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I

LA ESTRUCTURA DEL UNIVERSO

La Ciencia iniciática ha subrayado siempre la analogía que existe entre el universo, el macrocosmos, y el ser humano, el microcosmos.

Imaginaos que alguien que no conociese absolutamente nada de anatomía, que no tuviese la más mínima idea de la forma en que está construido el ser humano, se preguntase: “Pero, vamos a ver, ¿cómo es posible que todo esto se mantenga unido para formar una criatura que anda, que respira, que come, que expresa pensamientos y sentimientos?” Habría que mostrarle que, debajo de esta piel que ve, hay una carne, unos órganos, unos músculos, unos vasos sanguíneos, unos nervios, etc., que no ven, y finalmente, un esqueleto que sostiene el conjunto. Pues bien, a una escala gigantesca, sucede lo mismo con el universo. El universo es un cuerpo. El universo es el Cuerpo de Dios, y nuestro cuerpo físico está hecho a su imagen.1 Así que, de la misma manera que nuestro cuerpo posee una estructura, un esqueleto, sin el cual se aplastaría, el universo también está sostenido por una estructura, gracias a la cual todo se mantiene en equilibrio, desde las galaxias hasta las más ínfimas partículas de materia que constituyen los átomos. La vida es posible gracias a esta estructura denominada el mundo de los principios.

Para comprender cómo está construido el universo y cómo funciona, es preciso contemplar el esqueleto de este cuerpo cósmico desde los pies hasta la cabeza. Esto es lo que yo me he esforzado en hacer durante años y años. A través de la meditación, la contemplación, he tratado de descubrir las leyes que presidieron la construcción del universo. He abandonado mi cuerpo físico para elevarme hasta esta cima desde donde se puede abarcar la totalidad del edificio. Nunca se llega, sin duda, a tener sobre la creación el punto de vista del Creador, pero debemos hacer todo lo posible para acercarnos a él. El único medio de lograrlo es alejándonos de la pesadez y de las limitaciones de la tierra. Porque la verdad es, en primer lugar, un punto de vista, y este punto de vista sólo podemos adquirirlo tomando distancias con respecto al mundo que tenemos cada día ante los ojos.

Claro que, si nunca habéis reflexionado sobre esta cuestión, os será difícil comprenderme cuando os hablo de experiencias que he hecho abandonando mi cuerpo. Lo comprenderéis quizá mejor si comparo estas experiencias con las de los astronautas que han viajado por el espacio: ellos tienen de la tierra y del universo un punto de vista muy diferente. Sin embargo, cada ser humano posee en sí mismo el equivalente de estos ingenios que permiten a los astronautas viajar por el espacio. El Creador ha puesto en él unos centros y cuerpos sutiles que le permiten entrar en contacto con las realidades espirituales, de la misma forma que entra en contacto, mediante los cinco sentidos, con las realidades materiales.2

Conoceremos la verdad el día en que lleguemos a abarcar, con una sola mirada, la estructura de este gigantesco edificio de la creación, desde la cima hasta la base. El mundo se nos presenta como una multitud de criaturas, de elementos, de objetos, de fenómenos inconexos y sin relación entre sí. En realidad, existe un orden, existen conexiones, pero no pueden ser captadas en su totalidad por el intelecto. Por ello me es imposible presentaros, de una sola vez, este conjunto en su totalidad; me veo obligado a daros, cada vez, un compendio limitado. Cada una de mis conferencias es un elemento de este andamiaje, y cuando, gracias a un trabajo interior, hayáis logrado juntar todos estos elementos, como en una iluminación, llegaréis a captar esta unidad del mundo. No, no puedo explicaros más.

Por otra parte, hay cuestiones que los Iniciados prefieren dejar de lado, porque es imposible explicarlas con argumentos objetivos, intelectuales; por mucho que lo intenten, no sirve de nada. El único método eficaz sería el de poder retornar a sus discípulos a ese estado de conciencia primordial en el que todo se aclara sin explicación. Si no, es como pretender que un ciego capte los colores de la salida del sol, o un sordo una misa de Mozart o de Beethoven: todas las explicaciones son inútiles. Pero devolvedle la vista al ciego, o el oído al sordo, en este caso sobran incluso las explicaciones.

Cuando el primer hombre vivía aún en el seno del Eterno, en comunión constante con Él, nada le era oculto. La vida divina en la cual estaba sumergido, era su fuente única y perfecta de conocimientos. Para conocer una cosa, hay que experimentarla. Si queréis reencontrar algo de este conocimiento primordial, debéis comulgar con el universo, con el océano de la luz cósmica. Hasta que no consigamos alcanzar este estado de conciencia que se llama comunión, no podemos experimentar la realidad, no podemos conocerla. Hacemos, quizá, suposiciones, teorías que se acercan más o menos a la verdad, pero nunca coinciden exactamente con ella. “Entonces, diréis, ¿para qué sirven las explicaciones?” Para estimular vuestra curiosidad, para animaros a hacer ciertos esfuerzos, ciertas experiencias, a fin de poder vivir otros estados.

Todo lo que os digo desde hace años proviene de la visión que he tenido de este orden sublime que reina en el universo. Yo os doy los elementos, la dirección, y si sabéis cómo trabajar, también a vosotros os será dada esta visión de la verdad.

1 Del hombre a Dios - Sefirot y jerarquías angélicas, Col. Izvor nº 236, cap. XI: “El cuerpo de Adam Kadmon”.

2 Centros y cuerpos sutiles - aura, plexo solar, centro Hara, chacras…, Col. Izvor nº 219.

En espíritu y en verdad

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