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IV

LA CONQUISTA DE LA CIMA

Observad a los humanos y constataréis que cada uno ve los seres y las cosas a su manera, es decir, en función de su raza, de su país, de su religión, de su sexo, de su situación social, de su educación, de su profesión, de su edad, etc., y sobre todo, en función de su grado de evolución. Esto es normal, tan normal que todo el mundo os dirá que es imposible que sea de otra manera. En realidad, habiendo sido creados todos los humanos en los talleres del Señor, en función de los mismos planos, con los mismos elementos, poseen todos ellos la misma estructura, y son movidos por los mismos resortes. Pero al descender a la materia, tomaron caminos distintos, vivieron experiencias diferentes, que han suscitado en ellos opiniones, tendencias, gustos diferentes, y hasta contradictorios. Sólo que, como cada uno está persuadido de que su verdad particular representa la única verdad, ya no es posible la comprensión entre ellos, y no vemos más que malentendidos y enfrentamientos en todos los campos.

Para sintonizarse de nuevo, para comprender y apreciar los mismos valores, los humanos deben retomar, interiormente, el camino ascendente que les conducirá hacia la cima, hacia las regiones luminosas del espíritu. Sí, si en vez de permanecer ahí abajo, discutiendo sin fin, pudiesen decidirse a aceptar el punto de vista de la cima, todos los problemas políticos, económicos, sociales, religiosos, quedarían resueltos en veinticuatro horas. Hay pues que mentalizarse de que para resolver verdaderamente los problemas, no debemos permanecer en el nivel en que éstos se plantean, sino hacer un trabajo interior que nos permita verlos desde más arriba. Mientras los humanos se contenten pisoteando y discutiendo ahí abajo, no sólo no encontrarán la solución, sino que los problemas se complicarán cada vez más, y principalmente, para ellos mismos.

Así que vosotros al menos, haced este esfuerzo: acostumbraros a concentraros en la cima, en este punto culminante desde el que podemos ver la verdad sobre los seres y sobre las cosas. Claro que la distancia que os separa de él es inmensa, infranqueable incluso; únicamente puede llegar hasta la cima aquél que vive verdaderamente una vida pura y santa. Pero, con el pensamiento, cada uno puede tratar de alcanzarla, porque el pensamiento es ya una cuerda que lanzáis hasta este punto que queréis alcanzar, y una vez que la cuerda está bien enganchada, trepáis por ella. Esto es lo que hacen los alpinistas: lanzan una cuerda y trepan. Sí, ya veis, todavía no habéis descubierto las correspondencias existentes entre el mundo físico y el mundo espiritual.

La ventaja de tratar de alcanzar la cima, también está en que, antes de lograrlo, os veis obligados a recorrer todas las regiones intermedias y a encontraros con sus habitantes. Sin duda, nunca alcanzaréis el punto más elevado, pero lo esencial es empezar. Observad a los alpinistas, no se disponen de inmediato a la ascensión del Everest, sería una locura. Empiezan modestamente con alturas de 1.800, 2.000 metros, y cualquiera que sea la altura, ¡qué gozo cada vez que llegan arriba! Porque esto es lo importante: llegar siempre a la cima.9

Al concentraros en la cima, os sentís impulsados a proyectaros siempre hacia adelante, a franquear unos grados cada vez más elevados; y así experimentáis cuán benéficamente este hábito mental se va reflejando, poco a poco, en vuestra vida cotidiana. Cada vez que tengáis un problema que resolver, una decisión que tomar, una dificultad que afrontar, sentiréis que domináis mejor la situación porque lográis verla desde más lejos, desde más arriba, y cuando debáis actuar, lo haréis cada vez con menor riesgo de equivocaros.

