Читать книгу Criterios del pensamiento social de José Kentenich. Más allá del capitalismo-socialismo - P. Hernán Alessandri M. - Страница 8

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I.

Planteamiento schoenstattiano del problema

1. El marco histórico de nuestra reflexión

El Padre Fundador cree que estamos viviendo tiempos de gracias. Siempre ha sostenido que tiempos agitados, política o socialmente, son tiempos de gracias y, de hecho, los dos momentos cumbre que la Familia de Schoenstatt ha vivido en Alemania, han sido los dos tiempos de guerra: la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Ahí alcanzó su cumbre en heroísmo y entrega. Repetidas veces el P. Kentenich dijo que Schoenstatt es un “hijo de la guerra”, así como afirmó que Schoenstatt nació y creció en medio de revoluciones.

Lo que en el fondo el Padre Fundador ve como saludable, es la inseguridad que traen tanto la guerra como las revoluciones. En esta situación de inseguridad él siente que la gente está más abierta a Dios, porque percibe que le están socavando la base que creían firme y ve que necesita algo más sólido. En las dos guerras mundiales, la Familia de Schoenstatt experimentó esto en forma muy fuerte y ello le significó un mayor impulso para anclarse en Dios y buscar lo que Él quería. Pero tiempos de guerra y de revolución son tiempos que traen no solo una saludable inseguridad sino, también, un saludable deseo de entrega generosa y anhelo de heroísmo.

Creemos que Chile está pasando por una época así. La inseguridad la sienten todos. Hay clases sociales en Chile que han vivido siempre en la inseguridad; hay otros grupos que estaban más seguros y que ahora por primera vez, están sintiendo lo que significaba la inseguridad, el no saber si mañana van a tener trabajo o qué va a pasar en el futuro. Todos estamos en la misma situación. El sistema social, económico y político parecía sólido, inquebrantable, pero la crisis ha puesto de manifiesto que es frágil y vulnerable. Estamos viviendo una época caracterizada por la incertidumbre, por el miedo y por la inseguridad como destino colectivo. Hoy todo cruje.

Junto con sentir la necesidad de una base sólida, nos golpea el desafío al heroísmo. En muchas murallas aparecía escrito el nombre del Che Guevara, de Ramona Parra y de otros “héroes del pueblo”; están las iniciales del MIR. Sabemos que los miembros del MIR fueron capaces de vivir como prófugos por mucho tiempo; sabemos también que a la juventud le entusiasma ese deseo de comprometerse con una causa, de comprometerse con la historia dejándolo todo; dejando las seguridades de una vida burguesa cómoda, de la vida familiar, arriesgando incluso la propia vida. Esta inseguridad, este desafío al heroísmo, a la entrega total a una misión, es el marco en que deben inscribirse estas conferencias porque no podemos ser indiferentes a la crisis de sentido que ha activado esta situación que vivimos. No puede sernos ajeno el sufrimiento del otro. En ello nos jugamos la humanidad, nuestra condición de seres humanos. Si un ciudadano tira la toalla porque cree que no hay nada más que hacer, no solo ha fracasado él; hemos fracasado todos.

2. Nuestro punto de partida: la fe en el carisma del P. Kentenich

Queremos hacer un estudio sobre el capitalismo y el marxismo. Nos interesa ver hasta qué punto el pensamiento del Padre Fundador ilumina la problemática tan discutida en torno a estos temas. Para poder valorizar este aporte, se supone la fe en el carisma del P. Kentenich. Por eso nos reunimos solo schoenstattianos: pues partimos de la base de nuestra fe en que el Padre Fundador es un profeta para la Iglesia de hoy, que Dios le ha dado una tarea en este sentido. Creemos en su pensamiento porque ya hemos experimentado su validez en nosotros mismos; creemos en sus principios, en sus criterios pedagógicos, porque nos han ayudado a nosotros mismos, a nuestros grupos. Creemos que él tiene un aporte que dar, porque este aporte ya lo hemos sentido como beneficioso en nosotros. Creemos que el P. Kentenich tiene algo que decir frente al problema social, frente a este debate entre capitalismo y marxismo. Partimos de esta fe que no es una fe ciega, sino una fe experimentada. Nosotros creemos que Schoenstatt tiene una gran misión. Pero hoy día es imposible creer en un movimiento católico que posea una gran misión para la Iglesia actual y la sociedad, sin pensar que de alguna manera esa misión repercuta en el problema social.

En el Concilio Vaticano II, la Iglesia se definió a sí misma como una Iglesia servidora del mundo. Schoenstatt quiere ser alma de esa Iglesia. El Padre Fundador estaba convencido, desde un comienzo y especialmente después del Concilio, que Schoenstatt tenía un papel fundamental que desempeñar en la realización del Concilio Vaticano II; que la Familia de Schoenstatt había sido suscitada especialmente por Dios en el seno de la Iglesia, para ayudarla a hacer verdad el Concilio Vaticano II. No recuerdo si lo dijo textualmente así, pero así lo sintió, como también lo sentimos muchos de nosotros. Siempre en la historia de la Iglesia ha habido momentos de grandes reformas y renovación que se han identificado hasta cierto punto (no en forma exclusiva) con comunidades y corrientes determinadas de espiritualidad. Por ejemplo, para mencionar un caso, pensemos en el Concilio que presenta mayor paralelismo con el Vaticano II: es el Concilio de Trento. Sin lugar a duda, hubo en la Iglesia de esa época muchas comunidades y grupos que la ayudaron a hacer vida ese Concilio tan importante para su tiempo. No obstante, fueron los jesuitas quienes, de una manera especial, se hicieron como abanderados de la gran renovación de Trento. Así creemos que a Schoenstatt le cabe hoy un papel especial en la realización del Vaticano II.

La frase que el P. Kentenich pronunció por primera vez en el año 1929, la repitió innumerables veces, sobre todo después del Concilio Vaticano II: “A la sombra del Santuario se codecidirán de manera esencial los destinos de la Iglesia por siglos”. ¿De qué Iglesia se trata? De una Iglesia que se ha proclamado servidora del mundo. ¿Y de qué mundo? De un mundo convulsionado por problemas sociales, económicos y políticos muy graves. Si un movimiento que va a jugar un papel esencial en una Iglesia que es servidora del mundo no tiene un mensaje que ayude a esa Iglesia, a ese mundo, a resolver esos problemas concretos, entonces es absurdo pensar que ese movimiento pueda tener una gran misión o un gran mensaje para nuestro tiempo.

3. Importancia del planteamiento correcto del problema

Quisiera decirles al comenzar, que este tema exige dar una visión de conjunto de todo el pensamiento del Padre Fundador, lo que es sumamente difícil. El tiempo es corto y al querer hacer una síntesis tan general de lo que el P. Kentenich piensa, normalmente muchas cosas quedan al margen.

a) Planteamientos falsos

Creo que al enfrentar este tema –la situación de los cristianos frente al mundo de hoy, el cristianismo frente al marxismo o como se le quiera llamar– debemos partir de un principio fundamental que es necesario aclarar desde un comienzo: no podemos permitir que sean otros los que nos plantean los problemas. La forma en que se plantea un problema condiciona desde ya la respuesta que se le va a dar. Me parece que una de las cosas que más pueden confundirnos hoy día a nosotros, los schoenstattianos, es partir de un planteamiento de la cuestión diferente al seguido por el Padre Fundador. Actualmente hay muchas personas que plantean el problema que ahora nos interesa y cada uno lo hace en la forma que más le conviene, o sea, de manera que no exista una solución del problema fuera de la que cada uno quisiera darle. Estamos viviendo en un mundo que acostumbra a pensar en base a slogans y frases predeterminadas o ya hechas y los problemas se plantean también en base a slogans. Pero, si alguien acepta ese planteamiento tal como se le presenta, necesariamente llega a la solución convenida de antemano.

