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LA SERENATA
ОглавлениеAllá en los campos de Ampata,
en una charla de bichos,
el zorro dijo al quirquincho:
—¡Salgamos de serenata! —.
El quirquinchito, asombrado,
le respondió con recelo:
—Dígame, ¿me toma el pelo,
o temprano se ha machado?
Sabiendo muy bien, compadre,
cual es su reputación,
de pendenciero y ladrón
¡que Dios me libre y me guarde! —.
El zorro, muy dolorido
dijo: —Compadre, me ofende,
quiero ser bueno y, por ende,
Dios sabe me he corregido.
Regenerarme me lleva
la mayor parte del día.
Me siento ¿quién lo diría?,
como una criatura nueva.
Mas mi suerte ya está echada
y nada puedo esperar,
nadie me ha de respetar,
ni ha de hacerme una gauchada.
Pero el amor me ha llegado,
y en el amor tengo fe,
compadre, acompáñeme,
que por amor he cambiado —.
No convencido el mulita,
aceptó a regañadientes;
y a pesar de sus parientes,
con el zorro fue a la cita.
Y allá fueron los dos bichos
cruzando el campo sombrío,
el zorro lleno de bríos,
muy taciturno el quirquincho.
Tan sólo se oía el canto
de los sapos y los grillos,
era un responso sencillo
por el día, en su quebranto.
Como un pájaro del cielo
que abandonaba su nido,
sobre el campo anochecido
la luna extendió su vuelo.
El zorro y el armadillo,
llegaron sin hacer ruido
hasta un puesto ya dormido
entre ceibos y espinillos.
—Nada hay más desafinado
que un zorro de serenata,
mi canto es ruido que mata —,
argumentó el muy taimado.
—Por eso, ya que ha venido,
con su bella voz de bajo,
cante que yo haré el trabajo
de estar siempre prevenido —.
Ya el quirquincho vanidoso
fue componiendo el garguero,
y soltó como un jilguero
su trova, lleno de gozo.
Y el astuto carnicero
para nada perezoso,
miró con ojos golosos
hacia el amplio gallinero.
Muy pronto llegó al corral,
que en santa calma dormía,
y cuanta gallina había
fue a parar a su morral.
No quedó bicho emplumado
parado sobre sus patas,
al son de una serenata,
por el zorro fue embolsado.
Mas dicen que la avaricia
nunca es buena compañía,
y quien obra así, un buen día:
pagará por su codicia.
Y aunque hubo quien logró,
con música aplacar fieras,
tan grande el barullo era
cuando el cantor concluyó,
Que en el patio desvelado
el patrón se hizo presente,
con perros de fieros dientes
y un trabuco recortado.
El quirquinchito, ignorante
de lo que allí acontecía,
saludó con cortesía
al ver llegar tanta gente.
Hizo un gesto reverente,
apoyado en su guitarra,
cuando el patrón que no yerra,
centró la mira en su frente.
La gloria caro se paga
aunque uno tenga talento,
mas un público violento
a ningún artista halaga.
Pero gloria y vanidad,
a veces van de la mano,
no sólo entre los humanos,
en todo bicho se da.
No era a la regla excepción
aquel quirquincho cantor,
y así aprendió con dolor
lo que no fue con razón.
Del rabillo se vio izado
por las manos del patrón,
quien comentó socarrón:
—mañana, ¡quirquincho asado! —.
Para más humillación,
después de aquella sentencia,
lo arrojaron con violencia
hacia el fondo de un cajón.
Largas horas pasó allí
meditando el trovador,
viéndose en el asador,
adobado con ají.
—Mi compadre va a tratar
de liberarme —, imaginó,
mas el tiempo transcurrió
sin que lo viera llegar.
Pues el zorro traicionero
cuando todo se calmó,
sin mirar atrás huyó,
olvidando al compañero.
La noche cubría el monte
como un oscuro pañuelo;
la luna cruzaba el cielo,
buscando un nuevo horizonte.
Dormían hombres y perros
y en el fondo del cajón,
el preso no halló razón
a las causas de su encierro.
Todo giraba en su mente:
familia, amigos, amor,
el zorro y el asador,
los rostros de tanta gente.
Con amargura miró
cuando escuchó que lo hablaban;
las patitas le temblaban
y pensó: “Todo acabó”.
La extraña voz insistió
con intención de animarlo:
—amigo, vengo a salvarlo,
no ha de morir si estoy yo —.
Luego un ala le alargó
mientras dijo: —Agarre fuerte,
si nos ayuda la suerte
lo saco, como que hay Dios —,
Y fue el quirquincho subiendo,
prendido de uñas y dientes,
no quedó alma de pariente
en justa calma durmiendo.
—Despacio —, dijo el extraño
en las sombras recortado,
—debe bajar con cuidado
si no quiere hacerse daño —.
Ni bien el suelo alcanzó
el quirquincho trovador,
se abrazó a su salvador
y grato le preguntó:
—¿A quién deberé, señor,
por el resto de mi vida,
que ya contaba perdida
mi gratitud y mi honor? —.
—Yo soy el loro del patrón,
sólo así recuérdeme.
¿De dónde vine?, no sé,
¿me habrá traído algún peón?
Para todos, soy Arturo,
para usted, un fiel amigo.
Y puede contar conmigo
si se encuentra en otro apuro.
Y de esto, nada me debe,
olvídese compañero.
Nadie sabe en qué entrevero
nos veremos cuando vuele.
Lo ayudo porque es cantor
y hay una cuestión humana:
¡no quiero oírlo mañana
cantar en el asador!
Además, yo soy un bicho,
y no olvido a mis hermanos,
aunque crean los humanos
que he cambiado, Don Quirquincho.
Y aquí transcurren mis días,
en ese naranjo, don,
¡mimado por el patrón!,
¡viviendo de picardías!
A veces pasan bandadas
y las quisiera seguir.
Pero, ¿dónde podré ir
con las alas recortadas?
Y ahora, volvamos ya,
a su caso, compañero,
está brillando el lucero,
la oscura noche se va.
Las sombras serán su abrigo,
cruce el campo como un viento.
Vaya sin remordimientos
que aquí se queda un amigo.
El sol dejó el horizonte
entre nubes sonrosadas,
y en su tibia luz dorada
abrió sus ojos el monte.
Volaron todas las alas,
vibraron todos los trinos,
en el aire cristalino
el día lució sus galas.
Sobre tuscas y chañares
y en verdes algarrobales,
calandrias y cardenales
elevaron sus cantares.
Pesaroso y sin hablar;
seguido de sus parientes
(cada cual más impaciente),
entró el mulita a su hogar.
Y narró lo sucedido
entre risas y sollozos.
Y al fin dijo, sentencioso,
ante aquel grupo reunido:
—Quien desoye los consejos
de aquellos que bien lo quieren,
y antes del hogar prefiere
andar padeciendo lejos,
Ha de aprender con dolor,
créanme lo que aquí les digo,
cuánto vale un buen amigo,
la familia y el amor —.
Y así termina esta historia,
sencillas cosas de bichos.
Lo que sé, aquí lo he dicho,
según mi escasa memoria.
Talvez lo que sucedió,
es tan simple que no deja
una sabia moraleja,
pero, ¿qué ocurrió?... ¡ocurrió!