La cima no es únicamente un punto más elevado que los demás. Toda cima, cualquiera que sea, es el centro vivo de las energías más puras, más penetrantes.10 Por eso se imponen a todas las criaturas vivientes. La omnipotencia se encuentra en la cima, es la omnipotencia del espíritu. Únicamente la fuerza de la cima puede dar orden a todos los seres de los diferentes reinos de la naturaleza, de que nos aporten ayuda y protección. Prueba de ello la encontramos en ciertos relatos de la vida de los santos y de los ermitaños que vivían en lugares desérticos, hostiles, en los que no encontraban nada para alimentarse, y en donde estaban expuestos a las intemperies, al calor sofocante y al frío glacial: siempre aparecía un vegetal, un animal, o un ser humano para que pudiesen comer, beber, resguardarse.

La Biblia nos cuenta episodios semejantes concernientes, por ejemplo, al profeta Elías, en el Libro de los Reyes: “Y la palabra del Eterno fue dirigida a Elías con estas palabras: Vete de aquí, dirígete hacia Oriente y escóndete cerca del torrente de Kerith, que está enfrente del Jordán. Beberás del agua del torrente y he ordenado a los cuervos que te alimenten allí. Elías partió e hizo según la palabra del Eterno, y se estableció cerca del torrente de Kerith que está enfrente del Jordán. Los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne por la noche, y bebía agua del torrente. Pero, al cabo de un cierto tiempo, el torrente se secó, porque no había llovido en el país. Entonces, la palabra del Eterno le fue dirigida con estas palabras: levántate, vete a Sarepta, que pertenece a Sidón, y quédate allí. He ordenado a una mujer viuda que te alimente. Cuando llegó a la entrada de la ciudad, había allí una viuda que recogía leña…” Cuando las órdenes vienen de muy arriba, de la cima, la naturaleza y los humanos se ven impelidos a obedecer.

No es malo, desde luego, que concentréis vuestra atención en diferentes objetos de los planos físico, astral o mental: si estos objetos son puros, luminosos, siempre obtendréis algunos resultados, pero no tantos como si os esforzáis por alcanzar la cima, esta quintaesencia que lo dirige todo. Una vez que hayáis alcanzado la cima, alcanzaréis el nudo de fuerzas del que depende todo.

¿Lo habéis comprendido? No, no estoy seguro de que comprendáis verdaderamente lo que quiero deciros... Así que, tomemos un ejemplo en la medicina. Un hombre está gravemente anémico, ninguno de sus órganos funciona ya correctamente: el cerebro, el estómago, los pulmones, el hígado, los intestinos... ¿Qué hay que hacer? ¿Curar todos sus órganos, uno tras otro? Sería algo interminable. Pero, si se le hace una transfusión sanguínea, se restablece de inmediato. Igualmente, en el momento en que alcanzáis la cima en vuestro interior, es como si se operase en vosotros una transfusión de energías puras y vivificantes. Porque en la cima actúa la omnipotencia del espíritu.

Ya os expliqué cómo se sirven los Iniciados de estos símbolos que son las figuras geométricas, para explicar las grandes cuestiones de la filosofía y de la vida, y os di un ejemplo con el círculo. Tomemos ahora el símbolo de la cruz. La cruz está formada por dos líneas: una horizontal y otra vertical. La línea horizontal es la de la dispersión, es el agua que se desparrama por la tierra. La línea vertical es la de la unificación, es el fuego que se eleva hacia el cielo. La línea horizontal es, pues, la de la materia, y la línea vertical, la del espíritu. Y, como veis, estas dos líneas no están separadas, sino que se encuentran, lo que muestra que ambas direcciones no son incompatibles. Este símbolo de la cruz nos invita, pues, a seguir cumpliendo nuestro trabajo en la materia tomando, a la vez, la dirección vertical para volver hacia el espíritu, la fuente, la cima.11

9 En las fuentes inalterables de la alegría, Col. Izvor n° 242, cap. XIV: “Fijarse, darse siempre una nueva cima a alcanzar”.

10 Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor n° 232, cap. VII: “La montaña, madre del agua”.

11 El lenguaje de las figuras geométricas, Col. Izvor n° 218, cap. VI: “La cruz”, y La piedra filosofal – de los Evangelios a los tratados alquímicos, Col. Izvor n° 241, cap. XI: “La regeneración de la materia: la cruz y el crisol”.

En espíritu y en verdad

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