En concreto: los problemas más urgentes que enfrenta Chile están presentados normalmente desde perspectivas políticas o desde perspectivas económicas y son los partidos políticos los que proponen las disyuntivas. En Chile, se plantea hoy, principalmente, la disyuntiva: capitalismo- socialismo. ¿Y quiénes la proponen? Los capitalistas o los socialistas marxistas. Si nosotros dejamos que el problema se presente en tal forma, nos metemos en un callejón sin salida, porque quedamos obligados a decidirnos o por el capitalismo o por el marxismo.

También se nos invita a decidirnos por diferentes valores que evidentemente son buenos y que hay que salvar, pero que se nos presentan igualmente en forma de disyuntiva. Por ejemplo, se nos pregunta: ¿qué es lo más importante: la persona o la sociedad? ¿Están primero los valores personales de libertad individual o los de solidaridad? Nuevamente se nos coloca aquí en un callejón sin salida. Porque si aceptamos este planteamiento, tenemos que decir: o lo primero o lo segundo, e inmediatamente caemos por la pendiente capitalista o por la pendiente marxista. Y así sucede con muchos problemas que hoy día han sido planteados desde perspectivas no cristianas. Tenemos que tomar conciencia del ambiente en que estamos viviendo y que desde hace muchos años está dominado por una mentalidad capitalista que no es cristiana. Incluso hay toda una defensa o un planteamiento defensivo de valores en sí nobles (como la libertad personal) que han sido propuestos desde una perspectiva capitalista. La libertad y la solidaridad son en sí mismas dos valores cristianos, pero no todos los planteamientos que andan flotando hoy, con relación a la defensa de la libertad y la solidaridad, parten desde una perspectiva cristiana, sino desde perspectivas capitalistas o marxistas. Desde luego vienen de esas perspectivas todos los planteamientos que tratan de oponer este tipo de valores (o los personales o los sociales) llamando a preferir uno de los dos. Un cristiano no puede aceptar este dilema entre persona y sociedad.

¿Qué es lo primero para nosotros? Para un cristiano lo primero es Dios. Un Dios Trino que es comunitario y personal al mismo tiempo. En Dios, las personas y la comunidad son inseparables. Dios es una comunidad perfecta, porque está formada en base a personas infinitamente perfectas. Y, por otro lado, las personas que hay en Dios son perfectas, porque se dan perfectamente las unas a las otras, en una solidaridad total, completa, que llega a la unidad. Ese es nuestro Dios. ¿Qué es entonces lo primero para el cristiano? Nuestra fe nos dice que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios y si ese Dios es personal y comunitario simultánea e indivisiblemente, quiere decir que el hombre hecho a imagen y semejanza suya fue llamado al mismo tiempo a una vocación personal y a una vocación comunitaria. Es imposible separar, decir qué es lo primero. Lo más propio de la persona, del individuo es la libertad. Pero nuestra libertad fue hecha a imagen de la de Dios. ¿Y cómo usa Dios su libertad, por así decir? Cada una de las tres Personas la usa para darse enteramente a las otras. La libertad de Dios es libertad para el amor. Y Dios también dio la libertad al hombre para que la use al servicio del amor y de la solidaridad. Libertad y solidaridad no son dos cosas opuestas. La libertad le fue dada al hombre para la solidaridad y se perfecciona como tal en la medida en que se emplea para aquello a que Dios la destinó: para la unidad, para la solidaridad. Y la solidaridad, por otro lado, es auténtica en la medida que se base en la libertad, de lo contrario no es humana, no es solidaridad a imagen de lo que existe en la Trinidad.

Hoy encontramos muchos artículos cristianos aparecidos en distintas revistas que sostienen: antes teníamos una concepción individualista del hombre, partíamos de las personas y después se llegaba a la sociedad; ahora hay que partir de la sociedad para llegar a las personas. Las dos cosas son falsas si se absolutizan. Nuestro punto de partida es un Dios en que los dos aspectos son simultáneos e inseparables. Si uno parte de cualquiera de los dos, dándole prioridad, corre el peligro de no llegar nunca al otro. Por eso, hay que partir poniendo a los dos en un mismo plano (por lo menos en lo que a valor objetivo se refiere), pues otra cosa es la presentación pedagógica que debe adoptarse a la perspectiva de interés de cada época.

Uno lo ha visto en la práctica: el capitalismo defiende la libertad porque así cree que llegará mejor a la solidaridad, pero no llega. El marxismo parte de la solidaridad queriendo llegar a una sociedad más libre y la experiencia histórica nos muestra que también le ha costado bastante arribar a su meta.

Para el capitalismo, el marxismo es el diablo en persona. Entonces nos exige escoger: “o u o”. Para el marxismo, el capitalismo es el pecado original concentrado, por lo tanto, también plantea esa disyuntiva. Esto no lo podemos aceptar nosotros. Hemos de partir rompiendo cualquier esquema que nos impongan personas de fuera. En primer lugar, nosotros somos cristianos y para nosotros el único Absoluto, es Cristo. Por lo mismo el único que puede decir “o conmigo o contra mí”, es Cristo. Nadie que no sea Él tiene derecho a ello, porque fuera de Él, de su Evangelio, todo lo demás es relativo y será bueno en la medida en que siga la línea de Cristo y malo en la medida en que se aparte de ella. Pero nada, ninguna ideología, ningún sistema socioeconómico, coincide plenamente ni con Cristo ni con el Evangelio. Por lo mismo nadie puede decir: o esto o lo otro.

Tenemos que romper esa mentalidad dualista, ese esquema simplista. Es típico de las mentes infantiles caer en el dualismo. La realidad es compleja, pero es típico del niño vivir en un mundo semejante al de las películas de cowboys donde los hombres se dividen entre buenos y malos de manera tajante.

El mundo no está hecho en base a contradicciones absolutas, como lo sostienen los marxistas. El método de análisis marxista –al que volveremos después– parte de esa tesis, pero es algo absurdo. Esta teoría se encuentra en Hegel, en quien se inspiró Marx. Hegel hablaba de ideas y en las ideas es claro que existen oposiciones así. La idea de bondad con la idea de maldad no tiene nada que ver, y la idea de blanco con la idea de negro son totalmente contradictorias. Pero en la realidad no existe ningún ser que sea enteramente blanco o enteramente negro, todo bueno o todo malo. En la realidad no existen contradicciones absolutas. La mayor contradicción que se puede imaginar es entre Dios y la nada, en el plano del ser y entre Dios y el pecado en el plano de lo moral. Pero bajando al plano de lo real (pues el pecado no existe en sí mismo) ni siquiera el demonio –a pesar de estar lleno de pecado– es mal puro, porque tiene existencia y eso ya es un bien que lo asemeja parcialmente a Dios. La única contradicción absoluta que parece quedar es entre Dios y la nada, pero la nada no existe, por lo tanto, tampoco esta contradicción absoluta es real.

El P. Kentenich habla de un mundo construido no en base a contradicciones absolutas sino en base a tensiones. Las tensiones son contradicciones parciales, relativas, bajo un aspecto. Pueden ser a veces perjudiciales, destructivas, pero, por otro lado, toda la vida que hay en el mundo es fruto del juego creador de dichas tensiones.

