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2. Teoría de la manipulación
ОглавлениеComo hemos visto, las ideas de Shiller están conectadas con las de Akerlof: ambos le dan importancia a nuestra insuficiente racionalidad para tomar decisiones económicas, al poco satisfactorio funcionamiento de ciertos mercados (los de información asimétrica y los financieros) y a la importancia de incorporar nociones de otras disciplinas para entender mejor algunos fenómenos económicos (identidad y narrativas). Tan bien conectados están que, antes de La economía de la manipulación, escribieron juntos otro libro de gran éxito titulado Animal Spirits. Allí se reconsideran acontecimientos macroeconómicos con la ayuda de los hallazgos teóricos y empíricos de la economía del comportamiento (Behavioral Economics), un libro que en buena parte inspiró Economía al diván, el libro anterior de Pablo. Y La economía de la manipulación pasa a ser ahora la inspiración del libro que usted está leyendo. Si piensa que nos estamos copiando, le recordamos que transcribir una frase es plagio, pero copiar un libro entero se llama investigación. Homo falsus es nuestra orgullosa investigación.
En La economía de la manipulación, Akerlof y Shiller presentan una tesis que ha sido ignorada por la economía tradicional, pese a ser extremadamente intuitiva (¿será por eso que fue ignorada…?). Sencilla y popularmente: muchas empresas se aprovechan de sus clientes. El subtítulo en inglés del libro no deja dudas: Phishing for Phools significa literalmente “Pescando tontos” (el reemplazo de ‘f’ por ‘ph’ se supone que suaviza la ofensa de llamar “tonta” a la gente). Aunque tienta pensarlo así, el libro está lejos de denunciar una conspiración de empresas que acuerdan para perjudicar a los consumidores. Esta es una idea descartada como general hace rato por los economistas, porque se supone que la mayoría de las empresas que engaña a sus clientes no puede durar demasiado en el mercado. ¿Cuánto subsistiría una ferretería que vendiera repuestos fallados como si fueran buenos? ¿Y una pescadería que ahorrara electricidad y vendiera productos en mal estado? El sistema de mercado debería asegurar que estos engaños no tengan futuro, y solo sobrevivan los honestos.
Pese a esta defensa de la teoría económica, muchos consumidores siguen sintiendo que las empresas tienen ventajas sobre ellos. Akerlof y Shiller proponen entonces un argumento sutil para dar cuenta de esta sensación generalizada. Comencemos por remarcar que, durante las últimas tres o cuatro décadas, miles de experimentos han revelado una alarmante ausencia de racionalidad en las decisiones económicas de los individuos. Por supuesto que no nos equivocamos comprando dos kilos de palta cuando en realidad queríamos gastar ese dinero yendo al cine, pero cuando se trata de elecciones no tan obvias podemos pifiar y mucho.
Los individuos solemos tomar decisiones solos, en caliente y con información bastante limitada. Además, caemos usualmente presos de una excesiva confianza en nosotros mismos, que nos compele a creer que siempre tomaremos la decisión correcta. También solemos hacer mal las cuentas, especialmente las que involucran al futuro, como cuando compramos en cuotas porque nos parece barato, pero luego durante 50 meses seguimos sufriendo pagos cada vez más insoportables, y deseamos terminar cuanto antes con esta eterna obligación. En relación a las empresas que nos venden, un sesgo de racionalidad importante de las familias es su sensibilidad a las señales no siempre honestas de las firmas, como la publicidad engañosa, el orden en que se presentan las opciones de compra o la forma en que se exhibe la información sobre los productos y servicios que se ofrecen.
La cosa es un poco distinta en el caso de las empresas. Allí las decisiones no se toman de manera inconsulta y atolondrada, sino a partir de una planificación explícita basada en consultas previas a especialistas con una larga experiencia en el rubro al que se dedican. Las empresas conocen su negocio y están presionadas continuamente por la competencia, por lo que seguramente toman decisiones mucho más racionales que los consumidores. Más aun, las decisiones más importantes son debatidas y votadas por varias personas, lo que suele acotar la aparición de sesgos.
Si es cierto que los consumidores cometen fallos, y si esos fallos son menos comunes en el caso de las empresas, entonces la predicción es que las firmas aprovecharán esta asimetría de racionalidad, y literalmente tratarán de desplumarnos. Este es el aporte conceptual de Akerlof y Shiller. Sin necesidad de hablar raro, escribir ecuaciones intrincadas, citar bibliografía aburrida, demostrar teoremas irrelevantes o hacer estimaciones econométricas de difícil interpretación, los autores logran dejar una marca en el terreno más preciado de la teoría económica tradicional. Adam Smith se hizo famoso por su conjetura de que debemos el pan en nuestra mesa al egoísmo del panadero. Lo que Smith quiso decir con esto es que, en un contexto de libre mercado, se produce una compatibilidad muy conveniente entre la actitud materialista de los individuos por un lado, y la producción y distribución eficiente de los recursos por el otro. Donde haya una necesidad habrá un precio mayor, y por lo tanto una oportunidad de beneficio que algún oferente aprovechará si provee los bienes y servicios que satisfacen esta necesidad. La teoría económica ha decidido llamar a este robo descarado “apropiación del excedente del consumidor”. Genios de la metáfora.
Akerlof y Shiller utilizan ese mismo principio para hablar del engaño y del fraude económico, ya que donde haya una ocasión para engañar a los consumidores, habrá quienes la aprovechen, generando una tendencia automática hacia lo que los autores llaman “equilibrio de pesca” (phishing equilibrium). Este estado se alcanza cuando los “pescadores” (manipuladores) han agotado toda posibilidad de continuar engañando a los “pescados” (incautos). Por supuesto, se trata de un equilibrio subóptimo, ya que los estafados podrían estar mejor de no haber sido engañados.
Si Akerlof y Shiller tienen razón, entonces los individuos se equivocan al elegir, al menos en promedio. Pero ¿qué significa exactamente que alguien compra algo que en realidad no desea? ¿Es posible determinar si alguien está tomando una mala decisión de gasto? ¿O hay aquí una subjetividad irreductible e inapropiada de la naturaleza humana y su circunstancia dialéctica autohegemonizada? Ok, nos pasamos un poco con la retórica, pero queremos ser un poco más precisos y definir mejor lo que entendemos por una consumidora engañada, por una persona que compra lo que, según parece, no deseaba.