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2 ENVEJECIMIENTO CEREBRAL
ОглавлениеEl envejecimiento es el proceso de deterioro biológico que afecta progresivamente a todas las células, tejidos y órganos del cuerpo humano (del mismo modo que afecta al de los otros animales), causado a lo largo de los años por la acumulación de errores en el mantenimiento y reproducción de las células. Las células del organismo se renuevan, unas perecen y nacen otras. También en el cerebro se produce la generación de nuevas células nerviosas, la denominada neurogénesis. Esta generación tiene lugar, fundamentalmente, en dos regiones cerebrales, el nervio olfatorio y el hipocampo, donde residen células nerviosas pluripotenciales, es decir células madre neurales que tienen la capacidad de originar diferentes células cerebrales. Estas células, después, migran hacia otras localizaciones cerebrales.
La formación de nuevas células nerviosas, así como la ramificación de las prolongaciones neuronales, las dendritas y sus espinas dendríticas, permiten al cerebro regenerarse y, sobre todo, aumentar la interconexión entre sus neuronas, es decir, incrementar la red neuronal. Estos fenómenos confieren al cerebro plasticidad , es decir la capacidad de irse adaptando a los cambios de su entorno y aprender. Es lo que se conoce como neuroplasticidad.
La reproducción celular está regulada por el ADN (ácido desoxirribonucleico), una molécula ubicada en el núcleo de la célula que contiene el código que le indica cómo reproducirse. Los segmentos o genes de los que se compone dirigen la fabricación de proteínas.
Con el paso del tiempo, diversos factores como la herencia familiar (genética), las radiaciones, los hábitos, las enfermedades y múltiples factores ambientales van dañando la capacidad de reproducir copias exactas de la misma célula o de fabricar algunas proteínas. Es como hacer fotocopias de otra fotocopia de forma sucesiva y reiterada: al final se produce un deterioro progresivo de la imagen, que puede llegar a desaparecer, dejando tan solo algunas manchas como herencia del texto inicial.
La molécula de ADN está formada por dos cadenas de unas unidades denominadas nucleótidos, enroscadas sobre sí mismas en forma de doble hélice. Estas hélices, enrolladas y plegadas, constituyen el componente principal de los cromosomas. En los extremos de los cromosomas hay una parte menor, denominada telómero, que protege la estructura de los mismos. Con el tiempo se va desgastando, acortándose, lo que produce la alteración de la capacidad del ADN para producir una copia perfecta en la nueva generación de células. La consecuencia es el envejecimiento del organismo. Hay otras moléculas, las llamadas reparadoras, que intentan corregir los errores que se producen en el ADN, pero con el paso del tiempo también pierden eficacia y de forma progresiva las copias se convierten en una caricatura del primer original.
Uno de los más recientes descubrimientos acerca del envejecimiento es la participación en el mismo de las células senescentes. Se trata de un tipo de células que dejan de dividirse, probablemente por haber sufrido alteraciones genéticas que las convierten en potencialmente cancerígenas. El sistema inmunitario se ocupa de su eliminación, pero una gran parte de las mismas escapan a su acción y se acumulan en los tejidos del organismo. Se ha demostrado en estudios muy recientes, que estas células también participan activamente en el envejecimiento del organismo, no solo porque al no dividirse dejan de contribuir a la regeneración y reparación de los tejidos, sino también porque producen moléculas inflamatorias. La inflamación crónica del cerebro, la neuroinflamación, acompaña al envejecimiento cerebral y aparece característicamente en fases muy precoces de la enfermedad de Alzheimer. En un experimento reciente realizado con ratones, la eliminación de las células senescentes ha conseguido prolongar la supervivencia de los mismos hasta un 35% y, curiosamente, ha logrado asimismo que mantengan una mayor actividad y un interés mayor por explorar su entorno, lo que demuestra que también previenen el envejecimiento cerebral y el deterioro cognitivo.
Sea como consecuencia del acúmulo de células senescentes y la neuroinflamación, o debido a otros mecanismos, la neurogénesis cerebral disminuye y se reducen las conexiones interneuronales: se produce una menor ramificación de las prolongaciones neuronales —dendritas y espinas dendríticas—, que son piezas clave, como ya hemos comentado previamente, para la plasticidad neuronal.