Las mentalidades simplistas cuando encuentran dos cosas que están en tensión –ya sean persona o sociedad, naturaleza y gracia, Iglesia y mundo– tienen la tendencia a pensar que, de esos dos valores que están en tensión, uno de los dos es absolutamente más importante. ¿Y cómo resuelven la tensión? Escogiendo uno, absolutizando uno, y en tal forma que no solo eliminan al otro, sino que terminan perdiendo también aquél que escogieron. Por ejemplo, en la tensión “persona-sociedad”, se coge cualquiera de los dos extremos –la persona o la sociedad– y se le absolutiza de tal modo que al final no queda nada. De tanto absolutizar la persona se destruye la sociedad, se crea una sociedad tan egoísta e inhumana que esas personas no pueden vivir en ella como verdaderas personas. Y viceversa: si se absolutiza la sociedad, se le da tanto peso que termina aplastando a las personas y destruyéndose a sí misma. Lo que resta es una agrupación de individuos, pero no una sociedad con solidaridad humana, porque no se trata ya de una solidaridad personal.

Todo simplismo que plantee las tensiones como contradicciones y que escoja y absolutice uno solo de los extremos, al final se queda sin nada. En el fondo, la mentalidad simplista es dualista. Porque ve dos cosas en oposición, escoge solo una de ellas y pasa así de dualista a monista, empieza a absolutizar un extremo. Y al final termina siendo nihilista porque no le quedó ninguno de los dos.

Generalmente los problemas del mundo moderno están planteados según mentalidades dualistas, simplistas, infantilistas, las que –en el plano religioso– corresponden a la herejía maniquea que perturbó considerablemente a la Iglesia en los primeros años de su desarrollo. Los maniqueos oponían cuerpo y espíritu. Todo lo que venía del cuerpo era malo y todo lo que provenía del espíritu era bueno. Muchos problemas de los cristianos con relación a la moral sexual, a la valorización de lo natural, y del cuerpo, nacieron de esa herejía.

Los principales problemas que ocupan a la humanidad de hoy han sido planteados también dentro de esta mentalidad. Y no solo porque quienes los proponen eran simplistas y a veces intelectualmente un poco infantiles (al no percibir la complejidad de los problemas) sino que, también, porque existe un simplismo conscientemente buscado por personas de eficacia estratégica. No se trata de que los capitalistas o los marxistas sean tan simples que no vean la complejidad de la realidad. La cosa es que muchas veces les conviene simplificar, porque es mucho más fácil combatir al enemigo si se simplifica y se concentran todos los defectos del mundo en el otro. Esta es la estrategia que se usa normalmente en política: tratar de mostrar las tensiones como contradicciones. Los marxistas lo hacen también en la teoría, doctrinariamente ellos ven el mundo lleno de contradicciones. Pero los que no son marxistas, en la práctica llegan a lo mismo: tratan de mostrar las cosas como totalmente contradictorias. Como blanco y negro, para ser más eficaces en sus luchas y poder concentrar mejor las fuerzas. Nosotros queremos romper ese esquema dualista. Trataremos de partir por abordar los temas desde una perspectiva abierta, no simplista entre los dos extremos, para así plantear los problemas a nuestra manera.

b) Necesidad de seguir el planteamiento del Padre Fundador

En segundo lugar, quisiera decir que para enfrentar el tipo de problemas que queremos analizar, no podemos abandonarnos a “tincadas” schoenstattianas. No podemos argumentar que llevamos varios años en el Movimiento y puesto que Schoenstatt crea una mentalidad orgánica, toda persona con cinco o diez años en el Movimiento, debe poseer ya, necesariamente, una cierta mentalidad schoenstattiana que le permita –de una manera más o menos espontánea– enfocar bien las cosas.

En parte, esto es cierto: mientras más se está en el Movimiento más schoenstattiana se vuelve nuestra mentalidad. Sin embargo, es necesario tener presente otra cosa: aquí estamos tratando temas sobre los cuales el P. Kentenich ha sido muy explícito. Aquí uno no tiene entonces el derecho a dejarse llevar por sus intuiciones o “tincadas” schoenstattianas. En temas que el Padre Fundador no ha tocado, sin duda que sí. Puede ser también que, en la Universidad o en el barrio se nos presenten situaciones totalmente nuevas. Ahí no puedo ir a consultar un libro schoenstattiano. Tal vez el P. Kentenich no nos ha planteado nunca ese problema concreto que me ocupa. Ahí uno está solo y entonces, tiene que actuar según su criterio schoenstattiano personal. Pero cuando se trata de temas generales, sobre los cuales el Padre Fundador se ha explayado tanto, yo no tengo derecho a proponer cosas en nombre de Schoenstatt (personalmente puedo actuar como quiera), pensando que las soluciones que yo traigo son schoenstattianas por la simple razón de que yo soy schoenstattiano.

Pues bien, sobre este tipo de problemas que hoy nos ocupan, el P. Kentenich ha sido muy claro y ha hablado mucho. Es “el” tema al cual el Padre Fundador le dedicó toda su vida. No se trata de un problema de detalle como, por ejemplo: si tengo un problema familiar, porque uno de mis niños es muy rebelde. En este caso puedo indagar sobre qué ha dicho el P. Kentenich sobre la manera de tratar niños rebeldes, qué consejos dio para situaciones como la que me aflige. En Schoenstatt hemos encontrado solución para muchos de estos problemas. Los casados para educar a sus hijos, los profesionales para valorizar el trabajo profesional, otros han encontrado en el Padre Fundador principios para llevar una vida de oración más seria, para valorar el sexo, el amor humano, etc. El P. Kentenich tiene principios casi para todo y es cosa de saber buscarlos en sus escritos. Pero ¿dónde están los principios, los consejos que el Padre Fundador dio frente al problema social, frente al capitalismo, frente al socialismo? Es toda la obra del P. Kentenich la que responde a esto. Hay temas parciales, o de detalles, sobre los cuales el Padre Fundador ha dado diferentes orientaciones. Puede ser que, en un caso concreto, tal o cual consejo del P. Kentenich no haya dado el fruto esperado, no importa, la autoridad del Padre Fundador no pierde nada con eso. En cambio, aquí los temas que ahora vamos a ver constituyen la misión propia del P. Kentenich y de Schoenstatt.

El Padre Fundador siente que Dios lo hizo nacer precisamente para dar respuesta a estos problemas, que para eso Dios hizo nacer a Schoenstatt dentro de la Iglesia, que todo el carisma que poseen él y Schoenstatt es para responder a este tipo de problemas. Por eso, si aquí él no diera en el blanco, entonces Schoenstatt y el P. Kentenich, no sirven para nada, porque fallaron en lo que proclaman como su misión propia.

Es muy importante conocer el pensamiento del Padre Fundador sobre estos temas, pues aquí tocamos el núcleo de su misión. Si no participamos de su visión sobre estas cuestiones, no entenderemos nada de la estrategia de Schoenstatt, de la pedagogía de Schoenstatt, de los criterios de acción que el P. Kentenich aplica. Toda la formación y la estrategia schoenstattiana dependen de la visión que el Padre Fundador tiene de estos problemas.

c) La perspectiva en que el P. Kentenich plantea los problemas

A partir del año 1912, desde su primera plática, desde el Acta de Prefundación, el Padre Fundador señala un problema fundamental: el COLECTIVISMO.

El capitalismo y el marxismo son para él dos manifestaciones de este mismo y único problema que él ha llamado “colectivismo”. Para descubrir cómo el P. Kentenich llega a este diagnóstico, tenemos que preguntarnos en qué perspectiva se colocó para hacerlo.

