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1 LA HISTORIA DE LOS SÍNTOMAS

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ME HAN QUITADO LOS ÁRBOLES

Varón, setenta y cuatro años, jefe de oficina bancaria jubilado, tres hijos. Sin enfermedades previas destacables.

Cada día sale de casa a las diez de la mañana para dar una vuelta y comprar el pan. Un día, regresa más tarde que de costumbre. Lo hace justo antes del almuerzo, en compañía de un policía municipal. Dice que le han quitado los árboles. Lo repite varias veces, apesadumbrado. El policía explica que lo han encontrado perdido, lejos de casa, y que lo han identificado por los documentos que llevaba encima. El hombre se sienta en una silla del comedor y se queda absorto, con la mirada perdida. Está preocupado y no responde cuando su esposa le pregunta si quiere una infusión.

Poco a poco, logran reconstruir la historia de esa mañana: al salir de casa tiene la costumbre de tomar la calle de la derecha; hoy, en cambio, ha torcido hacia la izquierda. La de la derecha es ancha, con árboles, mientras que la otra es estrecha y sin árboles. Ha caminado durante dos horas sin saber dónde estaba, hasta que, finalmente, se ha sentado en un banco de una placita. Unos niños que jugaban con una pelota le han alcanzado con la misma accidentalmente. Él ha cogido la pelota y no la ha querido devolver, y los niños han acabado por llamar a un policía. Lo han subido al coche patrulla y lo han traído a casa.

CELOS

Mujer, sesenta y dos años, ama de casa, dos hijos, tensión arterial alta desde la menopausia.

No tolera que su marido salga solo de casa, pero a ella no le gusta hacer la compra, así que le envía a él. Afirma que se quiere ligar a todas las mujeres que encuentra y que tiene un lío con una del mercado. La mujer dejó de ir de compras con la llegada del euro: no entiende cuál es su valor. El marido, de setenta años, calla. Está triste porque no entiende qué le pasa a su mujer. La hija los visita dos veces por semana para arreglar la ropa que la madre lava y plancha sin mucha destreza, y que no sabe dónde guardar. Quiere proporcionarles una chica que se encargue de limpiar la casa y preparar la comida, pero la madre dice que estas muchachas extranjeras le roban los pañuelos y que, además, se liarían con su marido. En la consulta insiste en que es su marido el que está mal; ella afirma encontrarse perfectamente.

SOSPECHAS

Varón, sesenta y ocho años, presidente de una industria metalúrgica, tres hijas, vive con su esposa.

Acude a la consulta en compañía de una hija y de su esposa. Esta última explica que, desde hace un año, se queja de que un sobrino le quiere robar el dinero, por lo que él lo cierra todo bajo llave y antes de irse a dormir esconde la cartera y las llaves bajo el colchón. Él lo reconoce y añade que, alguna vez, ha sorprendido al sobrino en casa con actitud sospechosa. La hija aclara que el sobrino es el director de la fábrica, que acude a casa del paciente los viernes para informarle del estado de las cuentas, que es una persona de plena confianza de la familia y que, hasta hace un año, era el familiar a quien él más apreciaba. A raíz de este conflicto, el consejo de administración ha retirado las funciones ejecutivas al paciente. Se ha convertido en una persona muy rígida y poco tolerante. Su actitud es seria, con cara poco expresiva y lentitud en los movimientos. Se acuesta hacia las dos de la madrugada y se toma un somnífero potente que compra a espaldas de la familia. No acepta que sufra un trastorno. Considera la consulta un examen o reto, en el que debe sacar buena nota.

ARROZ CON ACEITE

Mujer, sesenta y tres años, empleada de mercería jubilada a los cincuenta y ocho años, viuda, sin hijos.

Vivía con su madre hasta que esta murió. Sin antecedentes de enfermedad alguna, tiene una hermana en tratamiento psiquiátrico desde joven por un trastorno de personalidad. La prejubilaron porque durante los últimos tres años no ordenaba bien la mercancía y porque se confundía a la hora de cobrar a los clientes. Le dieron la baja por depresión hasta que se pudo tramitar la jubilación. Acude a la consulta con una sobrina. Tiene la casa llena de objetos inútiles que recoge por la calle. Guarda en la despensa montones de paquetes de azúcar, harina y pasta. Se olvida de la higiene, va despeinada. Siempre come arroz hervido con aceite. Me explica que el aceite de oliva es muy bueno para la salud. Cuando la sobrina la visita, se sienta cerca de la mesa de la cocina y la observa sin decir palabra. Otras veces le enseña el álbum de fotos de cuando era jovencita, junto a sus padres y hermanos, pero ya no los puede identificar. Pregunta a la sobrina si ella también aparece en las fotografías y parece no entender que la sobrina es hija de un hermano mayor ya fallecido. «¿De qué hermano?», pregunta, mientras señala a un muchacho que aparece en el álbum.

