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INTRODUCCIÓN

Publio Ovidio Nasón (nacido en Sulmona, en 43 a. C., muerto en Tomos, junto al Mar Negro, en 17 d. C.), el «preceptor del amor» de la poesía romana, escribió los Fastos o Calendario romano en pleno clímax de su capacidad literaria, en torno a los años inmediatamente anteriores y posteriores al nacimiento de Jesucristo. Simultáneamente trabajaba en la gran obra mitológica de las Metamorfosis.

Los Fastos, en su estado actual, constan de seis libros dedicados cada uno a uno de los seis primeros meses del año (enero-junio). Sin embargo, era intención del autor completar el año con otros seis libros, aserto al que hace referencia en más de una ocasión a lo largo de los libros existentes (véase III 119; V 147), y para el que existe un dato concluyente expreso en su obra Tristia II 549, ss. —que es del año 10 d. C. (por lo menos), no del 9, según afirma el Dr. A. Ruiz de Elvira, v. Emerita 37 (1969), 420-422—, donde dice: «He escrito doce libros de Fastos, y cada libro encierra un mes, pero mi suerte ha arruinado esta obra que escribí para dedicártela y consagrártela a ti, César». La expresión «he escrito» (scripsi, en latín) parece que hay que interpretarla como «he diseñado o planeado», porque de los seis libros que habían de seguir a los actuales no existe la más leve noticia.

En efecto, la obra, que sin duda había sido planeada para 12 libros, uno para cada mes del año, debió verse fatalmente interrumpida con motivo del doloroso destierro que hubo de sufrir el poeta en 9 d. C., cuando, por razones aún no aclaradas, tuvo que abandonar Roma y marchar a Tomos, pequeña ciudad junto al Mar Negro, en el áspero país de los getas.

Sin embargo, Ovidio debió de llevar consigo los seis libros escritos sobre los que volvió de tarde en tarde y de manera parcial durante los ocho años que aún vivió en el exilio. Los Fastos habían sido dedicados al emperador Augusto; mas, a la muerte de éste en 14 d. C., el libro primero lo dedicó a Germánico, en el que el autor había puesto sus esperanzas de volver algún día a Roma; no obstante, excepto este cambio de dedicatoria del libro primero, así como la inclusión en ese mismo libro de algún hecho que presupone un retoque posterior, a veces de muchos años, a la redacción originaria (por ejemplo, en I 384 hay una referencia a su destierro; en I 285 se alude a la celebración del triunfo por Germánico, prevista para el año 17, ¡el año mismo de la muerte del poeta!, etc.), lo que implica la existencia unos al lado de otros de versos correspondientes a épocas muy lejanas entre sí, es imposible rastrear nada nuevo en los cinco libros restantes, hecho que significa que esos libros quedan intactos, por lo que no se puede hablar de una edición del destierro como pretenden algunos.

En Tomos, Ovidio no tuvo ganas de revisar su obra, cuanto menos de continuarla. A su estado melancólico, del que sólo cabía esperar endechas doloridas como son los Tristia y los Pontica, se sumaba la carencia de útiles de trabajo, como él mismo señala en alguna ocasión. Por consiguiente, los Fastos fueron editados póstumamente en el estado en que los dejó su autor.

Los Fastos están escritos en dísticos elegíacos (un pareado constituido por hexámetro y pentámetro), que es la forma como los poetas alejandrinos líricos escribían su poesía, fundamentalmente amorosa, igual que el propio Ovidio lo había hecho. Sin embargo, el tema ahora era esencialmente distinto, puesto que en esta obra se propone el poeta contar los festivales o costumbres religiosas del pueblo romano, las causas u orígenes de los mismos y los datos astronómicos correspondientes. El antecedente principal para tal empresa viene representado por el poeta helenístico Calímaco, que escribió unos Aetia («Causas»), que Ovidio asimismo pone en la base de los Fastos.

De las fuentes de que se sirvió Ovidio sabemos por una parte lo que él mismo cuenta: habría utilizado los Viejos Anales, sin duda los Annales Maximi, aquellos registros anuales de los sucesos de la historia de Roma cuya redacción correspondía a los pontífices, así como la investigación oral mediante encuestas personales realizadas por el mismo autor; por otra parte, sólo restan conjeturas más o menos plausibles acerca de fuentes de las que no se puede precisar el grado de utilización.