El Padre Fundador no es ideólogo, el P. Kentenich no es una persona que se sentó en una mesa a hacer reflexiones de tipo filosófico, político o económico sobre los males del mundo. El Padre Fundador es, en primer lugar, un pedagogo, un psicólogo, es las dos cosas juntas: un psicólogo con grandes dotes de pedagogo o un pedagogo con una inmensa sensibilidad psicológica. O dicho de una manera más simple, el P. Kentenich fue un gran realista, un hombre con una inmensa sensibilidad para la vida. No se sentó en un escritorio para pensar cuales eran los problemas de hoy, sino que los detectó en la vida misma de los hombres. El Padre Fundador fue una persona dotada de una capacidad de contacto sumamente profundo y personal con miles de hombres de diferentes nacionalidades. Él quiso medir o llegó a medir la problemática de nuestro tiempo no en abstracto, sino a través de los efectos reales que él veía que estaba produciendo en la gente la cultura y la civilización modernas, a través de esa mentalidad y actitud profundas que el funcionamiento moderno va imprimiendo en el mundo de hoy. Él partió de la realidad de vida sin ningún prejuicio a priori, sin ningún prejuicio ideológico, simplemente observando lo que se daba.

Me parece importante detectar esto, porque coloca al P. Kentenich en una perspectiva que hoy se valoriza sobremanera, es una perspectiva realista y vital. El hombre moderno, en general, como consecuencia de toda una crisis cultural que viene desde el Renacimiento, tiene sed de realismo. Desde entonces el hombre ha ido perdiendo la confianza en la filosofía, en el poder del pensamiento puramente especulativo. Ello ha sido consecuencia de ciertas filosofías que lo llevaron a esa desconfianza. Especialmente Kant marcó un punto muy importante en todo este desarrollo.

Después de varios siglos de buscar e intentar dar salida a los problemas del mundo mediante esfuerzos de reflexión, mediante esfuerzos filosóficos que no le condujeron a soluciones definitivas, el hombre moderno descubrió la técnica y esta le permitió alcanzar transformaciones en el mundo que él podía palpar. La técnica realmente cambia al mundo y el hombre moderno que es un entusiasta de la técnica, que ama lo real, a quien no interesa tanto el debate ideológico, especulativo, sino que va al hecho, cree encontrar en ella respuesta a sus inquietudes.

Esto tiene lados negativos, pero también hay un lado positivo. Ello se ve en Marx, que era un hombre realista y a quien no le interesaba tanto reflexionar sobre el mundo sino cambiarlo, ser eficaz. Sin duda, este realismo del marxismo es lo que atrae hoy a la juventud. El marxismo tiende sus manos no a ideas sino a realidades. Por eso, quien quiera ser un buen marxista, debe permanecer en contacto con la vida.

El Concilio sigue la misma línea, definió a la Iglesia en una perspectiva totalmente realista. Por eso puso al centro lo que es más real de todo, la vida. Para el Concilio Vaticano II, la Iglesia es la comunidad de los que participan de la vida de Dios y lo más importante es la intensidad de esta vida. La Iglesia está bien cuando la vida divina está siendo más fuerte en ella. Esto significa un gran progreso respecto a una visión intelectualizada y jurídica de la Iglesia que primaba antes del Concilio. Antes de él, se pensaba que la Iglesia era en primer lugar la transmisora de las “verdades” divinas y que lo más importante era que los cristianos tuvieran claras las ideas, la fe. Por eso, lo más nefasto era que alguien proclamara una idea que no concordara a precisión con la que se había definido. En el Concilio se dice: importa la vida. Dios también transmitió verdades a los hombres, pero les reveló esas verdades para que puedan vivir mejor. De hecho, el hombre piensa para vivir, no vive para pensar. El pensamiento está en función de la vida, para que esta sea mejor. La Iglesia del Concilio proclamó eso, nosotros los cristianos poseemos ciertas verdades, pero esas verdades tienen por sentido, por fin, ayudarnos a vivir mejor.

Puede haber gente que tenga ideas muy bonitas, que conozca toda la doctrina cristiana y que no la viva, que esté en pecado, son cristianos que conocen la fe, pero no la viven. El Concilio dijo que también puede ocurrir lo contrario, o sea, que haya gente que no conoce las verdades cristianas y que las vive, son los que el Concilio llama “cristianos anónimos”. Hoy se acepta que puede haber personas que no conozcan a Cristo y que, sin embargo, lleven en su alma la vida de Cristo. A la Iglesia del Concilio no le interesa en primer lugar que se aclaren las ideas, que todo el mundo tenga las ideas de Cristo, sino que la vida de Cristo penetre cada vez más la humanidad. Las ideas sirven a la vida, las ideas (y la fe) se defienden porque ayudan a la vida y no al revés.

Lo mismo pasa con la institución. También antes del Concilio, la Iglesia era una gran institución. Existía gran celo porque se cumplieran todos los detallitos de la organización y de las actas y del derecho canónico. La Iglesia del Concilio no niega lo anterior, pero dice que al igual que las ideas, este aparato institucional está al servicio de la vida y que no sacamos nada con tener claras todas las ideas o tener la parroquia o el Movimiento maravillosamente organizados si no hay vida. La gente puede conocer las ideas, puede cumplir los horarios y reglamentos, pero si la vida anda mal, esa parroquia, ese Movimiento, no serán imprescindibles ni determinantes en la vida de sus integrantes.

El Padre Fundador sigue totalmente esta línea. El P. Kentenich es realista y por eso a él le interesan los problemas vitales, reales del hombre de hoy, por eso en Schoenstatt decimos que un schoenstattiano anda bien cuando de hecho lo está. Puede ser que haya alguien que sepa poco de Schoenstatt, pero eso no nos importa tanto, y puede ser que haya alguno que siempre llega atrasado a las reuniones de grupo y que no cumple otras cosas de este tipo, eso tampoco nos importa tanto si es que de hecho anda bien. ¿Y qué significa que ande bien? Que es un schoenstattiano que está viviendo la Alianza de Amor, aunque no tenga ideas claras y organizativamente esté un poco desorientado.

Esta es la perspectiva según la cual el Padre Fundador ha enfocado el problema de nuestro tiempo, una perspectiva realista. El P. Kentenich mira el mundo de hoy desde ese ángulo, que es ángulo del Concilio y que, al menos en la intención, es también lo que quieren los marxistas, ver los problemas reales.

¿Cómo se ven los problemas reales? El Padre Fundador prescinde de las ideologías, de las instituciones, de los partidos políticos, de todo lo que sea aparato, directamente va a la gente, al hombre. A él le interesa ver cuáles son los efectos profundos que la vida del mundo está causando hoy en la mentalidad y en la actitud de la gente, cuál es la mentalidad profunda que tiene el hombre de hoy, independientemente del país en que viva, el partido político al que pertenezca, de las ideas que tenga. La gente puede tener todas las ideas que quiera y no vivir de acuerdo con ellas. O puede tener ciertas ideas y en la práctica vivir según otras, como les sucede a muchos cristianos que lo son en la teoría, pero niegan a Cristo en su vida diaria. Esto es algo generalizado, alguien puede ser también marxista en la teoría y no serlo en la práctica, protestante en teoría y no en la práctica, etc. Por eso, el P. Kentenich se despreocupa de las teorías, las ideas, y parte de los efectos que se pueden observar en la vida del hombre, en su mentalidad y en su actitud.

