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El sueño como intraducible Significantes en el sueño, resonancia en el cuerpo

Mirta Raquel Prilik

En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.

Jorge Luis Borges, “Las ruinas circulares”. (1)

Lo indecible. Más allá del desciframiento

Pensando en las formas posibles de abordaje de los sueños, me detengo en dos aspectos: lo traducible y lo intraducible.

Lo traducible se podría pensar como lo que se desliza por el carril de las cadenas significantes y del lenguaje, valiéndose de metáforas, metonimias, sustitución, desplazamiento y condensación.

Pero, por otro lado, tendríamos aspectos no traducibles de los sueños, que pasan tal vez por un “sentir”, por lo que resuena en el cuerpo, lo que toca el cuerpo, emparentado de alguna manera con lalangue. ¿Acaso lo que roza lo real?

Desde Freud podemos pensar al sueño como una escritura irreductible al habla, con elementos pictográficos y fonéticos, siendo el soñador quien inventa su gramática y su transcripción a imágenes, produciendo de ese modo sus propios significantes. El sueño no se puede leer con un código preestablecido y su sonoridad no se borra ante el significado, no se deja traducir a otra lengua, es la expresión pura de la resonancia. El sueño es intraducible en tanto no alcanza a describir la resonancia del momento en que fue soñado. (2)

Para Freud son característicos del sueño esos elementos de contenido que se comportan como imágenes, que se asemejan más a percepciones que a representaciones mnémicas; el sueño alucina, reemplaza pensamientos por alucinaciones. En este sentido no hay diferencia entre representaciones visuales y acústicas. Mediante esas imágenes el sueño crea una situación, figura algo como presente, dramatiza una idea. En sueños no nos parece estar pensando, sino que nos parece estar vivenciando. Por eso, durante el sueño, se da pleno crédito a las alucinaciones. La afirmación crítica de que no hemos vivenciado nada de eso, sino que solo lo hemos pensado, soñado de manera peculiar, sobreviene después del despertar. Este carácter separa al sueño genuino de la ensoñación diurna que nunca se confunde con la realidad. En el sueño no existe ningún criterio para saber si algo es un sueño o una realidad de vigilia, salvo el hecho del despertar. (3)

No es posible reconvertir las alucinaciones del sueño en representaciones, y las situaciones oníricas en pensamientos. Esto es lo que intentamos cuando, una vez despiertos, reproducimos el sueño por el recuerdo que tenemos de él; pero ya logremos del todo o solo en parte esa retraducción, el sueño no pierde nada de su carácter enigmático. (4)

Podríamos preguntarnos qué sucede cuando el sueño toca un punto de real, bordea un agujero. Freud habla del ombligo del sueño, dice que todo sueño tiene por lo menos un lugar en el cuál es insondable, un ombligo por lo que se conecta con lo no conocido. (5)

Lo no reconocido, dirá Lacan, lo Unerkannte, el punto en el que se detiene el sentido o toda posibilidad de sentido es lo imposible de reconocer, eso no puede ni decirse, ni escribirse. Eso no cesa de no escribirse. (6)

Freud menciona al ombligo del sueño en una nota a pie de página, a propósito del relato del sueño de la inyección de Irma. En un tramo del sueño se permuta a Irma por su amiga, que sufre ahogos histéricos como la Irma de su sueño. La palidez también refiere a su propia mujer. Tal vez porque considera a Irma poco inteligente y que la otra, más sabia, su amiga, contaría más cosas. Allí Freud dice: “Sospecho que la interpretación de este fragmento no avanzó lo suficiente para desentrañar todo su sentido oculto. Si quisiera proseguir la comparación de las tres mujeres, me llevaría muy lejos. “Después la boca se abre bien, ella me contaría más cosas que Irma”. (7)

El sueño toca un real que se puede leer por analogía con los bordes de los agujeros del cuerpo. En este caso: la boca. Después de todo, Freud armó sus zonas erógenas en función de los orificios del cuerpo y sus bordes.

