Читать книгу El viejo y la máquina de escribir / La Corona Four y su historia - Oscar Sosa Gallardo - Страница 12
[- II -]
ОглавлениеCuando abrió el baúl, quedó sorprendido por el desorden. No había una explicación, pues él era poseedor de la única y antigua llave. Allí guardaba lo que llamaba “mis escritos”, constituidos por un sinfín de notas, apuntes, páginas enteras o trozos de ellas, cartones y tarjetas. Todos ellos eran papeles en los cuales había escrito textos que podían ser a veces guiones y a veces sólo una idea en una línea.
Sin embargo ese material era la base para relatos, cuentos, novelas, guiones, escenas, personas, personajes, vidas imaginarias y no tanto. Había confesiones, de él y sus personajes, buenas para un diario personal, pero insuficientes e inexactas por su discontinuidad, falta de fechas e incoherencia argumental. No obstante ello, estas confesiones eran parte de un todo. Ese todo era él mismo. La realidad y la ficción de una historia o de varias historias. Estaba allí un devenir que provenía de un pasado que debía rescatar. Pero también estaba allí un pasado, con tiempos diferentes, con ritmos y momentos similares y a veces coincidentes que requería una atención especial y concentrada para desentrañar su significado.
El desorden de este material constituía un caos y en algún momento de su vida decidió guardarlo en sobres de papel marrón sin orden alguno y al solo fin de tenerlos reunidos. Los sobres fueron puestos en el baúl que, de esa manera, era custodio de los escritos que alguna vez serían trabajados. Sin embargo, ahora encontraba los textos fuera de los sobres y desparramados en el interior del baúl.
Asimismo en ese lugar se hallaba su máquina de escribir favorita: una Corona “Four”, que solía estar guardada en su caja original que servía para el transporte. Ahora la caja estaba abierta dejando ver en su tapa un envejecido papel al que, momentáneamente y dada la sorpresa, no le prestó atención.
Quienquiera que fuera, se decía a si mismo, no se trataba de un ladrón. Allí estaba su colección de lapiceras y en su estuche original su preferida: una Vendôme de plata y oro. También se hallaba un elegido suyo: Su reloj Tank fondo ónix. Todos ellos eran objetos cuyo valor económico podrían haber tentado al presunto visitante. Por otro lado, el reloj, la lapicera y el baúl, eran para él objetos preciosos dotados de embrujo. Desde hacía mucho tiempo y en su intimidad él los consideró como mágicos o encantados. Ahora, luego de transcurrido el tiempo, volvió a hablar de ellos, de sus poderes y sus características consiguiendo no poca extrañeza en su ocasional interlocutor. Para la gran mayoría de las personas no era fácil entender o aceptar esto de la magia de los objetos. De hecho sonaba a sorna o no encajaba en el común de las ideas. Por último, sumaba a ellos un viejo secreter que fue su primera y exclusiva mesa de trabajo. Ahora estaba transformado en lo que él llamaba un pequeño museo con pistolas antiguas en miniatura, pipas, piedras y caracoles marinos.
A pesar de provenir de distintas épocas y situaciones, cada uno de los componentes de este pentámero, también designación personal, poseía una historia. También, cada uno de los objetos, representaba algo en un escenario en donde la realidad y la ficción, se combinaban, sin capacidad de discernir con claridad a una y a otra. Los textos y los objetos constituían un universo poblado de duendes y fantasmas, cuestión esta tan objetable como la idea de lo mágico.
En tanto él había adquirido el reloj, la lapicera y el baúl y el secreter había sido un obsequio, la máquina de escribir llegó a su existencia como una herencia y con ella, una historia sobre la que había reflexionado más de una vez por su origen y su contexto.
Ahora el baúl se hallaba abierto y dentro de el estaban los objetos. Lo contempló un rato. Le impresionaba como las fauces de un león que, habiendo estado aprisionado, ahora con su garganta sedienta vociferaba gritos de libertad a la vez que mostraba hallarse atiborrado de recuerdos e historias.
Allí estaba el pasado, su pasado. Allí estaba la memoria o una parte de ella que había sido ocultada y que ahora reclamaba el valor de su existencia. Por lo tanto, allí estaba su memoria que quería un trozo del presente. La pregunta era ¿Solo un trozo o acaso todo el presente? Si lo último era cierto, entonces también se encontraba aquel viejo anhelo oculto por la bruma, esa bruma que ahora comenzaba a disiparse. Implicaba mucho. Era, lo sabía, una nueva forma de tiranía, si así cabía llamarlo.
Pero a la vez tenía una extraña sensación que lo llevaba nuevamente a interrogarse. ¿Había abierto una caja de Pandora poblada de maldiciones? El desorden del baúl, los objetos encantados, la vieja máquina y los viejos textos, ¿Acaso se conjugaron para que él acercara una silla y hasta con cierto temor y sinsabor se sentara a revisar los textos? Ya no se trataba de guardarlos de nuevo en sus sobres. Algo le empujaba a revisarlos, como así también surgía una vez más ese secreto desafío que consistía en trabajar con ellos. Pero ¿Qué era trabajar con ellos? ¿Qué significaba?