4. El mal de fondo: el colectivismo

Ahora bien, el Padre Fundador desde un comienzo pone el dedo en una misma llaga, y dice que el problema del mundo actual es el colectivismo. ¿Qué entiende el P. Kentenich por colectivismo? A los jóvenes, en el año 1912, les habla del hombre-masa, de la masificación. Es el gran problema que el Padre Fundador discierne al iniciarse esta nueva época de la humanidad, que la mayoría de los historiadores coincide en hacer comenzar con la Primera Guerra Mundial. El P. Kentenich se da cuenta que la humanidad está frente a un desafío gigantesco, desafío que se manifiesta especialmente en la situación del hombre moderno ante la técnica. El Padre Fundador pone a los jóvenes en el Acta de Prefundación ante esa disyuntiva. ¿Qué hemos de hacer, decidirnos por la técnica o por el hombre? La técnica es una especie de monstruo que se está escapando de las manos del hombre. En vez de convertirse en una herramienta que le permita al hombre hacer el mundo más humano, está pasando al revés, no es el hombre el que con la técnica está haciendo el mundo a su semejanza, sino que es la técnica, la máquina, la que está haciendo al hombre a semejanza de ella. Y es la máquina la que está imprimiendo a la persona y a la sociedad humana un ritmo inhumano de vida, tan inhumano que lleva a plantear esa disyuntiva. ¿Se podrá encontrar la solución renunciando a la técnica y volviendo a la Edad Media? ¡No! No se puede, tenemos que seguir adelante, tenemos que aceptar este regalo de Dios que es la técnica y que, evidentemente, tiene muchísimo de positivo, pero también hemos de educarnos para aprender a usarla. Y el P. Kentenich plantea el gran problema del hombre de hoy y de la sociedad de hoy, como un problema de educación. Se necesita un gigantesco esfuerzo de educación para que el mundo que el mismo hombre está creando no lo devore, para que el hombre siga siendo dueño del mundo, de ese mundo técnico, y no termine siendo su esclavo, copia de la máquina.

El Padre Fundador llama colectivismo o masificación a los efectos que está produciendo en la sociedad la amenaza de la técnica. La máquina le imprime a la sociedad su propio ritmo y la sociedad moderna se convierte a su vez en una gran máquina en la que cada hombre deja de ser persona y pasa a ser un tornillo, un átomo al servicio de este gran aparato productivo que es la sociedad de hoy. El hombre es manipulado y es instrumentalizado según las necesidades de esta gran máquina. Por ejemplo, si hoy día se construyen grandes edificios de departamentos, no es para fomentar la solidaridad humana, no es para que haya más espíritu de familia entre los hombres, es por la necesidad de la técnica, porque técnicamente son más baratos, porque también es más económico que la gente viva en edificios grandes cerca del lugar donde trabaja y no necesite gastar tanto en medios de locomoción. Todos son motivos técnicos. En el mundo técnico en que vivimos, los hombres habitan cada vez más juntos, cada vez más cerca unos de otros y, sin embargo, cada vez se ve menos solidaridad, cada vez se cae en una mayor soledad. El problema de la incomunicación es el tema de todas las películas y novelas modernas. El hombre de hoy, viviendo en rebaños de millones, yendo en un autobús con el prójimo casi dentro del propio cuerpo sufre, no obstante, de una angustiosa soledad. Vivimos en medio de grandes apreturas, en medio de grandes concentraciones humanas, por eso ya no es sociedad humana: eso es masa.

La sociedad es algo articulado, es algo orgánico. La sociedad es un conjunto de personas con ciertos vínculos entre ellas, no es un montón de gente. El Metro es aglomeración de personas, pero, justamente por ello, no es un modelo de organización social (sobre todo en las horas de mucho tráfico).

La sociedad en que vivimos hoy es una especie de Metro, en que todo el mundo va apelotonado. Eso no es una sociedad, eso es masa, es una mazamorra humana, donde cada uno pierde totalmente su individualidad, su personalidad, y es usado en función de otras cosas, en función de la economía, en función de la política. La sociedad moderna va produciendo sobre el hombre este efecto de neutralizarlo como persona, convirtiéndolo en átomo de una gran masa y, en el fondo, matando lo que tiene más propio de persona.

Si lo más propio que el hombre tiene como persona es su capacidad de pensar libremente y de decidirse libremente, cada vez que se le priva de ejercer esta capacidad, se le está asesinando como persona.

Si ustedes leen la Carta Apostólica de Pablo VI Octogésima Adveniens, que apareció en Chile con el nombre de Igualdad y Participación, verán que toda la primera parte de este análisis que hace el Papa va en la misma línea de lo que el Padre Fundador predicara a los jóvenes en 1912. Y todo lo que el Papa detecta en esa primera parte, lo muestra como mal común tanto del mundo capitalista como del mundo marxista, porque el problema de la colectivización, del hombre masa, producto típico de la cultura industrial-urbana, es una enfermedad general del hombre moderno.

Hoy día, muchas veces, cuando se usa la palabra colectivismo –esto es importante saberlo para no usarla hacia afuera sin una explicación– se la une con el marxismo. ¿Por qué? Porque el régimen marxista y algunos sistemas socialistas hablan de “propiedad colectiva”. Cuando el P. Kentenich se refiera al colectivismo no está pensando en un tipo determinado de propiedad, sino en el efecto producido en el hombre, en un “hombre colectivizado”. Claro que la propiedad colectiva puede ayudar a acentuar este efecto, puede ser factor de colectivización o masificación del hombre, pero también existe masificación sin propiedad colectiva. El sistema capitalista no acepta la propiedad colectiva, sin embargo, tiene muchos otros elementos que también son agentes de masificación.

Así, desde 1912, el Padre Fundador pone el dedo en esta llaga. Este es el problema: el colectivismo, la masificación, que hacen que el hombre y que la sociedad sean cada vez menos humanos, menos libres para pensar y decidir. Por lo mismo, hay que despertar una cruzada anticolectivista, una cruzada que eduque personas y comunidades libres que sean capaces de personalizar este mundo que trata de masificar al hombre. Este es el sentido de la Obra de Schoenstatt.

5. Colectivismo y pensar mecanicista

El P. Kentenich da también otros nombres a esta mentalidad colectivista que hemos descrito. El más conocido es el de “mentalidad mecanicista”. Mediante ese nombre quiere indicar que el hombre moderno ha ido parcializando su visión de la realidad, es decir, dejando de considerar a Dios, a la humanidad y al universo como un conjunto, para centrarse en aspectos parciales de esta realidad. Esa mentalidad, que mecánicamente ha ido separando algunos aspectos de la realidad de otros, es la que, a la larga, ha ido provocando esa situación de colectivismo.

Por consiguiente, esa mentalidad mecanicista consiste para el Padre Fundador esencialmente en una ruptura de la visión de conjunto. Después analizaremos la gran crisis cultural iniciada a partir del Renacimiento y que el P. Kentenich ve precisamente como un proceso de disociación, de ruptura de la visión orgánica de la realidad, propia del hombre medieval. Esto no significa que la visión de la realidad que poseía la Edad Media fuera ideal, lo importante es que había una manera orgánica de enfocar las cosas, que se rompe a partir del Renacimiento. Desde aquel momento hay un enorme progreso en aspectos parciales. Desde el Renacimiento, el hombre progresa en muchas ciencias, también se empieza a conocer mejor a sí mismo, pero, ya no es capaz descubrir la coherencia de todos estos conocimientos que va adquiriendo. Y eso va trayendo una visión cada vez más parcial del universo. El hombre por su propia naturaleza necesita tener una visión de conjunto, no puede vivir sin una visión orgánica, sin tener una síntesis. ¿Y qué sucede si se rompe esta visión orgánica y si el hombre empieza a adquirir conocimientos parciales? Su necesidad de síntesis le lleva a tratar de elaborar síntesis globales a partir de puntos de vista parciales. En este sentido dos hombres han sido decisivos para la historia moderna: Freud y Marx.

