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Introducción

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La pandemia del COVID-19 ha traído aparejado un sinnúmero de efectos no deseados, de muy distinta manera y mayor o menor magnitud a todos los países, pero que no deben inducirnos a errores de apreciación o confusión alguna.

En Argentina, se desconoce cabalmente cuáles serán los costos finales que dejará la pandemia en términos de vidas humanas, económicos, psicológicos, sociales y educativos, como así también sus secuelas. Más difícil aún resulta evaluar con objetividad otros daños colaterales y la eficiencia de la extensa cuarentena con sus múltiples variantes. Al igual que frente a otros desafíos, todo parece indicar que nuevamente hemos fracasado.

Pero eclipsada por el COVID-19 subyace otra realidad mucho más preocupante aún, cuya gravedad, desde marzo de 2020 a la fecha, se ha ido incrementando hasta alcanzar niveles alarmantes y que afecta a los poco más de cuarenta y cinco millones de habitantes del país, sin ninguna distinción.

En efecto, está inmersa entre nosotros una amenaza latente mucho más grave; en concreto, la exacerbación irracional de la división e intolerancia en la sociedad argentina, comúnmente denominada grieta y cuya profundidad y naturaleza es más grande de lo que aparenta ser. Es evidente que, por diversos motivos, esta realidad ha sido relegada a un segundo plano en la lista de nuestras prioridades y las de nuestros gobernantes.

La verdadera grieta es que como sociedad no nos ponemos de acuerdo en qué país queremos ser, cómo lograrlo y si toleramos la corrupción y el delito o no. Es por eso que hablar de un antagonismo entre ideas de izquierda o de derecha, de las bondades del liberalismo, neoliberalismo, socialismo, populismo, progresismo y sus múltiples combinaciones del centro, de las políticas de distintos partidos o alianzas electorales o diferencias entre pobres y ricos, no tiene ningún sentido: es mucho más complejo y anterior aún. La división de una sociedad, obtenida sobre la base de paradigmas falsos y con no pocos ejemplos de prácticas destructivas de los efímeros logros o avances económicos y políticos que ocasionalmente se hubieran alcanzado, resulta improcedente. En definitiva, el camino que se ha elegido seguir, para beneficio exclusivo de una minoría, es de nuevo el equivocado; los costos son muy elevados y, por fortuna, hasta ahora, sin grandes enfrentamientos.

Se critica el desarrollo de los acontecimientos o se tolera, con mayor o menor resignación, la realidad cotidiana que nos toca vivir y se aguarda el milagro que nunca llega. Mientras tanto, la decadencia y la desintegración siguen avanzando en una suerte de canibalización social y económica. Sin duda, sería muy desalentador lamentarnos de los hechos, de sus consecuencias, y buscar vanamente la justificación de nuestra inacción cuando sea demasiado tarde e irreversible. En un pasado no muy lejano ya lo hemos experimentado.

Hay una buena parte de nuestra sociedad que cree en la democracia bien entendida, en los valores, el estudio, el trabajo y el esfuerzo. Siente un gran desánimo, una sensación de impotencia y frustración, ante la inminencia de otra oportunidad perdida, pero no se rinde. Asimismo, convive con otro segmento de la sociedad que está en las antípodas. En efecto, persiste en una concepción completamente diferente de lo que es la democracia y sus instituciones, el derecho a la propiedad, la educación, la justicia, y sostiene un enfoque económico que atrasa. Al mismo tiempo, y como partícipes necesarios, nos encontramos con líderes controvertidos en varios aspectos, pero muy creativos para lograr sus propios objetivos a cualquier costo, sin importarles las consecuencias o instrumentar lo que realmente es mejor para el país.

Está claro que la mayoría de la elevada cantidad de funcionarios y legisladores bajo la nómina del Estado en todas sus variantes tienen o han tenido otras preocupaciones u obligaciones distintas a las requeridas por la nación y las circunstancias. Los errores y las omisiones, e incluso la improvisación frente a la complejidad del escenario pasado, presente y futuro, son irritantes. Es notorio que las agendas de los distintos gobiernos están muy alejadas de las demandas de la sociedad, de sus necesidades y de buscar alternativas genuinas para salir del laberinto argentino, que increíblemente entre todos supimos construir.

