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PRÓLOGO

Duelo. Hasta pronunciar esa palabra es doloroso. Para vivir un duelo no hay necesidad de que alguien muy querido muera, puedes sentir que algo dentro de ti se murió, se acabó, se rompió y no encuentras la forma de juntar los pedacitos.

Tengo que confesar que en distintas etapas de mi vida yo me sentí así, ya sea por una relación fallida, un proyecto que no salió como quería o un trabajo donde me costó tiempo, sudor y lágrimas enterrar al difunto. En realidad, la eterna pregunta que daba vueltas en mi cabeza era: ¿Y si hubiera...? Pero el hubiera es tiempo pasado y, por ende, es un tiempo muerto. Así lo veo yo.

Por eso, me gusta tanto la propuesta de Olanda en este libro. Cuánto hubiera querido leerlo o conocerla en tantos entierros mal hechos e improvisados que tuve en la vida. Porque si bien el sentido común y la fuerza interior pueden guiarte intuitivamente, las heridas que te deja una pérdida de cualquier tipo es ideal tratarlas con cuidado y sabiduría para que puedan cicatrizar bien. Y para mí, Olanda representa eso: una mujer que ha estudiado y puesto en práctica todo lo que se necesita para sanarnos de un duelo.

Pero ¡cuidado! Su botiquín no está lleno de algodones y alcohol etanol en el sentido figurado, claro. Su botiquín es colorido, lleno de luz y hasta de música. Si hay algodones, me los imagino de colores. Si hay alcohol, me imagino que ella hace hasta lo imposible para que no queme ni duela más de la cuenta.

Eso no hace que este botiquín carezca de fuerza, todo lo contrario. Olanda ha desarrollado todos esos ingredientes que nos permiten sanar lúcidos, sin taparnos los ojos para no sentir ni usar paliativos artificiales para disfrazar el dolor. Porque el duelo, así no sea una palabra bonita, es un aprendizaje y a través de este libro entenderemos el proceso y hasta aprenderemos, algún día, a hacerle cariño a nuestra herida.

Luciana Olivares

El camino

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