El ombligo tiene la particularidad de cerrarse y ofrecer en su lugar una cicatriz, un estigma que remite a un agujero. El ombligo del sueño es el punto donde el mismo está más cerca de lo Unerkannte, lo no reconocido. Parece ser un punto en el que la condensación resulta insuficiente, porque no está vinculado sino por un único hilo al contenido manifiesto. Ritter pregunta si en esto no reconocido podríamos ver un real no simbolizado, ante lo cual el sueño se detiene, y si se trata de un real pulsional. En su respuesta Lacan dice:

…es cierto que hay un real pulsional, en la medida en que lo real es lo que en la pulsión reduzco a la función del agujero. Es decir, lo que hace que la pulsión esté vinculada a los orificios corporales… (8)

Freud caracterizó la pulsión por la función del orificio del cuerpo. Parte de una idea de la constancia de lo que pasa por este orificio. Lacan dice que esta constancia es un elemento real que intenta figurar con algo matemático: constancia rotacional, tratándose de aquello que se especifica del borde del agujero. También en el inconsciente algo es significable de modo por entero análogo y es eso ante lo cual Freud se detiene como ombligo del sueño, y emplea el término unerkant. Es lo que en otra parte designa lo urverdrängt, lo reprimido primordial, eso que se especifica por no poder ser dicho en caso alguno, por estar en la raíz del lenguaje.

Lo que del sueño, resuena en el cuerpo

¿Podríamos pensar que el contenido del sueño, en su recorrido, toca un punto de real, y esto tiene como efecto el resonar en el cuerpo?

La resonancia en el cuerpo, en el sueño, la podríamos pensar en relación a un cuerpo que no se define por la imagen, ni por la forma, ni siquiera por el “Un cuerpo”. Acá surge el cuerpo en tanto sustancia gozante, definida como: “eso que se goza”, un cuerpo situado a nivel de la existencia. Se establece un dualismo entre sustancia significante y sustancia gozante.

En la homeostasis del goce del cuerpo, irrumpe el Uno, como disturbio:

el lenguaje introduce en ese registro del goce, la repetición del Uno que conmemora una irrupción de goce inolvidable. A partir de este momento, el sujeto se encuentra ligado a un ciclo de repeticiones cuyas instancias no se suman y cuyas experiencias no le enseñan nada. (9)

Se produce una repetición de goce mudo, que se hace fuera de sentido, goce opaco al sentido, que sería del orden de la adicción y no de la adición, que se repite sin modificaciones. Un S1 suelto que no se liga a ningún S2. ¿Unos de goce que no hacen cadena, que no hacen articulación entre sí, que impactan en el cuerpo?

Este goce repetitivo está fuera del saber, no es más que autogoce del cuerpo alcanzado por el hábil rodeo del S1 sin S2. Aquello que cumple la función del S2 en la materia, que hace las veces de Otro de ese S1, es el cuerpo mismo (10).

Se trata de un goce repetitivo que en tanto adicción no tiene relación con el S2, representante del saber, sino solo con el S1.

La palabra impacta en el cuerpo, el punto de real es la unión de la palabra y el cuerpo, en tanto que la pulsión freudiana reunía quantum libidinal y representación. El goce constituye un agujero en el tejido de las representaciones del sujeto, ya que ante todo es trauma. El cuerpo no alcanza a inscribir todo el goce, hay un exceso del mismo que es disfuncional en relación al cuerpo. “El cuerpo es por tanto superficie de inscripción en defecto respecto al trauma del goce, pero como consistencia mental, se imagina como un lugar al que no le falta nada”. (11)

La unidad imposible de encontrar del cuerpo, Lacan quiere inscribirla, de acuerdo con la lógica de los conjuntos, como el conjunto vacío. Con esto se termina la búsqueda del módulo central. En la escritura misma de este vacío, punto de Arquímedes, es donde vendrán a engancharse los significantes. (12)

Laurent define al cuerpo como el lugar donde se experimenta el goce de la palabra, esto se relaciona con el acento que Lacan pone en el “tener un cuerpo” sostenido a su vez por una “creencia”. El hombre dice que tiene un cuerpo, su cuerpo. Es este decir lo que posibilita el pasaje de el cuerpo a su cuerpo, que lo posee como un mueble. En el estadio del espejo es el padre quien sostiene como garante la identificación imaginaria con el cuerpo. Pero desde esta nueva perspectiva, a diferencia de lo anterior, el cuerpo es otorgado por un decir primero del parlêtre que apunta al tener y no al ser.

Lacan dice: “de LOM tiene un cuerpo”, en un nivel en el que no hay yo, anterior a la relación con la vista. En “Radiofonía”, sitúa este punto mediante el objeto a como incorporal que funda lo corporal: El cuerpo como resultante del impacto del decir.

Es en lo que atañe al cuerpo hablante donde podemos señalar que las cadenas significantes, descifrables a la manera freudiana, a la vez están conectadas al cuerpo y están hechas de sustancia gozante. Los objetos a son tomados del cuerpo, y el goce para el que trabaja el inconsciente se extrae en el cuerpo. Se establece una distinción entre el sujeto del inconsciente que está representado por un significante ante otro significante, y por otro lado el cuerpo como producto del decir.

