad actual.

8 F. Jordan Moore en el trabajo “Trauma, experiencia y recuerdo” aborda el valor de esta función de validación por parte del analista.

9 La tarea de deconstrucción del pensamiento moderno y de la lógica identitaria solidaria con este pensamiento llevó a plantear nuevos interrogantes vinculados con la respuesta ética ante el Otro, lo extraño, lo diferente y a pensar la relación entre lógica de la identidad y fenómenos de exclusión y de exterminio. El dar lugar o el desalojar o exterminar son hoy temas del pensamiento contemporáneo en torno a la problemática de la subjetividad. Derrida trabaja la figura del huésped. Lévinas nos habla del rostro del Otro que nos interpela. Interpelación que exige una respuesta ética.

10 Material extraído del libro Confesiones de un psicoanalista de Theodor Reik (1956).

11 Esta idea va a ser desplegada en otros artículos de este texto. “La transferencia, hospedar lo Otro”.

12 Este caso lo encontramos en el libro Margaret Little traducido por Lilian Tuane y Rodrigo Rojas (2017) Transferencia Neurótica y Transferencia Psicótica y también aparece tratado por Lacan en el Seminario “La angustia” (1962/63).

13 Concepto en Winnicott que apunta a una agresividad no intencional, ligada al movimiento, a lo muscular que se manifiesta en los inicios de la constitución subjetiva como potencia, fuerza vital. En este punto Winnicott se separa de Klein respecto de sus ideas acerca de fantasías inconscientes agresivas existentes desde el inicio.

El cuerpo en la experiencia psicoanalítica

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