Es probable que los artífices de nuestro fracaso político, económico y social, así como sus seguidores y otros bien intencionados o con temor a los cambios, puedan invocar, para denostar algunas de las ideas que se expondrán en este libro, recaudos constitucionales, impedimentos legales o sociales.

La triste realidad es que hoy esos enunciados, muy valiosos por cierto, no aplican de igual manera para todos y se vulneran de forma constante con impunidad en la búsqueda de un fin superior que, a la luz de los resultados obtenidos, no necesariamente está claro y justificado. La Constitución, al igual que innumerables leyes, se aplica a conveniencia del poder de turno, la educación no es igualitaria y la pobreza se ha incrementado,

Resulta entonces indispensable un cambio de actitud, un nuevo enfoque para resolver viejos problemas, abandonar comportamientos poco permeables a crecer, hábitos sociales inconducentes y conceptos inmutables en el tiempo, para liberarnos de viejas ataduras del pasado. Al mismo tiempo, dejar de lado a dirigentes nocivos en las más variadas instituciones y organizaciones del país.

Se podrá coincidir o disentir con el análisis y la descripción de la realidad Argentina, pero no es lo importante. Lo trascendente y significativo es, a no dudar, despejar el camino para generar un debate amplio y enriquecedor de las ideas a exponer, que de alguna forma nos lleve al desarrollo económico, la modernidad y un futuro promisorio para todos los que lo deseen.

La alternativa a proponer en este libro, reformista e integral en su conjunto, podría interpretarse como irrealizable y a contramano de la realidad nacional. Permítanme el beneficio de la duda.

Cabe destacar que muchos de los conceptos enunciados y las situaciones descriptas en las páginas siguientes podrían complementarse con cifras, estadísticas, descripción de errores costosísimos resultantes de decisiones políticas y económicas, negocios improcedentes, nombres y apellidos de sus autores e involucrados. Existen innumerables pruebas, documentación, referencias periodísticas y en general abundante bibliografía al respecto y mencionarlas solo haría más tediosa la lectura. Como tantas otras veces ha sucedido, nos sacaría del foco de la cuestión, lo accesorio se vuelve principal, y una información de una fuente que para algunos puede ser considerada no confiable o subjetiva para otros puede serlo en forma diametralmente opuesta y generar una discusión irrelevante, invalidando la cuestión de fondo, la alternativa propuesta.

La sensación que uno percibe es que hay un núcleo poco permeable de eventuales lectores. Ellos, aún con la contundencia de lo que se pueda expresar y ya sea por conveniencia, por razones ideológicas, por sentirse causal de nuestra decadencia o varios otros motivos o circunstancias, no aceptarían en todo o en parte la descripción de la situación y el contexto actual de nuestra patria. Mucho menos, probablemente, consentirían la eventual evaluación y discusión superadora de una propuesta alternativa de nación a construir entre todos.

De la vereda de enfrente puede haber otro grupo más abierto a la confrontación de ideas, preocupado por encontrar una salida de la crisis en que nos encontramos, por la necesidad de hacer algo diferente, de dejar de insistir con recetas perimidas. Esta franja de ciudadanos es consciente de que el mundo avanza mientras nosotros seguimos retrocediendo en no pocos aspectos. Es probable que ellos sean más proclives a coincidir, en mayor o menor grado de aceptación, en el análisis y la consideración de nuevas ideas. Específicamente este último núcleo de eventuales lectores será un excelente punto de partida para intentar despertar algún grado de interés, con un sentido crítico, en la propuesta a evaluar.

Es urgente dejar de lado la grieta, sin ignorarla. Es muy real y nos condiciona a todos por igual. Si seguimos acuciados por lo urgente declinando resolver lo importante, o al menos intentarlo, continuaremos estancados en un presente ficticio. Más aún, si se observan los resultados a la vista y la evolución social y económica de otros países y sociedades, está muy claro que continuamos aferrados al pasado. En otras palabras, debemos abandonar nuestra zona de confort, animarnos a buscar otros caminos y soluciones, con creatividad, apertura mental e imitando a los países que hacen las cosas bien, desterrando el “no se puede” con determinación y voluntad de cambio. Tal vez sea la última oportunidad de lograr transformarnos en una mejor sociedad, en un país desarrollado, mejorar nuestra calidad de vida y, por ende, la de las generaciones futuras.

