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Hablando con el Volcán
¡Me levanto siempre observando el volcán! Sivarnia podría ocultar cualquier mentira o infamia, pero no podría nunca esconderse del volcán. Ha sido testigo de todo y se reinventa, hablando con voces internas de fuego.
He tenido sueños recurrentes en los que veo que la lava viene a buscarnos y entra por las ventanas. Nos deja sin pausa, nos lleva con ella. Como una dama de velo negro, nos cubre con su manto y nos conduce a un final épico que no hubiéramos imaginado.
¿A quién se le ocurriría fundar una ciudad tan cercana a un volcán activo?
La primera ciudad, «Ciudad vieja», fue fundada en otro sitio. Era en el señorío precolombino que, precisamente, se había establecido dentro de un cráter cercano al imponente volcán de Sivarnia. Los primeros conquistadores tenían miedo del poder místico de los volcanes. Provenientes de Extremadura, les infundían respeto los cráteres de los cuales emanaba ceniza y, además, pensaban que eran entradas al inframundo. Por eso preferían estar lejos, aunque no escapaban de las miradas de algún volcán. Después, y como parte del cruel sometimiento de los señores antiguos vencidos, se mudaron cercanos al volcán, y, desde entonces, pretenden disimular y olvidar la certera verdad de que el cráter habla y devasta lo que a su juicio de magma es imprescindible de mutar.
Sivarnia, desde ese entonces, había transmigrado a un espacio urbano sofocado, en el cual no existían sitios con distancias suficientes. De una ciudad de pocas avenidas y de espíritu bucólico, había tenido una anárquica metamorfosis hacia una vecindad de pavimento con innumerables suburbios y enjambres de comunidades morando en las quebradas en riesgo de que una lluvia impetuosa las inundase
La lava es el componente geológico más presente en este sitio. Se encuentra en casi todos los parajes. Es la evidencia de las frecuentes explosiones en la historia. Los campos cubiertos de lava dan un tinte rojizo y diversidad característica a casi todos los ámbitos y, aun en lo profundo de los lagos, se encuentran los vestigios de magma. Son tres colores: amarillo, rojo, y cenizo, como vestidos de la tierra, los mantos con que la geología mística ha vestido a estos parajes del trópico candente. Y los grandes cráteres hechos lagos, de vez en cuando se coloran de amarillo por las emanaciones sulfurosas que salen de sus profundidades.
Este es el reino de los volcanes. Muchos de ellos se mantienen activos a través de los siglos. Desde antes que los valles se poblaran, la tierra había sido arrasada varias veces. En una de las erupciones, el volcán del lago lanzó sus cenizas más allá de los cinturones tropicales. El volcán de Sivarnia erupcionó en veinticinco ocasiones en tres mil años y su último estallido fue a principios del siglo xx.
La existencia de Sivarnia en las faldas de un volcán ha sido precaria en el tiempo, ya que una próxima erupción podría destruirla. Este riesgo es compartido por todo el país y sus principales ciudades. Vivimos con la absurda complacencia que la erupción no vendrá en nuestra época y que será en un futuro lejano que no nos pertenece.
Nuestra historia está amarrada a estas voces del volcán que arrasan y mutan la existencia. Cuando llegan las explosiones con temblores sonoros, nos sentimos impotentes, no hay sitios en los cuales esconderse. El magma sube de los conos como desangramientos del planeta, con el color de piedra candente, moviéndose con parsimonia, pero con potencia. Arrasan con lo que antes existía, pero su paso es misterioso. Cuando la lava baja y avanza, sus huellas no son uniformes. En algunos lugares todo se transforma, en otros se forman grutas, y algunos sitios son completamente dispensados de su paso. Esta es la manera en que el país se reinventa y regenera permanentemente. Tienen que existir estos eventos geológicos para lograr equilibrios cosmogónicos. La armonía entre el macrocosmos y el microcosmos y la integración fundamental del universo, las sociedades y los individuos.
En algunos momentos me hubiera complacido que la lava arrasara con todos. Después de uno de los fuertes terremotos y observar la destrucción quedan las secuelas en la psique. Un momento clave para entender la enorme fragilidad que poseemos. Un instante de extremo entendimiento ocurre en ese momento cuando asumimos una fragilidad profunda y la comprensión que nuestras nimias preocupaciones y vanidades son insignificantes. En ese instante, comprendemos que todo puede fenecer y como nuestros ancestros en las cuevas lo más preciado es sobrevivir por el día del ataque de los predadores y de otros eventos. Pero hay una conclusión clave que queda en nuestro interior: la del instante fatal llegará como una cresta de lava y nos hará olvidar todo.
A un poeta, en sus andanzas fortuitas, el destino lo colocó en Sivarnia durante la última erupción del volcán. Es impactado con las visiones del fin del mundo. Grita: ¡horror, horror! cuando observa la tierra bambolear destruyendo casas y edificios y cuando escucha los retumbos de la tierra como trompetas de los jinetes del apocalipsis. Y diagnostica que el universo se ha desquiciado que hasta los muertos del camposanto se levantan para hacer otra peregrinación de dolor. Solo los locos del manicomio, según el poeta, podrían vivir en armonía en una naturaleza desquiciada. Sin embargo, como corolario de su episodio de terror constata que el amor es posible en medio de los escombros y contrae matrimonio con su amada esperando posteriormente los días azules.
La lava es la manera abrupta con la cual la tierra expresa un dolor o una pasión. Sin ningún horóscopo determinado, la tierra habla como las personas. Como los escritores quienes, sin opción, son empujados por traumas de lo más interior del alma a escribir. Entonces, de la simiente, salen sedimentos mezclados con piedras preciosas y cieno. Hasta que se establecen vasos comunicantes con el magma y toda la sensibilidad del planeta para que los instantes geológicos y de la existencia sean eternizados.