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III

LA CONEXIÓN CON EL CENTRO

Todo nuestro futuro puede resumirse en una pregunta: ¿Qué dirección tomamos? ¿Vamos hacia el interior o hacia el exterior, hacia el centro o hacia la periferia?...

Evidentemente, la existencia está hecha de tal manera que el ser humano se ve continuamente empujado a salirse de sí mismo. Desde el instante en que se despierta por la mañana, se dirige hacia la periferia: mira, escucha, habla, deja su casa para irse al trabajo o a las tiendas a buscar lo que necesita para alimentarse o arreglarse; va a visitar a sus amigos, a distraerse, a pasear, a viajar. Todo esto está muy bien, pero a la larga se deja acaparar tanto por todas estas actividades exteriores que acaba perdiendo el contacto consigo mismo, y ya no sabe verdaderamente quién es. Y a partir de este momento, no sólo ya no ve claro en las situaciones y comete errores, sino que se debilita, y al mínimo conflicto, a la menor contrariedad, se queda desamparado. Es normal que el hombre se salga de sí mismo, cada contacto con el mundo exterior le obliga a ello. Pero para no acabar yendo a la deriva, debe velar sin cesar, para restablecer el equilibrio entre el exterior y el interior, la periferia y el centro.

Desgraciadamente, nos vemos obligados a constatar que los humanos se contentan distrayéndose, dispersándose, y hasta los sistemas filosóficos que bosquejan las ideologías que fabrican, son el reflejo de esta tendencia a salirse del centro. Todo tiende, cada vez más, a alejar a los humanos de la Fuente: en la religión, en la ciencia, en todas partes, y sobre todo, en el arte, se produce este alejamiento. Al final, todo gira en todos los sentidos y nadie comprende ya nada. Diréis: “Pero es la vida la que está hecha así, ¡no puede ser de otra manera con situaciones y seres tan variados, tan diferentes!” La vida es muy compleja, es verdad, pero la manera de comprender y de resolver los problemas puede ser muy sencilla. La verdad es siempre muy sencilla. Para los Iniciados, todo es sencillo, porque han aprendido a reducir la cantidad infinita de los hechos y de las situaciones a algunos principios de base. ¿Y cuáles son estos principios? Figuras geométricas. Sí. ¿Os extraña? Pero, ¿por qué creéis, entonces, que ciertas tradiciones filosóficas han representado a Dios como un geómetra? Porque en el origen de estas tradiciones hay grandes espíritus que comprendieron que la multiplicidad de los seres y de las cosas, así como las relaciones que mantienen entre sí, pueden ser reducidas a estos principios tan sencillos que son las figuras geométricas, como el círculo, el triángulo, el cuadrado, la pirámide, la cruz...6

Tomemos la figura del círculo, justamente. Es muy interesante observar cómo se dibuja un círculo. Se pone la punta del compás sobre el papel para tener el centro, y sólo manteniendo este centro podemos trazar la circunferencia. Primero, pues, está el centro: la circunferencia sólo puede ser trazada a partir del centro. Y si los Iniciados han hecho del círculo un símbolo de la creación, es para subrayar esta idea de que todo lo que existe tiene una conexión con el centro y sólo puede subsistir conservando y manteniendo esta conexión. El que corta la conexión con el centro, no sólo no puede tener una idea clara del mundo, ni de las entidades y fuerzas que en él trabajan, sino que se priva de la corriente de vida pura que brota de la Fuente, de Dios mismo. El equilibrio de la vida cósmica está basado en las relaciones que la periferia mantiene sin cesar con el centro. Todas las partes deben converger hacia el centro, porque éste es el que sostiene su existencia. Un ejemplo de estas relaciones entre el centro y la periferia, nos es dado por el sistema solar, con los planetas que gravitan incansablemente alrededor del sol en un movimiento armonioso.

Cualesquiera que sean los problemas que debamos resolver en nuestra vida, no hay que olvidar esta ley de preeminencia del centro. Porque lo que es preciso comprender bien, es que estos dos términos, centro y periferia, no son solamente unos lugares geométricos: representan focos de fuerzas que se adueñan de nosotros, y las fuerzas del centro, del espíritu, nos regeneran, mientras que las de la periferia, las de la materia, nos trituran.