Freud, por ejemplo, tuvo una concepción parcial de la realidad, era especialista en un aspecto, y a partir de su análisis de tipo psicológico-sexual, trata de dar una explicación global del hombre. Desde el aspecto sexual, trata de explicar la vida humana entera: la moral, la vida social, la familia, el arte, la religión. Freud pretende dar una cosmovisión, pero partiendo de una perspectiva parcial.

Lo mismo hace Marx. Hay dimensiones del hombre que a él se le escapan. Desde luego, toda la dimensión espiritual. A Marx le impresionó el problema económico, el problema de las clases sociales, y se centró allí. Desde esta perspectiva procuró dar una cosmovisión y en esa cosmovisión, que partió de premisas parciales, la totalidad del hombre no tiene lugar, no cabe. Cuando se trata de organizar moldes o modelos de vida social a partir de perspectivas parciales, que no respetan todos los valores del hombre, si se trata de embutir al hombre allí, necesariamente habrá que mutilarlo bajo muchos aspectos.

Eso es lo que está pasando en el mundo de hoy. En líneas generales se ven los valores materiales descuidando lo espiritual, no solo en el sentido sobrenatural, sino también los valores de la persona o los valores espirituales de la misma sociedad. Vivimos en un mundo deslumbrado por el proceso técnico, material, en que la eficacia se ha convertido en el valor supremo. El documento de los Obispos –Evangelio, Política y Socialismos1– muestra como esto sucede tanto en el capitalismo como en el marxismo, digan lo que digan las teorías.

El marxismo, en teoría, se muestra muy humanista, pero en la práctica para ambos –marxismo y capitalismo– el valor supremo es la eficacia. En la sociedad capitalista el criterio fundamental es el aumento de las utilidades. En la teoría existe también un anhelo humanista: se quiere que aumenten las utilidades para que el hombre sea más feliz. Pero lo que decide la cuestión es lo que rinde más. Igual los marxistas. También ellos quieren que los hombres sean más felices, pero en la práctica decide la eficacia. Para Lenin es moralmente legítimo todo lo que acelere la revolución, todo lo que sea eficaz en el plano económico, político, es norma del valor y del bien. Y en la búsqueda de la eficacia se empieza a mutilar al hombre. Conviene que todos marchen juntos y por lo mismo conviene que todos piensen lo mismo, que todos decidan lo mismo, y así comienza todo el problema de la manipulación y de la despersonalización. Tanto al mundo capitalista como al marxista les interesa –en vista de la eficacia económica o política que colocan en primer plano– que todos piensen lo mismo y hagan lo mismo. Ese es el sentido de la propaganda de la sociedad de consumo o de la propaganda ideológica en el caso de los países marxistas. Se manipula a la gente. Y tanto el mundo capitalista como el marxista, es un mundo en el cual el hombre, de por sí, no puede ser persona porque le cuesta pensar y decidir libremente. Es un hombre obligado a pensar dentro de ciertos moldes, por eso no es persona, es masa, y no es capaz de tener contacto personal con otros. Lo peor es que al sistema le conviene que sea masa. A la sociedad de consumo, al capitalismo, le conviene que el hombre sea masa, que responda cada vez con más fuerza a la propaganda, a los slogans, que compren los productos que se ofrecen. Y a los marxistas también les conviene que el hombre sea masa para que su sistema tenga una base más sólida para que exista una adhesión incondicional al régimen, para que haya un monolitismo de pensamiento. O sea, a los dos tipos de sistema no les conviene que haya diferenciación ni en el actuar, ni en el pensar, para poder unir todas las fuerzas en aras de la eficacia. Eso trae por consecuencia que el hombre se destruye. Habrá mucha eficacia, pero no puede haber personalización sin diferenciación y no puede haber una comunidad humanamente rica, si no está sostenida por lazos personales, de personas capaces de pensar originalmente.

El Padre Fundador sintió que Dios lo llamaba a ayudar a la Iglesia haciendo surgir, desde Schoenstatt, una corriente de personalización. No en el sentido de que la persona sea más valiosa que la comunidad. Al referirse a esto, al hablar de “lo personal”, lo estoy considerando como una dimensión esencial tanto del individuo como de la comunidad humana. El problema estriba en que el individuo de hoy no es persona sino tornillo, y en que la comunidad no es comunidad, sino que es masa, montón.

El P. Kentenich ve como gran tarea histórica luchar por conseguir que esos individuos sean personas y que esa masa, la sociedad industrializada, llegue a ser una comunidad de personas. En el fondo se trata de personalizar al individuo y a la comunidad humana, no de defender a la persona frente a la sociedad, sino de salvaguardar la dimensión personal, tanto en el individuo como en la comunidad humana.

6. Capitalismo y Marxismo: dos formas del mismo mal colectivista

Este mal lo detecta el Padre Fundador tanto en el capitalismo como en el marxismo. A uno y a otro lo analiza desde el punto de vista del efecto colectivizante que tienen sobre el hombre y la sociedad, y los encuentra muy semejantes. Lo dice claramente en textos suyos. El P. Kentenich no ve una diferencia esencial entre el capitalismo y el marxismo, sino que para él se trata de simples diferencias de grado. Opina que los dos sistemas son formas diferentes de organización social, económica y política, pero frutos ambos de una misma mentalidad mecanicista, de un mismo proceso cultural que viene del siglo XVI. De hecho, el marxismo surgió como reacción al capitalismo, pero manteniéndose en su mismo nivel y en su mismo ambiente cultural. El marxismo nace de los mismos principios que engendraron al capitalismo. El Padre Fundador los ve como dos formas de mentalidad mecanicista, como dos sistemas provenientes de una raíz común y que, por lo tanto, conducen, ambos, a lo mismo: tienen efectos colectivizantes, masificantes.

Por eso no se puede decir que el P. Kentenich sea anticapitalista o antimarxista, él es anticolectivista. Directamente no es el sistema socioeconómico el que le importa, sino el hombre. A él le interesa que el hombre sea persona y que la comunidad humana sea personal. Constata que tanto el sistema capitalista como el sistema marxista reducen esta posibilidad, la impiden, por eso critica y combate a ambos. Al Padre Fundador le preocupan los efectos negativos que estos sistemas tienen en la persona y en la sociedad humana. Él no parte de ningún a priori, parte del hombre. Si se lograra establecer un sistema socioeconómico en base a cualquier tipo de propiedad –colectiva o individual– que no produjera este efecto negativo, colectivizante, el P. Kentenich lo aceptaría. Él parte de la vida, de la realidad. A él le interesa el hombre, que el hombre y la comunidad puedan vivir sanamente, y juzga los sistemas en función a esto. Cualquier sistema que garantice una vida más personal, más auténticamente personal, es aceptable.

Es importante tener en cuenta su afirmación de que la distinción entre capitalismo y marxismo es más bien de grado. Así resulta más fácil no juzgar al capitalismo y al marxismo como dos realidades compactas, como dos bloques monolíticos. Dentro del capitalismo hay muchas variantes, muchos modelos capitalistas más o menos colectivizantes. Lo mismo pasa en el marxismo, dentro de las realizaciones históricas del marxismo que conocemos, vemos que no todas son iguales. Hay algunas que son más duras, otras más blandas, más abiertas, más humanas.