Laurent cita a Lacan en “Lituratierra”, especificando los dos aspectos en la función de la letra: la letra en tanto que hace agujero y la letra que constituye objeto a en tanto desplazamiento del deseo entre las líneas del significante, metonimia que corre. Letra que hace agujero no es instrumento para la transcripción de la palabra ni una impresión a la manera del “Block maravilloso” de Freud, sino que se trata de la escritura como vehículo de lo que circula entre las líneas de lo dicho, no pronunciado. La letra es litoral entre saber y goce, designa al borde que separa a la letra a, del saber S2. Esta nueva escritura no tiene representación, tan solo viene a indicar el agujero sin imagen y fuera de sentido, en cuyos bordes vendrán a engancharse representaciones hechas de un mixto de imaginario y de simbólico. Los significantes se enganchan por la dit-mensión: mención/mansión del dicho; mension-mensionge: el dicho no es forzosamente verdadero.

Estas dimensiones del dicho son opuestas a lo que en otra época Lacan aislaba como el lugar de la verdad. La mensionge dice al mismo tiempo “la verdad mentirosa” y el sueño. Surge una nueva escritura que está del lado de la letra y el goce, que tenga en cuenta como se escribe el goce de un cuerpo hecho de una superficie de inscripción, un saco y agujeros sostenidos por rectas infinitas: se trata del cuerpo pensado desde una lógica de bolsas y de cuerdas”. Para escribir el goce como vínculo, como cuerda que ata el saco del cuerpo y anuda los cuerpos entre ellos, no basta con hacer de la letra un agujero en lo simbólico (el significante), es preciso tomar en cuenta lo imaginario del cuerpo-saco y lo real del goce que se inscribe en la cuerda-borde que aprisionará los bordes del cuerpo hablante. (13)

Miller dice que la unidad ya no es más del orden del significante, sino del orden de la imagen, lo que significa que esta última aparece como un real. La pulsión aún es un acuerdo entre el significante y el cuerpo, puesto que se la puede incluso evocar como resonancia.

Lo simbólico ya no está más con las palabras titubeantes que rodean las imágenes, queda por fuera con una tendencia a proseguir en lo imaginario. De ahí que Lacan va a poner en continuidad al sueño con la poesía, la filosofía, el fantasma y el delirio, que son todos modos en los que se ve lo simbólico pasar a lo imaginario. “En el silencio de lo real, y mientras que siempre hay que desconfiar de lo simbólico que miente, solo queda el recurso a lo imaginario, es decir al cuerpo, es decir, al tejido”. (14)

En las Conferencias porteñas, Miller habla de la resonancia en el cuerpo, relacionándola con la problemática de la letra en Lacan en tanto introduce la relación del significante con el goce. Al separar significante de significado, va a dar lugar a la problemática de la letra, en tanto jeroglífico. Y dado que el significante pertenece a lo simbólico y el significado a lo imaginario, desde la clínica de los nudos, empareja al significado con el cuerpo mismo, y la resonancia reconduce a la pulsión. (15)

En Freud surge la angustia ante la exigencia pulsional, como el afecto primario que el sujeto percibe como propio, pero experimenta como extraño. “Es el afecto de la extimidad de algo íntimo y exterior a la vez”.

Tenemos las migraciones de la libido y luego su concentración en zonas erógenas, un cuerpo deslibidinizado pero que en ciertas zonas del cuerpo estaría la libido concentrada en su representación. Lacan lo va a entender en tanto el Otro como lugar vaciado de goce y en “Radiofonía” va a decir que el primer Otro fue el cuerpo.

En los dibujos de los primitivos sobre el cuerpo, éste aparece como primera superficie de inscripción para extraer goce mediante las letras corporales. En ese desierto de goce quedarían las zonas erógenas de Freud, o el objeto a de Lacan, como oasis de goce en el cuerpo. Siempre queda un resto, ya que el significante fálico no termina con todo el goce, ni equivale a la relación sexual. De esta manera alude a la no relación sexual. El objeto a surge como un modo de captar el goce en el campo del Otro, pero tampoco lo hace de manera adecuada, es un semblante.