En primer lugar, Ovidio debió disponer de la obra Antiquitates rerum diuinarum del polígrafo M. Terencio Varrón; para algunos pasajes de los Fastos se echa de ver como fuente directa la Historia romana de Tito Livio, cuyos primeros 16 libros habían visto la luz pública antes de la elaboración de los Fastos; además: los Orígenes de Catón el Censor, los Annales de Ennio, Del significado de las palabras del filólogo M. Verrio Flaco, siquiera fuese por acceso personal del poeta a esa obra, que vería la luz pública después del destierro de Ovidio; las obras eruditas de Gayo Julio Higino, director de la Biblioteca del Palatino; en fin, la Eneida de Virgilio.

Porque, efectivamente, la obra de Ovidio versa fundamentalmente sobre religión, historia de Roma y astronomía, esta última en grado mucho menor, y aun así se muestra Ovidio ignorante e inexperto en grado sumo respecto al tema.

Por orden estrictamente cronológico, mes tras mes y día tras día, Ovidio describe las diversas ceremonias, festivales y cultos que practica el pueblo romano y cuyo origen se pierde muchas veces en la noche de los tiempos. Por ello, al dar las causas, infinidad de veces aporta varias de ellas, inclinándose todo lo más en algunos casos por una; las más de las veces no muestra preferencia de ningún tipo.

La valoración del material que acerca de la religión encontramos en los Fastos ha oscilado, a lo largo del tiempo, entre la entusiástica de Cyril Bailey (P. Ouidi Nasonis, Fastorum liber III, Oxford, 1961 (1.a ed., 1921) y la más circunspecta de L. P. Wilkinson (Ovid surveyed, Cambridge, 1962, págs. 112-133).

Ovidio pasa revista a esas ceremonias y cultos que atañen a Jano, Venus, Juno, Marte, Júpiter, Vesta, etc., a héroes como Hércules e infinidad de divinidades menores que van apareciendo por doquier. Explica, en la medida de lo posible, como hemos insinuado más arriba, las razones y origen del culto, de determinados atributos de los dioses, de las costumbres y de los sacrificios. Destaca el tratamiento del culto de los muertos en febrero (Parentalia) y en mayo (Lemuria).

Entreverándose con este material religioso aparecen retazos de la historia y la leyenda del pueblo romano: llegada de Evandro y Eneas al Tíber; Rómulo y Remo; Numa, Servio, Lucrecia; alude a la secesión de los plebeyos (año 494 a. C.), gesta de los Fabios (477), ocupación de Roma por los galos (390), Leyes de las XII Tablas por los decénviros (450), Pirro, rey del Epiro, Apio Claudio el Ciego, derrota de Trasimeno, muerte de Asdrúbal, hermano de Aníbal, en la batalla del Metauro (año 207). Asimismo, aunque en menor medida, evoca hechos relativamente recientes, como la victoria de Augusto en Accio (año 31); menciona la erección del templo de Julio César (año 29), la devolución de las banderas perdidas por Craso (año 20); todavía, alude a la restauración del templo de la Madre de los dioses (año 3 d. C.) y del templo de la Concordia (año 10) por Augusto, «el fundador y restaurador de templos», como lo denomina Tito Livio. Ciertamente, esta parte de los Fastos entronca con los últimos libros de las Metamorfosis en que Ovidio aborda la historia romana.

El calendario, que da nombre a la obra (Fastos), constituye la horma en la que Ovidio va encajando esos materiales heterogéneos. Como es notorio, el calendario romano fue corregido por Julio César, el dictador, en el año 46 a. C., corrección que suponía aumentar en un día cada cuatro años los 365 días asignados al año. Es el calendario juliano que con pequeñas variantes, particularmente las introducidas por el papa Gregorio XIII en el siglo XVI , subsiste actualmente. El calendario romano existente con anterioridad, aunque no es absolutamente conocido, se sabe que oscilaba en cuanto a su duración, hecho que acarreó numerosas confusiones que fueron las que indujeron a César a su reorganización.

Actualmente disponemos, siquiera sea fragmentariamente, hasta de 30 calendarios latinos, alguno de ellos prejuliano (cuyo descubrimiento data de 1921, detalle que pasó inadvertido a Frazer; véase más abajo), de los cuales los de Preneste, Venusa y Ceres son los más completos e importantes.

En dichos calendarios hallamos diversos signos, siempre aproximadamente los mismos, de los cuales son los principales:

1.°) Los días de la semana romana, denominada en latín nundinae (es decir, «nueve días», según el cómputo inclusivo romano, que, como hemos dicho, son ocho para nosotros), vienen señalados con letras, de la A a la H, cuya secuencia vuelve a empezar cuando termina la anterior.

