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IV. El abrazo
ОглавлениеEn la sesión con el licenciado Daniel. Martes 14 de julio de 2015.
«La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás,
pero ha de ser vivida mirando hacia adelante».
Sören Kierkegaard.
Miraba el techo; a veces las paredes o la puerta de cedro, antigua, con dos hojas, vitró repartido y banderola, y pensaba. Tenía las manos entrecruzadas sobre el abdomen, las piernas estiradas, estaba relajado. Se escuchaban, apenas, los autos en la calle. A veces había más ruido, por las cercanías a una avenida del barrio de Almagro, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Detrás, Daniel esperaba para interpretarme y hacerme pensar.
Las veces que había concurrido a terapia, le conté muchas cosas de mi vida: matrimonios, hijos, trabajo, deporte. En especial hablé de Tito. Conté por qué un día de diciembre de 2013 decidí empezar a visitarlo. No hablé del acontecimiento perturbador en mi infancia, ese que me angustió aquel mediodía, cuando esperaba a mi padre. Lo tenía guardado. Aún.
—¿Cómo estás Oscar? —preguntó Daniel.
Reflexioné. Esos segundos de silencio me parecieron una eternidad. Esperé. No dije «bien», como acostumbraba. Después dije:
—Daniel, ¿creés en las maldiciones?
Él no respondió. Continué:
—No sé por qué te pregunto esto… Pero hay hechos en mi historia que tienen algo de maldito. A veces, a varias personas de una misma familia les pasa lo mismo.
—¿Sí? ¿Por qué creés?
–No sé. Por ejemplo: Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy. Fueron electos con cien años de diferencia. Y sucedidos por hombres del sur, ambos con el apellido Johnson. Y nacieron con cien años de diferencia. Los hombres que los asesinaron también habían nacido con cien años de diferencia. Y murieron antes de llegar a juicio. Al Presidente Lincoln lo mataron en un teatro. Atraparon a su asesino en una tienda. A Kennedy lo asesinaron desde una tienda. El asesino fue descubierto en un teatro. El apellido de la secretaria de Lincoln era Kennedy. Y el de la secretaria de Kennedy, Lincoln. ¡Decime que eso no tiene algo de maldito! ¿Qué te parece? ¡Tiene que haber algo! No puede ser pura casualidad, ¿no te parece?
Dudé un instante, no quise quedar en ridículo, al final me decidí:
—¿Conocés la historia de Bruce Lee? Él muere a causa de una hemorragia cerebral, en plena filmación. El personaje que interpretaba moría de un disparo hecho con un revólver que, se suponía, no estaba cargado. El hijo de Bruce Lee, también actor, veinte años después muere en medio de una filmación, porque alguien olvidó una bala en un revólver que debía estar descargado. ¿Casualidad?
Respiré profundo, luego sentí un escalofrío extraño, desagradable. Creí haber experimentado esa sensación antes. Algo pareció moverse ante mis ojos, rápido. «Me habrá parecido», pensé, «¿una alucinación?».
No hablé más.
Al rato, Daniel me dijo:
—Oscar, ¿estás bien?
—Sí.
—Bueno, dejemos por hoy.
—Sí… Dejemos.
Me levanté, lo miré y le hice la misma pregunta de siempre:
—¿Cuánto te debo?
—Lo mismo —respondió.
Le pagué, esperé a que me abriese la puerta y salimos juntos al hall. Bajamos las escaleras desde el primer piso, en silencio hasta la entrada. Me despedí con un apretón de manos:
—Daniel, hasta el martes, ¡buena semana!
—Igualmente Oscar.
Los dos sostuvimos la mirada.