Lacan considera varios estatutos del cuerpo, el cuerpo de goce en tanto cuerpo vaciado que en un límite puede reducirse a superficie de inscripción; el cuerpo imaginario en tanto cuerpo visual como forma del cuerpo, como imagen. Pero el cuerpo como tal no existe, y en una fase de su enseñanza Lacan lo va a entender como: “Un efecto de resonancia en el cuerpo imaginario”. (16)

La interpretación opera únicamente por el equívoco. Es preciso que haya algo en el significante que resuene… Las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir. Para que resuene este decir es preciso que el cuerpo sea sensible a ello. (17)

La antigua noción del inconsciente, lo Unerkannt, se apoyaba precisamente en nuestra ignorancia de lo que pasa en nuestro cuerpo. El inconsciente de Freud es justamente la relación que hay entre un cuerpo que nos es ajeno y algo que forma círculo, hasta recta infinita, y que es el inconsciente, siendo estas dos cosas de todos modos equivalentes una a la otra… Después de todo, la psicología no es otra cosa que la imagen confusa que tenemos de nuestro propio cuerpo. Pero esta imagen confusa implica afectos… Hay algo psíquico que se afecta, que reacciona, que no está separado, a diferencia de lo que testimonia Joyce después de haber recibido los bastonazos de sus cuatro o cinco compañeros. En Joyce solo hay algo que no pide más que irse, desprenderse como una cáscara. (18)

Lacan dice en este mismo Seminario, El sinthome, que uno tiene su cuerpo, pero no lo es. El verbo tener posibilita la expresión de poder relacionarse con el propio cuerpo como algo ajeno. Pero la idea de sí mismo como cuerpo tiene un peso, y eso es lo que se llama ego. Y si al ego se lo llama narcisista es porque hay algo que sostiene al cuerpo como imagen.

El amor propio es el principio de la imaginación. El parlêtre adora su cuerpo porque cree que lo tiene. En realidad no lo tiene, pero su cuerpo es su única consistencia. Consistencia mental, por supuesto, porque su cuerpo a cada rato levanta campamento. (19)

Lacan dice que la adoración es la única relación que el parlêtre tiene con su cuerpo, más que cuando este adora otro, otro cuerpo.

Encuentro con lo real

A propósito de las epifanías en Joyce, Lacan las define como la consecuencia de un error de escritura en el nudo, y que en este aspecto el inconsciente está ligado a lo real. La epifanía hace que gracias a la falta se anuden inconsciente y real.

Lo real surge como la conjunción del significante y el goce, y este encuentro es contingente.

El sinthome es la macrounidad y la une-bevue la microunidad, “En relación con la macrounidad que es el sinthome, la une-bévue es una microunidad que, si seguimos la primera clase de L´insu que sait, incluye el acto fallido, el chiste e incluso el sueño”. (20)

Así planteado, el sueño se comprende dentro de la una equivocación, como un lapsus, un equívoco, fuera de sentido, algo que resuena, un efecto de poesía.

Miller cita a Lacan, donde dice en el Seminario 24 que: “Recurrimos entonces a lo imaginario para hacernos una idea de lo real […] Imaginar lo real”. (21)

¿Este imaginar lo real, cómo opera en el sueño?

Hay una primacía de lo imaginario en la ultimísima enseñanza de Lacan, cuando lo imaginario está incluido en lo simbólico; sería lo que Lacan llama: lo simbólicamente imaginario, que hace deslizar nuestras elucubraciones hacia el fantasma, la poesía y el delirio. Lacan va a oponer a esto “el imaginar lo real”, donde lo imaginario está incluido en lo real, y se podría llamar lo realmente imaginario. (22)

En la respuesta a Ritter, Lacan dice que el ombligo del sueño es un agujero, algo que es el límite del análisis y esto tiene algo que ver con lo real. “Efectivamente es un ombligo particular, el de su madre, aquel al que alguien a fin de cuentas se encontró pendido, reproduciéndolo, si puede decirse, por la sección para él del cordón umbilical. Es evidente que no es al de su madre que está pendido, sino a su placenta”. Y agrega: “Es por el hecho de haber nacido de ese vientre y no de otra parte, que cierto ser hablante, o incluso lo que por el momento llamo, lo que designo con el nombre de parlêtre, lo que resulta ser otra designación del inconsciente, es por haber nacido de un ser que lo deseó o no lo deseó, pero ya solo por ese hecho lo sitúa de un cierto modo en el lenguaje, que un parlêtre resulta excluido de su propio origen, y la audacia de Freud es decir que tiene en alguna parte la marca en el sueño mismo”. El sujeto por su producción imaginativa conserva la marca de un punto donde no hay nada que hacer, es el punto de donde sale el hilo, pero ese punto está cerrado y en su lugar adviene el estigma que está en el sueño mismo. (23)

Hay algo que se resume en una cicatriz, en un sitio del cuerpo que hace nudo. Y ese nudo es indicable no en su mismo lugar, sino que se encuentra ahí mismo, el desplazamiento ligado a la función y al campo de la palabra. En el campo de la palabra, hay algo imposible de reconocer. El Un designa la imposibilidad, el límite. Unerkannt es lo imposible de reconocer. Acá Lacan está hablando de inconsciente, pero inconsciente real.