Si la diferencia entre marxismo y capitalismo es, según el Padre Fundador, una diferencia más bien de grado, entonces se podrá hacer una comparación entre los distintos modelos capitalistas y marxistas y tal vez lleguemos a la conclusión de que hay ciertas sociedades de tipo capitalistas, más humanas que otros modelos marxistas. Por ejemplo, pensemos en Suiza, la sociedad de Suiza es de tipo capitalista, sin embargo, la diferenciación de clases es muy reducida y la participación libre del campesino y del obrero en todos los organismos de decisión está tal vez más asegurada que en la mayoría de los países socialistas. La estructura de cada cantón asegura una democracia bastante real. Sin formular un juicio sobre el sistema capitalista como tal, puede decirse que esta forma concreta de sociedad capitalista –la Suiza– es mucho más humana que determinados modelos socialistas. Puede ser también, que dentro de los modelos marxistas haya algunos más humanos que otros modelos capitalistas. Si la diferencia es de grado, se puede aceptar esta posibilidad. Sin embargo, hay motivos por los cuales el P. Kentenich se refiere más al marxismo que al capitalismo. También se preocupa de preparar especialmente a la Familia para que pueda resistir la forma marxista del colectivismo, que cree más peligrosa no porque la considera en sí misma peor que la otra, sino porque, en el fondo, cree que es la ola última, la ola que va a durar más. Desde un punto de vista estratégico o práctico, la ola del colectivismo marxista va a ser aquella con la cual la Iglesia va a tener mayor quehacer en los próximos años, pues el capitalismo pareciera ir perdiendo ya su dureza, su agresividad.

No es intención del Padre Fundador, al comparar capitalismo y marxismo, poner el problema en abstracto, situar a ambos sistemas en un mismo plano y decir: este es mucho peor que el otro. El P. Kentenich nunca hace juicios en abstracto. Para él, en la práctica ambos sistemas producen los mismos efectos con una diferencia de grado. Por eso, cuando el Padre Fundador habla de una “mayor” peligrosidad del marxismo, generalmente no está juzgando al sistema como tal, sino que viendo las perspectivas históricas futuras. Por el desarrollo histórico, concreto del mundo se ve que la lucha contra el colectivismo de tipo marxista va a ser más larga. (Cuando hablo de “lucha” me refiero a la superación de los efectos colectivizantes del modelo de sociedad marxista, sin negar por ello los aportes positivos que pueda contener el marxismo).

7. Precisión acerca del lenguaje del P. Kentenich

Un dato para los que leen los escritos del Padre Fundador: cuando el P. Kentenich habla de “bolchevismo”, si expresamente no dice otra cosa, por lo normal se está refiriendo al colectivismo en general, tanto bajo sus formas capitalistas como marxistas. No se puede decir que el Padre Fundador está condenando el marxismo cada vez que usa la palabra “bolchevismo”. Su enemigo, el bacilo que quiere combatir, es el colectivismo y por eso a veces, cuando habla de “bolchevismo”, se está refiriendo al gran problema del colectivismo, excepto en aquellos casos en que exprese claramente que está hablando de aquella forma particular de colectivismo que es el marxismo. Muchas veces usa la palabra “bolchevismo” para hablar de formas colectivistas no marxistas. Por ejemplo, en el tiempo del nacionalsocialismo, en parte por estrategia (para no emplear palabras comprometedoras) hablaba de mentalidad “bolchevique” de los nazis. En pláticas posteriores, cuando ya no existían estos motivos estratégicos, el P. Kentenich habla de la mentalidad “bolchevique” occidental y no se está refiriendo a los marxistas occidentales sino a la mentalidad colectivista capitalista.

Durante la época de fundación de Schoenstatt, en la década del año 20 en Alemania, hubo muchas luchas con corrientes socialistas. En esa época el Padre Fundador habla bastante del marxismo, de la corriente colectivista marxista. Después de la Segunda Guerra Mundial y en torno al 31 de mayo, también habla bastante del marxismo. ¿Por qué? Porque en ese momento la corriente colectivista marxista le parece especialmente peligrosa.

Luego de la Primera Guerra Mundial hubo una revolución socialista en Alemania y las corrientes marxistas estuvieron muy presentes en todo ese tiempo. Por eso el P. Kentenich se dedica a hablar del colectivismo marxista. Después de la segunda guerra, en la época de sus viajes internacionales, cuando viene a Chile, todo el ambiente internacional estaba muy tenso, la guerra fría alcanzaba su punto culminante, se temía una nueva guerra mundial con una avalancha comunista sobre Europa. Por eso, en ese tiempo, cuando el Padre Fundador habla del colectivismo, generalmente se refiere a los marxistas, por la sencilla razón de que la amenaza marxista está muy acentuada.

Pero en otras épocas, al hablar de colectivismo, el P. Kentenich “dispara” hacia otros lados. Por ejemplo, en toda la década de 1930, sigue su mismo tema, la lucha anticolectivista, pero en ese tiempo el enemigo concreto era el nacionalsocialismo. Políticamente el nacionalsocialismo no tiene nada que ver con los marxistas. Al contrario, los marxistas, los fascistas y los nazis se consideraban como el agua y el aceite. Sin embargo, en 1930, el Padre Fundador sostiene que, en el fondo, ambos llevan a lo mismo. Y aplica frente al nacionalsocialismo los mismos principios de estrategia que antes había mostrado como necesarios en el enfrentamiento con el marxismo. ¿Por qué? Prescindiendo de las oposiciones en el plano político e ideológico, el P. Kentenich ve que el efecto que produce sobre el hombre y la sociedad la corriente nacionalsocialista es el mismo que provocan las corrientes socialistas de tipo marxista.

Después, en el tiempo de su destierro en Milwaukee, constata que el efecto colectivista del mundo capitalista y de la sociedad norteamericana es tan fuerte como el de las corrientes socialistas marxistas o el del nacionalsocialismo.

El Padre Fundador se convence cada vez más de que el colectivismo es el mal de fondo común en la medida en que Dios lo va poniendo en contacto con las distintas corrientes colectivistas modernas. En el comienzo con los marxistas (1912-1930), después con los nacionalsocialistas. En el campo de concentración toma contacto más cercano con unos y otros (con los marxistas y nacionalsocialistas), más tarde en Milwaukee, le toca conocer muy por dentro el alma de la sociedad norteamericana, máximo exponente del capitalismo. A lo largo de todos estos confrontamientos, el P. Kentenich no cambia su línea. A todas las corrientes con que se va chocando les va poniendo la misma etiqueta, las va sintiendo como manifestaciones de un mismo mal de fondo y por eso las llama “colectivistas” o“bolcheviques” por parejo, sean marxistas, nacionalsocialistas o capitalistas. Él ve el efecto que tienen sobre el hombre, eso es lo que le interesa. Puede ser que la ideología, el sistema de propiedad, la organización política, sean distintas, pero el efecto en el hombre, ese efecto destructor de la persona y de la sociedad humana se manifiesta en los tres casos por igual. Esto basta con relación a la clarificación de las palabras empleadas por el Padre Fundador en sus planteamientos.

8. Examen de Conciencia

Quisiera terminar esta primera charla invitando a hacerse una pregunta. El momento que vive Chile es muy apremiante, seguramente enviado por la Providencia para que nos encontremos a fondo con el P. Kentenich y con el 31 de mayo. El hombre es flojo y no se esfuerza si los acontecimientos no lo urgen. Siempre hemos estado felices con el Padre Fundador, con la Misión del 31 de mayo, pero tal vez hasta ahora no hemos profundizado bien el mensaje del P. Kentenich, el contenido del 31 de mayo, porque no habíamos sentido aún la urgencia de hacerlo. Hasta ahora habíamos estado sacando de ese tesoro lo que necesitábamos para resolver nuestros pequeños problemas personales. Me refiero a ese tesoro que es Schoenstatt, a todo el tesoro que significa el mundo del Padre Fundador y del 31 de mayo, de él habíamos sacado muy poco. Por eso creo que Dios y la Providencia Divina pensaron en gran parte en nosotros cuando permitieron que en Chile sobrevinieran grandes cambios políticos, fue para obligarnos así a tomar en serio el 31 de mayo, el mensaje del P. Kentenich. Dios ha permitido que muchos sientan que el agua les está llegando al cuello para que se vean obligados a buscar una solución real a problemas que ya no pueden seguir simulándose.