2.°) Los tres días de base para las fechas del mes aparecen señalados del modo siguiente: K. ( = calendas, día 1 de todos los meses); NON. ( = Nonas, día 5 de todos los meses, excepto para los de marzo, mayo, julio y octubre, en los que caen el 7); EID. ( = Idus, día 13 de todos los meses, excepto para los mismos meses excluidos antes, en los que caen el 15). Los días anteriores y posteriores a esos días de base se indican con los términos pridie y postridie ; los restantes, con referencia al día de base siguiente, sin que olvidemos el cómputo inclusivo romano. Así, el día 7 de enero se diría en latín «el séptimo de las idus» (Idus = 13; entre 7 y 13 median seis días; sin embargo, como el 7 también entra en la cuenta, se dice «séptimo» y no «sexto»).

3.°) Otros símbolos constantes son: F. ( = Fastas, día hábil a todos los efectos), N. (=Nefastus, inhábil) y C. (= Comitialis), día propicio para las actuaciones judiciales, asambleas, etc. Al margen de éstas hay todavía algunas indicaciones circunstanciales menos constantes y sistemáticas.

El complejo calendario romano era fijado cada año por los pontífices que señalaban el carácter de cada día. Y desde luego, 40 días al año eran «negros» (atri, en latín): durante esos días no cabía actividad de ninguna clase. Los pontífices asimismo señalaban las fiestas, que eran de tres clases primordialmente: feriae statituae (festividades fijas), feriae conceptiuae (festividades móviles) y feriae imperatiuae o festividades extraordinarias.

Ovidio explica el origen del nombre de los meses; en ocasiones da varias explicaciones. De enero a junio los nombres procederían: 1. Enero (Ianuarius), del nombre de un dios, Ianus; 2. Febrero (Februarius), de februa, nombre de unas ceremonias expiatorias; 3. Marzo (Martius), de Mars, nombre del dios de la guerra; 4. Abril (Aprilis), de aperire («abrir»), entre otros orígenes; 5. Mayo (Maius), de maiores («ancianos»); 6. Junio (Iunius), de iuniores («jóvenes») o de Juno, el nombre de la diosa.

Ya dijimos cómo los conocimientos astronómicos de Ovidio son escasos, a pesar de que expresa su admiración por los astrónomos, a los que adula (véase I 295, ss.). Incide en múltiples errores, confundiendo a veces la puesta de un astro con su salida, y al revés. El trabajo más exhaustivo, completo y detallado sobre el aspecto astronómico de los Fastos sigue siendo una vieja obra, a saber: L. Ideler, Über den astronomischen Theil der «Fasti» des Ovid, Abh. Akad. Berlín, Phil.-hist. Klasse aus den Jahren 1822/1823, Berlin, 1825.

Desde el punto de vista literario se nos ofrece en primer lugar como hecho chocante la utilización del dístico elegíaco, cuyo empleo más común en otros temas vimos más arriba. Ciertamente, el poeta elegíaco Propercio lo había utilizado igualmente para tratar temas similares (sacra diesque, «ceremonias y días», IV 1, 69). A este hecho alude el propio Ovidio. Se hubiera esperado más bien el hexámetro como verso único.

Ovidio es ante todo un poeta alejandrino y, junto con Heródoto, el más grande fabulador de la Antigüedad. Ambas características sobresalen en su obra por encima de cualesquiera otras, incluso más visibles aparentemente, como la devoción a los cultos o el patriotismo y propaganda de la política augústea, o la exaltación del emperador (véase a este respecto Katharine Allen, «The Fasti of Ovid and the augustan propaganda», Am. Journal of Philology 43 (1922), 250-266).

La obra es una suma de episodios sucesivos en los que alternan los temas de asunto religioso o cultual con las leyendas y pasajes de la historia romana, no sin ironía y humor en tantas ocasiones, alternancia que busca la variedad para evitar la monotonía. El arte de la narrativa helenística aflora por doquier. De la misma manera se manifiesta la tendencia erotizante del poeta en el tratamiento de muchas fábulas, entre las que sobresale la historia de Lucrecia, tan imitada en épocas posteriores.