“La pulsión de muerte es lo real, en la medida en que solo se lo puede pensar como imposible… este impensable es la muerte, cuyo fundamento en lo real implica que no puede ser pensada”. (24)

Lo unerkant es lo imposible de reconocer, incluso en la noción de lo reprimido primordial no pone el acento sobre esta función de imposibilidad, es como una negación redoblada. Me parece que aquí podríamos ubicar aquello del sueño que es intraducible. No hay nada más a extraer de ello, es lo que Freud designa como ombligo del sueño. No se comprende nada más, eso designa una analogía con lo real pulsional de Ritter. Lacan en su respuesta dice: “…soy el que lo hace análogo. Allí es donde se designa el límite por el cual lo simbólico se encuentra finalmente repercutido, que haya algo que, en lo decible, sea comparable por metáfora a lo que es de la pulsión”.

Es ahí donde la pulsión se “opacifica” completamente y se identifica a otra cosa, el lugar de la esencia del nudo. Está anudado en lo simbólico bajo la forma de un cierre, no ya un orificio. Ante esta analogía entre nudo y orificio es que el pensamiento se detiene, un orificio que se cerró. El cuerpo subsiste formando imágenes, desde la identificación del agujero a un punto anudado, que se caracteriza por tener palabra en el nivel de su real.

Lo real se especifica también por un Un, en el sentido de un imposible.

El ser humano cae en un campo de lenguaje ya constituido por sus padres, quienes lo orientan en el lenguaje, y es a partir de allí que es preciso ver su relación al inconsciente que habría que concebirla como lo hizo Freud: hay un ombligo. Por tanto, hay cosas que en su inconsciente están cerradas para siempre.

Aquello que, desde el origen en el reconocimiento mismo del inconsciente, hace estrictamente a lo real, es un punto de opacidad, un punto infranqueable, imposible, la imposibilidad de conocer lo que atañe al sexo. (25)

Conclusión

Lo real es siempre un fragmento, un cogollo en torno del cual el pensamiento teje historias, pero el estigma de este real como tal es: no enlazarse con nada. Hay un efecto que se produce cuando se alcanza un fragmento de real, pero es el signo mismo de que se alcanzó el carozo, y debe partirse de ahí. (26)

¿Podríamos ubicar en esta instancia, aquello del sueño que es intraducible, este cogollo, este efecto de real, lo que no cesa de no escribirse?

1- Borges, J.-A., Ficciones, “Las ruinas circulares” , Sudamericana, Buenos Aires, 2016, p. 54.

2- González de Molina, O., La función del escrito en la obra de Freud. Parte tercera. Tesis doctoral defendida en la Universidad Complutense de Madrid en enero 2017. Inédita, pp. 14-15.

3- Freud, S., “La interpretación de los sueños (primera parte)”, Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 2017, pp. 72-76.

4- Ibíd.

5- Ibíd., p. 132.

6- Lacan, J., “Respuesta a una pregunta de Marcel Ritter”, Blog de Mario Elkin Ramírez, 17 de julio de 2015. Disponible en Internet.

7- Freud, S., “La interpretación de los sueños (primera parte)”, Obras completas, op. cit., p. 132 .

8- Lacan, J., “Respuesta a una pregunta de Marcel Ritter”, op. cit..

9- Miller, J.-A., “El ser y el Uno”, clase 8, 23 de marzo de 2011. Inédito.

10- Ibíd.

11- Laurent, E., El reverso de la biopolítica, Grama, Buenos Aires, 2016, p. 18.

12- Ibíd., p. 19.

13- Ibíd., pp. 126-130.

14- Miller, J.-A., El ultimísimo Lacan, Paidós, Buenos Aires, 2013, pp. 258-259.

15- Miller, J.-A., Conferencias porteñas, t. 2, Paidós, Buenos Aires, 2009, pp. 322-325.

16- Ibíd.

17- Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 18.

18- Ibíd., p.147.

19- Ibíd., p. 64.

20- Miller, J.-A., El ultimísimo Lacan, op. cit., pp. 253.

21- Ibíd., p. 256.

22- Ibíd., p. 274.

23- Lacan, J., “Respuesta a una pregunta de Marcel Ritter”, op. cit.

24- Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, op. cit., p. 123.

25- Lacan, J., “Respuesta a una pregunta de Marcel Ritter”, op. cit.

26- Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, op. cit., p. 121

La escritura del sueño

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