Por otra parte, el envejecimiento cerebral parece ir acompañado también, en una elevada proporción (entre un 20 y un 30 % de las personas afectadas, según los últimos estudios), por el depósito de una proteína anormal, la proteína beta-amiloide, característica de la enfermedad de Alzheimer y que produce deterioro neuronal (véase el capítulo 6.) En un estudio muy reciente se ha demostrado por primera vez una mejoría cognitiva en pacientes con formas leves de EA (enfermedad de Alzheimer) tras la administración de un anticuerpo que elimina la proteína beta-amiloide del cerebro. Habrá que esperar a nuevos estudios en mayor número de pacientes para confirmar la eficacia de este tratamiento.
El oxígeno, indispensable para la vida orgánica del cuerpo humano, en determinadas circunstancias puede ser dañino: es lo que sucede cuando se altera la estructura y el vínculo entre sus electrones. Así es como se forman los radicales libres de oxígeno, que producen una oxidación excesiva, la cual rompe las moléculas produciendo lo que podríamos llamar «herrumbre» de la estructura orgánica, que de esta manera se deteriora.
Los futuros posibles tratamientos del envejecimiento cerebral y las enfermedades neurodegenerativas van desde la eliminación del acúmulo de células senescentes y de proteína beta-amiloide, y la administración de tratamientos antioxidantes y antiinflamatorios, hasta el trasplante de células madre. Queda aún mucho camino por recorrer, pero hay que mantener la esperanza e insistir en la investigación para descubrir la causa primordial de estas demencias y los factores clave en el envejecimiento. (Para más información sobre el sistema nervioso, véase el libro de Nolasc Acarín El cerebro del rey.)
A nivel del organismo en general, al envejecer la piel pierde elasticidad, las células del oído pierden sensibilidad, las arterias se vuelven rígidas, las células del intestino pueden degenerar, y así se van deteriorando todas las células del cuerpo. Hay que tener en cuenta, sin embrago, que el envejecimiento cerebral es más complejo y delicado debido a la especificidad y funciones de las neuronas. Las neuronas son células especializadas en recibir y emitir señales eléctricas a partir de un estímulo químico, desencadenado por unas biomoléculas denominadas neurotransmisores. Las neuronas son grandes consumidoras de oxígeno. El cerebro representa, alrededor del 2 % del peso corporal, pero consume el 20 % del oxígeno que se inhala a través de los pulmones. En personas sanas el consumo de oxigeno por el cerebro disminuye un 6 % cada década. En consecuencia, con la edad también disminuye el metabolismo cerebral. A los ochenta años este se reduce a la mitad con respecto a los diez años de edad. El cerebro es realmente un órgano muy vulnerable.
El cerebro también pierde volumen al envejecer, en concreto entre un 0,2 y un 0,5 % anual. La corteza cerebral se adelgaza, se atrofia globalmente, pero algunas áreas, sobre todo las frontotemporales, lo hacen con más celeridad.
La disminución del volumen y del metabolismo cerebral conduce a la reducción progresiva de la capacidad cognitiva característica de la vejez. Está todavía en discusión si el envejecimiento cerebral es un proceso que ya se inicia en la juventud, o incluso en el mismo momento de la concepción, o si tiene lugar a partir de edades más avanzadas. En cualquier caso, se ha comprobado en estudios poblacionales que la memoria episódica, es decir la que utilizamos para almacenar y evocar experiencias personales, autobiográficas, empieza a declinar a partir de los cincuenta o sesenta años de edad.
En la ancianidad, cuando empiezan a alterarse las funciones cognitivas, se pierden primero las habilidades ligadas al razonamiento, que se aprendieron en la infancia después del lenguaje de convención social. Incluso cuando aparece la demencia se mantiene la regla: lo primero que se pierde es lo último que se aprendió, mientras que resiste más lo que es innato o se aprendió precozmente. Ello se debe a que las áreas donde se ubican los circuitos neurales que recogen los primeros conocimientos de la vida, como andar erguido, hablar y reconocer las relaciones sociales, tienen una fuerte carga innata que predispone a este aprendizaje, por lo que su conmutación neural es más precoz. Al envejecer estas áreas cerebrales son más resistentes al deterioro. En cambio, los conocimientos ulteriores, útiles en el desarrollo vital para conseguir recursos, buscar emparejamiento y mantenerse informado, se ubican en otras áreas de maduración más tardía. Se trata de conocimientos que en la vejez son menos necesarios para seguir viviendo. Se comprende, por lo tanto, que resista mejor la memoria filética, propia de la especie, junto a la referida al aprendizaje conseguido en la infancia y juventud.