Claro que el ser humano está hecho de tal forma y sus condiciones de vida son tales, que no puede mantener continuamente su atención en el centro y descuidar la periferia. Se ve obligado a ir hacia la periferia, es decir, a estudiar la materia, a trabajar con ella. Pero para ello, no es necesario que rompa su conexión espiritual con el centro y que se disperse; debe, al contrario, aferrarse al centro divino que hay en él, porque es el centro el que lo une todo, el que lo junta todo, el que lo explica todo, y desde este centro tiene todas las posibilidades de tender hilos hacia la periferia. A medida que se conecta interiormente con este centro, el hombre modela en sí mismo un punto de afianzamiento sólido, y una vez que está sólidamente afianzado, puede aventurarse sin peligro hacia la periferia. Para emplear otra imagen, podemos decir también, que hunde profundamente sus raíces en el Cielo.

Vale la pena meditar sobre esta cuestión de la conexión que nos une al centro, porque esta conexión es la condición esencial de nuestra vida. Cuando un ser humano viene a encarnarse a la tierra, primero pasa nueve meses en el vientre de su madre, con la cual está conectado por el cordón umbilical. Al cabo de los nueve meses, para que pueda llevar su vida independiente en tanto que individuo, este cordón debe ser cortado. Entonces, decimos que ha nacido. Pero para vivir, está conectado con el universo por otro cordón de naturaleza fluídica, y el día en que este cordón se rompe, muere. Finalmente, un tercer cordón, aún más sutil, le conecta con el Señor. Mucha gente ha cortado este cordón, y por mucho que digan: “Ya veis, estamos vivos”, en realidad, están muertos. Algo esencial en ellos ha muerto. Han roto la conexión que les unía a la Fuente divina de la luz y del calor, para ir a perderse en las tinieblas y el frío, y espiritualmente, están muertos. Poseen la vida en ciertos planos, porque todavía no han cortado el cordón umbilical que les une con la madre naturaleza, pero en el mundo espiritual están muertos, y esta muerte espiritual tiene, necesariamente, repercusiones en todos los terrenos de la existencia. Por eso, el discípulo cuyas actividades le obligan a abandonar el centro para ir hacia la periferia, en la agitación y el ruido, sabe que debe reforzar el vínculo que le une con el centro para no dispersarse y conservar su equilibrio interior. La periferia es rica y seductora, es cierto, pero sólo podremos beneficiarnos plenamente de todas sus riquezas si logramos explorarlas permaneciendo conectados con el centro.

La existencia pone continuamente a los humanos en situaciones dé desequilibrio, y si no están conectados con el centro, caen, y aquí caer se entiende en todos los sentidos. Caer es vivir en el desorden, la incertidumbre, los conflictos, las enfermedades, y siempre nuevas enfermedades, porque se ha roto el vínculo con lo que es verdaderamente esencial.

Esta necesidad de permanecer vinculado con el centro se verifica cuando se trata de explorar el subconsciente. Es peligroso para los seres hundirse en las profundidades del subconsciente sin haber trabajado previamente para establecer una conexión sólida con este centro divino que hay en ellos que es su Yo superior.7 El subconsciente es comparable a los fondos marinos, a los abismos. Imaginaos que debéis descender a las profundidades del océano, solos, sin luz, sin protección y sin ninguna experiencia: os asustaréis al veros obligados a avanzar, de esta manera, en medio de las algas, de los animales y de los monstruos marinos de aspecto amenazante. Pues bien, el subconsciente es esto, y es muy peligroso aventurarse en él sin haber tenido buen cuidado de conectarse, previamente, con este centro divino donde se encuentra la luz, la fuerza. Por eso, el psicoanálisis, aunque puede dar buenos resultados cuando es utilizado por personas competentes y provistas de grandes cualidades morales, sigue siendo, de todas formas, un método muy arriesgado, y tal y como se ha expandido, es gravemente peligroso para los humanos.