REUNIONES

Varón, setenta y seis años, ingeniero y director jubilado de una multinacional francesa en España, un hijo.

Operado de cáncer de próstata con buen pronóstico. Practica deporte con regularidad. Viene a la consulta con su esposa. Hará unos ocho años, todavía en activo, comenzó a tener problemas para entender las cosas. Ahora habla poco, con frases cortas, que repite, del tipo «unos y otros tenemos que reunirnos», «hay que hacer reuniones». Su lenguaje se limita a expresiones convencionales, pero en cambio es capaz de leer en voz alta en castellano, catalán y francés, con buena pronunciación, aunque no comprende nada de lo que lee. No entiende órdenes verbales ni escritas («levante la mano derecha», «cierre los ojos»). A veces, cuando se le pregunta cómo está, contesta «estoy fuera...», con indiferencia, sin comprender el significado de lo que dice. Se levanta y camina por la consulta, con los pies separados. Junta los labios y resopla un buen rato. Su esposa lo vuelve a conducir al asiento. Se lava y se afeita él solo cuando su mujer se lo indica. Come sin ayuda, pero no sabe manejar los cubiertos. Se pierde dentro de casa. Parece que reconoce a la esposa y al hijo, pero no pronuncia sus nombres. Se acerca a ella y le da besitos en los labios. Casi siempre controla los esfínteres, aunque de noche le ponen pañales.

SENTIR MIEDO

Mujer, sesenta y seis años, viuda, dos hijos, empresaria de la confección, sin antecedentes.

Desde hace un año lleva la dirección de la empresa uno de sus hijos, porque durante los dos últimos se sentía agobiada. Va periódicamente a la fábrica, pero no tiene prácticamente responsabilidades. En la consulta se muestra apática y explica que ha perdido el interés por las cosas, aunque llevaba el negocio con éxito desde los treinta y cinco años. Teme no estar ya al nivel que había alcanzado tras toda una vida de trabajo. Ahora le cuesta recordar el nombre de los artículos que producen y no entiende los extractos bancarios. Tampoco recuerda el nombre de los clientes de toda la vida que se acercan a saludarla. Sus familiares se han alarmado cuando ha comenzado a olvidar el nombre de los hijos y de los nietos. Cree que los hijos llevan bien el negocio, pero tiene miedo de que se equivoquen, de que no hagan bien las compras. También teme que la dejen en casa. Ha pensado en iniciar alguna actividad cultural, pero no hay nada que le interese. Explica que toda su vida ha consistido en sacar adelante su industria y que ahora siente que ya no sirve para nada. Rompe a llorar. No sabe qué día es, no recuerda qué ha comido, no recuerda el nombre del pueblo donde está la fábrica. Teme quedarse sola (vive sola desde que enviudó, hace muchos años) y sin dinero. Está atemorizada.

SOLA Y ABURRIDA

Mujer, setenta y un años, sin enfermedades previas de interés, tres hijas, vive con su marido.

Explica que está triste porque se considera poco útil, dice que ya no sabe hacer nada. De madrugada a veces se despierta y se viste, desordenando la ropa del armario. El marido hace las compras y prepara las comidas. No quiere salir de casa, pero dos o tres veces por semana se desplaza a la casa de una hija. Cuando lleva un rato allí, se queja de que es una inútil, una carga, y quiere irse. La familia insiste en que se siente y coma. Se pone violenta: dice que se pasa el día sola y aburrida, que nadie le hace caso. En su casa, revuelve las cosas, como por ejemplo los pañuelos, y las pierde. No se cuida, no se deja peinar. En la consulta da largas explicaciones para justificar los muchos errores que ha cometido en la vida. El marido explica que era una mujer afable y muy trabajadora. Llevaba la casa sola, cuidaba de las hijas y además dirigía una pequeña tintorería en los bajos del edificio.