Significaba, ¿Revisarlos, darles forma? ¿Forma de qué? ¿A propósito de qué? O ¿Ignorarlos o por que no arrojarlos a la basura? Quizás guardando algo de valor que pudiera estar allí mezclado en ese pandemónium de historias ¿Algo de valor? ¿Cuál valor? O ¿Acaso trabajar con ellos significaba volver a escribir a partir de esos textos? Esa era la verdadera pregunta y respuesta a la vez.
No obstante ciertas dudas, él tomó algunos de los papeles y los leyó sin detenimiento alguno. Dejó algunos a un lado y a otros los guardó. ¿Quería revisar detenidamente estos que dejó? No. Mentira. Ya había caído en la trampa. En su propia trampa. Una gran fuerza interior, desconocida e imperiosa, lo impulsaba a trabajar con ellos. Ese trabajar quería decir escribir, re escribir, corregir, corregir, corregir, escribir. Esto significaba la elaboración de textos nuevos desde sus limitaciones y derrotar al demonio con la publicación de algunos o quizás de todos ellos. Todos ellos de por si significaba una utopía. Quizás algunos, se dijo, al ver las dimensiones de lo que tenía entre manos. Así qué, ¿Esa era la idea que empezaba a surgir? Entonces se preguntó como tantas veces ¿Por qué, con qué motivo? En ese ambiente que él mismo estaba creando también se hallaba la trampa de no saber o poder salir. O ¿Es que no deseaba salir?
También era posible que no fuera una trampa sino la libertad de elegir por ese viejo anhelo que ahora empezaba a tomar forma. ¡Tan tarde, tan tarde, amigo mío!, se dijo como dirigiéndose a alguien con quien dialogara en ese momento. Mientras sus manos sostenían viejos papeles que hablaban de historias, un creciente rumor se apoderaba del recinto en que se hallaba. Los espectros adormecidos por el letargo de tantos años comenzaron a despertar. Los fantasmas regresaban para reclamar su espacio. ¿Eran sus propios fantasmas o los de los borradores? ¿O unos y otros eran uno solo? Allí había algo muy fuerte y definitivo. Sentía que algo que no podía precisar estaba más allá de él y no lo podía manejar. Pero sentía que no estaba solo en esto. ¿Era nuevo o ya lo había vivido en algunos de sus pasados tan lejanos?
Reconozco que no puedo precisar cuándo y cómo fue el reencuentro con estos papeles a los que yo llamo “mis escritos”. Tampoco ubico con precisión el momento en que empecé a trabajar con ellos ni el instante en que decidí aplicar todo mi fervor para que adquiriesen determinada forma y pudiesen ser publicados. También, poco a poco, fui identificando y reconociendo la existencia de una fuerza extraña a mí que me obligaba al trabajo con los textos. Era una pulsión, que aparecía de nuevo, tras muchos años de ausencia. No sabía que, con el tiempo, se volvería algo así como una obsesión que debía ser orientada y satisfecha a costa de sacrificios y renuncias bajo la forma de una disciplina no común en mí.
El (se) encontró o más bien (se) reencontró con estos viejos textos que (le) hablaban de pasados y (le) relataban historias que se hallaban incompletas. Pero eran historias al fin. Trozos de vidas, ficción y realidad, cuando no una combinación de ambas. Allí estaba la memoria apresada, a veces, en solo algunas líneas. Era una memoria de lo que no había sucedido. ¿Puede haber una memoria de lo que no ha sucedido? De alguna manera sí. ¿Cuánto tiempo? Demasiado tiempo. El ya no estaba allí. Sin embargo lo había escrito. La sensación que tenía era que quiso olvidarlo. Aun cuando no trataran o hablaran sobre él, allí había una parte suya, muy suya. Por lo tanto allí estaba él, era él a través del yo del pasado. De nuevo, ¿Cuánto tiempo? ¿Quería evitar la confesión? ¿A quién? ¿Cuál era la verdad? Y, en algunos casos, ¡Más de cuarenta años! Entonces él se preguntaba, ¿Cómo vuelve a escribir, quizás para publicar, alguien que durante cuarenta años o quizás más no escribió? ¿Vuelve a escribir o nunca dejó de hacerlo? El desafío supone ¿Escribir, re escribir o dejar todo cómo está? Si escribe ¿La idea es publicar o no publicar?
Ahora, frente a frente, los textos me reclamaron por su oscura existencia y lo hicieron con su presencia. A ella no podía negarla. La memoria hecha papel y en toda su desnudez devolvía los fantasmas al presente. ¿Era acaso el momento de liberar a los textos de la prisión a que estuvieron sometidos? Pero ¿Conocían el precio de la libertad? ¿Conocía yo mismo ese precio? Es posible que no. Pero ni ellos ni yo teníamos cabal idea del desafío y los peligros. Entonces hicimos un pacto. Yo no los mostraría a nadie. Nadie vería su desnudez saliendo de prisión. Todo el mundo podría verlos ya vestidos y presentados en un libro. Su pudor era legítimo y yo debía respetarlo. Era el pudor que poseen los borradores olvidados. Un papel envejecido que solo habla de instantes en que una pluma, un lápiz, una carbonilla o una máquina, dejaron una o varias líneas de palabras, cuyo sentido, cuyo sonido, solo pertenecen a su dueño. A cambio yo podría recibir su ayuda, Ayuda, ¿He dicho bien?, a través de los fantasmas qué habitan en ellos. Yo la recibiría para poder reconstruir la historia o las historias, que ellos, solo ellos, conocen, recuerdan y protegen.
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