Así que, ya veis, este símbolo del círculo y del punto central va lejos, muy lejos. En su aspecto más abstracto, estos símbolos, que son las figuras geométricas, se presentan bajo formas extremadamente simples; pero cuando debemos estudiar todas sus aplicaciones en los diferentes planos de la actividad humana, aparecen bajo aspectos tan diversos, tan complejos, que ya casi no podemos reconocer que se trata de un círculo, de un triángulo, de un cuadrado, de una cruz. Pero a mí, es esto lo que me interesa. Sí, lo único que me interesa verdaderamente son los principios, las reglas generales. No me pidáis que os hable de los detalles, los dejo para otros, para los especialistas; ellos tienen tiempo para tomar, cada uno, una parcela de la realidad y explorarla en todos sus recovecos. Son muchos, pueden distribuirse el trabajo, y si quieren, todos podrán ser eminencias en su campo. Pero a mí lo que me interesa es la totalidad; para los detalles soy una nulidad, ¡no me pidáis nada!

Lo único importante es trabajar para volver hacia el centro. Claro que es difícil ver claramente cómo se presentan estas dos direcciones, el centro y la periferia, si no hemos trabajado durante años y años para tener una especie de punto de referencia, gracias al cual podamos pronunciarnos con certeza, sobre todo lo que se nos ofrece: las condiciones, los objetos, los seres... y sentir, por ejemplo, si al comprometernos con tal persona, al aceptar tal proposición, al lanzarnos a tal empresa, nos acercamos al centro, o bien nos alejamos de él.

Si queréis, a esto podemos simplemente llamarle facultad de discernimiento. Pero esta facultad pertenece más al terreno de la sensación que al de la comprensión. Es algo muy difícil de explicar. Esta facultad se adquiere mediante la observación, la reflexión, la meditación, la oración, y sobre todo, con la vigilancia: después de cada experiencia vivida, es importante analizarse para saber dónde situarse respecto de este camino que nos conduce hacia el centro. He necesitado años y años para adquirir este punto de referencia, esta facultad... ¡O este radar, si queréis! Y vosotros también, si os aplicáis en poner a punto este instrumento en vosotros, podréis orientaros correctamente en todas las condiciones de la vida. Pensad que yo no estaré siempre ahí para responder a vuestras preguntas, para encontrar soluciones a vuestros problemas, para daros consejos. Un día, deberéis desenvolveros solos. Y entonces, ¿qué haréis si no habéis aprendido a conduciros?

Os he dado ya ejercicios y métodos para restablecer la conexión con el centro de vuestro ser. Estos ejercicios giran principalmente en torno al sol, porque, como os he dicho, el sistema solar nos presenta la imagen ideal de las relaciones armoniosas entre el centro y la periferia.8 Pero hoy, puedo daros aún otro nuevo ejercicio, diferente de los demás. Por ejemplo, de vez en cuando, deteneos, cerrad los ojos, entrad en vosotros mismos, y tratad de reencontrar este centro que es la fuente pura de la vida.

Abrir y cerrar los ojos es uno de los actos más frecuentes de la vida cotidiana; pero lo hacemos inconscientemente, y por eso, no aprendemos nada. De ahora en adelante, intentad practicar conscientemente este ejercicio: cerrad los ojos lentamente, y mantenedlos cerrados durante unos momentos... Después, abridlos de nuevo, lentamente, y estudiad los cambios que se producen en vosotros. Poco a poco, llegaréis a comprender cómo esta alternancia de abrir y cerrar los ojos tiene su correspondencia en la vida interior: abrir los ojos es ir hacia la periferia; cerrarlos es volver hacia el centro de vuestro ser, que es Dios. Cuando logréis alcanzar este centro en vosotros, sentiréis afluir unas corrientes que os aportarán el equilibrio, la paz, la armonía, y después, emprendáis lo que emprendáis, sabréis que os acercáis a la verdad.

6 El lenguaje de las figuras geométricas, Col. Izvor, n° 218.

7 La vida psíquica: elementos y estructuras, Col. Izvor n° 222, cap. XII: “El subconsciente”, y cap. XIII: “El Yo superior”.

8 La Nueva Tierra – Métodos, ejercicios, fórmulas, oraciones, Obras completas, t. 13, cap. IX: “El Sol”, y Meditaciones a la salida del sol, Folleto nº 323.

En espíritu y en verdad

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