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Capítulo dos


WATSON Y CÍA.

Pocas semanas después de aquel episodio en casa de la señora Núñez, mamá nos dio una gran noticia: –¡Niños, despierten! ¡El abuelo pasará el verano con nosotros!

Ágatha y yo nos alegramos de verdad, hacía mucho tiempo que no lo veíamos.

–¿Y cuándo llega? –consulté emocionado.

–Mañana, andén 4, coche 22. Pueden ir a recibirlo a la estación –respondió mamá.

Al día siguiente me levanté temprano. Ágatha todavía dormía. Tuve que sacudirla un poco para que despertara. Por fin, saltó de la cama, se vistió lo más rápido posible y partimos. Llegamos en el instante en que el ómnibus se detenía. Esperamos unos minutos y como el abuelo no aparecía, decidimos subir. Todos los pasajeros ya habían bajado.

–¿Y el abuelo? –nos preguntamos a coro.

Al girar para consultar al chofer, vimos que el abuelo se encontraba junto a él, sonriendo con sus bigotes blancos y su gorra cazadora. Nuestra cara de sorpresa lo dijo todo.

–¡Los he vuelto a pillar como a niños pequeños! –festejó el abuelo.

Recordé que acostumbraba a hacernos esas bromas. Ágatha y yo jamás logramos descubrir cómo hacía para pasar desapercibido con un cuerpo tan alto, robusto y pesado.

–¿Cómo lo hiciste? –preguntó Ágatha.

–¿Cómo saliste sin que te viéramos? No apartamos la mirada de la puerta un solo segundo –dije antes de que pudiera responder.

–¡Calma, tanto tiempo sin vernos y ni siquiera un abrazo! Lo primero es lo primero –rio el abuelo.

Nos apretamos en un abrazo interminable. Seguía tal cual lo recordaba: la misma risa, la misma voz.

–Ahora sí, dinos cómo lo hiciste –pedí.

–Bajé con el resto de los pasajeros: no solo hay que ver, también hay que saber observar. Conservo algunas habilidades que aprendí cuando era policía, entre ellas, aparecer y desaparecer a voluntad.


–Eso es imposible –dije, tratando de encontrar una respuesta lógica.

–Improbable, sí… imposible, no. Pero si desean saber realmente cómo lo hice, se lo diré.

–¡Claro que sí, abuelo! –respondimos los dos.

–Me volví invisible.

Y diciendo esto nos abrazó nuevamente, tomó su valija y comenzó a caminar.

“Volverse invisible… –pensé–. Cree que todavía somos niños”.

El abuelo había llevado una vida poco común, llena de aventuras e historias asombrosas. Había sido policía, a cargo de investigar las situaciones o hechos que suelen considerarse fantásticos, como los famosos hombrecillos verdes, el hombre jaguar del Impenetrable o Nahuelito, el monstruo del lago Nahuel Huapi, entre otros tantos casos inexplicables, que con el tiempo pasan a formar parte del folclore de una región.

Por eso, cada vez que el abuelo nos visitaba era una fiesta para nosotros. Sus relatos nos sumergían en un mundo mágico y tenían el poder de hacernos sentir cada aventura como si la estuviéramos viviendo. Los objetos y seres extraños parecían cobrar vida, los veíamos desfilar delante de nuestros ojos.

Una vez más, como cuando éramos más pequeños, el abuelo nos fascinó con sus historias. Cuando el reloj marcó las dos de la madrugada, papá nos ordenó ir a dormir. Al saludarlo, le hicimos prometer al abuelo que el día siguiente lo dedicaría solo a nosotros.

La mañana nos encontró desayunando juntos.

–Bueno, queridos nietos, ustedes dirán. ¿Por qué la prisa de reunirnos tan temprano? –preguntó el abuelo mientras tomaba su café y disimulaba un bostezo.

Comenzamos contándole que en el colegio nos habían dado una tarea para las vacaciones de verano: debíamos elegir un proyecto para desarrollar en nuestro tiempo libre. Algunos compañeros decidieron hacer una huerta, otros se pusieron de acuerdo para mejorar la plaza del pueblo y un grupo muy numeroso ya estaba trabajando en una obra de teatro. Los hermanos Watson habíamos decidido formar una agencia de detectives. Le comentamos, aunque sin entrar en detalles, que unas semanas antes habíamos aceptado un encargo de la señora Núñez. Y le confesamos nuestro temor de fracasar en el intento.

–No veo por qué podrían fracasar. ¿No es acaso lo que más les gusta? –preguntó el abuelo.

–Nada nos interesa tanto. Pero hasta ahora siempre hemos investigado cosas simples, asuntos domésticos, objetos perdidos en casa o en el barrio… Organizar una agencia de detectives es algo mucho más difícil –dije un poco avergonzado y sin animarme a relatarle los hechos de la noche anterior.

–Ulises, Ágatha: lo único que importa para resolver cualquier caso, simple o complejo, es la destreza con que lo hagan.

–¿Y tú estarías dispuesto a ayudarnos en el proyecto?

–Por supuesto, sería un honor.

Una mirada cómplice me unió a mi hermana. Lo que antes parecía fantástico y nos causaba temor, había dejado de inquietarnos. La participación del abuelo hacía que todo fuera posible.


–Adelante, Ulises –me impulsó Ágatha.

Tomando aire, dije con voz fuerte y clara:

–Entonces, seguiremos tus pasos abuelo. ¡Nuestra agencia de detectives ya está en marcha!

–Y… ¿ya saben a qué tipo de casos se orientarán? –consultó el abuelo.

–¡Por supuesto que sí! –asintió orgullosa Ágatha–. Será la primera agencia de detectives de Oriente que investigue seres extraños y hechos inexplicables.

El rostro del abuelo cambió de expresión y su mirada se hizo distante. Al cabo de unos segundos, dijo:

–Saben, hijos, le prometí a su abuela dejar esos temas de lado. Mis historias suenan divertidas, pero pasé malos momentos.

–¿Por qué nos dices eso ahora? ¿Te estás echando atrás?

–No retiro la ayuda, solo quiero advertirles que muchas veces la gente me creía un demente, incluso recibía burlas de mis compañeros y no me gustaría que ustedes pasaran por situaciones similares.

–Abuelo, ¡esto es definitivo! –interrumpió Ágatha–. Nosotros estamos muy orgullosos de ti. No hay nada más que discutir.

–¡Sí! Muy orgullosos y seguros –afirmé.

El abuelo nos tomó de las manos y sellamos una especie de juramento.

–¡Hasta las últimas consecuencias! –dijimos a coro.

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