Se podrán ver expuestos algunos conceptos que, en líneas generales, quizás ya fueron enunciados o intentados aplicar parcialmente con anterioridad; también estrategias implementadas en países muy alejados o con una idiosincrasia completamente diferente a la nuestra, pero que les dieron excelentes resultados. En paralelo, se introducen ideas muy disruptivas, que sin duda demandarán un esfuerzo adicional para consensuar e implementar, pero realmente hacen a la diferencia con otros intentos que fracasaron.

En principio, se realiza una descripción de nuestra situación social, política y económica. Esta no pretende ser su diagnóstico total y pormenorizado, sino marcar un punto de inflexión y partida, para tomar conciencia de la magnitud de los cambios de todo tipo a implementar.

El enfoque adoptado, en primer lugar, describe la madurez y la actitud participativa y solidaria requerida de la sociedad argentina. Se trata de un compromiso con el cumplimiento de políticas indeclinables de Estado de consenso y a incorporar a una nueva dirigencia política, al servicio de la nación. A continuación, se proponen los cambios estructurales a efectuar en distintos ámbitos, junto a alternativas para resolver problemas casi endémicos de nuestro país, para luego definir el rol del Estado, más eficiente y racional, en un nuevo modelo a diseñar. Por último, se esboza un plan estratégico integral, con una metodología a aplicar, para ser una nación desarrollada.

La propuesta parte de la coyuntura actual, pero con una visión hacia el futuro, que avanza a toda marcha. Aquí se piensa cómo posicionarnos para superar los nuevos desafíos, con un escenario tan preocupante y cuando todavía no hemos podido resolver tantas cuestiones e interrogantes del pasado, que buena parte del mundo ya ha logrado hacer.

Argentina está en una situación de quiebre político, económico y social que requiere de cambios culturales, estructurales, nuevos consensos impensados hasta ahora y leyes especiales que nos ayuden a salir de la pérdida de identidad y pobreza. Esa pobreza no solo es económica, es más grave: también es de carácter intelectual. El camino a seguir es similar al de una empresa en el derecho privado, que ante una grave crisis terminal acude a la tutela de una ley superior, la Ley de Concursos y Quiebras. Esta ubica a esa sociedad en una situación de excepción por encima de algunas leyes, derechos y obligaciones inherentes, para favorecer nuevos acuerdos entre todas las partes.

Durante muchos años, se ha dicho superficialmente que “la única forma de arreglar el país es con el esfuerzo de todos”, pero nunca se explicitó en qué consistiría. La creencia más generalizada es que el mayor esfuerzo lo tiene que hacer el Estado, o los demás, pero nosotros, en menor medida o nada. Por ese motivo, en esta propuesta se prioriza detallar una eventual lista de algunos aportes y contribuciones a realizar por los distintos integrantes de nuestra sociedad.

Superar la situación que estamos atravesando, ante la certeza de estar muy cerca de un desenlace muy complejo, va a demandar de considerables esfuerzos, renuncias, coraje y una gran convicción colectiva de querer hacerlo. Es muy evidente que no alcanza con efectuar un ajuste de los ya acostumbrados y que han demostrado su insuficiencia y efectos negativos. Necesitamos un cambio estructural en todos los ámbitos, empezando por la política.

Como última instancia, si no hay forma de lograr ese consenso tan necesario para comprometernos todos juntos en una nueva gesta, y esperemos que no sea ese el caso, se enuncia una opción adicional que, a partir de las mismas ideas, objetivos y metas, podría permitir materializar los cambios precisos, al menos para aquellos ciudadanos que democráticamente lo expresen y convaliden. Esta opción es de máxima y seguramente puede demandar algún grado mayor de resistencia o conflictividad por parte de los que no quieren resignar nada o bien no les interesa el futuro. Es probable que en lo inmediato no sería lo mejor, pero al menos dejaría entrever una luz al final del túnel, que también vale la pena explorar; otros países en situaciones límites ya la han recorrido.

La comprensión de la situación en la que vivimos y de la necesidad de encontrar una probable solución tiene que ser muy específica y no dejar lugar a dudas. Quizá las ideas a desarrollar conllevan un importante esfuerzo, dedicación, sobreponerse a las dificultades y resiliencia, de todos por igual. Es indudable que debemos comenzar a pagar los costos de la fiesta de casi setenta años y a resolver nuestros problemas de manera definitiva. La culpa de las malas noticias no es del mensajero. Hay que desconfiar de las propuestas gradualistas, sin costos y con métodos o instrumentos que ya fracasaron en el pasado.