LA SALA DE ESPERA

Mujer, noventa y tres años, viuda desde hace cinco, cuatro hijos.

Vive en una residencia asistida. Camina sola, con la ayuda de un bastón. Artrosis severa en caderas y rodillas. Oye poco y su visión es limitada. Es autónoma para comer, pero necesita ayuda para la higiene. No sabe qué día de la semana es, pero cada día lo mira en el periódico y marca la fecha en el calendario con una cruz. Recuerda los nombres de los familiares. No recuerda que la hayan ido a ver ni qué visitas ha tenido, aunque también lo anota en el calendario. Le gustan los almuerzos familiares. Se sienta junto a su bisnieta de dos años y se entretiene con ella, sin atender mucho a los demás. A veces hace comentarios como «estoy en la sala de espera, pero el tren no pasa». No inicia espontáneamente la conversación, el lenguaje espontáneo es limitado, pero responde bien a las preguntas, aunque de modo escueto, y hace pocos comentarios. Le gusta ver a los bisnietos y, con un poco de esfuerzo, los recuerda bien. Lee el periódico, aunque por sí misma no recuerda las noticias, pero cuando se las recuerdan sus comentarios son oportunos. Relee los mismos libros, explicando que, como le falla la memoria, los puede ir releyendo porque no los recuerda. Ríe porque le hace gracia. A veces está de mal humor y se queja a los hijos de sus deficiencias sensoriales, de la vista y del oído, pero en general se siente feliz porque dice que tiene todo lo que necesita y que, por fin, no tiene que preocuparse por nada.

PERRITO GUAPO

Mujer, treinta y cinco años, soltera, vive con su madre.

Hasta los veintiocho años hizo vida normal. Era secretaria de dirección y se ganaba bien la vida. Entonces fue intervenida por una malformación del corazón y sufrió un prolongado paro cardíaco. Estuvo varias semanas en coma anóxico (por falta de oxígeno en el cerebro) hasta que, lentamente, pasó a un estado vegetativo y fue ingresada en un centro de rehabilitación. Al cabo de seis meses se comenzó a recuperar, a moverse voluntariamente, a comer con ayuda y a realizar rehabilitación para aprender a caminar, pues tenía tetraplejia (parálisis de las cuatro extremidades). Desde entonces, solo dice «perrito guapo, perrito guapo» de forma repetitiva durante todo el día, con el habla entrecortada, a trompicones. Le regalaron un perrito. Camina por la consulta con paso inseguro y gran rigidez de las piernas, y no quiere sentarse. No entiende las órdenes. Lleva pañales para la incontinencia. Tiene la mirada perdida, no la fija al explorar. Es dependiente para la higiene, para vestirse y para comer. Para salir, debe usar silla de ruedas. Le resbala la saliva de la boca.

COMENTARIO

Estas han sido unas pocas notas clínicas de la observación de pacientes muy diversos, pero con un aspecto en común: el deterioro de sus funciones mentales, lo que los médicos denominamos deterioro cognitivo.

La chica de treinta y cinco años que tiene un «perrito guapo» es un claro ejemplo de demencia por anoxia cerebral. Se produjo a causa de una intervención cardíaca, porque durante un tiempo su cerebro no recibió el aporte de oxígeno necesario, una complicación que, por fortuna, no es frecuente.

Es interesante observar la diferencia entre el penúltimo caso («La sala de espera») y los anteriores. La anciana de noventa y tres años, pese a sus grandes carencias cognitivas, no está triste y, en la medida de su capacidad de comprensión, es consciente de sus limitaciones, que ella misma atribuye a la edad. Utiliza un lenguaje poco espontáneo pero fluido. Tiene un deterioro cognitivo que se encamina hacia la demencia.

De entre los otros pacientes, algunos no tienen conciencia del deterioro que sufren, otros están preocupados por la pérdida de sus capacidades mentales —tienen miedo, están tristes—, y también los hay que ya no tienen capacidad alguna para comprender lo que ocurre en su entorno. A la pérdida de memoria se añaden otras dificultades, como las del lenguaje, la conducta y la incapacidad para planificar el futuro o para organizar las actividades más elementales de la vida diaria (higiene, vestimenta, alimentación...).

Algunas de estas notas clínicas son ejemplos del perfil de síntomas propios de la enfermedad de Alzheimer, mientras que otras lo son del perfil sintomático de demencias degenerativas distintas que se comentan en el capítulo 7.

Alzheimer

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