Читать книгу El viejo y la máquina de escribir / La Corona Four y su historia - Oscar Sosa Gallardo - Страница 10

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El baúl estaba cerrado. Era un antiguo baúl cómoda Vuitton que hablaba de viajes y periplos. Amigos y extraños querían ver cómo eran los cajones para las camisas y el espacio para la galera. Le pedían que lo abriera y él se negaba. Llegó a argumentar la pérdida de la llave. Pero en realidad sentía una aprensión especial en hacerlo. O mejor dicho tenía miedo. Para que engañarse. Es cierto que varias veces intentó abrir el baúl y la llave no giraba. Es cierta también la cantidad de veces que postergó llamar a un cerrajero. ¿Para qué? ¡El no quería abrirlo! No quería enfrentarse con lo que había allí que era parte de su vida y quizás del no siempre bien llamado destino. Esa era una verdad, su verdad, que había esquivado por un motivo u otro. ¿Cuánto tiempo hacía de esto? El y nadie más que él, tenía una noción clara del tiempo transcurrido.

Sabía muy bien que había algo así como una deuda que también era una trampa. Parecía ser una vieja deuda que estaba escondida en su memoria, que insistía y quería ser cobrada por la vida. También sabía de los desafíos, los precios y los dolores que ello significaba.

Hoy existe una diferencia con relación al pasado. Quizás antes lo sabía, pero con los años había aprendido a sentir y sólo sentía dolor. No debía, no podía dejar pasar más tiempo. Hoy siente que abrir el baúl significa un desafío. El desafío consiste en volver a enfrentar al demonio de la palabra escrita.

Deberá luchar contra el demonio poseedor de todas las palabras del universo, en todos los idiomas y dialectos existentes, olvidados o perdidos y presentes en todas las religiones actuales y pasadas. Para escribir una línea, nada más que una línea, deberá arrancar a ese ser esquivo y avaro la posesión de cada palabra. No importaría tanto la lucha contra ese demonio si, con frecuencia, con demasiada frecuencia, ese monstruo de mil argucias no se apoderara de su mente y de su espíritu y se personalizara en él mismo, paralizando todo su ser para el combate y para la acción.

Ya una vez cuando joven casi niño el demonio lo derrotó y lo condenó a trabajos forzados. Parte del castigo fue obligarle a renunciar lentamente a la lectura. Luego, fue perdiendo la capacidad de la escritura al perder la memoria del escribir. Solo quedaron momentos aislados en los que, a veces, se encontraba obligado a ceñirse a escribir solo algunas ideas o párrafos sueltos. La sentencia supuso entonces vagar cuarenta años por el desierto de las palabras. El demonio la consideró leve pero suficiente pues estaba seguro de llevarse el triunfo. Fracaso tras fracaso, el castigo le negó existencia al sentimiento y al fervor. El joven buscó y halló algo de refugio en un trabajo común sin mayor importancia. Esto le sirvió para esconder su derrota ocultando a la vez sus verdaderos anhelos. Fueron años de oscuridad, de terrible oscuridad y sinsabores. El sabía que esto era una trampa en primer lugar para él, pero también lo era para el demonio. ¿Qué quedó de todo aquello que había escrito?

Es entonces que, no obstante sus devaneos y distracciones, varias ninfas y náyades que siempre le acompañaron, piden permiso a los dioses para protegerlo y estos ven que en él están indemnes e intocables las fuerzas del espíritu, la potencia para la lucha y la magia de la creación. Por ello le dan a beber un elixir, llamado Nepente, que curará sus heridas, calmará sus dolores y le hará olvidar temporalmente sus males, lo que le permitirá mirar su presente y percibir algo de su futuro. Así, le brindan la bebida en una copa de cristal tallado e incrustado con perlas y oro, pues los dioses han permitido solo una copa.

Pero he aquí que una de las ninfas, secretamente, le obsequia un ánfora transparente llena de Nepente para que la lleve como una reserva en su largo viaje hacia la palabra escrita. También le advierte que cuando se acabe el licor, deberá romper el ánfora cuyo doble fondo contiene un trozo de coral blanco. El deberá llevarlo consigo dado que posee la energía del mar y le ayudará a superar dificultades. A cambio, deberá cuidarlo por el resto de su vida. Esto será un secreto compartido entre ellos, pero también y de allí en más, lo que él ignora, es que todas las mujeres que ame tendrán algo de la muy joven, esbelta y bella deidad. Pero los dioses han descubierto la exagerada magnanimidad de la ninfa y sospechan de su amor por el humano y por ello la castigan. Así, pasará mucho tiempo hasta que él descubra que ella le sigue adonde vaya, pero lejos de él, pues ha sido condenada a que su nombre se olvide y a navegar eternamente en las aguas del Leteo en una frágil barca de papel en blanco.

El tiempo ha transcurrido y él ya tiene 106 años. Ha sumado dolores y experiencia así como ha seguido los pasos de la palabra escrita. Los dioses lo convocan y le dan la oportunidad de volver a combatir. El estará listo cuando así lo haga sentir el reclamo del espíritu y entonces el poder de la escritura volverá a él. El baúl con sus posesiones no se abrirá hasta que ellos perciban el sentimiento legítimo. Pero también le advierten que para cuando eso suceda ya no podrá volverse atrás. El dictado de los dioses es que deberá, una vez más y es posible que sea la última, enfrentar al demonio que lo aguarda para apropiarse definitivamente de sus escritos. Estos escritos constituyen el baluarte y a la vez su único tesoro. Entregados ellos, sus manos estarán vacías para siempre y su espíritu se hallará en una permanente y mortificante agonía.

El sabe bien acerca de la lucha que le espera y que este desafío propuesto por los dioses no está hecho ni para los cobardes ni para los soberbios. Sabe muy bien que en ello va su vida y sus pasiones. Sabe que puede extinguirse en una página y no poder regresar nunca más al presente. Pero no importa. ¿Qué vale un presente sin memoria? Su propia memoria, su propia identidad. El sabe todo eso. Pero por sobre todo lo que sabe, siente mucho más. Allí está su fuerza. Ya aprendió que no basta saber hay que sentir.

Entonces acepta el desafío conociendo los peligros a que se expone. Habrá sacrificios. Habrá luchas internas entre el cuerpo y el espíritu. El cuerpo volverá a rebelarse como lo hacía siempre, como lo hace ahora. Simulará enfermarse para preocuparle y para menoscabarle. Habrá caídas del espíritu que parecerán derrotas. Si, él ya lo sabía, sabía que serían transitorias si se levantaba y seguía en combate. Si así no fuera, entonces el demonio transformaría la derrota en definitiva. Pero no. Ahora no. Ahora es más terrible. Las reglas son más severas. Ya no habrá caídas definitivas, pero tampoco tendrá recuperaciones definitivas.

La cuestión era el combate. ¿A cuántas vueltas? Le pregunta un viejo al cual él supo leer y seguir, un hombre para el que no existía la derrota. Quizás indefinidas, le responde él. El viejo le da la razón y le dice ¡Ah! ¡Entonces el combate es a muerte! ¡Debes prepararte para ello! El también lo sentía así. Sí, es a muerte, ya sea física o lo que es mucho peor, la muerte espiritual. ¿Hay acuerdo? Entonces ¡Adelante!, dijo el viejo.

Es en ese momento de decisión que él acuñó una expresión: ¡En acción! Ese será su lema, su permanente respuesta a todos los desafíos, a todas las preguntas de cómo se halla, cómo se encuentra.

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El viejo y la máquina de escribir / La Corona Four y su historia

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