Los cambios estructurales y el plan estratégico a implementar son muy exigentes y, para agregarle mayor complejidad al asunto, de ejecución simultánea y perentoria. Cabe destacar que como consecuencia de nuestro pasado e historia necesitamos generar una alta cuota adicional de confianza en nosotros. Sin ella, no hay muchas expectativas de éxito.

En resumen, se intentará proporcionar una hoja de ruta o guía elemental si se quiere lograr una realidad distinta y, por ende, un mejor futuro. Son cambios y actitudes que deberíamos exigirnos como sociedad en general y, más aún, hacerlo a nuestros actuales políticos y gobernantes en particular. La gravedad de los problemas que padecemos y su amplia variedad no dejan área o sector sin afectar o en crisis. Por tal razón, la propuesta de una solución posible no puede ser obra de un solo individuo y menos sin un adecuado equipo. Es imposible poder enunciar todas las situaciones conflictivas a resolver y los cambios estructurales a realizar, recopilar los antecedentes, analizarlos y confrontar ideas, ver sus implicancias, profundizar con objetividad y elaborar las mejores alternativas en particular para cada situación. De todos modos, es innegable que eliminar la corrupción y penalizar a los culpables, erradicar el delito, favorecer las inversiones, generar trabajo de calidad, reducir el déficit habitacional y mejorar la calidad de vida en general requieren de su consideración, y en eso se focalizan buena parte de estas páginas.

Se puede afirmar que este es un ensayo o un intento con sus opciones y simplificaciones, en la certeza de que también es sumamente perfectible y susceptible de ser desarrollado aún más. Son los lineamientos básicos para un primer paso, no exento de riesgos, en la búsqueda de un futuro diferente que habría que comenzar a recorrer. El tiempo de las declamaciones inútiles, los diagnósticos errados y las promesas imposibles de incumplir se agota.

Por otra parte, estas páginas están dirigidas, sin ninguna distinción política y social, a los que creen que realmente nos merecemos otra Argentina, solo posible con el compromiso y esfuerzo de todos. Por consiguiente, se invita a participar, en la lectura y el análisis de un proyecto superador, a todas aquellas personas de buena voluntad que quieran discutir y mejorar estas ideas, tomarlas como propias, compartirlas y, lo más importante, reclamar por ellas. En última instancia, si consideran que no es necesario en el tiempo presente, o que no podrán disfrutarlo, al menos lo intenten, para beneficio de sus descendientes, generaciones venideras y de la nación en su conjunto.

En concreto, este libro es una convocatoria en cada ciudad y rincón del país a todos los ciudadanos con principios éticos y democráticos que valoren de un modo adecuado lo colectivo por sobre lo individual, que avalen el desarrollo y crecimiento económico sustentable, la inserción a un mundo globalizado y sin limitaciones ideológicas, partidarias o actitudes corporativas, y antepongan el diálogo al enfrentamiento. Este es un llamado a los que creen en la democracia y la independencia de poderes y quieren ser libres del clientelismo político y la precarización; a los que tienen deseos de progresar y eligen la educación, el esfuerzo y la dedicación como factores de desarrollo y movilidad social ascendente; a los jubilados y pensionados cansados de la usurpación de su derecho a un retiro digno; a los que prefieren ingresos justos en lugar de tarifas subsidiadas, valoran servicios de calidad y quieren optar por el trabajo en lugar de dádivas y planes; a los empresarios y emprendedores que realmente lo son, que trabajan todos los días con empeño y dedicación, y a los investigadores con vocación de serlo; a los que perdieron familiares o amigos en accidentes de tránsito absurdos, hechos de violencia e inseguridad, que quieren leyes y normas justas que todos cumplan sin excepción, desean estabilidad jurídica, claman por justicia en tiempo y forma y castigo a los corruptos independientemente del poder o sus recursos; a los que desean fuerzas armadas y de seguridad modernas, libres de toda sospecha y eficientes para cumplir con su cometido; a todos aquellos ciudadanos cuyos hijos emigraron o lo van a hacer en busca de un futuro mejor, hartos de la manipulación de la historia, las mentiras y la falta de oportunidades de progreso.

Otra Argentina es posible

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