En general puede decirse que los Fastos responden bien a la encrucijada del Tiempo y del Espacio en la que el poeta se debate afanosamente. Por la primera línea asciende o desciende buceando en el misterio de la historia, de los símbolos con que los hombres se han ido enmascarando a lo largo de ella sin advertir, o haciendo como que no advierten, que lo suyo es únicamente cumplir con el deber para con el Tiempo. En la otra coordenada el poeta contrae o dilata las distancias entre el origen de los cultos y su implantación en nuevas tierras; insiste minuciosamente en la localización de templos, santuarios, etc.; aparece trillando los caminos de la colina al río, del puente a la plaza, del Foro caminando por la Via Sacra, lugares muchos de ellos eternos, y por los mismo fundidos asimismo en el Tiempo, por los que todavía hoy puedes, visitante, caminar confuso con recuerdos milenarios.

No debió de dar, efectivamente, la última mano a su obra el poeta, excesivamente acongojado en el destierro, y de ello adolece en muchos puntos, con repeticiones abundantes en las que llega a contar la misma historia de dos maneras distintas (pero recuérdese a Virgilio, que describe la última noche de Troya de dos formas divergentes en los libros II y VI de su Eneida ), y hasta puros dobletes (I 149-160 y III 235-242).

Por otra parte, todo hay que decirlo, el tema venía demasiado grande (esto es, inapropiado) al «preceptor del amor» y consumado fabulador de las Metamorfosis, por lo que la tónica narrativa decae en muchos momentos, víctima de la apatía y la falta de inspiración, quedando bien por debajo de aquellas sus Metamorfosis. Se comprende fácilmente que los Fastos sean menos conocidos y leídos que otras obras del mismo autor.

Con todo, no deja de ser amena su lectura en muchas de sus partes, que en ocasiones alcanzan una profunda belleza y dramatismo, al margen del valor de primer orden que, a mi juicio, sigue teniendo como fuente para la historia civil y religiosa del pueblo romano.

Los Fastos de Ovidio nos han llegado a través de la historia en una transmisión separada de las restantes obras del autor, y de ellos existen alrededor de cien manuscritos (la mitad de los cuales, aproximadamente, se hallan en el Museo Británico) que van del siglo x al xIII . No hay, al parecer, un manuscrito predominante, aunque editores antiguos tomaron como base a alguno de ellos, en especial el simbolizado con la letra A (siglo x) por Merkel. Asimismo han resultado vanos los intentos de reconstrucción del arquetipo, si bien, aparte de A, que va solo, se establecen algunas familias o grupos de manuscritos principales: GMI (G, del siglo XII ; presenta muchas rasuras; Frazer lo denomina X; M, así llamado por haber pertenecido al cardenal Mazarino; es del siglo x; I, o Fragmentum Ilfeldense, del siglo XI ); UD (U, del siglo xI , corregido por una segunda y tercera mano; se halla en Monte Casino; D, del siglo XII); BC (ambos del siglo XII o xIII ). Éstos son los manuscritos en que se basan las ediciones de los Fastos, al menos desde 1841 (edición de Merkel); sin embargo, Landi (1928) utilizó algunos deteriores, o manuscritos considerados inferiores. Además de esta tradición directa, sólidamente asentada, cabe todavía acudir a la llamada tradición indirecta: las citas de los Fastos que hallamos en autores latinos tardíos, especialmente gramáticos, como Capro, Servio, Diomedes, Prisciano.

Específicamente, los principales manuscritos aludidos son los siguientes:

A = Codex Reginensis siue Petauianus, número 1709, de la Biblioteca Vaticana, en letra carolingia, Siglo x. Contiene los cuatro primeros libros de los Fastos y veinticuatro versos del quinto. Fue considerado básico por Merkel (1841) y Krüger, pero no por Bömer (1957).

U = Codex Ursinianus siue Vaticanus, número 3262, de Monte Casino. Siglo XI . Contiene los seis libros de los Fastos.

D = Codex Mallersdorfianus siue Monacensis Latinus, número 8122, de la Biblioteca Real de Munich. Siglo XII .

G = Codex Bruxellensis siue Gemblacensis, número 5369, de la Biblioteca Real de Bruselas. Siglo XII . Frazer (1929) lo denomina X.

M = Codex Mazarinianus siue Bodleianus, número 7992 de la Biblioteca Nacional de París. Siglo XV .

I = Fragmentum Ilfeldense. Siglo XI o XII .

B = Codex Leidensis Vossianus, de la Biblioteca de Leyden. Siglo XII o XIII .

C = Codex Vossianus siue Bodleianus, auct. 4, 29. Siglo XII o XIII .

F = Codex Cantabrigiensis Pembrocianus, número 280 de la Biblioteca de Pembroke College, de Cambridge. Siglo XII .