La pregunta que tenemos que planteamos es la siguiente. En este momento tan rico en interrogantes y en búsqueda que estamos viviendo en Chile. ¿Hemos reaccionado espontáneamente según la perspectiva del Padre Fundador o no? Por ejemplo: ¿nos hemos dejado convencer de que el gran dilema del mundo de hoy es la disyuntiva aparente entre el capitalismo o marxismo? ¿Hemos aceptado el planteamiento de los problemas propuestos por los capitalistas o los marxistas? ¿Hemos conservado claro el planteamiento del P. Kentenich que ya habíamos escuchado tantas veces antes de hoy o tal vez, ante la fuerza de los acontecimientos sucedidos en Chile se nos ha ido olvidando? ¿Hemos conservado claro que el problema del mundo de hoy es superar el colectivismo?

El Padre Fundador dice que ese es el gran imperativo para la Iglesia, superar tanto la mentalidad capitalista como la marxista, porque ambas son colectivistas. Nosotros, ¿hemos conservado la mirada donde la tiene puesta el P. Kentenich? ¿Sí o no? ¿Nos hemos dejado arrastrar por los acontecimientos inmediatos, dejándonos convencer que la decisión angustiosa de hoy es: capitalismo o marxismo, capitalismo o socialismo de corte marxista? Esto no significa que deba restársele importancia a esta pregunta política, porque, como el Padre Fundador decía, hay diferencia de grado colectivizante entre un sistema y otro y también es importante saber escoger el menos malo. Pero, creo que la pregunta política para un schoenstattiano debe plantearse hoy así: tenemos que superar el colectivismo (ese es el gran problema) y por lo mismo, entre las alternativas políticas concretas que se nos ofrecen en Chile, debemos estudiar cuales son las menos colectivizantes. No tiene sentido plantear la discusión en abstracto, hay que comparar el grado colectivizante del modelo capitalista concreto que se propone (que puede ser más o menos inhumano) con la alternativa socialista concreta que se le opone (que puede ser no marxista o marxista y, en este último caso, de un marxismo más o menos rígido). Por eso, también, es muy importante para nosotros todo lo que se refiere al cambio del sistema político y socioeconómico.

Pero lo importante es el enfoque del problema. Nuestra pregunta debe ser para solucionar el problema de fondo que es el del colectivismo: ¿cuál es el sistema menos colectivizante o menos despersonalizador? Lo importante es tener claro el criterio de valorización, nuestra meta debe ser la superación del colectivismo y de los elementos colectivizantes que se den hoy tanto en la mentalidad capitalista como en la marxista. Esa es la actitud que corresponde al pensamiento del P. Kentenich.

Ahora viene la segunda pregunta de nuestro examen de conciencia, si tenemos claro lo anterior: ¿tenemos igualmente claro que nuestro aporte específico como schoenstattianos es la denuncia del colectivismo, la denuncia de los elementos colectivizantes en cualquier modelo de organización social que se nos proponga? Si somos seguidores del Padre Fundador, no somos en primer lugar ni anticapitalistas ni antimarxistas, somos anticolectivistas. Este es el aporte de nuestra Familia a la Iglesia chilena, al mundo y al país: señalar el verdadero problema, mostrar que, ni el capitalismo ni el marxismo son la verdadera solución porque ambos poseen elementos colectivizantes. Y si denunciamos soluciones concretas de tipo marxista o capitalista que se nos proponen en Chile, no las denunciamos por el hecho de ser capitalistas o marxistas, sino en la medida en que sean colectivizantes (ya hemos visto que tanto dentro del capitalismo como del marxismo hay grados). Ese es el criterio del P. Kentenich.

Esta charla nos da materia para reflexionar si hemos estado midiendo los problemas de hecho con el criterio del Padre Fundador y denunciando lo mismo que denuncia él, o si hemos andado midiendo a la gente más bien según la clasificación de moda: “este es medio capitalista, este otro medio marxista”. No es ese el criterio del P. Kentenich. En el campo de concentración el Padre Fundador tuvo muy buen contacto con marxistas. Lo que a él le interesa es si una persona está luchando o no por un mundo más personalizado, por una comunidad más humana, independientemente de su ideología política. Ese es su criterio. Y nuestro trato con las personas tiene que ser igual. No un poner etiquetas, este es un capitalista o este es marxista. Al P. Kentenich lo que le importa es si tal o cual persona es valiosa para construir un mundo que venza el colectivismo, para construir un mundo verdaderamente personalizado y humano, o si se trata de un hombre atado a una mentalidad mecanicista y materialista, sea del color político que sea. La perspectiva del Padre Fundador es muy clara, muy honda y a la luz de ella debe juzgarse lo demás, lo político, lo socioeconómico.

Esto da material para un examen de conciencia muy serio. Quizás hasta ahora nos hemos sentido muy portadores del mensaje del P. Kentenich, pero a lo mejor lo hemos sido en forma muy superficial. Tal vez nos sentimos muy schoenstattianos porque vamos a la Capillita que fundó el Padre Fundador, porque le decimos a la Mater “Madre Tres Veces Admirable” como le decía el P. Kentenich, pero a lo mejor, no hemos captado lo esencial de la misión del Padre Fundador, porque la Capillita, la Mater y todo lo demás –como lo vamos a ver– es un don de Dios a la Iglesia y a la Familia para vencer la mentalidad colectivista. Por eso, el que no tiene como el P. Kentenich, la misión de terminar con todo germen de colectivismo, ese no ha captado plenamente la misión del Padre Fundador. Al P. Kentenich lo tildaron de “rayado” (loco). Cuando lo enviaron a Milwaukee, el P. Tromp hablaba burlonamente de la “rayadura de Kentenich” (decía que se “le había corrido una teja”: “Dachschaden”), respecto de ese famoso bacilo mecanicista y colectivista que andaba viendo por todos lados y que él no percibía, y resulta que ahora, después del Concilio, en todas partes se habla de lo que el Padre Fundador ya detectó muchos años antes, si bien ahora se le dan otros nombres. Por ejemplo, todo lo que hoy se dice de la secularización en su aspecto negativo, o sea, como secularismo, es exactamente lo mismo que el P. Kentenich definía como mecanicismo. Todos hablan de despersonalización y de esas cosas que fueron el leitmotiv del Padre Fundador y que en su época parecieron “locuras”.

La pregunta de fondo es: Si somos schoenstattianos, ¿estamos convencidos de que ese es el problema? ¿Sentimos como nuestra tarea de vida luchar contra esto y denunciarlo donde esté? ¿O andamos deslumbrados por la oposición aparentemente “absoluta” entre capitalismo o marxismo? Ya sabemos que, a la luz del pensamiento del P. Kentenich, no se trata sino de una oposición relativa, ambos sistemas se oponen en lo que respecta a la forma de organización socioeconómica o política, pero en el fondo, en la visión del hombre y de la comunidad o, mejor dicho, en las repercusiones que tienen sobre el hombre y la comunidad, los efectos del capitalismo y del marxismo son comunes.

Criterios del pensamiento social de José Kentenich. Más allá del capitalismo-socialismo

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