Complementariamente, a la lentitud en el procesamiento de las percepciones se añaden el deterioro sensorial (visión, oído), las dificultades locomotoras (dolor, inestabilidad al andar) y los problemas cardiocirculatorios, de tal modo que se obliga al cerebro a un sobreesfuerzo, pues ha perdido capacidad de aprendizaje y, al mismo tiempo, está más ocupado en compensar y controlar estas deficiencias orgánicas. En consecuencia, se produce una menor disponibilidad energética para las funciones de la memoria.
La sexualidad no es un tema menor en el envejecimiento. Alcanzada la jubilación, a los sesenta y cinco años, la expectativa de vida en el mundo desarrollado permite una supervivencia de veinte o treinta años más. Eso es mucho tiempo. La mujer afronta esta etapa con mayor tranquilidad hormonal que el varón. Ya pasaron los sobresaltos menstruales, así como los deseos o riesgos de la gestación. También quedaron atrás los trastornos de la menopausia. Con la jubilación la mujer renueva su compromiso doméstico, se entrega a la función de abuela o inicia una nueva vida de actividad cultural y relaciones sociales. Se produce un reencuentro con la pareja, que puede ser satisfactorio o poco feliz. Con los años se han acumulado las gratitudes, pero también las frustraciones.
En cambio, el varón persiste en su competitividad masculina, aunque con la pérdida lenta y progresiva de la virilidad. Al varón abuelo le resulta más difícil reubicarse en la sociedad, pues ya ha perdido su rango y el relieve económico que lo distinguía de la mujer. De hecho, queda más solo y desocupado, puede pasear o ir a un bar a jugar las cartas, pero se halla lejos de la capacidad de iniciativa que despliegan muchas mujeres mayores.
Pasados los setenta años los varones, en su mayoría, mantienen una potencia sexual suficiente, si bien puede suceder que el deseo sea más fuerte que la energía necesaria para consumar el coito. En la mujer el deseo se debilita tras la menopausia y el consiguiente desajuste hormonal, aunque más adelante se recupera de nuevo.
Las condición física general, y con ella también el rendimiento sexual, serán mejores si se lleva una vida saludable, igual que en la juventud. Es aconsejable controlar la presión arterial, evitar el sobrepeso y el tabaco (primera causa de impotencia masculina), no abusar del alcohol, ser cauto con los psicofármacos, hacer ejercicio físico moderado y dormir una hora de siesta en la cama. Al envejecer hay que asumir las renuncias, aunque también hay que evitar el pesimismo provocado por unas limitaciones excesivas, que pueden hundir la moral del anciano.
Como se verá en los capítulos siguientes, los cambios neurobiológicos, físicos y cognitivos propios del envejecimiento son más ostensibles en las demencias, así como en otras enfermedades degenerativas. Junto al envejecimiento cabe considerar los antecedentes personales y la personalidad de cada individuo. La biografía personal condiciona la forma de envejecer, y también caracteriza las formas y síntomas de la demencia. Algún día conoceremos el contingente genético de la personalidad que condiciona gran parte de la vida, del comportamiento, así como de la forma de afrontar el envejecimiento, y probablemente de la degeneración cerebral ligada a la ancianidad.
Para terminar: la precariedad del anciano facilita el derrumbe personal. No es fácil convivir con la edad de las renuncias. En vez de buscar nuevas fuentes de interés y adaptarse a la situación, muchos ancianos se entregan a un lento abandono en la frustración resignada. La inseguridad y el temor pueden favorecer la lenta caída en la mezquindad. Como dijera Antonio Machado, el anciano se siente «solo, triste, cansado, pensativo y viejo». Solo las personas mayores que mantienen una buena estimulación mental y una vinculación emocional activa con el entorno son capaces de conservar la llama del interés, de la curiosidad por la vida. Se mantienen más activas y con menor deterioro y, por tanto, son menos viejas aunque sean personas ancianas. Este es el secreto para conseguir envejecer bien.