H = Codex Hamburgensis siue Hauniensis G. K. S. 2010. Siglo XIII .

P = Codices Parisini, número 8239 (Pa), 7991 (Pb), 8245 (Pc), 7993 (Pd). Siglo XIII .

La primera edición impresa de los Fastos es la romana de 1471, fecha desde la cual no dejaron de imprimirse en todo lugar y época:

1474, Venecia

1477, Parma

1480, Bolonia

1501, París

1503, Lyón

1505, París

1513, Viena

1523, Basilea

1527, Amberes

1583, Londres

1601, Francfort

1604, Heidelberg

1607, Leipzig

1701, Amsterdam, por Pieter Brumann

1773, Leipzig, por Fischer-Ernesti

1812, Leipzig, por G. E. Gierig

1824, París, por Lemaire

1839, Londres, por T. Keightley

1841, Berlín, por R. Merkel

1873, Leipzig, por H. Peter

1874, Leipzig, por A. Riese

1881, Londres, por Hallam

1897, Turin, por Cornali

1921, Oxford, por C. Bailey (1. III)

1924, Leipzig, Ehwald-Lenz

1928, edición paraviana de Landi.

La edición fundamental de los Fastos, que nos brinda ya prácticamente el texto actual, es la anteriormente citada de Merkel, en 1841. Importantes posteriormente fueron: 1924, Ehwald-Lenz (alias Levy); 1928, Landi.

Las traducciones empezaron más tarde: 1551, traducción italiana de Cartari, Venecia; 1640, traducción inglesa de J. Gower, Cambridge; 1660, traducción francesa de Michel Marvilles, París; 1661, monumental edición, traducción y comentario por Nicolás Heinsius.

En España hubo varias ediciones de los Fastos ovidianos durante el siglo XVIII , todas ellas en Madrid: años 1735, 1741, 1758, 1785, 1792. Ese mismo siglo vio la luz una edición y traducción española anotada de todo Ovidio: P. Ovidio Nasón, Obras comentadas e ilustradas por el Dr. Don Diego Suárez de Figueroa, Imprenta Herederos de Francisco de el Hierro, Madrid, 1728-1738. Los Fastos se contienen en los tomos XI y XII (t. XI: texto y traducción, págs. 2-131; notas, págs. 132-328; t. XII: texto y traducción, págs. 2-132; notas, págs. 134-302). Más recientemente: Obras de Ovidio, traducidas y anotadas por D. Germán Salinas, Biblioteca Clásica, sucesores de Hernando, Madrid, 1917-1925, 3 tomos. Los Fastos se contienen en el último volumen. Últimamente ha visto la luz una nueva traducción al español de M. A. Marcos Casquero, Publio Ovidio Nasón, Fastos, Madrid, Editora Nacional, 1984.

La presente traducción de los Fastos de Ovidio ha tomado como base fundamental el texto de la edición, con traducción y comentario, de Sir J. G. Frazer, Publius Ouidius Naso. Fastorum libri sex, edited with a translation and commentary, Londres, 1929, 5 vols. (vol. I: texto y traducción; vols. II-IV: comentario; vol. V: índices), de cuya excelente y bella traducción inglesa se ha beneficiado. Al mismo tiempo hemos tenido parcialmente en cuenta el texto de Franz Bömer, Publius Ouidius Naso, Die Fasten, Heidelberg, 1957-1958, 2 vols. (I: texto y traducción; II: comentario e índices), así como para los pasajes discutibles, su traducción alemana. Todavía, en algunos casos, hemos recurrido a las conjeturas de otros estudiosos de la obra de Ovidio. Todo lo cual especificamos a continuación:

VARIANTES TEXTUALES

TEXTO DE FRAZERTEXTO ADOPTADO (salvo indicación en contra, se entiende el texto de Bömer)
LIBRO I
V.192putesputas
265contigerantcontigerat
393celebrabascelebrabat
471hichine
636uenturumuersurum
650hanchaec
661sacrosacri
LIBRO II
282adhuc...obitab hoc...eat : Danielle Porte, Latomus XXXV, 1976, pág. 835 (v. infra, BIBLIOGRAFÍA )
LIBRO III
229measmea est
430VediouisVeiouis
659AtlantidaAzanida
LIBRO IV
451cumulatis...canistriscumulatae...ministrae
452clamantclamat
480trinaprima
709nam dicere certainde urere captam: Danielle Porte, Latomus XXXV, 1976, pág. 838
LIBRO V
490malummalas
Fastos

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