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Prólogo

Al referirse a esa trama corporal, sexual y relacional del amor, el deseo y el vínculo entre personas que, en principio, se reconocen durante el periodo colonial como del mismo “sexo”, Pablo Bedoya postula con guiños y entrelineados que esa sexualidad disidente puede releerse como un hecho incontenible, que se filtra y se niega a ser reducida a una noción paradigmática de producción o invención socio histórica, cultural y discursiva. Esta provocación histórica nos sugiere, entonces, que ese hito teórico fundacional que sostiene que antes de la invención o producción del personaje homosexual (especificado a mediados del siglo xix) no existen homosexuales propiamente sino prácticas homosexuales, requiere de una mirada oblicua y de una sospecha necesaria que, sin desestimar sus planteamientos y potencia, explore en sus articulaciones e intersecciones otros ámbitos para evitar el juego del determinismo cultural instalado casi en modo a-problemático en los múltiples estudios contemporáneos.

Si bien Michel Foucault ha planteado que: “La sodomía —la de los antiguos derechos civil y canónico— era un tipo de actos prohibidos; el autor no era más que su sujeto jurídico. El homosexual del siglo xix ha llegado a ser un personaje: un pasado, una historia y una infancia, un carácter, una forma de vida; asimismo una morfología, con una anatomía indiscreta y quizás misteriosa fisiología”1, Bedoya encuentra en la sodomía colonial no solo una práctica o un acto contra-natura, sino una trama relacional que complejiza la relación de los sujetos y entre sujetos con sus actos, con las miradas externas, con las formas institucionales y con los vínculos comunitarios; así, en esta trama que enreda deseos, cuerpos, relaciones y vínculos afectivos, resulta insuficiente asumir que solo constituyen actos sin advertir un individuo especificado, como aparece en la mirada foucaultiana o incluso en la propuesta de John D’Emilio. Este hallazgo, insinuado en modo precavido, plantea preguntas que, lejos de devolver los debates en torno a las disidencias sexuales a un problemático esencialismo, procura desinstalar construcciones teóricas canónicas que han arrinconado e incluso oscurecido otras posibilidades de comprensión de la sexualidad, el deseo e incluso de las pulsiones; piénsese, por ejemplo, en las articulaciones posibles entre biología y cultura, psiquis y mundo social, entre otros, que si bien Bedoya no plantea de modo explícito, sí sugiere con cierta timidez.

Ahora bien, no es solo un asunto de deseo o de prácticas sexuales, en ese tema parecen estar de acuerdo tanto autores postfoucaultianos y otros construccionistas culturales, como aquellos inscritos en las corrientes del orden de la continuidad. De lo que se trata es de releer y esbozar a unos sujetos específicos amarrados a un contexto sociocultural e histórico difuso, que antes habían sido reducidos a una lógica de actos o prácticas. Pero ocurre que estos individuos construyen historias del deseo disidente con otro semejante, y no como un asunto efímero, un encuentro casual que no comunica nada de ellos; no, sus relaciones cultivan historias, vínculos, producen equívocos semánticos, no desean ser interpretados con claridad puesto que se revelan como sujetos que reconocen las lógicas de control y regulación colonial del cuerpo y el sexo, por ello construyen modos de protección y despiste para el observador, pero al mismo tiempo no renuncian a su osadía y sostienen en el tiempo amores y deseos disidentes. Estas historias construidas magistralmente por Bedoya no solo nos permiten el juego de la sospecha con las sacras teorías, sino que restituyen a unos personajes y unas prácticas que antes de su invención en el discurso disciplinar se negaban al destierro corporal.

De otro lado, Desenfrenada lujuria. Una historia de la sodomía a finales del periodo colonial nos traslada con gran destreza por el complejo y prolífico debate en torno a la sodomía, sus reinterpretaciones históricas, sus articulaciones y adaptaciones tácticas y su comprensión teórica, despejando con gran acierto las ideas preconcebidas amarradas a la serie de prejuicios y juegos políticos.

La emergencia contemporánea de una serie de grupos religiosos extremistas que ondean con fervor las banderas de la intolerancia sexual y desean reinstalar el demonio castigador cristiano en los cuerpos disidentes y los amores fugados propicia que este texto sea profundamente pertinente, útil políticamente y obligatorio como estrategia.

Guillermo Antonio Correa Montoya, marzo de 2020.

1. Michel Foucault, Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber (Ciudad de México: Siglo XXI Editores, 2011), 56.

Desenfrenada lujuria

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