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EL NEGRO
ОглавлениеEn mi estrecha calle urbana,
de la noche a la mañana,
de la mañana a la noche,
sin odios y sin reproche,
habita un perro, todo, huesos,
que hace del hambre un exceso.
La cola seca y caída.
La mirada descreída.
Marchitas las dos orejas.
Sumido hocico, sin quejas.
Gallardo en su abatimiento,
el corazón sin aliento.
Que sin cesar peregrina
detrás de cualquier vecina.
Y va irredento en su angustia
llevando su sombra mustia,
de árbol a carnicería,
de allí a la panadería.
Jadeando de hambre y sed,
siguiendo a quién no lo ve.
Solo, o en densa jauría,
en la diaria correría
que alborota al vecindario,
sin importar el horario.
¡Ay!... ¡Pobre perro sin casa!...
¿no haber nacido de raza?
Ser un perro distinguido,
con un nombre y un apellido.
Obsecuente con sus amos,
sin gruñidos ni reclamos.
Mezquino con su comida,
pensar tan sólo en su vida.
Como hacen muchos humanos,
mis bien amados hermanos,
que miran horrorizados
si un pobre los ha rozado.
Pero él es un callejero,
(tal vez por aventurero).
Y no finge sus modales
cuando de quicio se sale,
y en cualquier vereda queda
levantando polvareda.
El negro pelo erizado,
tembloroso y mal parado
de desafiar a la muerte
con un igual o más fuerte.
Y a veces... suele mirarnos
(como si deseara hablarnos)
Y en lo hondo de sus pupilas,
una tierna luz titila.
Y entonces suelo pensar:
¿Si El Negro sabrá llorar
a solas su desventura
de desolada criatura?
Pero de algo estoy seguro,
y es que: El Negro, aunque duro
en esta febril partida
de andar peleando a la vida,
se olvida de su dolor
al mirarnos con amor.